Siempre he sentido que la poesía underground tiene su precio, cuyo costo se agrava en tanto el sujeto que produce también está inscrito en una tradición que habla de lo periférico desde el centro mismo de este fenómeno. Orientar la obra, ya sea desde el lenguaje o desde sus planos ideotemáticos a la provincianidad, termina por alejar siempre a sus autores de los espacios hegemónicos donde la poesía goza de mayor promoción.
Por esto, se presenta el poemario Tatuajes de José Manuel Mederos Sigler (Mederox) como un hálito al verso underground. En los cincuenta y seis poemas del libro, se canta en un rock and roll quebrado el himno de lo iconoclasta, no tanto en las formas literarias como en su armazón discursivo. El título en sí, constituye un símbolo gigante, pues tanto el tatuaje como el extracto poético son muestras de resistencia plástica. Unas líneas negras que descascaran la piel, imprecisas, con una producción estoica que antes de habitar en cualquier extensión del cuidado de la imagen ornamental, son en primera instancia, un tatuaje carcelario.
El poemario no representa intentos de agarrar musas caprichosas del oficio, es un testimonio, un pacto demoníaco y a la vez manifiesto de poeta maldito. Esa representación del arte de resistencia como praxis de vida me transporta inevitablemente —también por sus formas literarias— a la generación de los poetas beat. Esta sufrió en carne propia las asfixiantes prácticas de censura que convergieron en Norteamérica al centro de la «guerra fría». Escritores que no entraban en el canon discursivo y frente a un control oficial violento, tuvieron que transformar su concierto literario en una forma de vida.
Su presencia tanto en forma como en discurso, le plantó cara al control macartista. Fueron en primera instancia los paladines de lo corrupto. En una antología que expresamente se editara para Cuba, Margaret Randall los refiere políticamente de la siguiente forma:
Ellos no constituyeron un movimiento en el sentido político, pero encarnaron espíritus libres, aunados por un compartido rechazo a intolerantes valores y una homogenización social impuesta: la era del hombre de traje gris. Muchos de ellos transitaron por un extenso mundo de la posguerra: hacia México en busca de la cultura indígena, hacia la India tras una antigua sabiduría hindú y budista, y al Perú para comer una alucinógena planta llamada yagé.
La línea de batalla política fue también literaria. Es innegable su influencia a los movimientos de emancipación social en Estados Unidos, tanto como su huella literaria, que fue absorbida en no pocas ramificaciones de literatos. La profunda admiración que deja el río caudaloso que fue la generación de los beat, empieza justamente en la descomposición de símbolos que en algún momento la sociedad moralista, blanca y heteronormativa impuso como bustos irrevocables.
Las fervientes arremetidas contra lo “sagrado” hacen de lo corrupto un salvoconducto estético, que proveen un claro discurso de liberación social. Bajo sus limitaciones fueron participando en una deconstrucción que conduce directamente a una producción contracultural. Ese irrespeto se conecta en la estética que dio luz en pleno siglo XX a un poema como «Matrimonio» de Gregory Corso:
¿Acaso debo casarme? ¿Acaso debo ser bueno?
¿Asombro a la chica vecina con mi traje de terciopelo
y mi capucha fáustica? (…)
(…) ¡Dios mío, y la boda! Su familia en pleno y sus amigos
y solo unos cuantos de los míos todos parásitos con barba
tratando solo de llegar a las bebidas y comestibles
¡Y el cura! Mirándome como si me estuviera masturbando
y preguntándome ¿Acepta a esta mujer por esposa?
Y yo tartamudeando digo digo ¡Aceito!
Beso a la novia y todos estos tipos anticuados y sus
palmaditas en mi espalda
¡Es toda tuya, muchacho! Jajaja!
