Eduardo Hurtado Montalvo, nació en la Ciudad de México, el 13 de octubre de 1950. Es poeta, editor y ensayista. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Ha trabajado en las editoriales Beatriz Trueblood, Joaquín Mortiz, Ediciones de Cultura Popular, Ediciones Toledo, La Máquina de Escribir, Vuelta y Ocelote. Fue jefe de Medios de Canal Once (TV cultural). Ha sido director literario de la Casa del Poeta Ramón López Velarde de la Ciudad de México. Ganó el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada en 2005, por Las diez mil cosas.
– ¿Crees que Paz marcó la pauta para el ejercicio en México de nueva poesía? ¿Qué tipo de poesía se escribe en nuestro país?
Octavio Paz es uno de los poetas más originales y versátiles de nuestra lengua. Lejos de ser conservadora, su poesía continúa alentando la aventura y el riesgo, sin detrimento del rigor y la mirada crítica. Poetas con una voz inconfundible como Gerardo Deniz, Sergio Mondragón, Marco Antonio Montes de Oca o Eduardo Lizalde son impensables sin Paz. No sólo eso, la producción del Nobel mexicano, fértil en tentativas y registros, resignifica nuestro pasado poético, le otorga una dimensión inédita a la obra de otros autores cardinales: a López Velarde y Tablada, Pellicer y Villaurrutia, Maples Arce y Gorostiza los leemos con otros ojos después de Paz. Desde luego, y esto suele ocurrir con los personajes centrales de una tradición, en torno suyo ha surgido una legión de epígonos que fabrican pobres remedos con todo aquello que alcanzan a saquear. No son el resultado de una supuesta inclinación conservadora de Paz: simple y llanamente tratan de salvar sus carencias imitándolo.
Lo mismo ha ocurrido en torno a Efraín Huerta, otro poeta cardinal del siglo XX mexicano: es abrumadora la cantidad de versificadores entusiastas que, agitados por el espejismo de la facilidad, elaboran y divulgan falsos poemínimos. Pero ni Huerta ni Paz, estrictos contemporáneos, se resignaron a postrarse ante la realidad que les tocó vivir. Ninguno consideró que esa realidad era inmodificable, o que no valía la pena tratar de cambiarla. Cada uno de ellos, desde posiciones distintas y a menudo encontradas, combatió el conformismo y se opuso al statu quo. Ninguno fue un poeta conservador.
La ferocidad con la que Huerta se ocupó de caricaturizar una época y una sociedad, no es muy distinta del disgusto con los que Paz exhibe los horrores y ruindades del Mercado. Por lo demás, estoy convencido de que toda poesía tiene una dimensión subversiva, refractaria a las simulaciones y los convencionalismos. La idea de una poesía conservadora representa, para mí, una contradicción en los términos, porque la poesía es inconforme por naturaleza. Que un poeta contemporáneo se valga de metros y estrofas clásicos no lo convierte en un conservador. De igual forma, no se puede sostener de forma inequívoca que aquel que echa mano de recursos formales inusitados ya es, por ese mero hecho, un innovador. Lo que de verdad cuenta es decir lo propio con veracidad y hondura.
-¿Qué piensas de los poetas que presumen de que no leen? ¿Es preciso leer mucha poesía para ser buen poeta?
Un poema, todo buen poema, ya representa una posibilidad de establecer contacto con una dimensión inusitada de la realidad. Los poemas son un espacio abierto a la experiencia en profundidad de lo real, nos permiten vislumbrar aquello que Seamus Heaney ha llamado, con extraordinaria puntualidad, “la cosa escondida”. No puedo imaginarme un poeta dispuesto a renunciar a esa manifestación esencial de la realidad que es posible hallar en un buen poema.
Por lo demás, ¿cómo podría encontrar una voz personal aquel que ignora los caminos que otros exploraron para dar con la suya? ¿Cómo reconocer las palabras precisas sin asomarse a las de aquellos que han dado con las suyas? Es absurdo suponer que se puede escribir poesía sin acercarse a las formas primordiales en que ella misma se revela.
