En México, la música ha sido un potente instrumento de protesta contra los abusos e injusticias del Gobierno. El rock y el ska han expresado la indignación popular, con bandas como El Tri y Panteón Rococó liderando la resistencia sonora. La trova y el nuevo canto, representados por artistas como Óscar Chávez y Amparo Ochoa, han documentado y denunciado la represión a maestros, obreros y estudiantes. Estas expresiones musicales han unido a la sociedad en la lucha por la justicia y los derechos humanos, dejando un legado de resistencia y esperanza.
En la historia reciente de México, el rock no solo ha sido una expresión cultural vibrante, sino también un vehículo poderoso de protesta contra el establishment político. En un país marcado por décadas de dominio del Partido Revolucionario Institucional (PRI), surgieron bandas que desafiaron abiertamente las injusticias y arbitrariedades del sistema.
Three Souls in my Mind, precursor del movimiento, emergió en 1968 con su icónica canción “Abuso De Autoridad”. En aquel tiempo tumultuoso, el grupo se negaba a quedarse callado frente a las injusticias del gobierno priista, especialmente recordado en el contexto del trágico 2 de octubre.
El grupo tapatío La Revolución de Emiliano Zapata, que en 1971 grabó uno de los éxitos más sonados del rock mexicano, dejó una marca imborrable en la música del país. Originarios de Guadalajara, Jalisco, esta banda destacó en una escena rockera que, en ese entonces, no gozaba de la aceptación con la que cuenta hoy en día.
La alineación original del grupo, conformada por Javier Martín del Campo, Francisco Martínez, Oscar Rojas, Antonio Cruz y Carlos Valle, alcanzó la fama con su éxito “Nasty Sex”. Esta canción se convirtió en un hito, a pesar de los desafíos que enfrentaron en una sociedad que veía el rock con desdén y prejuicio. En aquellos años, el rock era estigmatizado como música de “greñudos y mariguanos” y, aunque ocasionalmente se aceptaba como género, prevalecía un malinchismo que favorecía las propuestas extranjeras.
La Revolución de Emiliano Zapata no solo luchó contra estos estereotipos, sino que también abrió camino para futuras generaciones de músicos mexicanos, demostrando que el talento nacional podía brillar con luz propia en un entorno adverso.
En 1980 surgió un nuevo movimiento de músicos conocido como los “rupestres”. Este grupo se distinguió por su propuesta austera, reflejada principalmente en el uso de instrumentos totalmente acústicos. Los rupestres se convirtieron en los cronistas de la ciudad, diferenciándose por su clara crítica a las autoridades y a la sociedad.
Uno de los exponentes más emblemáticos de este movimiento fue Rodrigo González, conocido como Rockdrigo González. Rockdrigo, a través de sus canciones y letras, ofreció una visión crítica y profunda de la realidad urbana y social de México. Su música se caracterizó por una honestidad y franqueza que resonó con muchos, convirtiéndolo en una figura icónica del movimiento.
Desafortunadamente, Rockdrigo González falleció en el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, truncando una prometedora carrera que ya había dejado una huella indeleble en la música y la cultura mexicana.
En las décadas siguientes, la música de protesta continuó evolucionando, aunque de forma más comercial. Jaguares, liderado por Saúl Hernández, no solo destacó por su potente sonido rockero, sino también por letras que cuestionaban el régimen político que alternaba entre el PRI y el PAN, como en su canción «Las ratas no tienen alas”.
Molotov, surgida en 1995 y célebre por su álbum debut “¿Dónde Jugarán las Niñas?”, fue audaz en su crítica no solo hacia políticos, sino también hacia empresarios, como en su canción “Me Vale Vergara”, que satirizaba al controvertido exdueño del Club Deportivo Guadalajara.
Panteón Rococó, conocidos por su energético ska, se destacaron al apoyar abiertamente movimientos sociales y guerrilleros. Su canción “Marcos Hall” a finales de los 90 fue un claro respaldo al subcomandante Marcos del EZLN, en una época crucial cuando la “dictadura perfecta” mexicana comenzaba a mostrar grietas.
Estas bandas, entre muchas otras, no solo moldearon el panorama musical de México, sino que también desafiaron el statu quo político con sus letras provocativas y su música rebelde. Su legado perdura como testimonio de la resistencia cultural en tiempos de cambio y desafío hacia el poder establecido.
El rebelde nuevo canto de la década de 1960
Durante los turbulentos años 60, las constantes represiones a maestros, médicos, obreros y estudiantes en México fueron plasmadas en la música y poesía de diversos cantautores. Algunos de estos artistas alcanzaron la fama y el reconocimiento popular, como Óscar Chávez y Amparo Ochoa. Sin embargo, muchos otros permanecen en el anonimato, pese a su valiosa contribución al movimiento social. Entre ellos se encuentran José De Molina, Judith Reyes, León Chávez Teixeiro y Margarita Bauche.
Estos músicos no se limitaron a componer y cantar en mítines, manifestaciones y protestas callejeras legítimas. También participaron activamente en movimientos significativos de la época, como los de 1968 y 1971. Sus canciones capturaron el espíritu de la resistencia y el deseo de cambio, convirtiéndose en la banda sonora de una generación que luchaba por sus derechos y libertades.
El impacto de estos artistas trascendió las fronteras del arte, convirtiéndose en símbolos de la lucha social y la resistencia contra la opresión. A través de sus letras, narraron las injusticias y el sufrimiento de la sociedad, pero también inspiraron esperanza y unidad en tiempos de adversidad.
Aunque muchos de estos cantautores no alcanzaron el mismo nivel de fama que algunos de sus contemporáneos, su legado perdura como un testimonio de su compromiso con la justicia social y la dignidad humana. Sus canciones siguen siendo recordadas y cantadas, manteniendo viva la memoria de un tiempo en que la música era una herramienta poderosa de protesta y transformación social.