Y se les puede ver en los ojos en reflejo de una obscena
luna de miel (…)[i]
Desmitificar la importancia del pacto social que representa el matrimonio en el siglo XX es un acto de rebeldía poética mayúsculo. Este no solo cuestiona en sí la obligatoriedad de la unión matrimonial, sino que también dentro del panorama de élite conservadora introduce personajes marginalizados que responden a sus intereses como amigos. A su vez, derriba símbolos estructurales en cuanto tira por tierra lo divino de la ceremonia y su sacerdote.
Las alusiones directas al sexo junto con las burlas de los presentes, derriban el mito romántico que existe a partir de la ceremonia; mientras saca a la luz demonios escabrosos que provienen de un sector sexista. La generación beat en su contexto, provee al mundo de ese poema necesario que no solo pasa a la tradición del arte por el innegable rompimiento ideoestético que proponen, sino también por ser una generación variada que no adquiere una forma homogénea de converger en la poética.
De lo sublime a lo corrupto
Tatuajes nace de la Editorial Montecallado y recoge en su estructura poemas que pertenecen a diferentes líneas temporales en la creación, pero responden a la misma estética. El más longevo de todos fue escrito por el año mil novecientos noventa, de manera que el libro se sitúa al margen de las presiones económicas que impone la literatura como modo de sostén, mientras por otra parte carece de exigencias editoriales.
Queda así una obra donde cada poema dialoga de una forma excepcional con los demás. Mederox bebe de los tonos conversacionales y los digiere mientras pone a levitar la poesía con el anti-poema de una forma tan singular que construye una voz única dentro del panorama contemporáneo. El poeta centra su esencia en la cultura popular, armando un lenguaje que se aleja de las búsquedas exquisitas del idioma. Esto hace que discurse dentro de espacios cotidianos e intente retratar de manera jovial las formas más controvertidas y trascendentales que producen los personajes del barrio. Con vista aguda entra su poética en segmentos ignorados muchas veces por toda práctica literaria, mientras hace el intento de retratar su barrio:
Doña discriminación racial y los negros del barrio,
todas las tardes se sienten a beberse su exquisito
azukin fabricado por el rubio de la 15.
No comprendo por qué te asombran los elefantes
en el buche de café, ni tantos señores con
sida en las camas de San Bejucal.[2]
Tatuajes, de manera exacta, construye sujetos líricos a partir de alguno de los personajes más controvertidos que se encuentran en la cultura periférica: el guajiro, el practicante religioso, el borracho, el ladrón, el pajizo y otros muchos que entran a discursar en un poemario que da la impresión de estar paseando por los barrios marginalizados de Bejucal y Batabanó. En última instancia, no solo permite pasear como turista, sino también escuchar el chisme y saborear el ron mientras tiras, de manera estrepitosa, la ficha de dominó.
Aunque desde sus limitaciones como autor frente a las apremiantes sensibilidades humanistas del contexto, tiende a construir en cierta zona de su poesía una visión estereotipada que termina por reproducir estructuras discriminatorias sobre alguno de sus personajes y sujetos líricos. Una cosmovisión sesgada que por momentos no le permite problematizar sobre la condición de estos, mientras extiende sobre ellos un aro de culpabilidad. Resulta irónico que, al entrar la anti-poesía por la puerta, desde sus tonos de humor se desprende una tendencia que tiende a simplificar complejos escenarios que empujan a estos a una condición de subalternidad.
El poemario no estaría completo sin la crítica aguda frente al clasismo provinciano, la doble moral católica y el racismo. La poética de Mederox reconoce como ilegítima la búsqueda espiritual de ciertos sujetos que participan como beneficiarios en esta estructura y se burla sutilmente de ellos:
Andan queriendo conocer dónde se
esconde la jicotea o de qué
color es la luna.
Ni jicotea ni luna han caminado
jamás por sus corazones.
