Mujer visitando al psicoanalista
Llegué a rastras un día, sin órganos,
como un capitulario de silencios
que no esperan respuesta.
Mis pasos se escribían al reverso,
mi mirada era un telegrama sin ningún punto.
Nada me pesaba en el bolsillo
más que la ausencia de mi cuerpo.
Llegué sin saber el nombre de mis lloviznas
con la lengua enredada en sueños de cera;
perseguida por otros ojos, los mismos
que me revelaban mi indistinta condición ante el mundo.
Me senté por fin sobre mi propia carne,
sentí los huecos brotando en mis estrías,
el historial de costras donde mi piel
dice siempre sus faltas.
En aquella falta me volví a encontrar
recién parida de la placenta
de una llaga originaria.
Pero salí con todos mis pedazos
desparramados, sin orden.
Intenté inútilmente volverlos uno, juntarlos.
Y en esa angustia, en esa hambre de volverme todo
la única mujer, La Única,
me borré completamente.
Un vacío más grande
que cualquier aparición
se acapulló en mi carne frágil.
Y comencé a ser un cuerpo y una voz.
Muchas veces cuesta hacer del cuerpo, cuerpo,
llevarlo a todos lados, presentarlo ante otro
hacer de él una manifestación.
Muchas veces cuesta hacer de la voz un cuarto
seguro, cálido, de madera fuerte y suelo firme.
Luego me tiembla y se siente su columna
hecha de susurros solamente, a punto de caerse.
Pero si he llegado hasta aquí
con este cuerpo y esta voz
aunque busque por todos los medios desbaratarlos
porque algo en mí no me deja tenerlos,
porque algo en mí busca incesantemente destruirme…
Si he llegado hasta aquí es porque también algo resiste
un resto, siquiera visible, que me dice: «sí eres, aquí estás».
Y sí Soy.
Sólo por eso no volveré a callarme,
no volveré a velar mi cuerpo, a hacerlo ciego
cuando él nunca ha parado de hablar-se.
Él todo se expresa y es una avalancha de fuegos,
hortalizas y enjambres.
Ya no es una aparición que desea estar oculta;
ya no es el fantasma minado por el deseo de hablar-me.
Aunque le duela a otros, no volveré a pedir disculpas,
porque tener cuerpo no es un pecado.
Eva fue exiliada porque decidió
cargar con la miseria propia:
saber cómo usar sus manos, sus pies,
su boca, fue negarle a Dios el todo
y preferir la carne que se pudre,
la muerte que nos ahoga.
Pero a cambio descubrió un cuerpo y una historia.
¿Qué otra cosa más grande hay que eso?
No es pecado conocer, después de nunca haberlo visto,
aquello que me hace andar,
que me da la palabra para estar viva
que me rompe cada vez que se me inflaman las lágrimas.
Y sólo por eso no volveré a callarme.
Porque soy un cuerpo y una historia, aunque duela.
Al final, sólo así se puede estar en el mundo.
La palabra
Retoña la palabra;
se acapulla en el tiempo
de una pequeña morona.
Se exilia de su núcleo
donde es signada como
el Cristo clavado a la
cruz que siempre lo ignora.
Dentro de la palabra
la so le dad pue de ser
un raspón que horada las
memorias extraviadas.
Éxodo de la lengua que
muda a tierras ignotas
donde ella se abandona y se
torna huésped en la casa
que siempre quiso propia.
Nunca seremos dueños
de nada, palabra.
Te abres como una región
pura, como sexo virgen
del todo prístino, pero
presiento en tu fondo lo
misterioso y siniestro,
lo nunca dicho que está
balbuceando incesante
al margen de mi boca.
Dentro del hueco de mi
mirada, te haces sombra;
eres la esquirla de la
deidad que yo pensaba
arrinconada en la voz.
Cada uno de mis dioses
yacen del todo rotos.
Hoy todos mis dioses son
un rastro alejado de
lo terrible e infinito.
Esa odisea que es la
palabra, no retorna
al mismo centro en el que
Soy.
Me deja extraviada en un
mar sin ninguna puerta,
un camino sin astros.
Todo lo que digo es un
palimpsesto; silencio
acumulado donde
habitan tantos otros
que desearon nombrarlo.
