La recomendación de este espacio quincenal es DÍAS DE MUERTOS de Gerardo Lima. Gerardo es un joven escritor mexicano que lleva ya algunos años elaborando un universo de terror muy personal con guiños a las distintas tradiciones de la provincia mexicana, así como uno que otro homenaje a la literatura de horror anglosajona que seguro más de un lector reconocerá con agrado.
DÍAS DE MUERTOS es una colección de cuentos que sudan verdadero horror cósmico, solo que no ocurren en pueblitos de Nueva Inglaterra como Dunwich, o Innsmouth, o Arkham, sino en Zacatecas; en Coahuila, comiendo gorditas en Torreón; en Monclova, en Durango, siempre siguiendo el Camino Real de Tierra Adentro, la antigua Ruta de la Plata de la época colonial, del virreinato. En aquellos lugares bajo la sombra de la Sierra Madre “que permanece atenta como serpiente de cascabel”, o en algún valle perdido en la Huasteca, donde hay altares a los santos y a Pancho Villa y Jesús Malverde.
En un relato, un hombre desesperado lleva a su novia, víctima del cáncer, a buscar al Niño Santo, el famoso Niño Fidencio del pueblito de Espinazo, en Nuevo León, para intentar curarla. (El caso del Niño Fidencio ocurrió en la vida real, entre sus muchos “milagros”, supuestamente le quitó la lepra a Plutarco Elías Calles cuando era presidente. La Iglesia católica no le reconoce estatus oficial de santo, pero su culto se ha extendido por gran parte del norte de México, y hasta película existe). Poco a poco, sin embargo, resulta que ella es la que empieza a curar, a realizar milagros. Peregrinos de todas partes comienzan a llegar, hasta el gobernador mismo de Nuevo León, así como el jefe del cártel… Pero esta mujer “cura” de una manera distinta. Ella tiene algo metido, pero no es el santo sino una bestia primigenia, en sus rituales solo se oye la voz de una mujer gritando entre los espacios interestelares. Lo que tiene adentro no es al dios de las iglesias, sino un gusano negro, un dios de los abismos del espacio profundo.
Otro cuento nos habla sobre la Tlahuelpuchi, la bruja de Tlaxcala que come sangre como vampiro, sobre las brujas de México, tan diferentes a las de Europa, que saltan de un árbol a otro como bolas de fuego. De las mujeres que devoran a sus propios niños. La protagonista, una joven embarazada, descubre que no todo es como lo pintan. Otro más nos habla de cómo Dios no tiene barbas blancas y ojos azules, sino cuernos de venado, astas de ciervo…
Imagino que al leer estas descripciones muchos van a usar la cansada etiqueta de “Lovecraftiano” para etiquetarlos. Yo más bien argumentaría que estos relatos beben de una vena más antigua, desde Blackwood (“Los sauces” y “El Wendigo”) hasta Machen (“El gran dios Pan”), a la hora de describir esos bosques y páramos milenarios y lo que se esconde en ellos. Lo que Gerardo hace aquí (y ya desde su anterior MEGALOCEROS) es intentar crear una nueva mitología mexicana para el siglo XXI, crear su propio panteón de dioses a la William Blake (aunque hoy en día creo que solo Alan Moore le hace caso a Blake).
Casi todas las historias reunidas en ese anterior libro giraban alrededor de “Amarillo”, la pequeña ciudad (en la capital le dirían pueblo) en Tierra Grande, al “este” de Tamaulipas, donde se persignan con el signo del ciervo. Relatos sobre los enormes gamos que caminan en dos patas, el Gran Dios Cornudo de la gruta paleolítica de Trois Fréres. Donde en pleno México moderno se realizan todavía sacrificios paganos, a la THE WICKER MAN, y el Niño de Amarillo y el Dios Arbolado causan insomnio.
Ojalá más gente se anime a comprarlo y le dé una oportunidad a este universo, mucho más cercano a nosotros que aquellos relatos de los Mitos de Cthulhu que, sin embargo, seguimos amando.