I.- Cuando las ideologías se convierten en formas de violencia, hay que ser cautos. Hay que desarmar de forma minuciosa las piezas del rompecabezas de guerra, en que ha quedado convertida la política. Se trata de evitar que esas piezas, que esos objetos de pasiones y razones ideológicas, jueguen con uno. Se trata de evitar, que uno quede convertido en el objeto de un juego que somete a los sujetos a una exaltación pasional y racional de la política.
En otros textos he referido el concepto de “inflamación de la ideología”. Pero, ¿qué significa que la ideología se inflame? Significa que hay una exaltación de lo ideológico, que sobredetermina las maneras de entender al mundo. Lo ideológico se exacerba, de tal forma que se exagera y se irrita, dando lugar a una posible patología de lo político. Lo más trágico al respecto, es que esa patología de lo político, sea lo más terrenal y lo más humano que pueda haber de la política en el siglo XXI.
Surge aquí una pregunta: ¿Ante estas circunstancias, cuál es el lugar que ocupa lo ideológico y cuál es el lugar que ocupa lo real? Lo ideológico toma las dimensiones de lo real y se le impone. Lo ideológico se convierte en la talla de lo real. Esto significa que lo real es trastocado ideológicamente mediante un conjunto de discursos y de actuaciones políticas. Lo real es entonces intervenido y modificado por lo ideológico.
Si hay una inflamación de lo ideológico, tiene lugar una inflamación de lo real. Hay una intervención y una modificación ideológica de lo real que resulta extensiva e intensiva en sus procedimientos. Lo que hay que develar son los procedimientos que intervienen ideológicamente sobre lo real de manera extensiva (las múltiples formas de ideologización de lo real) e intensiva (los múltiples contenidos de esta ideologización).
II.- Cuando las ideologías se inflaman, lo pasional se impone a lo racional. El predominio de lo pasional por sobre lo real es profundamente humano. El hombre es un animal político. Los griegos filosofaron sobre la condición de animalidad de la política. Aristóteles es quien plantea el concepto de “zoon politikón”. El hombre es concebido entonces como un “animal político” en un sentido cívico, es decir, positivamente. Pero, lo que toma forma con la inflamación de la ideología, es una negatividad de la política. Como “animal político”, el hombre deja de ser concebido positivamente, y es entonces, concebido negativamente.
Estamos hablando de una negativización de la política, que en la modernidad puede rastrearse a partir de la filosofía política de Maquiavelo (“El príncipe”, 1513) y a partir de los aportes de Marx (“La ideología alemana”, 1845). Maquiavelo inaugura una filosofía política respecto a la búsqueda y conservación del poder a costa de lo que sea. En Maquiavelo se percibe una ética cuestionable, desde luego negativa, respecto al ejercicio de la política, que tiene como objetivo la asunción y conservación del poder. En el caso de Marx, hay una tendencia que da lugar a la concepción de una “verdadera conciencia” y una “falsa conciencia” en las maneras de entender al mundo y la historia. Los debates sobre la verdadera y la falsa conciencia en el marxismo, sufrieron un vuelco con los aportes de marxismo posestructuralista de Žižek (“El sublime objeto de la ideología”, 1989). Según esta postura, la ideología está atravesada por componentes inconscientes que resultan claroscuros. No todo es plenamente luminoso (verdadero), ni plenamente oscuro (falso), sino que hay fantasmas ideológicos que operan en el nivel del inconsciente.
En el territorio de negatividad que se identifica en este apartado, toman forma los bestiarios de la política. Las denominaciones de: “amlovers”, “chairos”, “derechairo”, “fifís”, etc., son los primeros indicios de los bestiarios de la política en el siglo XXI. Estas formas de denominación que colocan el acento en lo negativo, son la cáscara de una historia que comienza a echar sus raíces en el siglo XXI. Hay que escarbar hacia abajo de esta cáscara. Hay que desentrañar lo que se esconde bajo estos bestiarios que son mucho más que nominales, y que se instalan en la historia de forma claroscura.
