Las ondas estridentes
En 1923 Manuel Maples Arce y Germán List Arzubide publicaban el Segundo manifiesto estridentista de la primera vanguardia mexicana emergida de entre las risas y los restos de la Revolución Mexicana. Pero ese año el lenguaje provocador y excéntrico de estos dos muchachos de provincia, no sería la única novedad. El 8 de mayo de 1923 la primera transmisión radiofónica electrizaría a todo un país y daría comienzo a la nueva era de la radio en México.
El Estridentismo llegó para actualizar los motivos de una clase literaria empantanada todavía en los légamos del romanticismo, y pasar de los paisajes al estilo de José María Velasco, a los escenarios urbanos retratados por la cámara Leica de Tina Modotti donde los protagonistas eran los cabes eléctricos, los trenes, los automóviles, y en fin, todas esas cosas grises y ruidosas que hacían de coro a la modernidad.
Poemas inalámbricos
En ese sentido, no hubo mejor elección para inaugurar la primera estación de radio en México que la participación del fundador del Estridentismo: Manuel Maples Arce, ya que la estética urbanística del movimiento estridentista encajaba perfectamente con el momento histórico de la primera transmisión de un programa de radio en la Ciudad de México.
Cabe recordar que Maples Arce no fue el único en escribir poemas inspirados en las ondas hertzianas, también Luis Quintanilla escribió su magnífico: Radio, poema inalámbrico en trece mensajes o Troka, el poderoso, una serie de cuentos infantiles para la radio escritos por Arzubide… Pero, vayamos cerrando esta anécdota e imaginemos a Maples Arce ante su audiencia invisible, con su mirada filosa, sosteniendo el micrófono ante su mentón eléctrico, mientras abre la boca con parsimonia de locomotora para estridular su poema Telegrafía Sin Hilos:
T. S. H.
Sobre el despeñadero nocturno del silencio
las estrellas arrojan sus programas,
y en el audión inverso del ensueño,
se pierden las palabras
olvidadas.
T. S. H.
De los pasos
hundidos
en la sombra
vacía de los jardines.
El reloj
de la luna mercurial
ha labrado la hora a los cuatro horizontes.
La soledad
es un balcón
abierto hacia la noche.
¿En dónde estará el nido
de esta canción mecánica?
Las antenas insomnes del recuerdo
recogen los mensajes
inalámbricos
de algún adiós deshilachado.
Mujeres naufragadas
que equivocaron las direcciones
trasatlánticas;
y las voces
de auxilio
como flores
estallan en los hilos
de los pentagramas
internacionales.
El corazón
me ahoga en la distancia.
Ahora es el «Jazz-Band»
de Nueva York;
son los puertos sincrónicos
florecidos de vicio
y la propulsión de los motores.
Manicomio de Hertz, de Marconi, de Edison!
El cerebro fonético baraja
la perspectiva accidental
de los idiomas.
Hallo!
Una estrella de oro
ha caído en el mar.
Aquí puedes escuchar el poema: