TESOROS DE DAMIEL Y CASSIEL
Hoy, en el paseo Lilienthal, un hombre iba
andando cada vez más despacio y ha mirado
por encima de su hombro hacia el vacío.
La nieve que cae y adopta la forma de la cosa
lo mismo que el adjetivo rojo cae sobre la cereza.
La mujer que parte por la mitad una manzana
y se encuentra entre dos bosques, dividida.
El sueño que se apaga en la oscuridad de un cenicero,
la estrella que se extingue en el mismo tiempo
en que se dice la palabra polvo o tose un extraño.
En un cuaderno anotaré todas las cosas.
La sombra que huye de la noche
como el viento escapa del viento.
El niño que tiene sólo una moneda
pero cien manos para perderla.
El insecto que excava galerías en el corazón
de los libros, que come la carne de los árboles,
come palabras, las come hasta tenerlas todas.
En un cuaderno anotaré todas las cosas.
Los paraguas que arden y queman la tarde
lo mismo que la palabra hielo incendia una boca.
El solitario que recorta las islas de un mapa y una noche,
de repente, todas encallan en la playa, frente a su casa.
La bala que busca un nombre en el listín telefónico,
la bala que silba e irrumpe en mitad de un pensamiento.
En un cuaderno anotaré todas las cosas.
El hombre que mira el fondo del vaso
y encuentra la superficie del infierno.
El moribundo que se borra sobre el lecho
lo mismo que el lápiz de una resta.
El amante al que sobreviene, como una tormenta, la sombra remota de un perfume y piensa:
La memoria es un león dormido entre algodones.
En un cuaderno anotaré todas las cosas.
Bajo el cielo seré todas las cosas.
FUNDIDO EN NEGRO
(LOS SALMOS SECRETOS DE BELA LUGOSI)
Tú que amamantas a los poseídos de Van Noort,
que soplas en los ojos a los ciegos de Brueghel;
tú que acaricias al albatros torpe de Baudelaire
y en las iglesias robas el alpiste de los ángeles
para repartirlo entre los leprosos de Burgkmair,
oh Señor de la Noche, guíame en las sombras.
Tú que bailas en la melena verde de los narcóticos,
que vuelves las cunas ataúdes; tú que en la papada de dios
colgaste el Gran Cascabel para que lo advirtiéramos espiar
nuestros coitos, nuestras gulas, todas nuestras miserias
(ésas que tú subvencionas agitando el talonario de tus alas),
oh Señor de la Noche, guíame en las sombras.
Tú que podas las rosas de la anemia y tocas la trompeta y
en las puertas de las escuelas levantas un viento negro
que arrebata los paraguas, los corazones, las carteras,
oh Señor de la Noche, guíame en las sombras.
Tú que hielas todos los relojes sólo con mirarlos,
que abres un ojo en el ozono para que caigan las estrellas;
tú que en el falo dormido llevas un Cave Canem tatuado,
que aborreces los musicales y las películas de amor
pero en cambio amas la casquería y la serie b,
oh Señor de la Noche, guíame en las sombras.
Tú que inventaste el radar que avisa de los ángeles,
el detector de verdades, la siesta y la gomina;
tú que aterrizas con tu corte rosa de flamencos
y en la Última Cena de Hollywood gritas Carpe Noctem
vestido como un Dandy del Spleen, micrófono en ristre,
antes que el cazatalentos con su beso te atornille,
oh Señor de la Noche, guíame en las sombras.
Tú que muerdes a las niñas en las basílicas de sus muslos
mientras con un cáliz recoges la sopa roja de sus meses;
tú que asaltas los bancos de sangre con un lirio en la mano
y te fugas a México a bautizar con tequila a las iguanas,
a los mariachis que cantan para ti desde la flor del cactus,
oh Señor de la Noche, guíame en las sombras.
Sal de tu búnker donde barajas los eclipses con las noches,
donde inventas las gafas que descifran los posos del alma.
Oh Señor de los Lobos que estás en el cielo y en la hiedra,
en Budapest y en Las Vegas, en Río y en Babilonia:
Aparca por un momento tus prodigios, todos tus negocios,
y escucha a Bela, éste tu siervo, que en el ala leve de la noche agoniza.
