Manuelita había desaparecido desde hacía quince días; todos los del pueblo se unieron a la desesperación de la familia para buscarla. Caminaron kilómetros a la redonda, bajo un intenso sol canicular, atravesaron ríos, subieron y bajaron cerros, cortaron maleza para ver si encontraban su cuerpo, alguna prenda, algo. Todo fue en vano.
Ramona, su madre, al ver que no le traían la noticia que esperaba, colapsó; la tuvieron que llevar a la clínica más cercana, engarrotada, con la boca chueca, de donde le manaban borbotones de espuma; no podría vivirlo otra vez. Hacía dos años, unos sicarios le secuestraron a su hijo Juancho, al que mataron porque lo descubrieron revendiendo hierba y anfetas, tratando de iniciar su propio negocio, hágame usted el favor, desafiando a los meros meros. Lo dejaron tirado a media calle, afuera de la cantina, con un cartón mal cortado donde se leía: “Los traidores mueren pronto”.
Fue tanto el dolor, que a Ramona se le detuvo la menstruación de golpe, acumulándose en su vientre hasta que se volvió un tumor que no hacía más que crecer; la pobre creía estar embarazada, pero cuando se presentaron las contracciones, lo único que expulsó fue una bola negra, peluda, hedionda. Desde entonces vivía apanicada, presa de una angustia insoportable que no la dejaba ni dormir, y ahora esto.
Cuando estuvo enferma, marchita como un arbusto con plaga por lo de Juancho, la única que la cuidó fue Manuelita, le lavaba el pelo, le preparaba caldos, la cambiaba de ropa, le cantaba; pasó a ser una mamá pequeña que le mostró su devoción encargándose de todo, para que las cosas siguieran funcionando como si nada. Su hija la adoraba, y la mujer se dejaba querer para sanar un poquito. Apenas estaba mejorando, cuando a Manuelita no la vieron más, se había esfumado sin avisar, como escapando, porque ni siquiera ropa se llevó; ¡qué agonía! Ramona le advirtió a la gente que si encontraban el cadáver de su muchacha, por favor no le dijeran, que la ignoraran, que ella ya no existía, que se había ido a otro mundo desde hacía mucho. “Soy un fantasma” repetía, hasta que la tildaron de loca.
Los días transcurrían como en cámara lenta; ya en su casa de adobe, pegada a su cama que apestaba porque nadie la atendía, se había atrevido a pedirle a su hermana Concha, la más envalentonada, que le trajera hojas de cicuta, las moliera y le preparara una papilla para comer. Espantada, la hermana comprobó que Ramona había perdido la razón, pero como se lo imploró tantas veces, hizo como que accedió, yéndose de ahí corriendo, con ganas de no volver.
La búsqueda proseguía, don Juan, el padre de Manuelita, había ido a poner la denuncia a las autoridades de la capital, pero fue desganado porque sabía que no iba a servir de nada; para despistar, mandaron dos unidades con dos elementos cada una, a dar rondines por la carretera que llevaba al siguiente poblado, al norte y al sur, además de adentrarse en el área boscosa con un perro al que le habían dado a oler una falda de la criatura.
Empezó a ladrar y a aullar cuando pasaron por una casita destartalada, que estaba a la orilla de una brecha, unos ocho kilómetros antes de aproximarse a la zona que ya había sido peinada; los hombres se miraron estupefactos. La verdad, no querían tocar a la puerta, no fuera siendo que a algún borracho iracundo le molestara su impertinencia y los amenazara con un arma: estaban conscientes que su trabajo los mantenía en la cresta del riesgo.
Pero el sabueso seguía ladrando, imposible hacerlo callar; no les quedó otra que aventurarse. Allá fueron; les abrió una mujer pasada de peso, con el pelo grasiento y unos anteojos rotos.
—Disculpe, ¿no está aquí una niña a la que andamos buscando? – Para su sorpresa, la gorda contestó:
—¿Y qué voy a ganar yo si les digo sí o no? – Los uniformados se miraron atónitos, pensaron que era una vieja aprovechada. Se alejaron y hablaron un poco.
—Le vamos a dar quinientos pesos, pero solo si nos la entrega –, la gorda frunció el ceño: no le gustaban los hombres inteligentes. Se metió a la casa, dejando la puerta abierta; buena señal. Apareció tironeando a Manuelita de un brazo.
—¡Ahí la tienen! Ahora suelten la lana…
Un billete nuevecito cambió de manos, pero había valido la pena; subieron a la niña a la patrulla y emprendieron el regreso hasta su morada. Uno de ellos encendió varios cigarros y el otro se fue tarareando una canción durante el trayecto, luego preguntó:
—¿Y tú por qué te fuiste? Estás rete joven para andar haciendo esas pendejadas.