Por mucha maraca que suenen y
consulten al padrino, la amargura
del hondo vacío los perseguirá
siempre, como aquella sombra
predilecta que una vez compraron
en la shopping.[3]
Se reconoce cabalmente la sombra larga en la espiritualidad como forma de consumo y desde la acidez del verso conversacional se esparce la provocación. Mederox tiene la dicha de pasar de lo corrupto a lo sagrado; también en el poema, puede sumergirse con los demonios de lo grotesco para partir hacia el abrazo angelical de lo sublime. Este péndulo que maneja de manera singular, lo vuelve un poeta con voz propia. Donde otros ponen edulcorante, Mederox apuesta por el choque estético. La organicidad de los vaivenes cuidados suele guardarse todavía algunas zonas de misterio, cuando se lee:
Una noche te detienes frente al espejo
y descubres que tu verso se joroba
como un clavo de alambre dulce,
que la luna es anuncio de jabón
envejecido por el calor de septiembre
que la verdad tiene cara de piojo
embrutecido por la cerveza
que tu corazón es un bar donde la gente
escucha una canción y se suicida,
que la mejor novia fue aquella tarde
en que nadie vino a saludarte,
que todo cabe en un vaso de agua
y ahí se ahoga acusando tu nombre,
que las cucarachas de la cocina
se cansan de oírte respirar.
Un día, una mañana, una hora con
sumo dolor en los riñones decides
mirarte en el espejo y descubres
que no puedes aguantar la risa.[4]
El autor de Tatuajes descubre que ante tal “verdad” no puede aguantar la risa. Ante el cimarronaje de poemas que llegan a interpelar la propia construcción de presupuestos discursivos y estéticos, cabría preguntarse: ¿Qué no se puede cuestionar? Con sumo desgarramiento el péndulo se mueve entre los símbolos de la poesía y la enfermedad. Lo enfermo, surge desde la fragilidad del verso, ese quiebre de lo sublime, esos lugares que Mederox baja del estrado y los reconfigura como, por ejemplo: la luna.
¿Cómo traer a esa luna lorquiana del lenguaje contemporáneo y volverla un anuncio de jabón, un método de propaganda para el consumo? El poema trae el semblante de la muerte. Todo empieza a desvanecerse, las pasiones, los edulcoramientos, la tranquilidad del vaso de agua, el tiempo. Mientras las enredaderas de poeta maldito se le trepan por las letras, el autor brinda sentencias tan sublimes como: la mejor novia fue aquella tarde en que nadie vino a saludarte, en la que arrastra la desidia de un verso tan tosco como eficiente, que propone a la “verdad” con su cara de un piojo embrutecido.
La poesía en Tatuajes abre todo tipo de confrontaciones, pero subyacen dos que tienden a ser las más complicadas en toda obra poética. La herejía aguda contra el Estado y la Iglesia. En esas batallas se arma de un humor sagaz que lo conduce a escribir versos como:
A Tomasito le decían cara de jeva.
Su padre dirigía una empresa estatal.
Sus hermanitas estaban riquísimas.
Su madre muy simpática.
Comenzamos a pensar en cómo joderlo.
Lo acusamos de loco. No funciono.
Quien no lo estaba.
Divulgamos por todo el pueblo que
era maricón. Ser gay ya no
constituía un delito.
A uno de nosotros se le ocurrió
una brujería fantástica.
Sin que él lo supiera le grabamos
declaraciones contra el gobierno.
Hasta allí perduró su buena suerte.[5]
El discurso entonces se construye alrededor de Tomasito, un sujeto que va a entenderse con una serie de privilegios. Se vale de esa imagen del que “todo lo tiene”, una familia funcional, querida en su entorno con un padre proveedor de ciertos privilegios con su puesto de dirección en una empresa estatal; dado que las relaciones de poder en la provincianidad se tornan más explícitas a niveles micro.
Al texto donde habita Tomasito entran en escena los típicos jodedores. A través de estos se cuestiona todo un entramado de marginalización por condiciones de ruptura, frente a una sociedad homofóbica y clasista. El poema ronda desde la misma sagacidad de la canción La caldosa de Frank Delgado, donde juega en cierto análisis del derecho penal con las fracturas del régimen social, siempre y cuando no presupongan un problema frontal al Estado.
