Marina Porcelli (Buenos Aires, Argentina, 1978) es una escritora que ha ganado becas y premios desde 2004, además de haber obtenido residencias artísticas en Canadá y China. Es colaboradora de revistas y suplementos culturales en América Latina y en esta ocasión habló con Poetripiados de varios temas, entre ellos las mujeres en las letras, las condiciones en las que conoció Ciudad Juárez en plena guerra contra el narco, y por supuesto, de su obra literaria.
Entre los libros de Porcelli se encuentran Cuaderno de invierno (novela corta, México, 2021); Nausica. Viaje al otro lado de la otredad (ensayos sobre género, Monterrey-La Plata, 2021); La cacería (cuentos, México, 2016); De la noche rota (cuentos, Argentina, 2009). Parte de la obra de ficción y ensayística de la autora ha sido publicada en medios y antologías de Argentina, Chile, Cuba, México, Nicaragua, España, EU y China.
El primer tema que se nos cruza es la infancia.
“Soy sonámbula desde muy chica, y esa condición, el sonambulismo, me atraviesa completamente: a la hora de pensar los sueños y la vigilia, la tensión entre lo fantástico y lo real, el cuerpo y la palabra. Mi madre era de Córdoba y hablaba de un modo distinto a cómo se hablaba en Buenos Aires, y sé que eso me marcó en la relación con la palabra.
“Nací durante la dictadura en Argentina, intuyo que algo de ese terror en el aire tiene que haberme moldeado, no fue una infancia del todo feliz: fue en la adolescencia cuando las cosas se pusieron luminosas”.
Su primer libro lo leyó por cuenta propia y fue una historia de terror, antes de terminar la primaria.
“Lo encontré abandonado en un banco de la escuela y me lo llevé a mi casa y lo leí. Terminé muerta de miedo a las cinco de la tarde. Me acuerdo el asombro que me causó que un libro pudiera hacer eso.
“También hubo un cuadernillo de versos de García Lorca, que valía lo mismo que un paquete de pastillas. Estaba colgado de un gancho en la puerta abierta del negocio de la cuadra, y una tarde me animé y lo compré. Era Verde que te quiero verde”.
Además de ese libro de Lorca, llegaron otros de terror, muchos de aventura.
“Me acuerdo de que casi me desmayo cuando en uno de esos libros un personaje le decía a otro “que no sea cagón” (que no raje, que no se asuste). Yo era muy chica y de verdad fue un asombro: yo no sabía que un libro pudiera tener malas palabras. Después vino el verano de final de la primaria, un tomo grueso de los cuentos de Cortázar, que le pedí a la madre de una amiga que me lo dejara leer. Y casi enseguida, la cucaracha de Kafka”.
¿Cómo era el Buenos Aires de tu niñez?
“Crecí que un barrio universitario, cómodo, con empedrado, lleno de árboles, los chicos jugaban al fútbol en la vereda. Todo era relativamente calmo. Íbamos al cine con mi hermana y pasaba el heladero en bicicleta los sábados a la tarde. Pero el Buenos Aires que más quise fue el de la adolescencia: a los trece, cuando empecé el colegio, ir al centro todos los días: fue como descubrir un nuevo mapa. Era el Buenos Aires noctámbulo de los 90: todavía alcancé a ver las librerías de Corrientes abiertas 24 horas (donde compré un tomo de César Vallejo a las 5 de la mañana), los bares desvelados como La orquídea, en el Abasto, el mercado de las flores que no cerraba de noche. Me gustan mucho los mapas y los recorridos de las ciudades a la hora de pensar la escritura, los paisajes urbanos, lo que Quiroga llama la cartografía existencial”.