III.- Resulta extraño que lo ideológico y lo político se definan a partir de la otredad, más aún, si lo otro ideologizado y politizado toma la forma del odio. En estos días, para hacer política se hace necesario odiar de manera extensiva e intensiva. Y las formas de odiar toman un doble camino que también resulta extraño.
Por un lado, el odio se profesionaliza y se sofistica en sus manifestaciones. En la política actual en México, hay una profesionalización del odio que tiene como eje la construcción sistemática del enemigo, discursivamente y de otras formas. Una gran parte de las energías que se usan para hacer política tienen que ver entonces, con un conjunto de acciones que alimentan y retroalimentan la construcción real e imaginaria del enemigo que se odia.
Por otro lado, el odio se banaliza, se convierte en objeto de uso común y corriente que se repite hasta el cansancio. Todos los días, a todas horas, se repiten los mecanismos que elaboran y reelaboran discursivamente a los personajes y los hechos que le dan forma a la figura del enemigo. En este sentido, hay una saturación de las formas de odiar y del odio mismo, que se tiene hacia los adversarios ideológicos y políticos.
Lo que se hace presente es un existencialismo político que está atravesado por: A) la lógica del aliado-enemigo, B) un conjunto de discursos y acciones que tienen como eje al odio y, C) una estrategia que se concibe a partir de una guerra, a la que es necesario mantener y extender ideológica y políticamente. Este triple mecanismo es un remolino, una fuerza centrípeta, que actualmente arrastra al pensamiento y la acción política.
IV.- La historia actual de la política requiere ser leída, no mediante una lógica de luces y oscuridades. La manera de pensar la política a partir de una dicotomía de luces y oscuridades se ha convertido en un maniqueísmo que es reduccionista, y desde luego, manipulador.
Si acaso, lo que logra percibirse y entenderse de la política son las sombras. Lo que logra percibirse y entenderse, son formas y contenidos de lo político y lo ideológico, que no son plenamente verdaderos, ni plenamente faltos de verdad. Es necesario buscar los indicios de lo verdadero a través de operaciones quirúrgicas. Lo verdadero de la ideología y de la política, son fragmentos de lo real. No hay una ausencia plena de verdad, tal como lo plantean las posturas oscurecientes. Tampoco hay una plenitud verdadera, tal como asumen las posturas luminiscentes. La verdad se ubica en determinados pedazos de lo histórico, lo político, lo social y lo económico, que ameritan ser analizados de forma detenida y a profundidad. Se trata de extraer pedazos de verdad bajo una doble óptica: como ejercicio de sospecha ideológica basado en una militancia crítica y, como camino de un auscultamiento periodístico que toma distancia del poder.
Pero lo que persiste y predomina en la actual coyuntura, es una política ensombrecida debido a la inflamación de lo ideológico y de lo real mismo, una política que ha sido sometida a un conjunto de operaciones de las que es necesario sustraerse. Esto último, tiene que ver con la necesidad de caminar por las orillas de las sombras de lo ideológico y lo político. Caminar por las orillas de estas sombras significa no pisar plenamente este territorio claroscuro que se construye mediante un complicado juego de aluzamientos y oscurecimientos políticos y periodísticos. Informativa y periodísticamente, se aluzan determinados personajes y acciones, para ensombrecer determinadas coordenadas de lo político. En este mismo sentido, se oscurecen determinados personajes y acciones, con la intención de aluzar determinadas coordenadas del acontecer político. Los aluzamientos y oscurecimientos informativos y periodísticos se manejan a conveniencia, para beneficiar a unos y afectar a otros. El maniqueísmo de luces y oscuridades es más que obvio. Este maniqueísmo es un territorio ensombrecido. Cuando se camina por las orillas de estas sombras, tiene lugar una sustracción, una toma de distancia, de este terreno que resulta, cuando menos, dudoso.
Cuando la luz se nos echa encima, tal como sucede con los cazadores nocturnos que encandilan a sus presas, cuando la penumbra intenta convertirse en una totalización ideológica y política, es necesario aprender a caminar por las orillas de un territorio ensombrecido. La educación política actual tendría que ser concebida como una pedagogía de las sombras.