Tomasito podía permitirse ciertos privilegios dada su condición de clase: ser loco y homosexual, pero lo que no podía permitirse era entrar en una zona confrontacional ante el Gobierno. Esta sagacidad en el análisis viene también integrada con un tino político y espiritual frente a procesos complejos como la emigración. En un poema escrito en el 2012, la sensibilidad política del libro vuelve a entrar en escena:
En 1980 yo no tiré una piedra,
un palo ni un tomate, pero marché
junto a los que sí lo hicieron.
Fui un nazi cordial con los judíos,
un judío amable con los palestinos;
un hijo de puta más ante los ojos del cielo.[6]
En él se tira un termómetro a una de las épocas donde la familia cubana se distancia e incrementa los quiebres afectivos de toda una generación, reparte la culpa colectiva y se vuelve personalísima. Es posible afirmar que entona un mea culpa un tanto cristiano, mientras ignora toda la fuerza que tiene el poemario frente a la construcción eclesiástica y sus cánones morales. Para arremeter contra la Iglesia, el poemario necesita del irrespeto porque cuanto más sagrado es lo que se anhela sepultar, más dosis de irrespeto reclama y mayor destrucción se debe poner en ello. Por eso en el poema 23 del libro, es posible presenciar en una de las franjas más coloquiales:
El tipo se sacó el rabo
y muerto de risa entró a la iglesia.
Cuando el primer angelote lo vio
bajo corriendo de su altar y
comenzó a chupárselo.
El señor cura no demoró en excomulgar
al ángel y con un martillo lo convirtió
en mermelada de polvo.
Desde entonces el pobre párroco
no puede dormir tranquilo rodeado
de angelotes que lo odian con todo
el corazón.[7]
La poética de Mederox es un Caballero de la Muerte especializado en lo profano. Un constructo donde la divinidad se reconstruye fuera de los parámetros hegemónicos del poema. Estas son las santas horas en que los 56 tatuajes del libro te van quebrando la piel y las agujas.
El poema de (des)amor en Mederox
A la altura del 1929 se publicaba en Leipzig Cartas a un joven poeta. El título recogía un cúmulo de cartas de Rainer Maria Rilke donde aconseja a su interlocutor:
No escriba poemas de amor. Al principio, eluda aquellas formas que son las más corrientes y comunes; son las más difíciles, puesto que se requiere una fuerza grande y madura para expresar una personalidad propia allí donde existen en gran medida tradiciones buenas y, en parte, hermosas [8]
La tradición del arte construyó un edificio sólido alrededor de los temas amorosos, por esto, llegar a tales tópicos con dignidad se torna difícil. No pocas veces, el pico más alto de un poeta comienza en este plano ideotemático, cuando logra sumergirse en ellos con la carga afectiva que representan y con una voz propia. ¿Cómo Mederox embotella en el lenguaje entonces las sensibilidades más urgentes?
Parecería que un poeta tan áspero se nutre del caos y no de la sensibilidad. En algún grado es cierto, pero el caos del poeta resulta sensible. Es evidente pensar que en este tipo de poesía no se va a construir un manifiesto edulcorando el mito del amor romántico, porque el poeta tiene el extraño don de mostrar desde la binariedad la cara más limpia y podrida de la misma moneda, para así llegar al poema del libro que le dedica a su esposa:
Atornillaremos la tierra de esta noche
y seremos dos navegantes hacia la pared.
El dolor y el olvido pasarán.
