¿Cómo es que caí tan bajo? De respuestas filosóficas, paso a remedios baratos de superación personal, pienso mientras enciendo la computadora y fumo un cigarro. Los caminos han sido varios, pues el encierro por una pandemia me condiciona a quedarme en casa y limitarme a salir solo para lo indispensable. Todo este tiempo he sido víctima de mi misma. Por mis ánimos, metafóricamente hablando, he muerto y revivido más de una vez. Este es el cuarto curso en línea que tomo, todo a través de pantallas, caigo en la trampa: sigo siendo la misma que de dudas y aflicciones vive y esto es un infomercial extendido
Primero tomé mindfulness para calmar la ansiedad, luego tap dance para conectarme conmigo, después cómo aprender a leer más rápido como lo hacían en la Segunda Guerra Mundial, y nada me liberó de esta ansiedad.
«Cómo encontrarte a ti y decirle al mundo quién eres, es el nombre del curso gratuito. Nombre patético, para los ingenuos es una promesa que apenas llegará en base a una receta empalagosa de amor propio y que ahora consulto sin decirle nadie —aunque más de una persona que conozco lo haya tomado antes— son de esas cosas que uno hace, mantener en secreto porque admite que hay cierta debilidad, dar el poder a otros o incluso armas para que ataquen al primer descuido.
Todos los webinar que he tomado han sido en domingo por la mañana, como si en ese momento estuviera más vulnerable, despierto apenas despeinada, con aliento a alcohol, en ayunas, expuesta a la incertidumbre y atenta a una gurú que me dará respuestas, distraerá mi locura o mínimo me enseñará por quinta vez a respirar correctamente.
Ya es hora. La conexión tarda en transmitir el curso. Cuenta regresiva. Espere un momento por favor, dice la pantalla que nos acerca y aleja. Minutos después, ahí está, Clara Wellness, una coach del ego disfrazado de autoestima. Ella luce una sonrisa imparable, es como si la trajera pegada todo el tiempo. Sus dientes blancos alineados no mienten. Estoy segura que si la pateara seguiría sonriendo y moviendo su cabeza a los lados, mostrando sus cabellos rubios como si anunciara un champú. Clara se presenta con un librero de fondo, quizá quiere ser tomada en serio, pero con esa voz aguda empalagada lo dudo. Parece que vende dulces y aún así estoy segura que más adelante lanzará una perorata de indirectas tan directas que hará quedarse a más de una, como a mí, atenta a tomar nota de algunas cosas que dice, quizá si sepa de psicología. Se me hace conocida, siento que la he visto antes, su voz y sus ojos me son familiares, pero no ubico de dónde.
En la transmisión en vivo percibo una plétora de halagos y felicitaciones de quienes ingresan a su curso. La instructora se jacta de ser psicóloga, agradece y lee de donde vienen sus aspirantes a clientes, aquellos defraudados de si mismos o que ponen en duda cada paso que dan, como yo a veces.
Hilaria de Argentina, muchas gracias por escribirnos. Oh, José Enrique de Ciudad de México, gracias por tus comentarios. Luis de Puebla, Juana de California. Sean todos bienvenidos a este inicio de reencuentro con nosotros mismos. Sabemos que estamos en tiempos difíciles y necesitamos reinventarnos en medio de cuatro paredes, ¿cuáles creen que son? Las de nuestros pensamientos, ¡si! Por ser tan cuadrados de mente y no ver más allá.
Comienza de forma similar a otros webinar, habla de lo que tratará la sesión. No deja de sonreír, cosa que me irrita, pero la sigo viendo por curiosidad y para tener algún sonido de fondo, algo que me acompañe e interrumpa ese hilo de pensamientos que no me deja en paz. Tú no puedes, deja de intentar hacer el ridículo, si no aprendiste a conducir de joven, menos ahora. ¿Vivir tus treinta como una muchacha?, ¿en serio?, ¿cómo te vas a pintar el cabello rosa? Un piercing por favor, quizá. Espera.
Distraigo esa serie de pensamientos, mientras veo a la mujer en pantalla. Su rostro se me hace conocido, pero no logro ubicarla completamente. Apenas presto atención a lo que dice, se pone a pregonar de nuevo su preparación, diplomados que ha cursado y asegura que ha conocido en la alfombra roja a otros couch que venden recetas para la felicidad a gran escala y cambian la vida de muchas personas con tan solo unas palabras. Abracadabra, haz que yo misma me quiera. ¡Tarán!, listo.
Luego de su presentación, su explicación ahonda en escuchar la conciencia. Comparte en la pantalla unas diapositivas acompañadas de frases harto escuchadas en diferentes conversaciones: ¿Quieres disfrutar del amor? Primero preocúpate y ocúpate de ti. Deja de estar suspirando para que otros te quieran. Dile al mundo quién eres sin tener miedo. Escucha a tu corazón y sigue su llamado. No dejes que el exterior te domine por completo. Busca en la brújula de tu ser las respuestas que estás tratando de encontrar.
