Leucótoe
Enterrada
en la comarca de tu lejanía, soy
la princesa que el sol amó.
En mi tronco corre el fuego
de un rito obstinado: invocarte
con incienso vivo y penetrante.
Humo llenando el vacío, danza
de las apariciones.
de las tentaciones de la Luz (Anamá, 2018)
1.
los ojos del becerro
evocan tiempos lejanos
cuando el hombre era rama
del mismo árbol
y el árbol vivía sin acoso
en el espacio sideral
me miran transitar el potrero
observan cada movimiento
en la abusiva corriente
que del hombre mana
acelero el paso
y el becerro retrocede
sabe
que somos hermanos
sabe
de Caín y Abel
2.
como autómatas sin rostro
desfilan hoy
los hijos de la tierra
molidos por el muro
ladrillo tras ladrillo
caen en el abismo
ciegos
a la fuerza que mueve el sol
y las estrellas
sigue la invasión
de los rinocerontes
3.
Si de verdad fuera libre
vagaría por los bosques
o las calles
dormiría en aristas
o en el monte
comería sólo
si algo sobrara
sería pájaro
de rama en rama
de nube en nube
sobre las ruinas de la tierra
hallando rumbo en el viento
por el contrario recorro
las ramblas bulliciosas
adornadas de luces
me asaltan las mesas
que colonizan las aceras
me toma por el cuello
el gorgoteo de la cerveza
buitres
en la ruta solitaria que busco
esclava aún
de otro amo.
4.
la caída del imperio
todas las mañanas
lo veo cruzar la esquina
entre Plaza de la Minerva y el Panteón,
la misma mueca
el paso ligero
las canas al viento,
le dicen “loco” o “coco perdido”,
tiene el cuerpo cubierto de escamas,
prenda que lleva sin pena
como sabiendo
que los tegumentos cambian
sin menguar su esencia
hermano gato escucha atento la sinfonía del jadeo:
hambre, sed y desvelo
alguien un día me dijo
–ese loco
que anda en valle de sombra
fue héroe
en la guerra santa–
asombrada
cuento los siglos asidos entre aguja y aguja
busco
el dragón en ciernes
que con su cola arrastra las estrellas,
encuentro solamente sus ojos
un destello de aguas sulfúreas,
la ausencia de locura
nítida
como águila que desciende
y en la caja del carro deja sus plumas
–no es más que una víctima del imperio–
pienso
mientras se abre en su rostro una sonrisa
agitada
ridícula
como el juicio de los transeúntes
de Los naufragios del desierto (Vaso Roto, 2013)
Las campanas de la memoria
En una esquina de la noche
una niña abraza sus piernas,
se balancea en trance y llora.
Las lágrimas bajan
por los costados del cuerpo,
caen sobre la calle empolvada
de un invierno sin lluvia.
Monstruos afloran
con rostro de hombre,
roban el grito de un horror,
tapan su boquita y gozan
del mismo gozo maldito
que ilumina el rostro de Shaytan.
Soraya tiene ojos de carbón.
Su cuerpo fino lleva el peso
de una infancia
manoseada por el destino.
La casa es su tumba;
el murmullo de la gente, su muerte.
Se mira al espejo y oscila el vientre;
ensaya la danza de la diosa madre.
Las campanillas sonoras
rodean su estrecho vientre
como el abrazo del amado.
Correa que ciñe el cuello del perro
hasta dejarlo sin aliento;
vientre agotado, surco de calambres,
tatuaje de una rabia implacable.
Soraya danza en la tarima
para fugarse de sí
y arrancar los clavos empotrados
en la carne de su memoria.
«¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo muchos que contar…»
La voz del padre se avecina
en el crepúsculo vespertino;
el catre temblante,
el aire impregnado de humo
de un cordero ardido
en el fogón de la cocina,
el aterrador silencio de la complicidad
y Soraya detenida en un respiro.
«Dime tú: ¿de cuáles quieres?».
La risa entre los dientes, los dientes
entre los muslos; la punzada del asco
en la grieta que conduce al alma.
Cerca se escucha
el aterrador silencio de la complicidad.
Soraya vende su cuerpo, compra
alegría. Vende alegría, compra
olvido. Exorciza el presente
clavándose a la cruz de la lascivia,
mártir del placer y del vahído.
Erotismo fantasma la habita
y la ahuyenta, semilla catapulta
que la trajo a este mundo.
de Equilibrista del olvido (Raffaelli Editore, 2010)
El contrapeso
La bailarina de Degas
coloca en la punta
de la zapatilla derecha
toda su existencia.
En el ápice del equilibrio
de inmodestas volteretas
y flash,
desde el silencio irrumpe
un rostro
que la devuelve a su infancia.
Pierde el contrapeso del olvido
y precipita,
y se quiebra.
La bailarina de Degas
tuvo una vez un padre.
Sin título
Me llamo Zingonia Zingone
soy poeta y no uso
seudónimo.
En los sesentas mi padre
erigió una ciudad en el norte de Italia:
Alejandro fundó Alejandría
Zingone crea Zingonia.
Su corazón de fábricas
latía
euforia reconstructiva
en un país cuya economía
arrastraba efectos posbélicos.
Infraestructura de vanguardia
cables enterrados
edificios modernos
para cincuenta mil habitantes
trabajadores ejecutivos vendedores
un centro deportivo poli funcional
escuelas iglesias
y un hospital con cámara hiperbárica.
La ciudad del capital.
La ciudad de los obreros.
¿La ciudad del futuro?
Pero arrasada por el hambre
de cinco municipios
Zingonia, la ciudad tangible,
nunca fue.
Sutil es la ironía
de la venganza.
El fallido cumplimiento
de un sueño
dejó edificios vacíos
a la orden
de la desesperación.
Africanos árabes asiáticos indios
putas ladrones pushers travestis
gente honrada
habitan los inmuebles cadentes
entre pisos de mármol
inmóviles elevadores
de acero inoxidable.
Se reparan
en mis arterias duermen envueltos
por el murmullo de historias
compartidas
se abrazan en la penumbra.
Una sirena anuncia la redada
los devolverá al infierno.
Gendarmes cortan el agua
la electricidad despiertan
familias en horas de la madrugada.
Ahmed aprendió a escribir en italiano
Odio Zingonia porque no puedo
dormir la noche, a menudo llega
la policía y nos despierta a todos.
Los medios pregonan el triunfo.
Cada maldito devuelto a su patria
es un paso hacia el progreso.
Bombas de gas mostaza
en las calles de Etiopía (*)
¿qué estallará hoy
en mis venas?
Me llamo Zingonia
como el nuevo Bronx
no uso seudónimo.
(*) Entre diciembre de 1935 y mayo de 1936, las fuerzas aéreas italianas arrojaron aproximadamente 85 toneladas de iperita (conocido también como gas mostaza) sobre Etiopía.
Licenciada en Economía, Zingonia Zingone (1971) es una poeta, narradora y traductora italiana que escribe en español, italiano, francés e inglés. Vive entre Italia y Costa Rica. Cuenta con poemarios editados en España, México, Costa Rica, Italia, India, Francia, Nicaragua y Colombia. Sus títulos más recientes son Los naufragios del desierto (Vaso Roto, 2013), Petit Cahier du Grand Mirage (Éditions de la Margeride, 2016), las tentaciones de la Luz (Anamá Ediciones, 2018), y El canto de la Sulamita – Poesía Reunida, (Uniediciones, 2019). Entre sus trabajos de traducción destacan los más recientes poemarios de la nicaragüense Claribel Alegría: Voci (Samuele Editore, 2015), que se adjudicó el premio internacional Camaiore 2016, y Amore senza fine (Edizioni Fili d’Aquilone, 2018). Forma parte del comité editorial de la revista literaria mexicana EL GOLEM.