Romero Kio
El momento exacto.
Comenzaron a morder las hojas de rúcula
luego las de salvia, tomate, brócoli
fui paciente, respetuoso con ellas.
Durante meses, entré por las noches al invernadero a retirarlas
colocándolas en la planicie de la pala. Llevándolas hasta el cerco
o a algún lugar con vegetales, donde tuvieran alimento
que no fuera
mi plantación.
Siempre me encantó ver los hilos que dejan orugas o caracoles al moverse
arrastrándose sobre su propio brillo. Eso mismo
fue lo que me ayudó a notar si habían pasado entre las plantas
el camino resplandeciente de un nácar destellante
lo que ellas dejan en su transitar.
Verlas me genera repulsión corporal, aún mientras lo escribo.
Aunque se alimenten de cosas verdes, son albinas
su piel translúcida deja ver su interior blanquecino.
Se presentan como pequeños intestinos sueltos
de un cuerpo extraño o desconocido, vagando entre los seres
a los que doy tiempo, agua y dedicación.
Molí ajos y los dejé macerar en agua para que la repulsión
la sintieran ellas y decidieran retirarse de mi invernadero
cosa que hicieron por unos días y luego volvieron a aparecer
debajo de las macetas o detrás de la madera que sostiene el nylon
que abriga mis plantas.
Entendí que tenían derecho a alimentarse, por eso
las quité cuidadosamente.
Entendí que no era suficiente quitarlas con la pala, cuidadosamente.
Entendí que debía hacer un acto repelente.
Entendí que nada de eso
bastaba.
Ya no puedo decir que soy antiespecista.
Ahora, sencillamente, las mato con lo que tengo a mano.
Las aplasto con fuerza, con amor, porque también entendí
que luego de haber intentado distintas opciones
y fracasado en todas, parezco decidido a matar aquello que quiera
terminar conmigo o con lo que cuido, si es que existe
diferencia.
Pero el relato de estos hechos, solo explica los hechos.
No me considero víctima de intentos fallidos
no es por cansancio que mato, tampoco debe entenderse
como una apología de aquellos que afirman
“mató por amor”, sino más bien hablo, sobre un tiempo, una
dificultad
para llevar a la acción algo que, probablemente solo
se estuvo retrasando
y estaba decidido desde un principio
pero no existió ánimo siquiera para pensarlo
porque no es fácil aniquilar un cuerpo
que va a destruir lo propio y mientras lo hace
marca una estela de brillo inconfundible.
3 marzo 2024
***
pradera
Yo me daba a entender
debajo de las vendimias
como si entendiera sus raíces
y sus parcelas, el campo
estaba hecho de un rencor liso
misericordioso
como un hábito.
Los ángeles no sabían si estremecerse o brotar
lo gigantesco seguía siendo golondrinas, yo
moría o moraba –no lo sé-
con algunos tajos azules en los brazos.
Del cemento no quedaban rastros
tampoco de las escaleras
pero yo/ ya tenía recuerdos.
El calor de las ambulancias derretía todo lo verde
el pasto, negro y vivo
se arqueaba con el viento.
En algún momento, tuve edad
y sentí la brisa abalanzarse en mis mejillas.
Los resultados del siniestro fueron mejores
los cascos quedaban abiertos como el bosque por el fuego,
para doblar las cosas que venían del futuro
me vestí de campanita, de las más bajas
y era rosada, si no fuera por ese tono
podría decir que parecía una gota de cristal en la que se guardan polvos
de finos venenos.
Asi eran las cosas. Verticales, como una voluntad de poner punto aparte y que ello no afecte a los costados
pero luego yo venía colgada en la cinta de unas bolsitas de silencio
muy compactas
adquiridas en la calle principal
donde todo lo amigable empezaba a ser vagabundo como la marca de la ola de mar
en la arena.
La pradera estuvo hecha de agua, mareas, vaivenes y sal.
Perdí mis tarjetas y mis apellidos. Creo que asi empecé a ser un animal
condecorado por los árboles.
Todo lo cotidiano estaba trepanado, la cárcel
no daba amor ni vejéz
los sistemas de mi cuerpo se repartían en distintas áreas del globo terráqueo.
Tuve que responder a la pregunta sobre mi cuerpo/ si mi cuerpo era una superficie global
o si ya lo había perdido todo en las batallas del verano.