—¿Y a usted qué le importa, si ya me tienen aquí? Ya ni me hable.
—¡Uy! Además de rebelde, remolona. No le va a ir bien en la vida si sigue con ese comportamiento, pero allá usted…
Manuelita mejor se durmió, mareada por el humo de la fumadera. Estaba pálida y desnutrida, se le notaba a leguas que no comía bien; de repente soltaba unos quejidos medio atropellados, pero luego se calmaba por el run-run del movimiento del auto. Alguien tendría que curarla del susto.
La despertaron apenas divisaron la vivienda; habían acordado no llevarla a la delegación, se concretarían a dar parte. Ella salió de las profundidades del sueño y dijo que no quería bajarse.
—Ya váyase, que la están esperando desde hace mucho. ¡Ándele!
Se apeó, dando un portazo que retumbó en los oídos de los policías; el que le había hablado antes, le gritó:
—¡Malagradecida! – El vehículo arrancó, dejando tras de sí una estela de humo negro.
Ella avanzó, entró de puntitas; Ramona estaba comiendo un caldo. Cuando vio a su hija, corrió a abrazarla, fue su primer impulso, pero se detuvo en seco. Se acordó que estaba muy encabronada.
—¿Y usted, dónde andaba? ¿Cómo se atrevió a hacernos esto, después de lo de Juancho? ¿O es que se volvió de piedra? – La muchacha se soltó a llorar, pero feo; parecía que estaba en un velorio. Luego dijo:
—Mamá, déjeme explicarle… Me fui porque me puse bien mala, no le quise decir a nadie, pos me daba mucha vergüenza.
—¿De qué? – A todos nos pasa, ya ve cómo estuve yo, y míreme. Ni modo, uno tiene que aguantarse y seguir… ¡Pos mire! ¿Y de qué se enfermó? – Manuelita no pudo más, se levantó las enaguas y señalando sus partes, escupió, con todo el miedo y la rabia contenidos en su temblorosa voz:
—¿Pos qué no entiende? ¿Quiere que le diga para que se colapse otra vez? – Ramona se quedó de una pieza. ¿Qué rayos le ocurría a su hija? Luego de unos segundos de silencio, la muchachita gritó:
—¡¡Es que me sangró la herida!! – Luego cayó desmayada sobre el piso de tierra apisonada.
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Nació en Monterrey, Nuevo León. Empezó a publicar desde temprana edad; perteneció a los grupos literarios Tinta Joven y Artefacto, del Instituto de Artes de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Escribe desde los 8 y publica desde los 14.
Colaboró durante muchos años con don Alfonso Castillo (+), de Ediciones Castillo, a quien considera su gran maestro, manejándole sus concursos de Literatura Infantil y Juvenil Castillo de la Lectura, así como la publicación de los libros de la Colección Castillo del Terror, otro gran acierto de aquella editorial que ahora ya es leyenda. También se encargaba de evaluar, revisar y editar manuscritos y libros de texto que salían de aquella casa editora.
Es poeta, escritora y CEO de La Naranja Editores. Su obra ha sido publicada a nivel nacional e internacional en periódicos y revistas y ha recibido algunos premios y reconocimientos por su obra literaria sí como por su trayectoria editorial, entre ellos el Reconocimiento al Mérito Editorial, otorgado por la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Nuevo León, en abril de 2019. Ha apoyado a más de 300 personas para publicar su libro; ha impartido cursos de su creación en varias instituciones y ferias del libro, presentándose en la Feria Internacional del Libro de Monterrey y de Guadalajara durante más de 20 años y ha fungido como juez en innumerables concursos de poesía, novela y literatura infantil y juvenil. En junio de 2022, recibió la medalla y reconocimiento (Presea J. Alfonso Castillo Burgos), por su trayectoria, en la categoría Educación y Cultura, por parte del Club Rotarios de Monterrey, entregado en el Club Alpino Chipinque. En octubre de 2023, su novela El niño de la noria, es promovida y presentada en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, Alemania.
Libros publicados como autora: Ángulo Sol (Poesía, 1984, Eligio Coronado Editor); Ecos de otra voz (Poesía, 2004 y 2006, Oficio Ediciones); El niño de la noria (Novela, 2006, edición de autor); y fue incluida en la antología bilingüe Palabras de la piel, de Virginia Rodríguez Garza (2010, Oficio Ediciones) y en la antología Locos contadores de historias, coordinada por la Casa del Escritor de Cadereyta y publicada por Ediciones Tres Caminos, 2023). Algunos de sus trabajos han sido traducidos al inglés y al francés.
Actualmente continúa como CEO de su sello, La Naranja Editores, fundado en enero de 2006, publicando libros de todos los géneros. INSÓLITA VISITA – Historia de un clon, es su segunda novela y pronto comenzará a escribir la siguiente.
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