Jorge Ruiz Dueñas es un poeta con 26 títulos literarios, nacido en 1945. Ha incursionado también en el ensayo, el relato y la novela. Entre otros reconocimientos, en 1980 obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Ciudad de la Paz”; en 1992, el Premio Nacional de Periodismo que otorgaba el Gobierno de la República, y el Premio “Xavier Villaurrutia” en 1997.
-¿Cuál es el papel del poeta y de la poesía en este mundo con mucha tecnología?
La tecnología ha existido desde que los seres humanos trataron de modificar las condiciones existentes para mejorar sus condiciones de vida. Probablemente te refieras a las novísimas tecnologías de hoy que, como otras en el pasado, parecen destinadas a cambiar de manera radical nuestra convivencia. Pero el conocimiento avanza siempre a mayor velocidad que la capacidad de los conglomerados humanos para integrarlos a su cotidianidad. Hay una brecha entre esa capacidad para asimilar materialmente los conocimientos y nuestra adaptabilidad. Peor aún, si esto se convierte en rezagos generacionales y nacionales por razones de insuficiente desarrollo. Algunas sociedades difieren más su aceptación por otras razones, y esto trae consecuencias respecto de la apropiación que deviene de ello. Mi viejo maestro Herbert Marcuse nos advertía que “la sociedad industrial posee los instrumentos para transformar lo metafísico en físico, lo interior en exterior, las aventuras de la mente en aventuras de la técnica”. Suelo repetirlo. A eso podemos resistirnos, pero no estoy seguro del éxito.
Muchos creadores jóvenes abrazan con entusiasmo la novedad que traen las nuevas tecnologías, e incluso surgen diversas expresiones creativas, afirma Jorge. Pero también esas transformaciones pasan. La tradición no es estática, al menos no es perene. Tampoco la novedad. Todo conlleva el germen de la ruptura. Sin embargo, la velocidad del cambio nos afecta y a toda acción hay una reacción. En numerosos casos el cambio social sobresalta tanto como el cambio tecnológico: la religión, las tradiciones, la costumbre, sus expresiones patriarcales. Incorporar ese cambio social, al igual que la tecnología novedosa, sin modificar ciertas esencias de pretensa validez universal, es el reto constante y no siempre se logra sin estallidos y desigualdad. Pero no basta el voluntarismo para atemperar las secuelas. Más grave, quizá, sean las consecuencias, lo que nos lleva siempre a Friedrich Hölderlin con su poema Pan y vino: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria?”. Estas preocupaciones las refiero desde el siglo pasado, porque la mayoría de la población somos gente del siglo pasado. Entonces y ahora también se puede acudir a lo que yo llamaba las “señales” de Marguerite Duras, un texto interno que, como ella afirmaba, podríamos decirlo de cada obra nuestra: “Este libro no es un libro. Ni un poema. Ni pensamientos. Sino las lágrimas, el dolor, los llantos, las desesperaciones que seguimos sin poder frenar ni razonar. Intensas cóleras políticas como la fe en Dios. Más intensas aún. Más peligrosas por infinitas”. Quizá esto lo enfrentamos hoy con mayor agudeza en nuestro entorno cercano, pero sucede en todo el orbe. Por lo demás, la opinión de un creador no es más valiosa que la de otros seres humanos. Probablemente sólo sea válido lo dicho por Jacques Lacan al afirmar que “los poetas, que no saben lo que dicen, sin embargo, siempre dicen, como es sabido, las cosas antes que los demás”. Pero ese efecto de anticipación, de hipersensibilidad, no es una solución, sólo preconiza la misión de ser testigos de nuestro tiempo.
-¿Qué escritores mexicanos vivos son imprescindibles para ti?