La autora fue elegida por el Fonca/Conaculta para participar del Programa de Residencias Artísticas para Iberoamérica y Haiti; en 2012, fue becada por la Secretaría de Cultura Argentina, en convenio con México. En 2014, recibió el Premio de cuento Edmundo Valadés; Mención en el Premio Casa de las Américas, Cuba, categoría ensayo; y la Primera Mención en el Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires. En 2017, obtuvo una residencia artística en Montreal, Canadá, y ese mismo año, otra, en Shanghai, China. Dio talleres de escritura creativa en el Observatorio de violencia contra las mujeres, en Salta, y el Seminario de Narrativa en la Universidad de Salta, Argentina, 2019. Algunos de sus cuentos y ensayos fueron traducidos al inglés, al alemán y al chino. Colabora regularmente con revistas y suplementos de cultura de América Latina, y desde 2018 a 2020, estuvo a cargo de la sección de Narrativa de Revista Levadura de Monterrey, México.
Haz vivido en México en varias ocasiones gracias a tus residencias artísticas, ¿cómo ha sido tu relación con este país?
“La primera vez que llegué a México fue en el 97, yo estudiaba Historia, y el impacto que México tuvo sobre mí fue total. La densidad histórica del centro del DF, los gritos en la calle, el pregón, el olor de la crema de los boleros, la temporadas de lluvia. Volví dos veces y me dieron una residencia artística en 2010: esa residencia fue definitoria para mí. Ese año me invitaron a leer en el Festival del Río Bravo de Ciudad Juárez. La discusión que estaba en el aire, entre los autores de Juárez, era si debían testimoniar lo que esta ocurriendo (la escalada narco que se disparó con el gobierno de Calderón, etc) o si se debía dar una representación de la ciudad no solo como un territorio de violencia, sino un sitio en el que se vive, se convive, se crece, etc. Era muy interesante esa tensión para la escritura: los autores discutiendo en escuelas, en las bibliotecas de Juárez, qué debían escribir en ese contexto. Yo venía de muy al sur, con otros contextos (pienso en la dictadura, y pienso en el colapso de Buenos Aires en 2001) y los escuchaba. Claro que ahora estas realidades violentas se han puesto de moda, y han dado un montón de libros olvidables y hegemónicos. Pero también, aunque no es de Ciudad Juárez, hubo libros brillantes como Los trabajos del reino de Yuri Herrera. Así, el contexto (la ciudad) no es nunca un telón de fondo: es un marco que delimita e incide las condiciones de vida. Tiene una dimensión histórica y política sobre la gente y los personajes”.
¿Cómo ha afectado la crisis económica argentina a los apoyos oficiales destinados para el desarrollo de la literatura?
“Desde siempre, es realmente muy poco el presupuesto que la Argentina destina a cultura. Y esto se ha acentuado con la crisis actual. La mayoría de las editoriales son independientes, pero sin subsidio del Estado, cada dos por tres aparecen publicaciones particulares, o tiradas de autor: dadas nuestras condiciones de trabajo, la publicación de autor me parece algo totalmente legítima y reivindicable. Buenos Aires tiene un ambiente chico, cerrado. Lo oficial es siempre lo mismo: las librerías muestran las publicaciones de los mismos escritores de siempre en las editoriales transnacionales de siempre. Pero yo creo que lo verdaderamente interesante que se está escribiendo en Argentina ocurre al margen de estas publicaciones visibles, al margen de Buenos Aires, tiene un recorrido más lento, más firme, de autores extraordinarios, con tiradas cortas, más fundamentales y hondos que lo que nos dice el mercado editorial. Pienso en Jan de Jager, por ejemplo. Y esos autores seguirán trabajando con crisis o sin crisis, publicados en grandes tiradas o no”.
Pocas columnas con tanta audiencia como Nocaut Lírico. ¿Hasta dónde quieres ir con las letras feministas?
“Todo lo que pueda. Y todo lo que podamos en esta discusión. Nocaut Lírico (que es el título de un tango) es una columna sobre género y boxeo: el proyecto de publicar en Play Boy México con la tradición del enfoque y del público que históricamente tiene la revista era justamente ese: plantear una columna de género que visibilizara, pusiera en cuestión, mostrara, diera cuenta de mis avances de lecturas e investigaciones sobre cuerpo y palabra (género y palabra). Sobre una disciplina tan hermosa como es la del boxeo. Me lo tomé como una militancia: como algo que quería hacer, porque la visibilidad de la columna me permitía decir muchas cosas.”
