Ercilla en Concepción, el poemario de Luis Correa-Díaz
(Publicador por Fuego Blanco Ediciones, 2024)
Prólogo de otro autor
Fiel a su pasión exploratoria, experimental y, ciertamente, transgresora, Luis Correa-Díaz se embarca en un viaje único al corazón mismo del centro pencopolitano y lo hace de la mano de Alonso de Ercilla, poeta semilla de la poesía chilena e hispanoamericana, Virgilio tutelar a quien el poeta chileno-americano hace hablar a través de una infatigable lectura vivencial de La Araucana. De igual manera, este poeta se convierte en una especie de avatar de aquél, a quien hace volver a la fértil provincia en sus tempranos 60 añitos, y ésta es, simplemente, la trama de este libro.
Épica en reversa, descenso que no es, en este caso y evidentemente, a los infiernos, sino a la página escrita y reescrita, cuyo QR invisible y de fondo, como un viejo sello de agua, es una octava real. Correa-Díaz se baja en pleno terminal de buses en la calle Collao y pasa a entablar una conversación intemporal con el “primer poeta joven” de la nación, como lo dijera, con lucidez, Enrique Lihn (quien de Chile y de su poesía siempre supo demasiado). Correa-Díaz, en pleno siglo XXI, retoma esta posta de siglos, para hablar con los poetas vivos y muertos, entre ellos él mismo, como un post-lector de Ercilla y de los poetas mapuches y cantantes “etno-urbanos”; habitante en diálogo incesante con el sur de Chile y su historia de antaño, actual y futura.
Diálogo de muertos, habría que aclarar, diálogo de exiliados, poetas extranjeros en su propia tierra; esa tierra que dejó de ser del poeta, un Luis que se abrevia a sí mismo con “lcd”, un Correa-Díaz, que un día partió “a USA a hacerse docto en mirar desde fuera”. Y desde afuera, Chile se ve mejor. O se lo ve distinto, de una manera que resultaría poco menos que imposible desde dentro, tal cual el poeta lo ha dejado de manifiesto en su El Escudo de Chile (México: Editorial OXEDA, 2023).
Ercilla en Concepción es, por esta razón, un recorrido tan personal como literario, caleidoscópico, por no decir fractal, y alucinante, en un tiempo donde todo se mezcla en un orden de cosas que sólo un poeta puede diseñar: la historia de la nación, las páginas de un libro fundacional y la bio-poética del mismo poeta que habla y escribe; y descubre también en esta escritura que tal vez ya “sea hora de irse muriendo”, como señala en “Edad mía”, uno de los poemas iniciales. Pero no todavía, no antes de recorrer estas tierras tan de nadie y tan de todos.
Poema en 15 cantos + agregados necesarios, una primera parte que promete no buscar ni segundas ni terceras, como asegura el poeta hacia el final, que fueron distribuidos como primicias en screenshots para los amigos y las redes sociales en estos tiempos sin poemas donde hay más poemas que nunca en la historia del ser humano, donde el Parnaso aparece ya democratizado online.
Ercilla en Concepción nos habla, insisto, desde todas partes: arriba de un taxi, en un cuarto de hotel o registrando —“suceso real y fabuloso al mismo tiempo”— a don Alonso de Ercilla y Zúñiga cuando toma un bus en pleno Concepción centro para darse “una vueltecita en la city”. Una vueltecita que damos junto con él los lectores de este texto centrípeto en uno de esos buses con nombre de sistema solar, de conjunto de estrellas distantes, de universo.
