De pie, inmóvil, la víctima observa a la sombra que se proyecta sobre ella.
De pie ¿o en cuatro patas? La víctima observa su entorno. Husmea. Respira el aire de la habitación que nunca ha recorrido completa. Da dos pasos. Tal vez diez, tal vez cien, que importa. Los que sean. Nada importa el número de pasos si ni siquiera pueden contarse con certeza. ¿Para qué contarlos? si no puede escapar de dicha proyección oscura
Proyección oscura que la asusta, que la irrita, que la excita, que la molesta.
Proyección oscura: disfraz que disimula la palabra sombra.
Ella, la víctima, camina por los recovecos de las baldosas. Tropieza. Se hunde en un charco. Retrocede. Da vueltas sobre si mismo. Gira una, otra, otra, otra vez. Y otra vez. Camina de nueva cuenta (prohibido volver a escribir la expresión “otra vez”). Se detiene. Piensa en su victimario. Se lo imagina y piensa que es Dios el que lo atrapa con su oscuridad.
Dios cruel. ¿Por qué yo? ¿Por qué yo?, ¿Por qué yo?, se pregunta. Dios cruel, se responde.
¿Por qué yo? ¿Por qué yo? ¿Por qué me sigues? ¿Qué destino estoy cumpliendo?
¿Y si no es Dios?
¿Y si es el Diablo?
Pinche Diablo.
―Chinga tu madre, pinche Diablo.
(La víctima es creyente, por eso se abstiene de mentarle la madre a Dios)
Se desplaza. Ahora camina más rápido que antes. ¿Repta? ¿Camina?
La víctima retrocede de nueva cuenta. Se desplaza ahora por la pared de la habitación para ella interminable. Descubre una fisura. Se acuna en ella. El color amarillo huevo de la pared lo absorbe en una especie de mimetismo. Se esconde más todavía en la fisura. Se escapa. Nada hay que la pueda encontrar. Ningún ojo la percibe.
La sombra pasa sin detenerse; vacila un poco, intenta un retroceso, continúa. Su paso arroja un viento frío como vaharadas del infierno –los infiernos actuales no tienen porqué ser ardientes-. La sombra tamborilea sobre la pared. La vibración del tamborileo estremece el cuerpo de la víctima. Los pelos de su piel se erizan en un desencuentro de temor -no se sabe si fundado o infundado- y una excitación que la embarga.
Cualquier pretexto es bueno para una excitación, piensa, mientras frota su cuerpo sobre la pared alcanzando un orgasmo –un orgasmito- casi instantáneo, tan breve que sólo alcanza a decir: Ahhh.
Regresa a la realidad. La excitación desaparece y con ella vuelve el temor.
Con el temor regresa la sombra que la ha descubierto y posa su ácido aliento sobre ella, que vacila un poco. Camina esta vez en círculos. Retrocede. Embiste.
Embiste la nada. Su cuerpo en ristre ataca lo que no entiende. El verdugo continúa inamovible. La víctima emprende la huida, a grandes zancadas primero, a trotes luego, a gran carrera después.
Bueno, viéndolo bien, jamás sabremos si corrió, reptó o se desplazó con movimientos de parsimoniosa caminata.
Wilber Sánchez Ortiz. Nació en Islamapa Xochiltepec en el municipio de Tuzantán, Chiapas en 1980. Narrador. Ha sido antalogado por Gustavo Gonzzalí en la Nueva literatura del Soconusco publicado por Coneculta en 2006 y en La identidad chiapaneca a través del cuento de Irma Contreras, publicado por la UNAM en 2010. Arbolario -varia invención- fue su primer libro publicado por Coneculta en 2009. Tiene tres libros inéditos de artículos, cuento y ensyo.