Alfredo Espinosa se enteró a muy temprana edad de las calamidades del mundo, sus pecados y sus castigos, así como de las obediencias y de sus rebeldías. Sus primeras lecturas navegaron entre las páginas de La Biblia.
Espinosa nació en Delicias, el 14 de enero de 1954. Es ensayista, narrador y poeta. Ha sido becario del Instituto Chihuahuense de Cultura y ha obtenido varios reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1987 por Desfiladero, Premio Chihuahua de Literatura 1989 en Novela por Infierno grande, y el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen 1991 por Tatuar el humo.
El escritor chihuahuense, un poeta que a brillado a nivel nacional con sus letras producidas en el desierto del norte del país, habló con Poetripiados no sólo acerca de cómo se inició en el camino de la literatura sino de su vida y su entrada en otras artes.
El inicio de todo
“Nací en la joven ciudad de Delicias. Una ciudad de mucho trabajo y de pocos libros. Mi familia siempre fue “protestante”, es decir, de una religión no católica; por eso el único libro que se leía en casa era La Biblia. Leíamos, todos los días, algunos de sus versículos o capítulos. Muy pronto supe que las calamidades del mundo, de sus pecados y sus castigos, de sus obediencias y de sus rebeldías, de sus apegos a La Palabra y de sus delirios místicos. La Biblia, que era obligación y devoción, se convirtió para mí en fascinación. Y cómo no. El libro sagrado narra la historia de los Pueblos y de los hombres que han preferido el libre albedrío a la sujeción, aunque lo tengan que pagar con el infierno. Al final, Dios se enoja (siempre ha sido iracundo) pero termina encausando a su rebaño a toda oveja descarriada”, dice el autor de la novela ¿Quieres?.
Dice que en realidad es hijo de El Declamador sin Maestro y Las Cien más bellas poesías de amor.
“Esas dos antologías de poesía, para mí legendarias, en las que descubrí la existencia de un mundo interior en donde tomaban la palabra las emociones. No sólo el pensamiento, sino muy decisivamente, las emociones. Oscuras, secretas, ignotas, impredecibles, las emociones encontraban también el modo de decirse: ese lenguaje que atravesaba el corazón antes de florecer tenía un nombre. Y yo habría de servirle: Poesía”, así se descubre uno de los autores que aunque no es parte de la generación digital, ha sabido aceptarse muy bien a los cambios, particularmente al fomentados por las redes sociales, donde comparte con frecuencia parte de su obra.
Nacer de la escritura
Alfredo escribió su primer poema ya entrada la adolescencia, cuando el fuego empezaba a quemar su espíritu.
“A los diecisiete, con las gotas de sangre que resbalan de un corazón que ha recibido los primeros y ya despiadados zarpazos del amor, escribí el primer poema. En ese tiempo quería curarme, no pensaba en ser poeta. Pero la culpa de todo lo tiene la luna. Estudiando Medicina, en un cuarto de azotea, la Luna me perturbaba. Toda mi concentración debía estar al servicio del examen de Bioquímica, y en cambio, me dio por aullar. ¿Eso cuenta como el inicio de mi poesía?”, pregunta el poeta.
La mujer ha sido, asegura el autor, un oscuro objeto de fascinación y deseo.
“Sin embargo, no encontraba textos que expresaran ese trémulo tumulto carnal que pasaba a mi lado impunemente. La poesía a mi alcance cantaba a su belleza sublime paro no a su voluptuosidad o a su erotismo. Encontré a la mujer palpable, hecha carne, nalgas y tetas, además de ojos color cielo o de labios carmines, en Los versos del Capitán, de Pablo Neruda. Descubrí que la poesía posee dos ingredientes: Verdad y Libertad”.
Al contrario de la mayoría de los escritores, Espinosa nunca asistió a un taller literario. Es totalmente autodidacta.
“Estoy orgulloso de reconocer que las largas y frecuentes conversaciones sobre literatura con Carlos Montemayor y Enrique Servín consolidaron mi proyecto literario. Ellos dos han sido mis únicos maestros”, reconoce y recuerda un taller en la ciudad de Chihuahua coordinado por Mario Arras, allá en la década de 1980, hasta su deceso.
“A partir de esos tiempos, se desplegaron en todo el Estado. Dos talleres legendarios: el de David Ojeda en Juárez, y el de Enrique Servín en Chihuahua. Yo estaba en tercero de Medicina cuando asistí a una “revisión de textos” que haría Carlos Montemayor en la Facultad de Letras y Filosofía. Yo aproveché y me llevé mis dos “libros” de poesía que ya había escrito. Eran mis hijos y los amaba. Montemayor iba destripando a uno por uno de los textos que le presentaban. Llegó mi turno: de los dos libros que llevaba, no se salvó ni uno de mis versos. Odié a Carlos Montemayor. Volvimos a reencontrarnos en la Ciudad de México. Con su amistad y guía fui aprendiendo que la Poesía, no eran el parloteo narcisista, ni el histerismo, sino la música de una verdad que resplandece y que el corazón necesita”.
Así sus primeros textos aparecieron en una precaria y luminosa revista, dirigida por Luly Carrillo y Federico Urtaza: Palabras sin arrugas. Este heroico proyecto, rememora el chihuahuense, perduró varios años y dio a luz a un pequeño grupo de artistas e intelectuales que mantuvieron vivo el fuego de la creación en estas ásperas, bárbaras tierras baldías.