Ercilla en Conce
Ercilla no llegaría a saber que la bandera
de esta ciudad se parecería bastante
a la de Ucrania, que si lo hubiese
adivinado, con la ayuda de Fitón y
su bola mágica, se habría visto
futurizado peleando al lado de Zelensky
contra la barbarie rusa de pretendidas
anexiones, sentiría en su pecho
de poeta-soldado-testigo ese llamado
al servicio de los hombres justos,
con gana y fin de rematar la guerra,
por lo pronto, apartándose un poco
de los 77 avatares de los de la Concepción
—ha llegado un domingo 9 de julio,
Día del Juramento a la Bandera—
va y se arrodilla frente a la Catedral
en memoria de Sebastián Acevedo,
luego se sienta junto a su otro yo,
un mendigo trasnochado pero festivo
que, por esas casualidades de la vida,
viste una polera con el logo de UGA,
empieza a llorar por Jeannette
Angélica, niña, allá en la San Gregorio,
y sabe en su fuero interno que será
por 50 y + años, ve pasar raudos
por los aires trémulos unos Hawker Hunters
Paréntesis súbito
apenas llegado por estos lados,
tantos años, siglos que soñaba
volver y con suerte reconectar
con los avos, se encuentra
en una vitrina consigo mismo,
novelado históricamente
por Patricia Cerda, pasa la noche
leyéndose y sorprendido
no por las contradicciones
del Imperio, que conoció y padeció
desde niño y que lo hizo buscar
en los versos la felicidad heroica
que su Rey no podría proveerle
a sus súbditos, empeñados
en desfalcar a la Corona
con transferencias ideológicamente
falsas, nada de eso, sino por verse
retratado con rigurosa pasión
y darse cuenta de que su vida
había tenido más sentido del que creyó
y no por modestia impía como se rumoreaba
Madre de la luz
empujándome, partida
de dolor, me abriste los ojos,
los sacaste de las aguas
profundas, un día oscuro
y torrencial, y te mordí
los pechos con un para siempre
balbuciento, salí al mundo
la pluma ora en la mano, ora
la lanza (o la molotov, según
pasan los años), mi escuela
fue la calle, entre San Agustín y
Fucsias, nunca llegué
a dormirme otra vez, falleció
Gabriel y me volví elegíaco
por ti, te sostuve como una rosa
en los brazos y ahora que te veo
a punto de ser la única supernova
que conoceré, me confieso en paz
conmigo y con el expansive Universe
Edad mía
estoy justo en los 61 años
de mi edad, o sea que hora
sería ya de irse muriendo
y copiar en eso también
a don Alonso, qué mejor
escenario que el del famoso
Bío-Bío, donde pisaran
sus sueños de poeta heróico
la araucana y fértil tierra
que aún es combatida
hasta por sus propios
algunos, cantada nunca
más sino con estados
de excepción, acotados,
tanto como el de la octava
68 del último canto do
queda resumida la empresa,
el primer amago de pacificación
que empañó el sueño azul
que sigue, a pesar de los pesares,
en boca de Elicura Chihuailaf,
de morirme no tengo noticias,
lo claro es que mis poemas
se van cargando de ese black
dripping que empleó Bororo
al retratar al soldado devenido
poeta entrando en casa ajena
Tierras raras
Chile, fértil provincia en tierras
raras, escondidas debajo
de cualquier plantación
y de las pisadas de nuestros
caballos de matanzas,
no nos dimos cuenta
de este tesoro por doquier
tan pendientes de los naturales
y sus encerronas, asaltos y demás
descalabros y riñas, teníamos
que sobrevivir aquí desbaratados
en el Andalicán antes de pasar
a Concepción, saco, incendio
y ruina, así anduvimos
en el asiento de Penco,
reedificándola, vi morir al Toqui,
Lautaro, primer y joven centauro
de su mundo, y poco a poco nosotros…,
pero tampoco es que supiéramos
de química y esas cosas
del futuro de magos nuevos,
eso se lo dejaríamos sin saber
a los hombres del mañana,
para nosotros fueron éstas
sus tierras campo de Marte…,
en un arrebato a mis alumnos
pido del curso en la U de Conce
sobre las rescrituras de mi poema
que dejemos los versos y reversos
y cavemos bajo nuestros propios
pies, si no encontramos ninguno
de aquellos mentados lantánidos
puede que sí algún hueso, lanza
u otra arma de ellos o de españoles
o, por lo menos y mejor al caso,
una de esas cortezas donde se cuenta
que escribí fragmentos de mi obra,
para donársela al Departamento
de Español y que la enmarquen
y la exhiban como patrimonio suyo
Invitamos a nuestros queridos amigos y amigas de la poesía a descargar gratuitamente el libro completo en el siguiente enlace: https://elsignoinvisible.com/ercilla-en-concepcion_lcd/