La división entre los autores que aún pisan el césped y quienes han pasado a formarse entre las sombras, así como la idea de territorialidad, no van conmigo. Son fundamentales las plumas que me conmovieron o formaron desde mi propia incapacidad, más allá del día de su muerte y el lugar de nacimiento. Incluso, sin considerar la lengua original de sus obras. Todo ello es circunstancial en mi interés literario. Veo que estas son preocupaciones frecuentes y trato de responderlas en un libro de próxima aparición: Cálamo y memoria. Allí menciono mis presencias perpetuas. No puedo sujetarme a un canon formulado, quizá por buenas razones, por otros. Ese canon me ha hecho recordar a Dante como un dios más fuerte que viene a dominarnos (Ecce deus fortior me, qui veniens dominabitur michi). Acepto haber sido desde siempre un lector caótico, pero fiel. Mas el tiempo nos cambia y con ello nuestra apreciación. Podría enumerar mis primeras lecturas y las que siguieron, con ello, mis aficiones perdurables. Narradores o poetas, por igual. Pero sería de una extensión innecesaria. Esperemos al libro. A mi edad suelo disfrutar la relectura de esos autores. Sólo diré que me suele acompañar en algunas noches o viajes (resulta lo mismo, según creo) El libro del desasosiego de Fernando Pessoa, en la personería de Bernardo Soares. Por supuesto, vuelvo siempre a Saint-John Perse, Álvaro Mutis, Lêdo Ivo, Rubén Bonifaz Nuño, Marguerite Yourcenar y aun a Aimé Césaire. Estos, entre muchos otros de la antigüedad o del pasado reciente, son algunos de mis ríos, para usar la expresión poética de Giuseppe Ungaretti (a quien también retorno). Afirmaré, sin embargo, algo: en mi momento personal de equilibrios frágiles tengo serias dudas para decidir el uso del tiempo. Conforme este pasa tiendo a preferir a la naturaleza en su estado puro: lo irrepetible de cada amanecer, la luz sobre el reino vegetal, la infatigable respiración del mar, por ejemplo… Y la música infinita, por supuesto.
En 2004 fue invitado de honor del Salon International de L´édition et du Livre de Casablanca, Marruecos y en 2016 recibió el Homenaje de la XXXIV Feria del Libro de Tijuana. Se le ha incluido en antologías publicadas en el país y el extranjero.
-¿Existe una buena crítica literaria en México?
No es un asunto que me preocupe. Por otra parte, el favor de los lectores o de quienes se califican como críticos, no siempre son afines. Sin embargo, no faltan quienes se arrogan incluso la atribución de decidir cuáles han de ser las opiniones atendibles. Es decir, la definición sectaria de patentes para crear o destruir reputaciones literarias. Incluso el ninguneo, del cual tanto hablaba Octavio Paz. Ya lo ha dicho Schücking (Levin Ludwig), no es el gusto el que se hace distinto y nuevo, sino que los hombres que se hacen árbitros del nuevo gusto son otros. En todo caso, me parece plausible la opinión crítica de quienes sí han experimentado el proceso de creación. Esto, es así, por mencionar solo un buen ejemplo nuestro, porque no todos tienen el nivel y capacidad de análisis de Anthony Stanton. Años atrás Ricardo Piglia coincidía con Roberto Calasso, notable ensayista, en que por lo general los más grandes críticos literarios del siglo XX fueron creadores. Incluso afirmaba no conocer “ningún libro esencial que haya sido generado en el seno de alguna disciplina crítica”.
-¿Existe algún movimiento literario en México que podamos identificar?
