Me has contratado para enseñarte el arte de convencer. Sin embargo, has aprendido todo lo que me es posible enseñarte y no quieres pagarme. Te demandaré, ya que nuestro acuerdo fue que me pagarías una vez ganaras tu primer juicio. Pero ahora te niegas a ejercer el noble oficio de la persuasión ante el jurado con tal de no pagarme.
Como tu maestro te enseñaré, en la práctica, que no hay causa imposible de defender, ni voluntad que no pueda ser removida. Ante tu indisposición a cumplir nuestro trato haré lo siguiente: te demandaré ante la asamblea. Si el juez falla a mi favor tendrás que pagarme, ya que habré ganado el juicio, y si falla en mi contra, también deberás pagarme ya que tú habrás ganado tu primer juicio, lo cual era el requisito para darme mi salario.
Somos sofistas y hoy has aprendido tu mejor lección: el arte de nunca perder. Las técnicas las sabes de sobra: conoce profundamente tu herramienta, el lenguaje, no fue acaso el acucioso Aristóteles quien escribió lo desventurada de una persona que, teniendo un arma, no la supiera usar para defenderse, ¿cuánto más desdichada es una que, teniendo la palabra, no sepa cómo usarla con ingenio?
También recuerda alinear tus dichos con tu aspecto, ¿le creerías a un mendigo que te suplica con denuedo unas monedas, pero que a la vista no carece de vestido, calzado y alimento? Por ello es importante que lo que digas sea consecuente con lo que aparentas. Luego, no te olvides de tu oyente, ¿es campesino?, explícate con ideas propias de su oficio. ¿Es filósofo? Que no te amedrente, usa contra él las ideas aceptadas por la mayoría y no perderás tu causa ante su fina palabrería.
Luego, recuerda ¿qué tienen en común el filósofo y el campesino? Que son seres pensantes, responderás, pero no solo eso; también comparten la peculiaridad de ser seres sintientes. Apela a sus emociones tanto como a sus razones. Guarda en tu corazón estas lecciones y no habrá cosa imposible de defender ni voluntad inamovible.
La realidad, discípulo amado, es una opinión. Y a una opinión, hecha de ideas, podemos moldearla a nuestro antojo. A estas alturas pensarás que tu mente es poderosa, yo te responderé, no, lo poderoso es el lenguaje. Más ninguna herramienta es poderosa en sí, sino que depende de la pericia de quien la use. Yo podría convencerte de ambas posturas. Aprende los misterios paralelos del humano y del lenguaje y conocerás el arte de nunca perder.