Al amanecer, los mismos pregoneros
huyéndole a los inspectores, los mismos
borrachos cantando sus mexicanadas,
(…)
Atornillaremos el mediodía a la última
noticia y tendremos el cubanísimo remedio
de ponernos a discutir por el jabón dejado
fuera de la jabonera o la orina de Sofy
en medio del comedor. Mientras tanto,
a las muchachas, la poesía les sabrá a
cerveza de pipa, y la cerveza de pipa,
como tú sabes, sabe a mierda.[9]
El mito del amor romántico no está presente, se extiende sobre la calma de la intrascendencia mientras visualiza a su compañera Maritza Garro Amaro (La Maga) como un espacio de entendimiento y resistencia. Algunas corrientes feministas construyeron desacertadas críticas alrededor de la monogamia, dentro de cuyo discurso proponen las formas de amor libre como más eficientes y liberadoras, al tiempo que entienden a la pareja monógama como superada o retrógrada. Tales análisis epidérmicos pretenden colonizar la libertad en los intercambios sexo-afectivos, mientras asumen sus presupuestos teóricos fuera de lo popular. Ese ámbito, no pocas veces precarizado, constituye para la relación amorosa el último bastión de resistencia.
Entender en versos sin romantizar el desgaste emocional de los desencuentros rutinarios para construir desde ahí un escenario donde las otras muchachas, a estas que la poesía le sabe a cerveza de pipa, se queden solo en el mero reconocimiento de que existen otros cuerpos. Mas, por elección, el sujeto lírico se viste de monogámico para resistir abrazado a quien la poesía no le sepa a mierda. Así se levantan los versos ásperos y a la vez sensibles del libro. Un poemario que posee notable acierto, cuando se presenta ante el desamor de igual manera, ante toda una tradición occidental de la poesía abocada a este tema con una esencia de rencores, como un canto desde la rabia. El libro en sus poemas sobre el tema se desliga de ello, algo que lo hace un tanto singular:
Ay, Olimpia, ya no podemos casarnos
mas no importa, siempre que el color de la ciudad
te traiga de la mano una alegría.
Ay, Olimpia, ayer en el parque, me diste
una lección muy difícil sobre el concepto amor,
mas no importa siempre y cuando sientas
ágiles pasos de esperanza a tus espaldas.
Cásate con esa muchacha, no lo dudes.
Cásate. [10]
¿Cómo pedirle a un poema escrito en 1996 desde Bejucal, que tenga un grado tal de sensibilidad dentro de un mundo que empezaba en numerosos sitios a remover zonas de la violencia homofóbica? Con cierta desventaja sociocultural arriba el poema a desnudar el fenómeno del desamor, pero no uno cualquiera. Por eso, en tal sentido, Mederox se presenta con la dignidad suficiente para reconocer que es una lección muy difícil sobre el concepto amor dadas sus limitaciones; pero, aun así, la queja se vuelve un manto de estrellas que resultara de apoyo a una Olimpia que deberá romper con todo un andamiaje de costumbres, en su pueblito pequeño al norte de la Habana. La brillantez de ciertas obras, que logran estar por encima de las limitaciones de la cosmovisión que las circunda para volverse agudas, suele ser una virtud escasa. Es la virtud que existe en el poemario cuando propone tatuajes desamorados.
El poema provinciano
El imaginario habanocéntrico reconfigura una huella sobre los referentes estéticos de la poesía en Cuba. Los espacios literarios con una perspectiva anti-popular generan un criterio generalizado sobre las formas escriturales que se apuntalan como válidas. De igual forma, se legitiman entre ellos, mientras aprovechan toda la estructura comunicacional para a dar a conocer su obra. En dicho contexto también rondan los premios que, aunque en el ámbito contemporáneo de la literatura cubana resultan un mal necesario, también se erigen como método de censura. Bastaría preguntarse cuantos fueron escritos en décimas o soneto. Tanto así que resulta necesario vertebrar galardones para la décima escrita, como es el caso del “Premio Cucalambé” o “Francisco Riverón”. Varios críticos y poetas versolibristas asumen las estrofas clásicas como inferiores, como algo superado en tanto consideran al verso libre como genuina expresión de lo posmoderno. Este criterio yace un tanto alejado del análisis certero, en cuanto descansa en la falacia metodológica que separa la forma del contenido y establecen jerarquías en las formas. Por ende, no resulta raro que Roberto Manzano en el prólogo que le hace a Todos los trenes pasan por Omaja,[11] se pregunte por qué la crítica no se había girado hacia este libro.