Este es un tema profesoral que no me corresponde. Pero diré sin grandes convicciones que a lo largo del tiempo siempre ha habido movimientos y tendencias de manera pendular en el orbe literario. En Occidente, después de la antigüedad, entre muchas derivaciones podemos reconocer el clasicismo, el renacimiento, los brotes barrocos, el neoclasicismo, el romanticismo, el naturalismo realista, el modernismo, las múltiples vanguardias y posvanguardias, etc. Nosotros, ahora, no somos la excepción. Pero después del Realismo mágico en la narrativa latinoamericana y ciertos pasajes de los narradores de la Onda, seguidos años más tarde por los escritores del Crack, en poesía, sólo advierto el breve episodio del Infrarrealismo. Lo que observo actualmente entre nosotros son, más que escuelas arropadas por manifiestos, agrupamientos vinculados con afinidades personales; con frecuencia orientados por posturas ideológicas y no necesariamente por “decálogos” de creación. A pesar de todo, se sigue apreciando la poesía de los Contemporáneos, Paz, Huerta, Bonifaz Nuño, Lizalde, Pacheco, etc., y todo tipo de antípodas. En ocasiones las aglutinaciones las estimulan publicaciones periódicas y aún regionalismos. Otro sesgo observable es el creciente entusiasmo de nuestros poetas por la obra lírica contemporánea de Estados Unidos y Canadá.
-¿Cómo es tu proceso creativo?
Es variable. No tengo rituales establecidos. Admito que hace algunas décadas la poesía sólo la escribía con lápiz, costumbre perdida conforme aparecieron instrumentos con ventajas para el escriba. Por lo demás, puedo trabajar por la mañana o por la noche. Desde mi juventud lo hacía en salas de espera, transportes, incluso interrumpiendo otras actividades en marcha. Quizá lo único permanente es hacerlo todos los días, sin importar los fines de semana. Incluso antaño, durante los asuetos, me organizaba según las circunstancias para continuar con escritos o revisiones. Siempre hay posibilidades para la creación. Varios libros los he iniciado en esos periodos. Mi interés fundamental es poético y hay que captar el momento. El desierto jubiloso era un poema que deseaba escribir durante años sin encontrar el tono, antes de que surgieran los primeros versos una noche al apagar la lampara de lectura. Continué sin interrumpir y en dos días tuve el material para llegar así, durante un año, a la versión final. En otros casos los poemas se van acumulando, pero siempre determinados por una temática obsesiva. A veces la complicación es advertir cuándo se ha agotado ese venero. Pueden ser lapsos extensos, no meses, porque siempre hay posibilidades de evitar las muchas imperfecciones escriturales. En la narrativa tengo ideas que van madurando en notas diversas hasta llegar al proceso de inicio. En ese caso no tengo problema si me veo obligado a suspender el proceso. Cuando retomo la narración no experimento vacíos a pesar del tiempo transcurrido. Empero, puedo también llevarme años en la redacción intermitente. Algún verano grabé unos textos durante un mes dando paseos por un campo muy extenso. Siete horas diarias. Fue una experiencia planeada. Eso me obligaba a una mayor síntesis y control del estilo buscado que se enmarcaba en un mundo ancestral, pero eludiendo en lo posible cierta adjetivación propia de la cultura en que estaba inmerso el núcleo narrativo. Sin embargo, la preparación de esos relatos con un guion previo, requirió de un largo viaje y dos años de estudio posterior. Me refiero a Las noches de Salé que, en español y en su versión bilingüe francés y árabe, lleva muchas ediciones y captó la atención del Salon International de l’Édition et du Livre de Rabat del que fui invitado de honor y de los interesados en la literatura en lengua española de las universidades Mohamed V y Hassan II. Algo similar me sucedió con el proceso del Diván de Estambul y la historia del Imperio otomano. Llegar al final es una tarea ardua, sobre todo por ser culturas más distantes a la de origen. En cuanto al ensayo, por mi formación académica, estoy acostumbrado a proveerme de una pauta menos pedregosa, sistematizada, pero en ocasiones extenuante. No es un asunto de extensión, sino de profundidad.
Ha sido miembro del Sistema Nacional de Investigadores en el área de Ciencias Sociales y Humanidades, de lo que dan cuenta otros 16 libros académicos y numerosos artículos. Parte de su obra ha sido publicada en Estados Unidos de América, Canadá, Brasil, Chile, Perú, España, Francia, Grecia y Marruecos.
-¿Qué piensas de los Encuentros de escritores y los Festivales de poesía?
