Box lunch
En esta casa hay una mujer sobre la mesa, un fiambre extendido como un trozo de carne.
Para cualquier hombre, un par de tetas y nalgas inertes,
pero esta noche ha llegado un animal salvaje que sólo se acerca al oler una herida.
Cada uno se encuentra en un extremo de la mesa, mientras el cuerpo de la mujer divide nuestro espacio como una red en una cancha de tenis.
Verlo me da miedo, como fascinación, sus ojos son como el fuego hipnótico que te transporta a otro espacio y que cuando menos lo esperas te consume en llamas.
Él quiere a la mujer y yo quiero a ese cuerpo, la soledad hace que puedas sentir conexión por detalles tan minúsculos.
Se acerca, comienza a devorarla,
me doy cuenta que soy yo a quien se están devorando.
Trozos de hueso y carne comienzan a esparciese por el lugar, y no hay una servilleta de tela que pueda limpiar toda la sangre de su hocico.
A mí ni el dolor me hace cambiar por eso le digo a ese animal que me mire, que si se llena, me pida para llevar.
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Frágiles
Aquella noche nos tiranos en el suelo, nos tomamos de la mano y nos pusimos a mirar las estrellas, nos sentimos pequeñitos entre tanta inmensidad, sabías que me tenías, por eso rompiste el silencio con el cuchillo de tu voz y me dijiste: ¿Qué somos? A lo que respondí: Somos frágiles.
Cada que finges que me acaricias mi piel se rompe al tacto, tu crueldad, apenas visible en tus ojos, se encaja como esquirlas en en mi cuerpo.
No hay dolor más grande que los golpes del desprecio disfrazado con la piel de un verdadero amor, te rompe, te fragmenta hasta que alguien más, une con una línea imaginaria en el cielo, los pedazos que flotan y brilla en la oscuridad de la noche.
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Habrá que volar
Volar me angustia de manera excesiva. Mientras el avión asciende y cruza las nubes pienso una y otra vez de manera meticulosa cualquier escenario catastrófico posible, me siento a crujir con él, como si yo fuera el espasmo entre las vértebras de su maquinaria. Me aterra pensar que un par pilotos mantienen en vida a tantas personas como en un castillo de naipes, después echo una mirada a mi alrededor y pienso que seguro hay alguien mejor que yo, más bueno, más amable, menos egoísta, más honesto y me cuelgo de su bondad, aunque no lo merezca. Todo para no morir, porque al final el mundo necesita ese tipo de personas.
Es increíble cómo el aire detona mis más desesperadas y ridículas ganas de vivir, porque yo con mis pies en la tierra soy excesiva en todo lo que hago, hasta pensar en la muerte como un tesoro que acaricio por las noches.
Siempre he creído que esta pena no es necesaria, pero constantemente hablo así de todo lo que amo y también me aterra a la vez.
En el avión las personas se vuelven cercanas en cuestión de segundos, platican su vida, confiesan y una vez fuera del avión, nunca se vuelven a ver.
A veces con un leve tambaleo ya te están mirando con compasión, volar me vuelve más humilde y me hace creer que puedo conectar. He llegado a creer que en el asiento de a lado conoceré al amor de mi vida, uno piensa cosas tan absurdas cuando vuela, como en la numerología y los astros. Hay veces que bebo excesivamente para anestesiarme, o porque siento que sólo estando ebria podría tomar las decisiones correctas en caso de un acuatizaje, me siento siempre lista para usar el chaleco salvavidas, aunque no exista un mar de por medio.
Cuando el avión desciende, pareciera que volviera entrar a mi cuerpo. Estamos sólo a cinco minutos de lograrlo o de que algo se escriba en la historia de la tragedia, y esa bipolaridad me encanta, porque hay una parte de mí que piensa que su vida es lo bastante ordinaria como para vivirla sin que algo explote, y otra parte que sólo quiere bajarse y hacer como si nada de esto hubiera pasado.