Cuando se acaba se acaba, eso lo sabe cualquiera. Entonces te vi. Ahí estabas tú, dormido con los párpados azules anunciando tus adentros: un sueño nervioso y vulnerable. Luego de una dosis, ni quién te resucitara. Pero era hora de partir porque como te dije: cuando se acaba, se acaba.
Porque, ¿no te parece absurdo que estemos tú y yo durmiendo bajo el mismo techo solo porque no tenemos nada mejor que hacer con nuestras breves vidas? Analizo tu sueño, tu respiración, el débil movimiento de tu cuerpo bañado por el rocío del hachís.
Yo en el fondo recuerdo un pasado mejor: un aire menos denso en los pulmones. De hecho, tengo la impresión de haberme arrojado a los abismos desde aquella noche cuando acepté que tú entraras a mi casa. Desde entonces los años han pasado y seguimos impunemente avanzado sin que ninguno de nosotros sea distinto, ni menos mierda que el día anterior.
Tus ojos se mueven al ritmo de las detonaciones, ¿las escuchas…? ¡Oyes la música a lo lejos…! Entonces aprendí que no basta desear ser mejor para serlo. No basta cuando lo que tienes dentro es peor que mierda, cuando el que está a tu lado está como tú: lleno de agujeros. Porque así estás, Coco, lleno de recuerdos que no te dejan vivir. Lo intuí desde los primeros días cuando te quedaste en casa, pero entonces la ilusión de comprar flores todos los días y ponerlas en un jarrón y de encender las velas para esperarte con una copa de vino en la mano me hicieron confiar, por eso fingí no saber ¡Nosotras las mujeres! Soy especialista en hacer como que no veo, pero sabes una cosa, siempre sé.
Ahora veo como se te va la vida recostado en el sofá verde limón mirando el cielo a través de la ventana. Yo creo, Coco, que la vida nos castiga. Y pienso que fui educada para darme, para necesitar de ti, de tu falo de miel. Sabes, en el fondo eso eres tú. Me pregunto cómo es que sin amor puedo vivir, ¿cómo puedo estar a unos milímetros de ti y no tocarte? ¡Cómo puedo ver tu torso moverse al compás del sueño y no llamarte para que me montes como a una gata! Sé bien que nada hay ya entre nosotros, excepto todos nuestros males.
Duermes… ¿recuerdas, Coco? estábamos alejados del mundo, más pobres de espíritu que de recursos, después de todo contábamos con una vida holgada. A propósito, sabes lo que pasa cuándo una mujer dice sí… Susurro en tu oído… Duerme. No despiertes.
Sabes, he pensado dejar de fumar, es suficiente con la coca, ¿no crees? Te diré un secreto al oído, escúchame: supongo que todas las mujeres estamos hechas con el mismo trazo, cortadas con la misma hacha; trazado el corazón con el mismo molde y hacemos lo mismo: amamos a quien no nos ama, permanecemos sujetas a algún hombre que consideramos hermoso o deseable. Ustedes nos gustan hasta el delirio, hasta la sinrazón, hasta el abandono. Tú me gustas y lamo tu oreja pequeña, como la hoja de una col blanca y húmeda.
Pero, sabiendo lo que sé ahora, lo que medité entre nubes de alcohol y coca, pensé en darte un último regalo. Pensé que era buen día para dejarte. No sé a qué o a quién le deba lo que para mí ha sido una costumbre esta de abandonar a los amantes en noches especiales como la de ahora.
Siempre es mejor, creo, pasar la Navidad o el Año Nuevo o las Fiestas Patrias juntos y después dejarnos entre alegrías y colores.
Las calles están todavía húmedas por la lluvia, aunque cubiertas de vendedores. No sé de dónde salen más luces esta noche, si de mi corazón o del cielo. Allá afuera se escuchan las detonaciones de los cohetes antes de que iluminen la plaza con sus colores metálicos. Se oye mucho ruido, ¿lo escuchas? Los mariachis tocan a un ritmo descompasado y alegre; hay ríos de gente que van rumbo al Zócalo a dar el Grito de Independencia. Las trompetas rugen mientras tú duermes entre sobresaltos y sudores, como si fueras un pequeño enfermo, con el cuerpo apenas tibio. Beso tus labios secos, duros de tanta droga. Abrázame, hazme el amor, métete en mí.
El olor de la habitación se mezcla con el de la pólvora y el silencio se rompe con el murmullo proveniente de los pasillos. Tus párpados se mueven al ritmo de los truenos que se escuchan a lo lejos e iluminan la calle. Mientras festejan la Independencia del país, duermes como si el mundo no rotara, vives envuelto en tu sudario.
Me da risa todo esto, me da una risa desquiciante el cuarto sucio, oscuro, maloliente. Me da risa nuestra condición, tu olor a dulce, a obscenidad, a humo; y pienso… casi podría desangrarme de risa al vernos inmundos. Estoy para morirme de risa ante nuestra capacidad para vivir en la miseria; de lo impredecible de mis movimientos. Resulta insultantemente gracioso lo pequeño de esta habitación, lo desnuda que está, lo incontrolablemente informe que es: sus muros se levantan y se pandean cada vez que doy un paso; el techo parece tan, tan, tan pequeño y alto, como el artesón de una capilla inglesa puntiaguda y hosca. Este es un cuarto lleno de palomas semejante al campanario de las iglesias. Eso somos: dos mansas palomas a la merced del temporal.
Doy uno, dos pasos ¡Mírame! Me detengo y me llevo las manos a la boca para contener mis gritos y no despertarte. Doy otro paso y me detengo nuevamente por la risa atroz que me provoca llegar hasta la puerta y salir así como estoy, sin nada en las manos; marcharme de aquí desnuda y alucinada.
Me da una risa nerviosa y convulsiva, Coco, considerar que cuando tú despiertes no estaré pegada a tu cuerpo sudoroso o cuidando tu sueño, ya no podrás decirme que eres lo mejor que tengo en mi puta vida; ni que me haces un favor al estar conmigo.
Río, sabes, de tus palabras y de tus enojos, de lo que fui y no soy, de lo que pude ser y no fui. Es gracioso mirarse en un espejo en estas condiciones, saber lo que somos y no matarnos.
Coco, un barco se hunde en la pared; la vieja mesa labrada parece hablarme y río entonces hasta faltarme el aire por mi incapacidad de entenderte, y por mis deseos de vivir pese a la miseria que soy.
Río delante del espejo buscando el equilibro, pensando que estoy a un paso de la salida, a unos metros ante la posibilidad real de huir de ti, entonces me carcajeo de veras por considerar lo ridículamente absurdo de mi fuga: voy a salir por la ventana, sostenida únicamente por la fuerza del aire hasta desaparecer como una mujer papalote rápida y ligera, por un cielo iluminado de colores, voy a volar hasta difuminarme entre iridiscentes chispas lanzando vítores por mi propia libertad, mientras tú duermes sedado, incapaz de mirar el mundo.
——————————–
*Rivera López, Sara, “Un cuarto lleno de palomas”, en Era tu boca la noche, México, Strombus, 2020.