Pienso que son zonas de encuentro, presencial o virtual, que permiten vasos comunicantes entre las diferentes culturas nacionales o regionales. En esos espacios se pueden romper barreras y propiciar diálogos fértiles. Hay que evitar, sin embargo, convertirlos en membretes sectarios. La dificultad para el éxito de estas actividades es la difusión en los medios de comunicación masiva, porque las redes sociales no los sustituyen por su focalización en ciertos espacios y pueden tornarse endogámicos. Yo te leo, tú me lees, yo te escucho, tú me escuchas… Para nosotros, quizá el más fructífero de estos ejercicios en el orden internacional sea el Encuentro de Poetas del Mundo Latino. La divulgación en el país es amplia y la presencia de plumas de diversos puntos es enriquecedora.
-¿Crees que los escritores y los artistas en general deban tomar acción en la política?
Todos somos ciudadanos y podemos ejercer nuestros derechos cívicos. Si alguien pone su creación estrictamente al servicio de ideas políticas es una decisión personalísima. Nadie puede estar alejado de la realidad social, pero la creación programática tiene altísimos riesgos. Vladímir Mayakovski insistió en ello con el futurismo, la revista LEF (Frente de Izquierda de las Artes, sobre todo su nueva época), y propaganda a favor de la revolución bolchevique. Sin embargo, a la postre fue acusado de individualista, silenciado por el oficialismo, y se suicidó en un episodio depresivo en 1930. Una vez expurgados sus escritos fue convertido en poeta de Estado. Después, lo ha enaltecido su sentido de búsqueda y rebeldía. El gran poeta Pablo Neruda no escapó en cierta época al culto a Stalin a quien le escribió una oda en 1953, pero igualmente sucedió con otros entrañables poetas como Miguel Hernández y Rafael Alberti. El mal tino político llevó al Nobel a leer en la Universidad de Chile un Saludo a Batista (1944); después, escribiría la Canción de gesta (1960) sobre la Revolución cubana que incluye un poema a Fidel Castro, pero no repetiría estas alabanzas después de ser atacado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba acusado de “aburguesamiento” con Nicolás Guillén a la cabeza. Sin embargo -hablando de cánones-, Harold Bloom expresó que “ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él”.
Por lo demás, nos instruye Ruiz Dueñas, desde la perspectiva histórica, puede decirse que murió en el lado debido de la democracia. Otro ejemplo entre muchos intelectuales europeos es el de Jean Paul Sastre, alineado al liderazgo de Stalin en los años cincuenta del siglo pasado, rompió con Albert Camus a raíz de la publicación de su L’Hommerévolté (1951), donde expresó profundas dudas sobre la naturaleza humana, el marxismo y el existencialismo. Ezra Pound manifestó simpatías por el nacional socialismo de Hitler, fiel a Mussolini y antisemita (lo que aparentemente lamentó al final de su vida), mediante intervenciones radiofónicas a favor del Eje. Fue ubicado en 1945 por su gobierno en un hospital siquiátrico durante doce años, pero pocos han contribuido más a la poesía contemporánea como él. Quizá La Condition Humaine (1933), la novela de André Malraux nos desvele el torrente de las contradicciones internas y la intersección de la vida diaria inundada por los intereses políticos, pero la neutralidad no es asunto menor. En este sentido, las condiciones sociales determinan mucho del comportamiento humano y la ética aparece con valoraciones personalísimas.
Jorge opina que los creadores no se pueden librar fácilmente del contexto de su tiempo y su pasado personal.Pero por extraño que parezca, no todos los creadores por definición tienen filiaciones políticas de “izquierda” (en la amplia gama de acepciones dadas al término). Así Fernando Pessoa, el poeta de los heterónimos, cuya literatura tengo en altísima estima, escribió contra la democracia. Empero, se percató que la dictadura antes defendida no resolvía sus problemas existenciales ni su extraño conservadurismo anárquico. El Estado Novo de Antonio de Oliveira Salazar le llevaría luego a escribir poemas satíricos en contra, y manifestar su anticlericalismo. Antes de morir consideró el sistema monárquico como apropiado para Portugal, pero inviable y se inclinaría “con dolor” a favor de la república.