La primera pared para la crítica aparece cuando el poemario se compone casi en su totalidad por sonetos blancos, mientras que la segunda aparece desde la desventaja geográfica frente a los espacios literarios. A muchos poetas cubanos los ha condenado no tener iglesias, ni militar desde la polarización política. Así nos queda una franja de poetas invisibilizados a los que no se les hace justicia. En ese espacio descansa un poeta como Mederox, que no es dado a las formas clásicas en su poemario,[12] pero dialoga desde las realidades periféricas.
Un poeta que construye lo provinciano no desde los tópicos comunes sino desde la posición del «pueblo y su retreta»;[13] de ahí saca la amalgama de sujetos líricos que coexisten con una armonía eufórica. Ese ímpetu de retratar a Bejucal desde sus oscuridades, alcanza su punto máximo cuando se lee:
En Bejucal hay un bar que se llama El Martillo,
donde las sombras fueron siempre las más tristes,
las más largas, las más nuestras.
Yo he visto al sol despertarse allí e iluminar
al mundo después de una fuerte borrachera.
Y he visto a más de un orisha bajar a lamer
el ron servido en los mostradores.
El bar Martillo conoce verdaderamente
el destino de los hombres, de los árboles
y de las bestias.
El bar Martillo, donde Lola se bebió el ron
peor del mundo para morir feliz a las tres de la tarde.
yo sigo llevando el sabor imborrable de haber
crecido oyéndolo cantar: él es, sin dudas,
la más oscura metáfora construida por los
inteligentísimos demonios del señor. [14]
La pupila resacada del poeta relata con su esencia documental donde el pueblo se encuentra descubierto frente a relatos arraigados de lo provinciano. Mederox, cual quijote bejucaleño abre al pueblo en dos desde sus amarguras. Sostiene los saberes/personajes con singularidad, apoyado en estas, construye un primer verso que abre la puerta a unos cuernos de sombras, que se pasean por cada sílaba. Reúne en la trágica barra del bar Martillo a los orishas, a la conocida Lola y a nuestras sombras, que siempre han sido las más largas. Aunque Mederox mantenga su pupila documental en todo momento, no es de su interés el paisajismo. Arrastra su desidia a la propia loma. La hierba y los ríos habitan en su poesía, para completar al ser desde el arraigo, desde la marca de nacer bajo determinados signos.
En el sistema imaginario de su poesía se recrea también un pueblo que se reconoce en los parques, los amigos, las despedidas y por supuesto el bar Martillo, que termina por ser la más oscura metáfora construida por los inteligentísimos demonios del señor. Si algo, aunque sea en mínima medida, adquiere solemnidad en la obra de Mederox es la conexión experiencial que brota de estas zonas no cosmopolitas, donde se entiende desde un relato que estas experiencias están marcadas por la no importancia en la superación de todo lo que se ha vivido entre las luces citadinas. En ese sentido parece un rezo convulso cuando a la altura del poema 17 se lee:
Si ahora vivo en Batabanó no es por el mar
ni por la piel oscura de mi mujer. Mi razón es la de ir
y venir jineteando un pardo elefante, huyéndole a las
propuestas del cielo, huyéndole a las visiones hastiadas
de la tierra, huyéndole al vitar sabor que no desmayo
en perseguir…[15]
¿Existe entonces manera más sublime de darle un portazo a los paradigmas de éxito impuestos en el sistema-mundo? Existirán formas igual de sublimes, pero nunca mejores. El propio autor hace mención a su etapa donde pintaba elefanticos que le dieron éxito en distintos círculos, a la par que revela la marcada resistencia que como artista conlleva ser coherente con sus intenciones estéticas. Mederox es, sobre todo, un artista de la plástica que tuvo la oportunidad de exponer en España, Francia, México y Cuba. Sobre una exposición realizada en Valencia, en un artículo publicado en Makma, Salva Torres señala:
Claude Lévi-Strauss acuño el término «eficacia simbólica» para referirse al modo en que ciertas técnicas o rituales empleados por los chamanes podían llegar a curar trastornos psicosomáticos. Viendo las pinturas y dibujos de José Manuel Mederos Sigler, Mederox (Bejucal, 1949) se hace prácticamente inevitable relacionarlo con el simbolismo al que alude el gran antropólogo francés fallecido hace un lustro [15]