Espinosa dice simplemente que la literatura es “escrivivir”.
“Yo soy un artista. Y no lo soy por decisión propia o por mera voluntad. No. Ser artista (escritor y pintor) es un destino. Y yo lo cumplo. El arte es mi vida. No respiro sin arte. Es mi vehículo de felicidad y el instrumento de mi vuelo”, sentencia.
Sobre la lectura hay tres libros que lo marcaron: Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, En busca del tiempo perdido: Marcel Proust y Las canciones de Billytis: Pierre Luyis
En cuanto a sus libros publicados, si tuviera que elegir a tres de ellos se quedaría con Obra negra, Territorios impunes y Ramo de tigres.
Sobre la producción literaria en Chihuahua, asegura que existen ahora tres regiones donde la literatura está estallando: Cuauhtémoc, Juárez y Chihuahua, y que cada una de estas ciudades ha logrado consolidar obras y artistas muy consistentes y talentosos. “Las mujeres no han cesado su producción artística y su ascenso es irrefutable. Lo celebro”.
Así se hizo narrador
“La lección literaria que mejor he asimilado es la de escribir desde tu casa, de tu pueblo, de tu persona, ahondando en lo local para llegar al universo. Y no pensar en un posible lector. Escribe con todo lo que tú eres, no importa que lo construyas ladrillo a ladrillos, o sea una antología de gorjeos, tú escribe siempre desde y con el corazón. Sólo así se hace la Literatura. Y otra cosa: yo no elijo los temas ni el vehículo de transporte. Ellos me elijen a mí. Soy instrumento para decirse. Infierno grande, mi novela, por ejemplo, me sorprendió estando en el Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez de la Ciudad de México. Ese homicidio colectivo perpetrado contra los locos por las autoridades políticas de la ciudad de Chihuahua, decidió en mí el inicio de mi carrera como narrador. Siempre he tratado de saltar el estricto confinamiento que el centralismo mantiene a los estados, al tratar que mis libros se publiquen en editoriales “nacionales” que mantengan una distribución decorosa.
Expinosa pone el dedo en la llaga y mientras explica que los escritores de estas latitudes “carecemos de una plataforma que impulse nuestros trabajos. A nadie parece importarle. Carecemos de publirrelacionistas, de agentes literarios, de conectes en México, etc., pero trabajamos todos los días, creando arte para que perdure y trascienda”.
En los últimos meses ha escritor sobre lo que se perdió con el asesinato de Enrique Servín, a quien considera que fue derrumbado por la violencia, el odio y la turbulencia de lo salvaje.
“Aunque muchos lo trataban como un florero, Enrique Servín era un Pilar del Mundo.
Eso perdimos. Lo mínimo que debemos exigir es que su crimen no quede impune. Pero quien debe realizar las investigaciones y encontrar al asesino es la Fiscalía de Chihuahua. Y esta institución es inepta e indolente. Como Corral”.
Arte y tejido social
Para el autor de Infierno Grande el mejor antídoto contra la violencia es la Cultura, y para eso recuerda a Ignacio Solares, “que sin duda tiene razón”.
“Soy un convencido que la inclusión de la Cultura en las Políticas Sociales, beneficiaría al crecimiento espiritual de los pueblos y a la de los ciudadanos. Si la cultura estuviera en la canasta básica, y en cada uno de las atmósferas que respiramos, nuestras vidas irascibles y desequilibradas encontrarían un sendero que aporte sus luces, que nos sosiegue y nos esperance. Si a la Cultura se le aplicara lo que se paga a los diputados, Chihuahua sería la moderna Atenas”, suelta sus dardos.
“No me toques ese vals porque lloro”, responde cuando se le pregunta por los apoyos que otorga el Gobierno de Chihuahua a la cultura.
“El poco dinero que el Estado otorga a las instituciones culturales es poco, y todo se queda en manos de los funcionarios, que frecuentemente, no conocen de fondo el asunto cultural. Están ahí, no para proveer los derechos culturales de su comunidad, sino para ser cómplices de engranaje político siempre funcionando en lo oscurito. Y cuando hay un poco de dinero para los Artistas Locales, prefieren invertirlo en “artista de México” para que nos traigan “la cultura”. Los artistas y los demás trabajadores de la cultura, que han sido capaces de mantener una oferta importante de productos culturales para ofrecerlos a su comunidad, no han logrado que las instituciones culturales paguen por los heroicos trabajos. Tampoco los provee de sus derechos más elementales. Urgen, en estos tiempos sombríos, los derechos a la atención médica de los trabajadores de la cultura. La Secretaría de Cultura de Chihuahua es un desastre. Es inoperante y su funcionamiento es, más que virtual, fantasmal”.
Punto y aparte
Alfredo dice que ha publicado muchos libros, tantos que ha sido necesario talar varios bosques pero en cambio, “con mi literatura, he reforestado una selva para Chihuahua.
Treinta libros he publicado, pero tengo en mi cajón, inéditos, cuatro libros, Y estos libros son, según yo, lo mejor que he escrito. ¿Alguien dispuesto a publicarlos?”, finaliza el escritor chihuahuense.