¿Qué encuentras de parecido entre el box y la literatura?
“Muchísimo. La tensión de la palabra en el box, y la tensión del cuerpo en la escritura. Para empezar, pienso, la escisión entre cuerpo y palabra es más bien falsa. Habría que ahondar y proponer cómo se relacionan, preguntarse de verdad si son términos tan alejados. El 25 de septiembde 2021, entrevisté en un club mítico de Buenos Aires, el Almagro Boxing Club, a la boxeadora Karen Carabajal. Karen tiene poco más de treinta años, y cuando comenzó a entrenar, el gimansio no tenía baños para mujeres, ella era adolescente, y era muy tímida, me dijo. Y esa mañana me dijo: “El boxeo me permitió opinar”. Ese comentario de ella me pareció totalmente deslumbrante: no solo porque el proyecto que gestionan en el Almagro es un proyecto comunitario (habría que contarlo, pero párrafo aparte) sino porque Karen puso en jaque toda una tradición “intelectual” que criticaba al boxeo. Las críticas al boxeo siempre fueron críticas desde la clase: una clase que desconoce la disciplina, que desprecia. Como decía Sergio Víctor Palma, que es uno de los boxeadores que más admiro: el boxeo no es obligatorio, a nadie le ofrecen un caramelito y a la mera hora, lo suben de un empujón al ring y lo obligan a boxear. El boxeo implica meses de preparación, de concentración, de entrenamiento físico y un encuentro con alguien que tiene la misma preparación, el mismo entrenamiento. Claro que tenemos que hacernos cargo de la necesidad del cuidado del boxeador, de la necesidad de médicos en cada pelea, de que los boxeadores no son “un pedazo de carne”. Pienso que el boxeo es, de verdad, un diálogo. Es casi mítico. En Grecia se lo ensalzaba. Ahora, significa mucho deseo y mucha paciencia. Implica un esfuerzo brutal de preparación, la gente que lo practica y lo elige tiene una voluntad infinita, que apuesta por su deseo contra un mundo que desanima y siempre le dice que no. Y la escritura, el acto de escribir, cuando se lo entiende a fondo y el compromiso es auténtico y a fondo, es igual. Deseo y paciencia”.
¿En qué situación se encuentran las mujeres en la literatura latinoamericana?
“Hay de todo. Empiezo diciendo que para cualquier enfoque de género me resulta indispensable el cruce con las coordenadas del colonialismo (o la interseccionalidad con la clase, la raza, etc, en términos de Ángela Davis). Por supuesto que no es lo mismo las condiciones de desarrollo y trabajo y escritura de las mujeres urbanas, de las colonias cómodas en Ciudad de México o en Buenos Aires, las mujeres que vienen de familias burguesas o universitarias, por ejemplo, que lo que ocurre con las condiciones rurales, las mujeres asalariadas, las mujeres en las fábricas, el trabajo sexual, etc. Porque pensar el género sin estas coordenadas de cruce no construye un proyecto político, solo es moda o narcisismo. Por otro lado, cuando yo era chica, la militancia significaba trabajar para generar las condiciones ideales, aquellas en las que iba a gestarse la revolución. Ahora, el feminismo nos ha puesto en una situación mucho más inmediata: el cuestionamiento es aquí y ahora, en el círculo doméstico, en la relación con nuestros hermanos, padres, amigos y novios. Y con las otras mujeres. Todo eso tiene que gestionarse también en la escritura. Todo esto implica también un cuestionamiento a nuestros usos de habla y de escritura, quiero decir. No creo que un escrito, porque lo haya hecho una mujer, sea necesariamente valioso. Hace ya más de diez años que venimos trabajando en dar visibilidad histórica a ciertas autoras latinoamericanas: pero, insisto, es a partir de un aparato crítico y político en que yo me posiciono y elijo. Hay autoras que, a pesar de su fama, me parecen irrelevantes o menores. Hay otras autoras que me parecen muy valiosas. En mi lista de nombres que reivindico están el de Nelly Campobello, Coral Aguirre, Pilar Dunghi, Ana Gloria Moya, Libertad Demitrópulos, Rosario Castellanos, Claudia Hernánez de El Salvador, Susana Sylvestre, la obra de Ernestina Perrens y de Maricela Guerrero, o el libro Caza de María Auxiliadora Álvarez, por nombrar algunas”.
