Noche de fiesta, bebidas y feromonas, quizá algún esbozo de lo que podría ser el deseo oculto de un sentimiento pueril o abstracto. Pero es una noche de extraña apariencia, plagada de un hedor rojizo. En un sitio ecléctico dentro de otro quizá más oculto, donde los años no se perciben a comparación de las texturas. Adelaida, una mórbida y obesa mujer sentada en una esquina, viendo con displicencia a los invitados, piensa pérfidamente: “Para ellas es muy fácil, solo tienen que existir, ser bonitas y lucir un escote, agregar un cálido perfume que exalte una sonrisa de soslayo e insinúe el aroma de su himen, los contornos de su casi virginal perineo”. Para ellas no es complicado llamar a un hombre para que bese sus labios con fervor y estruje sus tetas con violencia. Solo tienen que mirar lascivamente a los otros y provocar su torpe libido. Tienen una piel muy bonita, tersa como la seda más fina, brillante al igual que un resplandor”.
Los cuerpos se contonean en un rojizo vaivén incidido por luces de neón, al ritmo de melodías electrónicas de imposible distorsión y compás. Ellos se acercan a las curvas, ellas, las de manos trémulas. Un naciente crisol, de superficies magras que se diluyen con tegumentos más frondosos.
En otra latitud próxima a la pista de baile, se encuentra Fedor, un tipo escuálido y de rostro marsupial que mira soezmente la mixtura de entrepiernas pubescentes, ansiando morder con frío ahínco la humedad de su dermis vaginal. Él cavila: “A esos otros musculados y bien parecidos no les resulta mayor problema, sus perfectos escorzos y mentones esculpidos las atraen a sus ingles, a su miembro erecto, lleno de sangre y arterias reborbotantes”. Su piel y la de ellas escurre sudores de ensueño, de olores hipnóticos y salinidades culinarias. No me importa su permiso, no me importa su pudor, sólo quiero con vehemencia, sentir la calidez de su sangre menstrual sobre mi horrible rostro iracundo”.
La danza continúa, Doirol y Mavera cuyos cuerpos vieron mejores tiempos en la tan ansiada y nostálgica juventud humana, bailan con cautela, víctimas de los demonios reumáticos y el abandono de hormonas. Más próximos al vacío, el olvido, el opúsculo de la vida y un sinfín de augurios llenos de arrugas, de enfermedades y decrepitudes. Danzan con vergüenza, fantasean con el estrógeno a su lado, la nueva sangre con faldas recortadas y camisas ajustadas. En otros sitos se encuentran los hermosos, aquellos seres horribles de cuerpo esbelto y extremidades pintorescas. Aquellas de abdomen cuadriculado y una parvada de hembras pululantes de progesterona, con glúteos firmes y senos abundantes.
Los bellos bailan, pero se esconden, esconden sus podridos pensamientos hacia el vox populi. Piensan constantemente, mi sexo peligra, esos seres, amorfos y desgraciados, pero tan sutilmente cerebrales, de un intelecto alterno, poseedores de un deseo exacerbado y un vulgar deleite por las pasiones deleznables. Cazadores del colágeno, mutiladores de los caparazones. La fiesta sigue, los asistentes se desdoblan plácidamente en una vertiginosa rutina danzante, con miradas torvas y tocamientos feroces. Fedor y Adelaida se unen al baile, las burlas embravecidas los acechan, pero ellos también aguardan, el acero inoxidable debajo de sus mangas les provoca espasmos. Los pensamientos se han enervado por la presencia de estupefacientes, de melodías vulgares, cánticos blasfemos e instintos animales. Los bellos se han unido a la perfidia, debajo de sus ropas esconden artefactos metálicos, látex afilado y su más refinado instinto de violencia. Muy por adentro, ellos saben que son igual de horrorosos, frágiles y sin forma sublime.
En un sillón se encuentra Freya, una voluptuosa anciana con ojos amarillos, manos reumáticas y atributos hinchados por la gota. Con envidia rapaz contempla a las demás jovencitas, de nalgas firmes, prístinas sonrisas, pezones erectos y curvas radiantes. Medita para sus adentros: “Alguna vez fui igual o más hermosa que estas rameras, mi cabellera despedía iridiscencias, mi caminar paraba el corazón de los hombres, la humedad de mi sexo era hipnótica y mi rostro era el de una ninfa. Pero no importa, un candor de alegría me atenaza al saber que su belleza terminará igual que la mía, las brazas de la muerte cortejarán con sus cuerpos, arrugarán su piel y calcinarán su colágeno. Sabrán lo que es renunciar a la belleza y dejarán de sufrir, porque todo aquel que aspire a ser hermoso sufrirá por doquier, bajo cualquier circunstancia”.
