En el laberinto de lo onírico, donde los límites entre la vigilia y el sueño se desdibujan, habita la obra de Franz Kafka, un autor cuya sombra se extiende, inalterable y omnipresente, sobre la literatura universal. Hoy, al cumplirse un siglo de su partida, el 3 de junio, recordamos a este checo genial, arquitecto de mundos absurdos y pesadillescos.
Kafka, con su pluma afilada y su imaginación inquietante, nos legó joyas literarias que, como espejos deformantes, nos confrontan con nuestras propias miserias y grandezas. La metamorfosis y El proceso, dos de sus novelas más icónicas, siguen provocando en el lector moderno la misma mezcla de asombro y desasosiego que suscitaron en su estreno a principios del siglo XX. En estos textos poetripiados, la realidad se retuerce y transforma, revelando lo grotesco de nuestra existencia cotidiana.
La figura de Kafka se erige como un testimonio imperecedero de la condición humana, en el que la burocracia y la alienación no son meros conceptos, sino laberintos en los que nos perdemos y buscamos, con desesperación, una salida. En este centenario, su voz resuena más clara y más necesaria que nunca, recordándonos que, en el fondo, todos somos un poco Gregorio Samsa, despertando cada día en medio de una transformación que no pedimos, pero que debemos afrontar al salir de casa, en el trabajo, en los parques, en nuestros sueños.
Pero Kafka no era solo La metamorfosis y El Proceso, escribió varios cuentos, tres de los cuales les presentamos a continuación:
Las sirenas y el silencio
Las sirenas poseen un arma más terrible que el canto: el silencio. Es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo solo podía herirlo así, tal vez porque el rostro de Ulises, quien solo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.
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Buitres
Erase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra.
Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
-Estoy indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.
-No se deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.
-¿Le parece? -pregunté- ¿quiere encargarse del asunto?
-Encantado -dijo el señor- ; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?
– No sé -le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí -: por favor, pruebe de todos modos.
-Bueno- dijo el señor- , voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.
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Una pequeña fábula
¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.
-Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato…y se lo comió.