Por otra parte, la exacerbación de las ideologías lleva a posiciones rígidas para el proceso creativo, como el apotegma “no hay más ruta que la nuestra” de David Alfaro Siqueiros animando el enfrentamiento del muralismo mexicano con el cosmopolitismo generacional de la ruptura. Así, el célebre pintor que también participó en un intento de homicidio a Lev Trotsky y cuya impronta ideológica quedó plasmada en una notable obra plástica. Algo diverso, es el uso de la experiencia personal para la denuncia de lo inaceptable.
La narrativa de Aleksandr Solzhenitsyn, desde su primera novela, Un día en la vida de Ivan Denisovich (1962), y sobre todo su lucha personal, es un recordatorio permanente de la concepción de Erasmo -según creo- sobre la política como categoría moral y la idea de Jeremías Bentham de que lo moral se identifica con la satisfacción de la mayoría. Pude observar sin filtro alguno esa necesidad en la URSS en 1971, tal como me pareció entender a mi amigo Yevgueni Yevtushenko con su pesaroso Adiós bandera roja y el célebre Babi Yar, una denuncia al genocidio soviético del pueblo judío mediante su visión del internacionalismo. Ese mismo poeta siberiano, entonces joven, que pregunta al gran compositor Dmitri Shostakóvich, por qué siempre lo veía a su lado escribiendo notas en las reuniones de intelectuales citados por Nikita Jrushchov, quien jugaba con ellos al gato y al ratón preguntándoles si era conveniente decir allí mismo los nombres de los artistas “traidores”, ante el entusiasmo de Mijaíl Shólojov quien en primera fila le animaba a revelarlos. Shostakóvich -por lo visto un temeroso criptodisidente y extraordinario músico- le respondió: “Para no tener que aplaudir”, a pesar de que La canción de los bosques hubo de ser dedicada a Stalin. Babi Yar fue un punto de conexión de León Felipe, mi primer maestro, y Yevtushenko, que corrobora la diferencia de la denuncia universal a través del arte, frente a la propaganda. El “poeta del éxodo y el llanto”, en La insignia, leída ante sus camaradas en Barcelona frente a la inminente derrota de la Segunda República Española, denunció el sectarismo de “las fidelidades fragmentarias”. Lo que el poeta español pedía era defender la justicia: “[…] con una lanza rota y con una visera de papel”, no partidos ni iglesias.
Pero, continúa Jorge, es equívoco considerar que sólo en la modernidad el artista se plantea su obra al servicio de ideas políticas. Como sabemos, Dante Aliguieri hundió en los infiernos a sus enemigos en su Commedia, y también echo mano de su elocuencia durante su exilio vitalicio en Convivio y De vulgari eloquentia, sin olvidar obras tan singulares como De Monarchia y Quaestio de aqua et terra. Grandes obras plásticas desde la antigüedad hasta llegar a las dramáticas batallas napoleónicas, estuvieron al servicio del poder al inmortalizar personajes e ideario políticos. Sin embargo, no podemos confundir esas intenciones con el genio de Francisco de Goya en su periodo de Los desastres de la guerra, en particular sus pinturas de 1814: La carga de los mamelucos y Los fusilamientos del tres de mayo. De nuevo, el mensaje es una denuncia. De igual manera lo es el celebérrimo Guernica de Pablo Picasso. Por lo demás, Eugenio Montale se preguntaba si considerarse “reaccionario” como Baudelaire, Dostoievski, Pessoa o Ezra Pound, no era otra forma de ejercicio político en la literatura. Cualquiera que sea la respuesta dada en estos días a la cuestión de la acción política de los artistas, me parece atendible la advertencia de Marguerite Yourcenar en su breve ensayo “Borges o el vidente” (En pèlerin et en étranger, 1989): “La poesía patriótica o partidaria suele ser la que antes se desmorona en la obra de un poeta […]”. Ese testimonio de nuestro tiempo, al que ya me he referido, reclama un compromiso humanista en la esfera pública. Vuelvo al principio: la militancia es una decisión personal y proselitista. Para ello, preferiría el abordaje del ensayo académico y el periodismo de opinión. No la poesía.