Después llegaron los gritos, por los pasillos corría gente despierta y se desconocía el nombre de lo sembrado. Un pequeño apartamento, sin agua y sin luz era el estandarte de lxs que corrían. Yo prefería el verano. De todos modos las frutas serían inalcanzables y esa era la respuesta completa a la pregunta sobre mi cuerpo.
Me compré un saquito entallado, corto y marrón. Caminé por distintas avenidas de doble circulación sin llagas en los pies. Era parecida al llamado telefónico para pedirme mi secuestro. Cada perla se enceguecía en su ostra como un detalle de su religión marina.
enero 2014
***
Acciones, no verbos.
Acostumbro a escarbar en cualquier tema que llame
mi atención.
Mi padre también lo hacía, pero en la tierra
para encontrar fósiles: amonites, trilobites
dientes o vértebras
de tiburón.
Algunas acciones se impregnan en el aire que rodea un cuerpo
y éste las reitera casi, sin darse cuenta.
Alguien las seguirá haciendo de una u otra forma
cuando yo no esté.
Mi interés no tiene que ver con las tradiciones
para mí lo importante no es puntualmente
el hecho en sí de escarbar
sino la supervivencia autónoma de una acción
que se reitera como estaciones
aunque de manera aleatoria o dispar. Lo enamorable
es que una acción ínfima, sutil, imperceptible
pueda atravesar el tiempo
y convertirse en protagonista principal de una historia
como una esfera arrojada sobre la superficie del vacío
rebotando en ella sin detenerse.
marzo 2024
La muerte conservada.
Uno de los vicios de mi madre fue la limpieza
y con ella, la conservación.
Guardaba jabones sin envoltorio
entre los dobleces de las toallas limpias.
Ducharse después de lavado del baño o pisar luego del encerado
eran sus prohibiciones predilectas entre una lista interminable.
Así la casa donde ella habitaba
resplandecía
como un campo en plena tarde soleada.
Yo me movía en sus resultados
ausente
entre la frialdad de las fragancias.
El equilibrio es un estado que siempre consideré interesante.
Aun sin saberlo y siendo niña
decidí oscurecer y conservarme sucia
para sobrevivir a mi segura extinción ante el brillo.
No la responsabilizo ni le agradezco, adquirí mis propios vicios
buscando causas y razones. El vicio puede matar
y cada una ha sido fiel a los propios. El vicio
también es un modo de conservar
la propia respiración ante lo muerto.
agosto 2020
***
Manzanitas.
Recojo manzanitas silvestres
caídas en el pasto
de la plaza del barrio
detrás del tobogán, cerca
de las hamacas.
Las preparo en mi cocina
para hacer vinagre
y quedan en el frasco
donde reposaran tres semanas.
El resultado de la fermentación
será un líquido ácido
pero tendrá en su sabor
un dejo dulce
por la memoria
de risas
gritos
voces
de niñxs jugando
que se impregnaron
en los cuerpos
de las manzanitas silvestres.
Nada de gritos de colonos.
Nada de estruendos.
Nada de la voz de unxniñx diciendo
jugábamos a la pelota
todo explotó de golpe
mi primo murió.
Nada de la voz de unxniñx diciendo
iba a la escuela
tenía las mejores notas del curso
pero eso ya no existe.
Se acabó.
Nada de la voz unxniñx diciendo
duermo en la calle
porque ahí me siento seguro
los sionistas buscan grupos
no van a usar 36000 dólares
para tirarme una bomba
a mí solo.
Nada de voces de niñxs
diciendo que explotaron
los cuerpos de lxsotrxs.
Ojalá haya cesado el fuego
para cuando el vinagre esté listo.
Entonces lo probaré
recordando en su sabor
la memoria que trajeron
en sus cuerpos
aquellas manzanitas silvestres.
Ojalá haya cesado el fuego
para cuando el vinagre esté listo.
Entonces lo probaré
imaginando las palabras
que habrán
quedado impregnadas
en los cuerpos
de manzanitas silvestres
en campos palestinos.
Esas que no conozco.
Ni sé si existen.
Ni quiero olvidar.
marzo 2024
Romero Kio (Mar del Plata, 1964). Vive en Furilofche (Río Negro), allí nacieron sus tres hijes.