-¿Quiénes son los poetas mexicanos vivos que más te inspiran?
Voy a citar a Borges para responderte. Él afirma que una tradición es mucho más que un repertorio arbitrario de símbolos: es un modo de sentir la realidad. Para distinguir aquello que pudiera definir una poesía mexicana tendríamos que cavar en busca de una constante, un modo de sentir común a los diversos autores que integran ese mosaico variopinto de autores que conviven en ese apartado. Tal vez yo he fundado mi propio canon o, más modestamente, he anotado en mi libreta la lista de mis favoritos, a partir del hallazgo inconsciente de ciertas atmósferas que me remontan a experiencias muy íntimas del México que me ha tocado ver.
Por lo demás, ya van siendo pocos los poetas vivos pertenecientes a las generaciones anteriores a la mía. Entre ellos, Eduardo Lizalde ocupa un sitio primordial en mis preferencias, seguido de Sergio Mondragón. Pero son varios los miembros de esa generación, vivos o no, que forman parte sustancial de mi biografía de lector: Isabel Fraire, Gerardo Deniz, José Carlos Becerra y Marco Antonio Montes de Oca, entre muchos otros.
El de “poetas vivos” es un rubro que lleva implícita una idea peculiar: “autores con trayectoria, reconocimiento, muchos años sobre la espalda y, claro está, que aún no han muerto”. Pues bien: en esa sección tienen cabida ya los poetas de mi generación. Yo no podría hacerte una lista razonablemente breve de aquellos de mis contemporáneos cuya obra me entusiasma. Además, por estar todos tan cercanos a mi momento y trayectoria, carezco de la perspectiva necesaria como para considerarlos bajo una mirada objetiva.
-¿Consideras que el poeta debe ser una persona libre de ataduras, sin religión ni política?
Ni la religión ni la política son en sí mismas ataduras. Toda obra poética está inevitablemente vinculada a las creencias del artista, como también lo está a sus incertidumbres, sus filias y sus fobias. Creo, sin embargo, que el poeta necesita de un margen de duda muy grande para sostener su apuesta por el libre albedrío, su rechazo a toda forma de opresión y control. Sus entusiasmos suelen estar del lado de las libertades y en contra de los fanatismos.
-¿El poeta puede ser universal, aunque sea regionalista?
Como la pregunta no deja de ser retórica, voy a contestar con un argumento propio de Pero Grullo: en cualquier comunidad, en la región más remota del mundo, están presentes los grandes defectos y las mayores virtudes del ser humano. Quien sepa verlos, quien tenga el talento para explorarlos y expresarlos, de manera inevitable abarcará los temas más trascendentes que preocupan y ocupan a nuestra especie.
-Platícame un poco de ti, dónde naciste, con quién creciste, cómo te diste cuenta de que eras poeta.
Nací y pasé mi infancia en la Ciudad de México. No me gusta llamarla así, por cierto, no le encuentro un gentilicio decoroso. Extraño su nombre antiguo, con el que yo crecí: el Distrito Federal. La mayor parte de mi vida he sido defeño. Sin embargo, crecí en una familia esencialmente campechana: mi padre y mi madre son de Campeche; hablé campechano, comí campechano. Esta circunstancia me dio una primera identidad, un habla que me gustaba presumirles a mis compañeros de escuela. Ciertas palabras de origen maya formaron parte de mi acervo lingüístico. Cuando cumplí doce años, la familia entera, mi papá, mi mamá y mis cuatro hermanos, emigramos al noroeste del país, a Tijuana, donde residí hasta los 18 y a donde he regresado luego de cinco décadas. Aquí me hice de otro lenguaje, diferente al chilango y el campechano originarios. Esta mezcla de hablas ha sido importante en mi trayectoria como escritor. Empecé a redactar poemas hacia los 14 años, motivado por mis lecturas del Romancero y el Tesoro del declamador.
