Del psicoanálisis
Elegir tarotista es como elegir psicoanalista o amante o cualquier cosa: no hay uno bueno sino uno adecuado para ti en determinado momento. Y para saberlo hay que probar.
El primer psicoanalista al que fui era un clásico de la distancia, señor de bigotes y lentes. La segunda una argentina, con ella duré algún tiempo. El tercero era famoso, caro, no pasé de la primera sesión. Con la cuarta duré más, sabía de poesía. Era experta en quedarse dormida cuando yo empezaba a hacer literatura con mi pasado.
También he visto psiquiatras y neurólogos. Te escuchan con cierta curiosidad reprimida, obligándose a pensar en recetas. Su consultorio es más lujoso. El último neurólogo que vi tiene su nombre grabado en la puerta de vidrio y en neón sobre la pared. Me recetó la bendita sertralina.
Tarotistas, solo había visto dos, ambas aficionadas y demasiado cercanas a mí como para ver mis signos con cierta perspectiva. La semana pasada me leí el tarot con Ángel Flores Candelaria, poeta y 10 de bastos en el Tarot Natalia Domínguez. Me reuní con él en un café-panadería poco concurrido, sin más música que los chismes de los panaderos en plena faena.
La primera diferencia con el psicoanalista es que aquí era yo quien preguntaba. Llevaba semanas preparando mis preguntas. Diría toda una vida. El momento de leerte el tarot es cuando te sientes preparada para actuar ante las respuestas. Leértelo es una iniciación en sí. La segunda diferencia es que hablé poco.
No por evitar darle pistas al adivino y probar su don sino por abrir la cancha a sus interpretaciones. Él no está para adivinar si no para ayudarte a interpretar. Después pensé que podría haber hablado más y tal vez las respuestas habrían sido más precisas o mejor escuchadas por mí. O tal vez no. Hablar y hablar a veces te pierde. El tarotista tampoco dice todo lo que escucha de las cartas. ¿ Le hablarán todas al mismo tiempo? Para eso es la tirada, el acomodo: para darles la palabra por turnos. Una tirada distinta, con las mismas cartas, armará respuestas distintas.
Me pregunto si los libros de Freud o de Lacan serán para los psicoanalistas como el mazo, leído a solas, en diferido. A solas como un alumno que tapa su examen para que no le copien. Para eso las cartas tienen al reverso una imagen, que oculta mil palabras. Son las protegidas del azar.
Otra diferencia es que al que va al psicoanalista se le llama paciente (será por lo largo de las terapias) mientras que al tarot, cliente. Conozco una tarotista que no cobra porque piensa que va contra sus creencias, su don de Dios. No conozco ningún psicoanalista que no cobre -pero te hacen precio a veces.
La diferencia principal es que el tarot, además del pasado, te permite analizar el futuro. Y aquí es donde viene lo interesante: la gente que dice creo y la que dice no creo (y piensa que el pasado está libre de creencias).
No hacen falta estadísticas ni dones para saber que la consulta del tarotista y la del psicoanalista, el café y la oficina, hoy son más visitadas que el confesionario. Ir con el tarotista supone de antemano que puedes no creer, a diferencia de ir con el cura. La posibilidad de ponerlo en duda es lo que hace atractivo el tarot y probablemente la razón de que las cartas sean mal vistas por la Iglesia desde tiempos remotos. Y la razón de que los psicoanalistas no se metan con el futuro. Aunque ahora recuerdo a mi doctora favorita, hablándome del porvenir de una relación: Dígame, ¿usted ve luz ahí?
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Carmen Violeta Avendaño (Santiago de Chile, 1976). Ha publicado Más allá de la palabra cielo, (Monterrey, 2002), Madre Sol (Morelia, 2006); Adiós Rimbaud (Monterrey, 2013); Enciclopedia animal de la vida representada (Libro colectivo Animal, 2014); Nada significa Nada (2017, Santiago de Chile, Ciudad de México/ 2019 Viña del Mar); Los Díaz del Carmen: cuatro hermanos contra la dictadura (Viña del Mar, 2022). Fundó el sello El Árbol Ediciones, 2002-2014 desprendido de su restaurante El Árbol en Monterrey. Actualmente dirige Ediciones Moneda @edicionesmoneda y realiza espectáculos de música y poesía con Temenuzhka Ostreva (chelo) y Nargiza Kamilova (piano).