—————————————–
Ricardo Rojas Ayrala
Poemas Sarracenos
Oratorio de la Santa Rabia que se va y vuelve y se va
En la noche dichosa, / en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa, / sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
San Juan de la Cruz
Viandante nulo, desacalambrate, ¡tontito crepuscular!
y al rajarte de sopetón en algún amoroso y trémulo
horizonte: imperdonable oveja grisácea en la bruma.
Gozá ahora, mañana será tarde siempre.
Ah, divina señora de la santa rabia que se va
y vuelve, y se va y vuelve.
***
Hórrido, desenchufá la motosierra y estertoreá mirando
a los vencejos para jurar el bien, la cosa, perjurar en la dicha
y jurar el mal, la tragedia popular, jurar los simples engaños,
al entrar en las cataratas, en el borbotón, en el puro miedo,
en la delación, en el amor más loco, la pausa y en el olvido.
Puta vos y puto yo. Desenchufá la aurora. Putos todos.
Ah, divina señora de la santa rabia que se va
y vuelve, y se va y vuelve.
***
Las pasamanerías del infortunio cien por ciento argentas
destensá, sin su broderí de ausencias, prepotencias y penurias,
de carnes, de fiebres, de tener todo todo todo que perder,
de la sed y de tener nada más que perder. Como en Lhasa
amigos son tus hambres, tus dioses, tu pérdidas y tus demonios.
Ah, divina señora de la santa rabia que se va
y vuelve, y se va y vuelve.
***
A los bonachones pulidores de prismas frecuentá,
en tal desastre, pues el enamoramiento inconveniente
mide todas las cosas tan esmeradas, soñadoras, falsas,
ridículas, siempre tarde, trascendentes y aún más,
que se atisban apenas mirando en lo hondo del abismo,
debajo, para los costados, en este flanco y para arriba.
Ah, divina señora de la santa rabia que se va
y vuelve, y se va y vuelve.
***
Bien, en otras ramas aciagas, el jilguerito perspicaz
silba un haiku para las últimas, aquellas y para las primeras,
mientras tenemos urgente sexo -tan prohibido- con todas,
y con nadie, y no nos queda paciencia general alguna
ni otro berenjenal, ni ninguna huida mejor por los siete reinos
para defendernos después de la parsimonia, del dolor,
de la lluvia, de la clausura de todos nuestros derechos,
de los remordimientos y del rosario gordo de tantas injusticias.
¿No lo ves? Oportuna es la vida, en la calle, en la protesta.
Ah, divina señora de la santa rabia que se va
y vuelve, y se va y vuelve.
***
Después, hospicianos en nuestras meras plegarias,
en la eterna mutación de la materia, los besos y las almas
por cada uno de estos abusos de poder, de los gases, las balas
y los atropellos de cada día: la luz, la manteca, el gas, el bondi
con místicos broncoespasmos para algún perdón
-tan arbitrario como impensado- que jamás sucede.
Reír, mirar las nueve nubes pasar y amar ¿qué más hay?
Ah, divina señora de la santa rabia que se va
y vuelve, y se va y vuelve.
***
Ocasional, orilleá el porvenir como si tal cosa,
lo neoliberal es la muerte, la sombra, la miseria,
más allá de cada lobo que tensa su fanatismo
al esconder sus deseos más inconfesables con tontadas
poné el plexo solar enhiesto cortando el rocío y esperá.
En los orgasmos, he ahí la bienaventuranza.
Ah, divina señora de la santa rabia que se va
y vuelve, y se va y vuelve.
***
Desenfardá en este mismo momento tremendo
un infinito celeste y azul y rojo y verde que nos contenga.
La persona que ama, ya deducís, es inmortal
mientras ama. Salíle a la tragedia, en lo espontáneo,
a lo que vendrá. Salíle de una vez, dale.
Ah, divina señora de la santa rabia que se va
y vuelve, y se va y vuelve.
(Inédito)
Peñón
Igual que nuestros oscuros gobernantes
eres cruel con los demás,
Sísifo,
como la peor de las fieras.
Pero también eres inteligente y habilidoso,
como el que más,
también es justo decirlo,
Sísifo.
Pero ni atisbas el significado
de la palabra escrúpulo.
¡Sísifo,
aléjate de las colinas
y de los peñascos!
(De La lengua de Calibán, poesía,
Fondo de Cultura Económica, México, 2005)
***
Canta un cisne de Valdivia
Y esa cabeza que se dobla para escuchar
un murmullo en la Eternidad…
Vicente Huidobro
Soy el último.