Cuando dice esto, parece que lo medio lee y a la vez pregona la palabra de Dios en la calle con una bocina y un micrófono, un intento de persuasión que puede abrumar o empalagar a más de uno, como a mí.
Alguna que otra frase, me hace ruido en la cabeza. Arrugo la frente y siento ganas de cerrar la computadora o incluso apagarla, pero siento que al final puede decir algo útil, aunque luego pienso, ¿cómo es posible que la falta de voluntad nos obliga a creerle a alguien más, y dejamos que nos diga qué hacer? No encuentro respuesta, miro fijamente a la mujer, insisto en que la conozco, su semblante se me hace familiar, como si ya nos hubiéramos visto antes.
Sigo la transmisión en vivo. Clara pide que cerremos los ojos e imaginemos cómo queremos nuestra vida. Vislumbro mi cabello rosa, que conduzco un minicooper rojo y soy feliz con mi novio imaginario español, apenas y logro ver todo eso. Después lo único que se me viene a la mente es ¿cómo llegue a esto?, ¿es tanta mi desesperación que me he vuelto una receptora pasiva, y me creo cualquier cosa?, ¿qué no tengo criterio propio y el encierro me ha robado la perspectiva? Es como si viviera en automático y buscara seguir algo aunque no sepa qué. Sobrevivo a este encierro en búsqueda de algo, encontrar un sentido o creer que estoy haciendo algo para no sucumbir en el absurdo de la depresión o una ansiedad incontrolable. La soledad y el encierro tienen consecuencias. Una saca la peor versión de sí misma, como en mi caso, una recolectora de consejos baratos para motivarse y no morir en el intento. Ya casi me convence de ir por mi tinte rosa y decirle al mundo quién soy.
Veo a la mujer motivar a sus asistentes virtuales soltando un par de frases: ¡Tú puedes, cree en ti, mírate al espejo y di cuanto te amas no tengas miedo! De repente, cuando guiñe el ojo, entre la complicidad y coqueteo frente a la pantalla empiezo a notar algo familiar en ella, como si la hubiera visto antes. ¿Se parece a…?, ¿se parece a…? No, no creo que sea. ¿Cómo va a estar diciendo ese tipo de cosas? Ahora se ha puesto a hablar sobre no mendigar amor por fuera y de la autoaceptación. No mendigue amor, no sea estúpido, usted no nació para recibir sobras sentimentales de otro. Acéptese como es con todo y sus defectos. Mírese al espejo y agradezca lo que le dio la naturaleza del amor.
Ella mira fijamente a la cámara y abre más los ojos. Insisto en que la conozco pero no sé dónde, es como si diera un mensaje subliminal, como si supiera que estoy del otro lado de la pantalla. Su sonrisa la delata. La vuelvo a mirar fijamente. ¿Dónde he visto ese gesto? Caigo en cuenta. ¡Es ella! ¡Ja! Ella diciéndome a mí como debo ser. ¿Con que autoridad lo hace? ¿Un título universitario y un makeover en grande? Ja, se pintó el cabello de morena pasó a rubia, sometió su cuerpo a cirugía plástica, implantes en su pecho, aspiración de cachetes y una rinoplastia. ¡Claro!
Es Camelia, una compañera de preparatoria, esa chica que se aislaba y huía de la gente como las ratas, le temía a todo mundo. Las vueltas de la vida la han cambiado. Un lavado de cerebro, metamorfosis mental y física la han llevado a donde está ahora. Comercializa con el vacío de otros. En la escuela decían que la habían recogido de un rancho donde no había mucha gente. A veces hablaba sola y ahora da un webinar, nos hace creer que sí podemos sonreír todo el tiempo o pretender que todo está bien, cuando la humanidad está extinta de felicidad auténtica.
Lo último que supe es que se había casado con alguien de dinero y había adelgazado, pero no tanto. Camelia, digo Clara, no es como otras psicólogas que cuenta su historia personal y hasta enseña fotos como un antes y un después al bajar de peso. No, ella hace elipsis de su pasado, maneja otra versión de su historia personal, solo se digna a teorizar. Camelia, salió de su caverna y ahora exhibe un extremo amor propio. ¡Claro al lucir así, cómo no! ¿Se avergüenza de lo que fue? Ella sacaba nueves y dieces, pero no era tan agraciada de la cara ni del carácter.
Nunca se dejó copiar un examen, pero sí me pidió ayuda aquella vez en que unas compañeras del salón la pusieron en ridículo al señalarla como una monja cerda por su falda larga y su peso. ¿La delataré o lo dejo pasar? Puedo decirle que se me hace conocida y preguntarle si estudió en la prepa tres, eso no sería ponerla en evidencia, sino desconcentrarla de su explicación. Puede ser divertido, al menos habré hecho la hazaña del día. Su reacción me dará la respuesta. El encierro pasará a segundo plano.
Iré por mi tinte rosa.
———————————-
Alicia González Castro nació en 1987 en la Ciudad de México y vive en Tijuana. Escribe poesía, relato y ensayo. Colaboradora de erizo.org, escritorasmx y del suplemento Identidad de El Mexicano. Sus textos han sido publicados en revistas y diversas antologías.