En la cara del Otro
miré la palabra;
me golpeó como un
buey rehén de sus
cuernos de polvareda.
Yo ca í sin dar le
tregua a mi presente, con
las manos de desastre,
los ojos al vacío.
Me topé de bruces
con el humo de yeso:
el ego prisionero
de su propio recuerdo.
En otra parte encontré
la flor tan de sea da, la
del tallo quebradizo,
la de olvido de pétalo.
Me acerqué hasta donde
se encontraba ella y ella me
arropó en su zozobra.
Me sentí próxima a
su claridad extraña.
Echó raíz en
el acantilado del
pensamiento y cuando yo
pude recuperar por
fin el habla, ella dijo:
“Nunca seremos dueños
de nada, palabra.
Nunca seremos dueños
de nada.”
Hay una Luz
Hay una luz prendida.
Una luz esperando a alguien.
Las gotas del silencio
murmuran un nombre.
En las paredes ya se han borrado
todos tus retratos.
Hay una luz.
Una lámpara tras una ventana
guia al que camina lejos,
perdido en el horizonte de la noche.
Casas que conocen la lengua de las estrellas
y rugen como un océano de luciérnagas,
alumbran también las calles.
Son un refugio.
En sus profundidades vive
un enjambre de hombres.
Yo dejo la luz prendida del pasillo
como si habitaran ahí
todos esos hombres expectantes.
Como si alguien estuviera perdido
y sobraran las ganas
de ser faro a la orilla
de su abismo sin marea.
No puedo dormir
sin el fósforo de tu voz
haciendo fuego al agua
de mi soledad.
Tu sombra es ya mi habitación.
Si apago la luz, soplo la vela
de tu nombre.
La cera ardiente llega más tarde
y lo tapa y devora todo,
hasta mi carne.
Si la luz fuera mi piel, podría saber
el momento preciso de tu llegada.
Cada noche dejo abierta la ventana.
La córnea la suspendo
en un cielo sin memoria.
Es en la cueva de mi mirada
donde la oscuridad
puede por fin arrullarme.
Dejo la ventana abierta
para que entre el mundo
y entonces te salgan alas,
y despegues de los nidos de mis ojos
hacia otra casa, a otra casa…
La mirada
La mirada huele con los párpados.
Huele a raíz cortada,
a tierra de lombrices
recién podadas por la noche.
Deletrea la luz que se apaga
en su voz de agua.
Su piel es un secreto
que secreta un murmullo infinito
fijado como estrella
en el gesto de otro.
A veces la mirada cojea;
sus pies son aves criadas
en sótanos grandísimos.
Tiene el gusto de un café frío por la mañana:
negra nieve que se esconde
en la taza de los ojos.
Es acaso el sueño de la mirada
un pedazo de tormenta
en la isla del cuerpo.
Y no basta el ojo,
la encía de la palabra,
la entraña,
la espalda,
la visón más vasta
para cargar la carne hueca
que es la mirada.
Astro Damus es una escritora nacida en la CDMX. Estudió Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Cuenta con una plaquette de poesía llamada Noche sin Fin. Ha participado en diversos eventos como lo son: el Festival Universitario de Literatura y Arte (FULA) en el CCH plantel Azcapotzalco, el Festival Mundial de la Palabra (WFB) en el centro histórico de la CDMX, el World Goth Day en el Centro Cultural la Pirámide, Libreando (festival de editoriales independientes) en el Centro Cultural la Pirámide, el Encuentro de Escritores Jóvenes y Letras Contemporáneas en la Alcaldía Cuauhtémoc, el Conversatorio “Pulsión, Existencia y Naturaleza” por parte del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS-UNAM), en el Festival Cultural Antonio Alcaraz, en el Festival Territorios del Ocio por Redes Cooperativas y de la Red de 100 mil poetas por el cambio, así como muchos otros más. Cuenta con varios poemas publicados en revistas culturales digitales como lo son: Revista Innombrable, Revista Tabaquería, Revista cultural El Morador del Umbral, Revista Liberoamerica, entre otras.
Actualmente se encuentra gestando, junto con otros poetas, el colectivo artístico Los Deambulantes, el cual busca llevar la poesía y toda manifestación artística de artistas emergentes a diferentes lugares de la Ciudad de México y también fuera de la República.