¿Qué otro privilegio
es más tonto
que éste?
Todos los míos han muerto
de hambre,
o no se qué,
en el frío espejo
de este río contaminado.
No puedo sostener
mi cabeza
fuera del agua.
Sólo la aurora
nos extrañará
de algún modo.
(De Argumentos para disuadir a una jauría y otros usos civiles,
poesía, Descierto, Argentina, 2013.)
***
Último argumento de cualquier Eurípides
para disuadir a una jauría
Padre del manso alivio, acude leve.
Antón Arrufat
Si acaso supieran, ustedes,
nobles asesinos,
que siempre luché a favor de la razón,
la belleza y la piedad.
Si apenas pudieran vislumbrar el sentido
de la palabra justicia.
Quizá.
¿Qué gobierna vuestro juicio?
¿La venganza? ¿La ira?
¿Una cantidad exacta de monedas fenicias?
¿Alguna violenta sinrazón?
¿El hambre, apenas?
Si no tuvieran tanta sed de sangre,
en este caso,
la de un pobre y resignado literato…
Como a cualquier insensible asesino de Nubia
esos ardores les ciegan el entendimiento,
si es que a él tienen acceso, ustedes,
de algún modo.
Pero yo no les niego mi carne
por cobardía… No.
No puedan malinterpretarme.
¿Quién, cinco segundos antes de morir,
no aguarda al deus ex machina,
que lo salve de atravesar estos abismos?
Sólo necesito algo de tiempo,
un poco de tiempo. Sin duda.
Unos instantes más,
al menos, ahora.
¿Quién no los necesita?
No es clemencia
lo que solicito a vuestra avidez,
nobles asesinos.
Horrores más grandes que estos
me esperan, intuyo,
en la quietud de la eternidad.
porque únicamente los justos,
ya muertos,
son los que duermen felices
estos olvidos.
Dulces dentelladas.
Temibles tarascones.
Oh, sangre mía.
Oh, bárbaros.
(De Argumentos para disuadir a una jauría y otros usos civiles,
poesía, Descierto, Argentina, 2013.)
***
El último elefante sagrado
Si los ojos fueran unos, íntimamente unos,
con la gracia del mundo…
Juan L. Ortiz
¡Ea! mes nuevo, de la gratitud vieja, en esta nueva ola
armamentista, de la voz de la gracia que termina jamás
de nacer, ya mismo, en el «youtube» de la desesperación, en
tales desaciertos tan capitalistas y sesudos, en tales
desocupaciones y hambrunas. ¡Amnésicos de la corte!
Componiendo alegres sonatinas para abúlicos con matrícula.
Obviando esos otros mendigos que te piden luz como un
libro de horas olvidado en el tren vacío a «ningún lado»,
que te exigen monedas de cincuenta como un rosario viejo,
que te reclaman piedras muertas bien contaminadas con
«galio», capaces de sostener alguna liturgia en su plasma
más infinito, como una novedosa plegaria de las diez, que
te intiman reyezuelos, o sicarios adolescentes, o papables
viejos, o falsos «manosantas», como un cáliz de amargores
que son intraducibles a cualquier verso mejor…
Y que reciben balazos, indiferentes balazos,
balazos, sólo.
El vozarrón del desarrapado tronco de sauce negro partido
por temor. Oscuros candores. Oscuras desazones. Oscuros
números atómicos. Negror. Ni los lobos más famélicos
y más desesperados aullan en esta noche de termitas.
El valor, por todos o por nadie, la misma cosa, el mismo
«joystick». El último elefante sagrado, «desmayado» en el
centro del universo, en el centro de las gasas del infinito,
en nuestro menos estropeado «vintage». Volveremos abrazados
por debajo del estado de las cosas, por encima de la nada,
por en medio de todo. Transmigraremos en aquel «shopping»
amnésico. Anestésico. Acullá.
¿Cuándo, niño que revolea pelotas en los semáforos? ¿Cuándo,
hombre? ¿Cuándo, señor juez? ¿Cuándo, mi hermosa mujercita
negra oronda con su vestido de algodón azul? ¿Cuándo, indio
sublevado «de veras»? ¿Cuándo, cuándo, cuándo?
