…que ningún corazón adulto entenderá.
Acaso mi sueño de la última noche
sea continuación del sueño de la precedente,
y prosiga, la noche siguiente, con un rigor harto plausible.
– A. Bretón
Ignoro si este curioso título querrá ser reducido a un cuento o resuelto en un poema; ignoro también siquiera si podrá ser. Cuentan los entes que fueron obra de un sueño, pálidas criaturas concebidas en lapsos oníricos que no resistían el doloso fulgor del sol, apenas ideas dispersas en la inconciencia, antes que su hacedor separara los pesados párpados y les diera muerte de vigilia, es decir; que su existencia se redujera al vaporoso recuerdo de un sueño (o persistente pesadilla), dicen y cuentan, desde su universo increado, menos real que un reflejo, cuentan decía, alegorías que siembran sus cabezas de mundos imaginables, pero distantes todavía de ser leche de otras realidades, (cuentan) que algunos incisivos y molares insurrectos, con un golpe de carie en sus sienes que los hacia parecer malvados, maquinaron un golpe de Estado contra el imperio de la boca, porque —aseguran los sublevados— fueron azotados incontables ocasiones por los roces lascivos de unos labios extranjeros.
Los hombres imaginarios —e imaginantes—, comparten sonrisas huecas, desdentadas de entrañas, y se presionan repetidas y enfáticas veces, como hembras apunto de desatarse el anudado vientre, la boca del estómago, mientras platican del Dios Diente; se dan suaves palmaditas en sus bocas vacías y continúan construyendo a golpes de saliva e imaginación un cuento que (como el río de Heráclito) es otro y el mismo cada día, cuando son llamados a ser dentro del sueño de algún ignoto demiurgo. Dicen, prosiguen las sombras que hablan, que los fúricos dientes echados al destierro, buscaron refugio bajo las sombras dentadas de suaves esqueletos de sirena, donde podían, según el aplomo del sol, refugiarse de los largos y ominosos dedos de la luz, aunque no pudieron escapar de las pirañas de salitre que les promovían mordiscos en los lugares más tiernos de su albura.
Y en este punto de su relato, los hombres oníricos (homo somnium) se despachan puñaladas de afiladas y azules sombras sobre sus vacíos estómagos e improvisan onomatopeyas de lo que los dientes desterrados platican en su lengua edénica ( y adánica) cuando el sol, triste y anémico, se amortaja en el oriente y entonces pronuncian frenéticos “il huc rah lih, il huc rah lih” y el adlátere contagiado de euforia le contesta “ul hic reh luh, ul hic reh luh” y es en este punto donde, por un arcano de la memoria, su legañoso artífice despierta y los seres increados no pueden continuar su cuento, sino hasta el siguiente lapso onírico de su soñador, donde tendrán que repetir la hazaña de imaginar un cuento que para ellos es nuevo, pero que para el durmiente es la continuación de ese sueño puntual y recurrente de cada noche. Durante sus lapsos de vigilia el soñador confecciona un poema interminable, que esta noche, continúa como sigue:
Este hombre tiene sed de ti
fatigosa hambre de mujer
sobria sirena
sueño que tus neuronas
platican de pensarme.
El íngrimo soñador se despertó — otra vez — pensando en ella y ella se durmió sin pensar en él “il huc rah lih, il huc rah lih” prorrumpió en sollozos el feo durmiente “ul hic reh luh, ul hic reh luh” disparaba carcajadas la mujer de sueños ¡ay! vacíos de él. Entonces el lloricoso imaginante cayó, anestesiado de tristeza, en pozos de sopor …y el colmillo del Dios Diente —cuentan los insurrectos imaginarios— se fue alargando y siguieron, los azulosos hombrecitos, contándose de distintas e indecibles maneras cómo se alargaba el colmillo del Dios Diente en aquel día que ellos llamaron “el más largo del mundo” y entonces, persistieron tanto en la inútil narración de la largura del colmillo del Dios Diente, que éste traspasó los inasibles límites del sueño dando muerte al soñador (los médicos, encogiéndose científicamente de hombros, dijeron que murió de una corazonada). Entonces los homúnculos, habitantes del sueño, se hicieron infinitos narrándose (de infinitas e inefables maneras) el cuento monótono acerca de la ebúrnea largura del colmillo del Dios Diente y, sin advertirlo, inventaron la muerte de los hombres.