Se escucha una campana, de una procedencia misteriosa, a nadie parece importarle.
-¿Quieres ir arriba? –dice Fedor a Nereida, una chica con aspecto de Lolita, una tierna fémina que apenas parece rebasar la mayoría de edad.
-Sí, vamos, Doirol y Mavera son mis padrinos de ocasión, ellos también deben asistir. Debo tener su permiso.
-Llámalos, arriba mis amigos también nos aguardan. – Responde Fedor.
-¿Son?—
-Sí, tranquila. Ellos pueden ayudarnos, ya tomaron quirolexen. Su piel ya está preparada para los procesos.
Haciendo un ademán, Nereida llama a sus dos acompañantes al piso superior. Los cuatro se encaminan. El efecto estroboscópico ha ocasionado estragos en todas las vistas. La desesperación y el deseo han poseído a los asistentes, pequeñas reyertas que se han desatado en distintos rincones del recinto. En la cocina dos mujeres canibalizan con ternura el rostro de un hombre viejo, sus besos antropófagos han arrancado los labios inferiores mientras que dentelladas salvajes han transformado la cuenca de los ojos en dos concavidades carmesí, el hombre despide algunos gañidos entrecortados. Su sangre le ha provocado un severo cuadro de asfixia. Ambas mujeres regurgitan sobre su garganta abierta y devoran el contenido lentamente, como de un cáliz de carne. Como peces en el río.
Adelaida ha conseguido un amante, un hombre corpulento de un imposible tono de piel, de manos grandes y caderas prominentes. El sudor sobre su dermis encrespa a las hembras expectantes, se asoma un incipiente acto de voyerismo. Con delicadeza el hombre se recuesta sobre un futón esperando las ofrendas femeninas. Las caricias dan inicio a una serie de roces entre la piel, pieles variopintas, ennegrecidas, claras, carentes de melanina, rugosas, tersas, aterciopeladas, con aspecto de escamas, semi ásperas, un remolino dérmico que se mezcla en medio de un acto sexual sin forma ni fin. Las hembras se pierden entre los pliegues endurecidos de un falo imposible, invocan su elixir y enervan al hombre.
Con saña y habilidad, Adelaida eyecta una daga de su antebrazo izquierdo, antes de que el hombre reaccione la garganta de este se ha vuelto una pieza didáctica, el corte ha sido tan preciso que el calor de su sangre lo arruya, lo arruya hasta que sus ojos se cierran para siempre y su sangre se ha convertido en el grial de las hembras. Freya se acerca y bebe del elixir, su piel rejuvenece, hilos de vid se forman entre sus arterias varicosas, su rostro de nínfula ha vuelto a resplandecer, pero el deseo por la sangre no ha parado, continúa su mórbida bebedera hacia el cuello del fenecido. En otros instantes, Doiro, Freya y compañía se aproximan a un piso superior.
-Contraseña, de favor -exige un hombre ataviado con cuero negro cuyo rostro no está cubierto con un pasamontañas, sufre de un ligero tambaleo por la ingesta de drogas. Sus ojos se han vuelto rojos, al igual que el de todos los presentes.
-Rigor Mortis –responde Doirol.
Doirol, Mavera, Freya y compañía se conducen mutuamente en una sección de obscuros recovecos. Concavidades urbanas que los dirigen a una intersección de cabinas, cuartos y rincones desaliñados, se contemplan cadáveres de ratas, sangre seca y la estúpida presencia de preservativos usados de los que sale simiente apenas eyectado, mezclado con sangre y secreciones. De las paredes cuelgan dedos cercenados que decoran la suciedad del sitio.
Freya, Doirol, Mavera y Nereida entran a un pequeño recinto con aspecto de quirófano. El sitio está completamente embadurnado por un acero cromado de imposible luminiscencia, los brillos metálicos y la pulcritud del sitio resaltan la anatomía de todos. El metal brillante se mezcla con aditamentos quirúrgicos multiformes. Dentro los aguarda el maestro de ceremonias a quien llamarán “El Cirujano de las emociones” y sus asistentes: Doctor 1, Doctor 2 y Enfermera.
-Buenas noches. – dice el cirujano.
-Buenas noches –responden Freya y los demás.
-¿Quién de ustedes amigos, será la ofrenda de los vetustos? Cualquiera que pretenda rejuvenecer mediante el rito de Quirolexus debe ofrecer un tributo a los doctores.
Todos se miran, lucen nerviosos, pero saben que la decisión implicada no tendrá marcha atrás.