Con todo lo extraordinario tocándole las manos, el poeta-pintor antepone el color poético de su obra y sus pretensiones estéticas ante los embates del mercado. Lleva como una marca maldita que le fue heredada de las hierbas prostitutas de Bejucal. Tal parece el poeta un caballero templario cargando una cruz corrupta cuando sentencia:
Los guajiros estamos étnicamente emparentados
con el polvo y tendré que regresar a mi tierra
no me queda otra salida, otra solución. [16]
La Eterna Marisleidy
Un espectro poético recorre Mayabeque, el espectro de Marisleidy. El poema 56 de Tatuajes es conocido como: Marisleidy. Un texto de guerra, de esos que los autores tienen que leer repetidamente sea donde sea. He presenciado como más de una vez en la «Ceiba de Don Alejo»,[17] se corea desde el público la petición del poema, mientras el propio Mederox se pregunta con el micrófono abierto: ¿Iré yo a pasar a la historia por esta mierda chico? Este es un poema “sencillo” que se construye alrededor de ese humor picaresco que se expande por toda su poética; pero, ese sería un análisis simplista. El poema no solo tiene la virtud de tener un estribillo que se pega, cual letra de reparto:
Marisleidy no entiende de poesía.
Lo que ella quiere es que la sofoquen,
la traspasen, le regalen un viajecito
de ida y vuelta a las estrellitas en colores [1]
Tales versos se usan como faro atractivo para recorrer la vida del personaje. Marisleidy representa la típica mujer provinciana que en su condición de marginada, sufre contra fuerzas que empujan su cuerpo al rol “que le corresponde” en una sociedad machista-heteropatriarcal. Sería una irresponsabilidad llegar frente a este poema, si se presupone que el personaje no quiere entender de poesía, sin ningún motivo. Mederox edifica su Marisleidy a lo largo del texto, en el que construye desde las sutilezas un ente precarizado que habita en lo popular. A su juicio, no le interesan las decencias y muchos menos las elegancias.
Más allá que el poema tenga un sustento empático, articula su discurso sobre un andamiaje meritocrático que asegura superar las barreras estructurales de clase, con la desmedida dedicación a ese fin. El personaje es presionado hasta un lugar donde sus cánones de realización se incumplen. Mederox desacierta a planos retóricos, pero mantiene la intuición poética y la capacidad de empatizar con un aire documental, que guarda en la memoria de todo lector, la historia de un personaje preterido dentro de la propia periferia.
Con estos versos retrata el icónico personaje que lleva encima de su piel las presiones clasistas que limitan su proyección. Tal vez resulte inteligente, pero la academia convencional no responde a sus intereses frente a otras formas de entender sus realidades. Quizás, la decencia le llegue a resultar violenta porque quienes la representan como adalides, arremeten con todo tipo de discriminaciones frente a su status de clase. Al respecto Rita Mae Brown en «The Last Straw» anota:
La clase es mucho más que la relación con los medios de producción como la definió Marx. La clase incluye tu comportamiento, tus supuestos básicos, como te han enseñado a comportarte, las expectativas que tienes, tanto personales como sobre otras personas, tu concepto del futuro, cómo entiendes y resuelves los problemas o cómo piensas, sientes o actúas. [19]
Los supuestos básicos y expectativas de Marisleidy le juegan una mala pasada a lo largo del poema. Cabe señalar que el símbolo de la poesía en el texto toma una matriz elitista, en cuanto se vuelve luz inequívoca y reduce la esencia poética al puro hecho literario, mientras ignoran la poiesis de lo popular. En este caso, el personaje nunca tuvo necesidad de explicar su espiritualidad por cuerdas eminentemente literarias; pero este hecho no quiere decir que Marisleidy sea un sujeto infuncional enmarcado en praxis culturales marcadas por una violencia sistémica-estructural.