Dame a probar tu nuca de murciélago, la llama de lo eterno,
las bridas de tu Morfina Bendita dame y que nada me capture:
ni los espejos de Narciso, ni el olvido con su estaca blanca,
ni el cíclope de la cámara, ni el epitafio de los títulos de crédito.
Oh Señor de la Noche, guíame en el gran plató de las sombras.
LA FORMA DE LA NIEVE
¿Puedes ver cómo la nieve cae sobre la nieve,
suplantándola a cada instante?
También los hombres que fui caen en el tiempo
los unos sobre los otros, derrocándose.
El hombre de hoy sobre el hombre de ayer.
El adulto sobre el joven y el joven sobre el niño.
Así una y otra vez, disolviéndose todos.
A veces, el viento que levantan estas caídas mezcla
las nevadas y las huellas de otras épocas, me trae
al niño que fui y que hoy mira con igual asombro
la forma de la nieve a través del microscopio:
el cielo pone un asterisco sobre cada cosa de la tierra.
Un asterisco sobre mi reloj para explicar qué es el tiempo.
Un asterisco sobre la lencería negra del otoño para explicar
qué un paraguas, de qué mal cielo nos aguarda.
Un copo sobre otro intentando desenterrar un misterio
que, contrariamente, acaba sepultándose más y más.
Me pregunto, nos preguntamos los dos, el niño y yo,
qué mal jugador repartirá estos naipes blancos,
estas espuelas quién las clavará en el lomo de las cosas
para que las cosas echen a trotar y se nos vayan de las manos.
Qué frase intentará explicarnos, quién logrará entendernos.
Somos notas a pie de página en un libro incomprensible.
Nieva y, apenas el asterisco conteniendo mi secreto
me alcanza, se deshace casi de inmediato.
En cambio, otros muchos permanecen
y, estorbándome, emborronan los caminos
sin explicarme adónde me conducen.
Sólo sé que me llevan lejos de aquel niño
que, sobre el microscopio, se iba deshaciendo
-sin remedio y para siempre- antes que la nieve.
SOCIEDAD SECRETA
Os introduce en la muerte que es una sociedad secreta
André Breton
Cuando ingreses habrás de abandonarlo todo:
la familia, el verano, los libros que habitaste.
Nada de cuanto tienes necesitarás aquí:
ni la piel, ni el reloj, ni el yate de marfil.
Di adiós a los días grandes como transatlánticos,
adiós al descapotable con un ángel en cada válvula,
adiós a los bares donde los amigos arden y se disuelven.
Despídete del amor, de las fiestas, de los banquetes.
Cambiarás para siempre la fiebre del sábado noche
por una mañana fría de domingo donde todo convalece.
Nuestro oficio es la penumbra, un trabajo muy mal visto.
Acéptalo, no traigas en el doble fondo de tu alma
linternas ni vanas razones que te alumbren.
Exigimos lealtad completa y una discreción total:
nada contarás de este lugar ni de cuanto aquí suceda.
A primeros de cada noviembre, si el Líder lo aprueba,
acaso se te permitan visitas: un sobrino lejano,
un hijo polvoriento, una novia que perdiste.
Podrás oír que te nombran al otro lado del muro
y en el silencio atronador intentarás en vano responderles.
Si no tienes más preguntas, esto es todo y nada lo demás.
Escribe ahora en la línea de puntos tu nombre
y estrechémonos las manos para que juntas quepan
en este instante en que el tiempo va a adelgazar.
Bienvenido seas a nuestra sociedad secreta.
Toma tu abono de soledad, tu trago largo
y este carnet sin rostro ni fecha de caducidad.
Llama en el misterio sin volver atrás la vista
y di tu contraseña: Tempus Fugit, recuérdala.
LA CAÍDA EN DESGRACIA
Fuimos hace mucho, muchísimo tiempo
moscas de la fruta en el Jardín del Edén.
Provistas de un corazón claro y sencillo
bajo el celofán de las alas limpias,
compartíamos miel y ambrosía con los dioses,
gozábamos de los mismos favores que los ángeles,
influíamos en bardos y en profetas y en faraones,
vivíamos –ociosas y felices- nuestras vidas
las moscas de la fruta en el Jardín del Edén.