-La pubescente, descúbranla –agrega Doirol
Los doctores, Freya y Fedor someten a Nereida contra una mesa metálica, sus plañidos claman compasión, a nadie le inmutan aquellos ruegos. El cirujano y los doctores remueven sus ropas, Freya está sentada, observando con atención los movimientos retorcidos de la niña suplicante mientras la desnuda. Fedor y Doirol han sufrido una erección, Mavera los estimula ligeramente sin descubrirlos.
-Su himen…está intacto. Es una de las Dermáquiras, su sangre es pura como el polen. Y no ha sido intervenida por nadie –indica Freya.
-Es un espécimen muy raro de encontrar últimamente, cada vez hay menos como ellas. – responde Doirol.
-No, por favor… -suplica Nereida.
-Háganlo ahora o el núcleo ditirámbico se extinguirá. El nutriente debe ser consumido lo antes posible, de lo contrario se extinguirá en poco tiempo –sugiere el Doctor 3.
Sin miramientos, Freya toma un prensador-escálpelo con el que asesta una rápida estocada en la zona pélvica de Nereida. La fuerza del impacto provoca una propulsión sanguinolenta que salpica a todos, las gotas bermellón relucen con mayor aspecto gracias al etéreo fulgor del acero quirúrgico. Nereida gime de dolor, sus ojos se viran al blanco y su boca se expande anormalmente. Convulsiona contra la mesa e intenta escapar de sus captores, pero la fuerza de los individuos la somete. Conmovido por su dolor, Doirol dirige sus manos hacia su tráquea y oprime con fuerza, su estrangulamiento es tan preciso que los gritos de Nereida se transforman en alaridos apagados. Su respiración se vuelve un espasmo airoso.
-Rápido, la extracción del núcleo. – dice Doctor 2.
La Enfermera y el cirujano toman unos bisturíes. Unen sus manos en posición de un corte sagital desde el esternón hasta el monte perineo. Clavan las puntas metálicas y ejecutan un corte veloz. Nereida se asfixia con su sangre, a un lado, Freya estimula su clítoris con sus dedos que han sido humedecidos con solución de cloroformo. La reacción química la ha adormilado, Mavera y Doctor 3 la ayudan a incorporarse. La asfixia termina, Doirol retira sus manos y se escucha un estertor final, Nereida ha abandonado el plano terrenal, el doctor toma su pulso y observa sus ojos que han sido coagulados por implosiones hemáticas.
Su hazaña continúa. El cirujano convoca a todos con un ademán de mano a que se aproximen al cuerpo.
-Todos juntos, dirijan su mano hacia el vientre de la Dermáquira, cuando sientan la incandescencia hundan más su extremidad, sean cuidadosos con las terminaciones nerviosas, si uno solo estropea la extracción del núcleo este sufrirá de una gangrena ventricular y será dañado. Si ninguno quiere ser la nueva ofrenda, entonces ha de ser cauto.
Todos asienten, uno a uno, Freya, Doirol, Fedor, Doctor 1, Doctor2, Doctor 3 y Enfermera introducen con calma sus manos adentro del abdomen mutilado. Ocurre un fuerte latido, un esplendor lumínico que sale de las visceras.
-No se asusten, son las palpitaciones del Creón, es la muerte del capullo para que germine el Agua de Calisto. No se detengan.
Los asistentes continúan su hazaña, sus manos se hunden más y más en el laberinto rojizo, rearmando las vísceras como puzzle cadavérico. Todas las extremidades confluyen en una esfera cristalina que agarran con fuerza. La levantan con idolatría y clamor, como el sacro aditamento de un eclesiástico al momento de la adoración. La entidad esférica levita frente a ellos mientras despide iridiscencias flamígeras. Todos han sido hipnotizados por su presencia.
-Critt Dermáquira -exclama el cirujano con devoción.
-Critt Dermáquira –exclama Fedor.
-Critt Dermáquira –exclama Freya.
-Critt Dermáquira –exclama Doctor 1.
-Critt Dermáquira -exclama Doirol.
-Critt Dermáquira -exclama Doctor 2.
-Critt Dermáquira -exclama Doctor 3.
-Critt Dermáquira -exclama Enfermera.
-Critt Dermáquira -exclama Mavera.
La entidad esférica emite una onda de choque, sus fuegos fatuos penetran los poros de los asistentes rejuveneciendo su semblante. Nutriendo su colágeno, dándole firmeza a sus contornos y embelesando sus mentes. Abajo las celebraciones continúan, a expensas de las ofrendas, ignorando los ritos rojos de las reyertas dérmicas.
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