-¿Crees que en México y en otras partes del mundo existe algo como el culto al escritor o esa imagen está devaluada?
Esa admiración existió en tiempos pasados. Aún se recuerda el viaje de retorno al país del cuerpo de Amado Nervo y las multitudes que congregó a su paso. Yevgueni Yevtushenko se consideró un poeta de los estadios los cuales colmaba en sus presentaciones. Y tengo presente los honores funerarios a Gabriel García Márquez en el Palacio Nacional de Bellas Artes a donde se vieron desfilar millares de personas ante sus cenizas. Pero son cada vez más hechos aislados. El último fenómeno ha sido Joanne Rowling con su personaje fantástico Harry Potter, desdeñada por las academias, a pesar del fenómeno que significó propulsar millones de lectores jóvenes en el mundo. Pero en los tiempos que vivimos no hay culto al escritor, salvo en los ámbitos intelectuales, por muy resonante que parezcan las ocho columnas de algunos periódicos en obituarios o al difundirse los galardones. No son de ninguna manera fenómenos de masas. Menos aún en países de pocos lectores. La trivialidad, las redes sociales, los medios de comunicación electrónicos, han llevado a la cúspide a expresiones urbanas ajenas sin antecedentes en las comunidades nacionales, líderes sociales de generación espontánea, replicadores de cotilleos y contracultura, sobrevaloradas actividades fincadas en el ocio, intencionada confusión de los medios y algunos gobiernos entre recreación y creación cultural, antagonismo artificial impulsado por motivos políticos entre la llamada alta cultura y la cultura popular, entre otros muchos fenómenos auspiciados por una civilización decadente. Más aún, la galaxia Lumière va erosionando a la galaxia Gutemberg cada vez con mayor éxito…
-¿Cómo te gustaría ser recordado?
Sólo puedo pensar en mi ámbito personal. Respecto a mi trabajo literario no me preocupo por legados de ninguna especie. Me parece, además de pretencioso, inútil. Pero debo admitir que, en efecto, hay quienes mantienen una alerta diligente sobre ello. Cómo poeta hago propia la idea de mi viejo amigo Enrique Molina de forjar un plan para el olvido. Cualquier obra está sujeta al tiempo, pero no es infrecuente que haya quienes partan del atributo equívoco de lo perdurable. Uno de los grandes valores del lenguaje es la posibilidad de crear mundos intangibles, sin embargo, la insuficiencia de la palabra hace la creación literaria más frágil y siempre está sujeta a la finitud.
-¿En qué proyecto trabajas actualmente?
Estoy en el proceso editorial del libro que he mencionado, Cálamo y memoria, con ensayos y comentarios fundamentalmente literarios, algunos ya difundidos antes, previas adecuaciones. Otros son temas más personales e inéditos. Refundir estos textos ha sido un proceso largo y siempre sujeto al desafío de traer el pasado al presente. Es decir, de acuerdo con las concepciones de la antigüedad, hacer pasar por el corazón un conocimiento propio o sobre los otros.
Tengo también un libro de poemas concluido hace tiempo. Quizá mi último poemario. No publicarlo lo somete a periódicas lecturas en las que siempre hay algo por enmendar. Debo desprenderme de este mecanuscrito, para seguir cerrando algunos expedientes, como les llamo, que están entre lo ya descendido al papel y lo que aún deambula en mi mente. Por lo demás, sigo pensando en la memoria como un relámpago en la oscuridad de la ausencia. Esa ausencia llegará y debo aceptar mi incapacidad de recuperar mucho de lo postergado.
Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, donde ocupa la Silla XIII. Esperamos con ansias Cálamo y memoria.