-¿Los poetas deben escribir todos los días o sólo cuando la “musa” los llama? ¿Deben atacar la hoja en blanco o esperar la luz?
No existe un deber, ni una receta, ni una regla general. Jamás le diré a un joven poeta que para crear una obra significativa es imprescindible escribir todos los días. Yo no hago versos a diario, pero sí leo de forma permanente. Para reconocer los territorios de contacto con la poesía es preciso leer a los buenos poetas. La tradición es, en cierto sentido, un mapa, una ruta practicable que cada autor recorre y reconfigura con nuevos aportes y nuevos trazos. Y hay que aprender también, porque se trata de un aprendizaje, a vivir atentos a la poesía en el mundo, a sus apariciones cotidianas.
-¿Crees que los poetas son solidarios unos con otros?
No es fácil, nunca lo ha sido, la convivencia entre poetas. Hay un instinto de competencia que dificulta la camaradería, en especial entre los miembros de una misma generación. A los mayores, a los que te preceden en el tiempo, tiendes a asumirlos como maestros; con los más jóvenes, las relaciones pueden y suelen darse en términos de cordialidad, de un estimulante intercambio de ideas y experiencias. Pero entre aquellos que son estrictamente contemporáneos no deja de haber cierto recelo que, claro está, hace problemático el reconocimiento. Eso no impide que afloren, incluso con el ingrediente de una cierta rivalidad, grandes amistades, gestos de admiración hacia aquellos que, al final del día, han sido tus compañeros de ruta.
-¿Cómo es tu proceso creativo? ¿A qué hora escribes?
Escribo preferentemente a muy altas horas de la noche, cuando el teléfono deja de sonar y las resonancias de todo lo vivido a lo largo del día se han asentado un poco. En los últimos años suelo ir reuniendo versiones preliminares de varios textos, para luego dedicar un largo periodo a releer, dar forma, buscar correspondencias, probar títulos, etcétera. Esta labor la disfruto muchísimo: es entonces cuando ejerzo de verdad ese proceso de excavación que me pone en contacto con el momento originario de la experiencia vertida en un primer esbozo. No sé bien cómo formular esta idea, esta manera personal mía de completar la escritura: es como explorar en lo profundo la emoción primordial que activó la necesidad de acudir a las palabras; como buscar en las palabras inicialmente anotadas la raíz de aquella visión que las convocó.
-¿Hay una intención en el acto de ser poeta? ¿Se busca la trascendencia, o por qué se escribe poesía, con qué fin?
Creo que cada poeta tiene sus propias respuestas a estas preguntas. Yo no puedo sino confirmar lo que he contestado siempre: escribir poemas es, para mí, una necesidad ineludible.
-Fabio Morábito sostiene que muchas personas se dedican a la poesía sin ser poetas, sin tener el don, ¿qué opinión te merece su comentario?
Que no deja de tener razón. El problema, sin embargo, está en definir qué cosa es ese don, con qué parámetros se sanciona su ausencia o su presencia. Un lector con muy buen ojo pudo leer los primeros poemas de Whitman, aquellos que redactó antes de descubrir la veta pródiga de las Hojas de hierba, y establecer de manera concluyente la completa falta de talento del buen Walter. La perseverancia, el ejercicio mismo de la escritura, pueden propiciar en algunos casos la aparición de un talento recóndito que, digámoslo así, no había encontrado su zona propicia.
-¿En qué trabajas en la actualidad?
Trabajo en varios proyectos: un libro de ensayos sobre poesía; otro de poemas en los que intento, a la manera de Francis Ponge, cederles la voz a los objetos, y uno más cuyos asuntos me han sugerido algunos amigos cercanos y que se titula Por encargo.
Ha impartido cursos y talleres en distintos estados de la República Mexicana, Argentina, Panamá, Venezuela y España. Ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer en el año 2005. Autor de varias obras antológicas de poesía hispanoamericana, poemarios y libros de ensayo, además de notas y artículos sobre poesía difundidos en diversas publicaciones periódicas de México e Hispanoamérica.