Y nos iremos de allí hasta encontrarnos con el elefante
sagrado en la desmesura de los días negros, negros, negros.
En los días truncos. En el chancro. En la convulsión. En los
altos del «Golán». En las bizqueras más sentidas. En su
«copy/paste». En su nueva droga de diseño.
¿Qué subirán, ahora, cómo ídolo? ¿Cuál cáliz en su oferta,
padre? ¿Qué pasión para ser apartada? ¿Cómo? ¿Esto,
nada más? Aunque sea casi imposible falsificar un alma, un
estetoscopio, un par de aforismos y un féretro sin creer en algo.
Bajo las estrellas, «levantizcos» nosotros también, por todo
lo que nos tientan las conspiraciones secretas, eh. Y las
continuas conspiraciones populares.
¿Después de encontrarnos con el último elefante, hastiado,
conmocionado, harto, en el día corto sin hojas, que bajará
hasta nosotros en las trémulas razones de un infinito espacio
que cae, definitivo, «asambleado», alambicado, amancebado,
amanerado, adocenado, al salirse del ser, anonadado, después
de su pliegue más cercano, de su «quark» más vago, del cruce
peligroso en su ruta «66», un tanto cerquísima, ¡eh!, de por
allá atrás de los parabrisas tan bien lustrados, entre sus «airbag»
mejor dispuestos para la catástrofe y los barrios cerrados?
¿Qué dejaremos, mañana? Calla. ¿Qué dejaremos,
mañana? ¿Dónde estará el árbol Bodhi, más luego? Calla.
¿Dónde estarán los huesos de Robespierre, mañana?
Calla.
Calla hombre, o enemigo, o muda bien perfumada, o ballenato
contra «Greenpeace», o converso viajero con flores en la
onceava dimensión, o niño con dos monedas bajo los puentes,
o joven con clavas, o cadáver «online», o pez por la boca muerto,
o pasmo, o pusilánime revolucionario estupefacto, o demonio
del lago, o sauce negro agitado, o ciego en la ciénaga, o tímido
enamorado hasta el tuétano que no sabe que hacer con las manos.
Calla.
(De Un sauzal para Kikí de Cundinamarca, poesía,
Ponciano Arriaga, México, 2014.)
***
Nube Treinta y Cuatro
Apenas la voracidad de las palabras
algún desencuentro, una revolución fallida.
Protégeme de ti, amor mío,
del loco bustrofedón de tus palabras.
Protégeme de ti, amor mío.
Resguárdame de los ruidos del cielo
entre las nubes más antojadizas.
II
Protégeme de ti, amor mío,
en los almuerzos muertos con cuchillos a la francesa,
en los fogonazos del impertérrito ciberespacio.
Protégeme de ti, amor mío.
Cuídame de los espejos infelices con su impecable silencio,
abandonados en el desván más alto del corazón.
(De Las nubes, editorial Descierto,
Argentina, 2015)
Nube treinta y nueve
Apologéticas, dos nubes solitarias,
delicadas, no desatan toda la tormenta.
Intraducibles, quizá, zumbonas,
como un vaso proletario de asaí.
Dos besos suyos, amor mío, tampoco
son todo todo el paraíso.
(De Las nubes, editorial Descierto,
Argentina, 2015)
Ricardo Rojas Ayrala (CABA, 1963). Su obra literaria consta de 18 libros de poesía, relato y novela, publicados en México, Italia, El Salvador y Argentina. Es secretario de Cultura del Sindicato de Empleados de Farmacia (ADEF). Con Marta Miranda dirige el Festival Internacional VaPoesía Argentina, de literatura e inclusión, que este año celebra su XII Edición. Obtuvo el Tercer Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires. Fue honrado con el Fondo Metropolitano de las Artes y las Ciencias. Resultó finalista del V Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora. Fue ganador del Premio Latinoamericano de Literatura de la Unam. Resultó uno de los ganadores del concurso internacional “Papeles de la Pandemia”. Parte de su obra ha sido publicada en diversas antologías, revistas literarias y sitios web de Emiratos Árabes, España, Cuba, México, Venezuela, EEUU, Colombia, Chile, Brasil, Camerún, Costa Rica, El Salvador, Nepal, Italia y Argentina.
—————————————
MARCELO CUTRÓ
Del azar, el agua que perdura, que inaudible arde ahora en esta orilla. Los primeros minutos de sol sobre tu rostro, llegan breves, rasantes sobre el río.