Un verano, en el templo de Apolo en Accio,
se sacrificó un toro en nuestro honor y el sabor
de la consumación nos asustó y sedujo:
nos retiramos a la otra orilla del río Alfeo
y allí, bajo los naranjos ardiendo en la luz,
entonamos dulces y oscuros himnos,
canciones nostálgicas de los buenos tiempos,
de las primeras moscas de la fruta en el Jardín del Edén.
En todos los episodios de la Historia
–y van a buen escape ya unos cuantos–
hemos protagonizado algún lance,
realizado un pequeño cameo o dos.
Aquí, rebobinando un poco, vemos a Claudio, el emperador, con la mosca detrás de la oreja: esa mofletuda –o tempora, o mores– soy yo.
Hemos probado el vino de los concilios papales
y el cóctel de gambas de las recepciones de Estado.
Hemos aliviado nuestros reumas de mosca
en las benditas aguas de los bautizos reales.
Doce de nosotras, invitadas a la Última Cena,
dimos buena cuenta de un mendrugo de pan.
Ahora que sobre la tierra se extiende
el glorioso imperio de la primavera,
ahora que el aire puro nos vigoriza la sangre
y el gran sol de ocho puntas, como antaño, nos corona,
tenemos pensado crear, sí, una raza superior
de moscas: esbeltas, rubias, de ojos azules.
Andamos escasos de orden y de altas pretensiones.
Ansiamos los desfiles, los zumbidos oscuros y marciales.
Cuando se acabe el Mundo –y es seguro
que, con nosotras en el poder, pronto lo hará–,
nos sentaremos a la extrema derecha
de Dios Padre, nos frotaremos las manos
como un usurero rodeado de todas sus ganancias,
como un abogado en el largo día del Juicio Final.
Somos tataramoscas de rancio abolengo,
descendientes lejanas y distinguidas
de aquellas dos primeras moscas
de la fruta en el Jardín del Edén.
No sabemos en qué preciso y osado momento,
rehusando compartir mantel con los hombres,
escogimos comer en el suelo y a dos carrillos
la mierda cruda de sus perros.
LOS GRILLOS
Dios, el loco, el supremo inventor, señor
de las cosas redondas y primer zar del mundo,
los concibió por el único capricho
de recompensarse con un concierto nocturno
en la fiesta de inauguración del Universo,
después de seis apresurados días de Creación.
Pero los grillos, de naturaleza apocada,
abrumados por tan gran compromiso,
siguen escondidos desde entonces aquí y allá,
debajo del confeti o del tapón perdido de un botellín,
ocultos entre dos temores o dos briznas de hierba,
quietos tras las oscuras y raídas bambalinas
de un mundo ya viejo que pronto acabará.
Tocad, tocad, les grito bajo las estrellas
y las ruedas dentadas del oscuro engranaje.
Mostradnos ya la partitura de todo esto.
Interpretad la banda sonora original
que se os confió en el inicio de los tiempos
y sólo así podremos bajar el telón,
sólo así conseguiremos dormir.
Y sudo porque el verano de la vida
es derroche y oro barato y abundancia.
Cansadamente arrió en mis huesos
la bandera vencida de la piel.
Doy vueltas y vueltas en esta cama
como en una parrilla donde el insomnio
de no saber me quema y me consume.
Pero ellos, con sus pequeños violines a cuestas
como escolares en su función de fin de curso,
continúan invisibles en algún rincón de mi casa
o de mí, afinando y afinando cada noche
en una chirriante y monocorde nota,
sin osar nunca salir al mundo y comenzar a tocar.
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Nacido en Zaragoza en 1970. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía Fundido en negro (DVD Ediciones, 2007; premio Hermanos Argensola), Frecuencias (Visor, 2012; premio Ciudad de Burgos) y Contra las cosas redondas (La Bella Varsovia, 2016).
Ensinar o eco a falar (Do Lado Esquerdo, 2017) recoge, en antología bilingüe, su poesía traducida al portugués. Otros poemas suyos han sido traducidos a diferentes idiomas: inglés, rumano, griego, croata, búlgaro, armenio, chino…
Aparece en variadas antologías de poesía española y ha ejercido la crítica literaria en publicaciones y revistas como Turia, Clarín, La Estafeta del Viento, Estación Poesía o Heraldo de Aragón.