La vida de esta joven le sirve al poeta para teorizar dentro del texto, al sofoco dándole ese matiz erotizado y humorístico desde lo coloquial. Conectar al lector-escucha y hacerlo reír mientras el discurso se arquetipa a partir de una vida repleta de limitaciones, es de sus grandes aciertos. La conocida Marisleidy se torna musa de una conga nostálgica, una sombra musical compuesta en Allegro. En tal sentido, Mederox parece captar el espíritu de época en cuanto logra conciliar las poéticas populares provincianas a su interés estético de perturbar lo sagrado. Se puede asegurar, por esta vez, se debe hacer caso omiso a sus versos que dicen no me elogies, los aplausos me echan a perder los tímpanos,para poder entender que estamos frente al poeta vivo más importante de Mayabeque.
Una provincia que le agradece haya captado el viento caprichoso de sus lomas, los obstáculos perversos de su mar y los bares caprichosos de sus horas. Cuanta dicha se debe agradecer cuando en una sola lectura, se amontonan las llaves de los carceleros, se escuchan los barrotes de la celda abrir su sensibilidad metálica, para que entren los inteligentísimos demonios del señor y nos tatúen a muleta, verso a verso, el alma.
[1] Margaret Randall y Edelmis Anoceto: Los Beat. Poesía de la rebelión, Ediciones Matanzas, 2018, p. 151.
[2] Jose Manuel Mederos Sigler: Tatuajes, Ediciones Montecallado, Mayabeque, 2014, p. 52.
[3] Ibídem, p. 9.
[4] Ibídem, p. 11.
[5] Ibídem, p. 32.
[6] Ibídem, p. 64.
[7] Ibídem, p. 33.
[8] Rainer Maria Rilke: Cartas a un joven poeta, Editorial Digital Tivillus, p. 21.
[9] Ibídem, Jose Manuel Mederos Sigler: ob. cit., p. 63.
[10] Ibídem, p.13.
[11] Adalberto Hechavarría: Todos los trenes pasan por Omaja, Editorial San Lope, 2019.
[12] José Manuel Mederos Sigler: ob. cit.
[13] Yordano Corrales en su canción inédita: Logística.
[14] Ibídem, José Manuel Mederos Sigler: ob. cit., p. 37.
[15] Ibídem, p. 27.
[16] Salva Torres: «Mederox y su pintura simbólica», en Makma, publicado el 25 de abril de 2014, disponible en https://www.makma.net/mederox-y-su-pintura-simbolica/
[17] José Manuel Mederos Sigler: ob. cit., p. 37.
[18] Evento Anual de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) de Mayabeque.
[19] José Manuel Mederos Sigler, p. 76. [1] Rita Mae Brown: «The Last Straw», en bell hooks: El feminismo es para todo el mundo, Traficantes de Sueños, Madrid, 2017, p. 63.
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César Álvarez Fraga. Licenciado en Educación Artística por la Universidad Agraria de La Habana. Es miembro de la AHS. Colaborador de varios medios de prensa independientes en Cuba como Tremenda Nota, Rialta y Desde tu trinchera . Tres veces jurado del Premio colateral Pangea que se otorga en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Egresado del primer curso de poesía del Centro de formación literaria Oneció Jorge Cardoso.