Tu libro “Nausicaa. Viaje al otro lado de la otredad” ha tenido bastante aceptación y se ha escrito mucho en los medios impresos sobre la obra. ¿De qué trata?
“La tesis central del libro es “el sujeto de la literatura es masculino”. Me llevó siete años prepararlo. Es un libro de ensayos, de fragmentos, que surgió con una beca sobre identidad hace más de diez años, y enseguida se ladeó hacia el género. Qué podía aportar yo a la discusión: esa era mi pregunta después de muchos años de lectura. Y lo que descubrí fue justamente el diálogo, el debate: articular un libro de preguntas, propuestas, respuestas, contradicciones sobre temáticas que a mí me resultaban centrales: cuerpo y la palabra (la defensa de la pornografía, o de cierta pornografía), el cuerpo en la ciudad (en Buenos Aires y en México), el cuerpo y la escritura. Dos libros fueron relevantes: La mujer romántica de Graciela Batticuore, que me mostró un corpus sólido y erudito sobre la escritura de mujeres en el siglo xix, y la correspondencia trabajada por Alicia Salomone, entre Virginia Woolf y Victoria Ocampo. Vale decir, el cruce entre género y colonialismo. Además, mi experiencia de trabajo, dando talleres de escritura creativa, durante meses, en el Observatorio de Violencia contra las mujeres, en Salta, Argentina (2017 y 2019)”.
Contra las obras hegemónica, vacías
“Pienso que la circulación del papel es una ecuación difícil de resolver para cualquier editorial. A pesar de las limitaciones de internet en nuestros contextos, pienso que las compras on line y el formato digital alivian un poco el problema presupuestario. Nausicaa fue publicado por la UANL en Monterrey y la Universidad de La Plata, Cuaderno de invierno, y La cacería, por Cuadrivio, de Ciudad de México. El resplandor artificial, en el estado de Guanajuato, y cuentos De la noche rota, que tiene su segunda edición en Argentina, por la página Desde la gente, en Buenos Aires. Todos los libros se venden en los sitios web de cada sello. Además, junto con la autora argentina Marina Arias, llevamos adelante un espacio editorial, narrativargenta.wordpress.com, que es justamente una respuesta a esas publicaciones de obra hegemónica, vacía. Narrativargenta.wordpress.com, donde también se pueden descargar mis ensayos (las colecciones sobre crímenes & fantasmas, y la de sueños & pesadillas), es un sitio de promoción de autores argentinos (sobre todo fuera de Buenos Aires) que a nosotras nos resultaron esenciales a la hora de pensar nuestras escrituras”.
Tus talleres literarios son una especie de diálogo, ¿cómo un trabajo colectivo?
“Doy talleres de escritura creativa desde hace casi veinte años. Los he dado en la Universidad de las Artes de Buenos Aires, y en las Escuelas de Escritores del Df y de Puebla. Son distintos a los talleres que me formaron a mí: antes, cuando yo era chica, se trataba de ir al taller de “un gran escritor” que nunca descendía de las alturas, y a veces se dignaba a reconocerte. Había que escuchar y nada más. Yo trabajo ahora con la premisa contraria: un taller es un diálogo, una discusión, entre gente que escribe y habla sobre lo que quiere escribir. Esa instancia dialógica es la posibildad de crear muchas cosas: la escritura tiene mucho del trabajo colectivo, porque, insisto, es primeramente diálogo. Entonces se trata de reflexionar sobre las herramientas de la narrativa, las que ahonden en la construcción de una historia. Trabajo siempre con dos cursos: uno “inicial”, que dura tres meses, y se abre cada tres meses, de hecho. Otro, “histórico”, con proyectos concretos de libro, que dura lo que los autores quieran..