El aire nos convida una brisa naranja, luego se detiene. Estamos a punto de recordar todo, sin embargo, en el cielo, destellos enloquecen.
Los tres caballos blancos regresan sin jinete. Nuestras dos reposeras siguen mirando el agua desde su lona verde. Las horas ya no tienen contorno.
Lo que omiten tus ojos no es el origen, sino los pasos que hay hasta el barranco.
***
Pudimos ver la luna entre las piedras, defendiendo su afán de volverse espejo. Otra noche que tiembla, platea el aire de verano entre plegarias o alegrías.
Luego vendrá la aurora, fugas de fuego anudándose, anticipando halagos, frágiles semejanzas entre uvas y café.
***
La mujer de sombrero tan cerca de la pantalla, el hombre sentado dos butacas más atrás, la acomodadora con su espalda apoyada en la pared, mirando el piso, hasta el joven, que no vemos, pero proyecta la imagen; están solos. No sabemos si arriba, en la calle, llueve o hay sol. En el cine la muerte lleva otro nombre.
(Sobre la obra “Cine en Nueva York” de Edward Hopper, 1939)
***
A Julia Cutró Milán
Vuelvo del trabajo en el último asiento del 101. Cierro los ojos y pienso en la sonrisa de Julia. Quien sube al colectivo, ve a alguien de camisa blanca y corbata azul, sonriendo con los ojos cerrados.
***
a Eliseo Subiela
Una voz incomprensible atraviesa la oscuridad.
¿En qué idioma habla Dios cuando tropieza con el que va a nacer?
Otro nombre ocurre en otros ojos.
Si la luz murmura, avanza como atracción.
Exhibición, riesgo y milagro.
Eliseo…Eliseo…Eliseo…
¿Será la posteridad una fiesta sin lenguaje?
¿Es posible soñar solo sonidos?
Cuando la ensoñación se mide en palabras, ¿quién construye la imagen?
El tiempo es blanco, sin bordes, una aventura sin terminar.
Eliseo…Eliseo…Eliseo…
Toda historia necesita ilusiones.
***
Una voz incomprensible atraviesa la oscuridad.
¿En qué idioma habla Dios cuando tropieza con el que va a nacer?
Otro nombre ocurre en otros ojos.
Si la luz murmura, avanza como atracción.
Exhibición, riesgo y milagro.
Eliseo…Eliseo…Eliseo…
¿Será la posteridad una fiesta sin lenguaje?
¿Es posible soñar solo sonidos?
Cuando la ensoñación se mide en palabras, ¿quién construye la imagen?
El tiempo es blanco, sin bordes, una aventura sin terminar.
Eliseo…Eliseo…Eliseo…
Toda historia necesita ilusiones.
***
Una voz incomprensible atraviesa la oscuridad.
¿En qué idioma habla Dios cuando tropieza con el que va a nacer?
Otro nombre ocurre en otros ojos.
Si la luz murmura, avanza como atracción.
Exhibición, riesgo y milagro.
Eliseo…Eliseo…Eliseo…
¿Será la posteridad una fiesta sin lenguaje?
¿Es posible soñar solo sonidos?
Cuando la ensoñación se mide en palabras, ¿quién construye la imagen?
El tiempo es blanco, sin bordes, una aventura sin terminar.
Eliseo…Eliseo…Eliseo…
Toda historia necesita ilusiones.
Marcelo Cutró nació una noche de verano en Santa Isabel, un pueblo ubicado en el sur de la provincia de Santa Fe, Argentina, en 1967. Vive en Rosario.
Desde el año 2017 junto al escritor Patricio Raffo, conforma el sello editorial CR ediciones.
Publicó los siguientes libros de poemas: Los lugares con noche (Editorial La entrepierna del Sábalo, Rosario, 1993), Santa Isabel (Editorial Los lanzallamas, Rosario, 2003) Espina de agua (Ediciones en Danza, Buenos Aires 2008) y Rumania-Santa Isabel (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2012). Diecinueve casas blancas (CR ediciones 2021) En coautoría con Patricio Raffo, La edad del mar (CR ediciones 2021). En el año 2021 recibió el 2° Premio en el Concurso Nacional de Cuentos de Amor Silvina Ocampo, Amé dieciocho veces pero recuerdo solo tres.