“there is a crack in everything
that is the way the light comes in”.
Leonard Cohen.
Resumen:
Al detener los procesos productivos y los intercambios sociales, las medidas de contención de la pandemia han evidenciado que el capitalismo no es la mediación fundamental para la reproducción de la vida cotidiana de la humanidad y en ese sentido ha generado una coyuntura donde la sociedad se ve obligada a reconsiderar sus condiciones de existencia y relaciones sociales, en condiciones en parte determinadas por los nuevos desarrollos tecnológicos anteriores, y que le han dado viabilidad a propuestas como la del ingreso mínimo vital, una reforma fiscal universal y el desmantelamiento de las policías.
En este artículo intento describir que es posible ver el momento actual como una coyuntura revolucionaria dependiente de una condición que ya ha señalado Saskia Sassen (2013) al exponer el cambio del desarrollismo a la globalización. La coyuntura se da por la confluencia puntual de tendencias de mediano o largo plazo. El cambio posible, parece ser, al mismo tiempo, la transformación en otra cosa diferente, tanto por un cambio paradigmático (o sea súbito y sistémico) como por maduración de procesos intrínsecos del momento anterior. Es decir, el cambio se da tanto por la irrupción de un hecho novedoso, como por el resultado necesario de procesos existentes. Esta particularidad del proceso puede entenderse como lo señala Frederic Jameson (2015, 35-37), recuperando la metáfora de variación musical que utilizó Teodoro Adorno (cit. pos. Id.) para explicar al desarrollo, según la cual la variación:
“sigue conservando el material de partida…como idéntico. Es todo “lo mismo”. Pero el sentido de esta identidad se refleja como no identidad. El material de partida es de tal índole que conservarlo significa al mismo tiempo modificarlo. Pero en absoluto es en sí, sino sólo en relación con las posibilidades del todo. La fidelidad a las aspiraciones del tema significa la profunda modificación de éste en todos los momentos.”
Al mismo tiempo, para entender la coyuntura vale recordar el señalamiento que hace David Fernbach (1979, 27-33) respecto a la diferenciación del marxismo respecto a los hegelianos y socialistas anteriores, en el sentido de que el cambio no se trata sólo de llevar a la práctica, materializar, las ideas de un nuevo orden, sino que depende de las potencialidades que dan las condiciones de las estructuras materiales y políticas existentes (que define como medios y relaciones de producción).
La epidemia está jugando este papel, simplemente al hacer evidente que el capitalismo ya no coincide necesariamente con lo que Fernand Braudel (1984) llamaba la reproducción de la vida cotidiana. Es decir, que la lucha que el capitalismo libró desde el siglo XVIII (ver Dobb, 1979, Polanyi, 1989 y Wallerstein, 1988) por convertirse en la mediación fundamental de la sociedad humana, y por eliminar todas las otras mediaciones -logrando lo que el marxismo describe como la subsunción real y no sólo formal o indirecta (Marx, 2005[1])-, objetivo explícito del neoliberalismo, puede sufrir un interesante revés.
No es un hecho inédito: es sabido que el establecimiento del estado benefactor y el paradigma del desarrollismo se impusieron sólo por la segunda guerra mundial; Thomas Picketty (2018,60) es muy enfático al afirmar que lo que logró reducir la inequidad de la Europa del siglo XX fue precisamente el impacto del caos de la guerra.
Desde el principio de la actual pandemia los más populares intelectuales, Slavoj Zizek, Byung-Chul Han y Giorgio Angaben, se enfrascaron en una discusión sobre las potencialidades progresivas o regresivas para el orden social. Quedó entonces presentada como una coyuntura abierta. De hecho, la pandemia nos puso en una situación donde “los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”, que es la definición de un momento revolucionario de acuerdo con el manifiesto comunista (Marx y Engels, 2016, 25). Pero, además, siguiendo lo que se dice en el mismo párrafo del manifiesto sobre el carácter revolucionario de la burguesía, “que sólo puede existir mientras revolucione incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales”. La coyuntura y las posibilidades de superarla están determinadas por condiciones técnicas y sociales que venían desarrollándose con anterioridad, como, por ejemplo, las condiciones actuales de comunicación en general que determinan tanto la velocidad con que se propagó la epidemia a nivel mundial; como la posibilidad de la sección mediatizada de la sociedad internacional de adaptarse a trabajar, producir y relacionarse virtualmente.
El éxito a largo plazo de las políticas sanitarias y de inmunización mediante vacunas iniciado desde el siglo XVIII y completado tras la segunda guerra mundial, hicieron olvidar a los grupos sociales homogeneizados por la cultura internacional escolarizada y mediática, el papel disciplinador y determinante de la vida cotidiana que tenían las epidemias. Hemos olvidado como a finales del siglo XIX se convivía con la tuberculosis, la prevalencia en México de las llamadas “enfermedades tropicales”, y los efectos de la última gran pandemia, la de la influenza española.
Y este “olvido” está totalmente relacionado con el desarrollo de la mentalidad moderna cuyo principio básico es la capacidad de la sociedad de autodeterminarse. Es decir, se consideraba superada la posibilidad de ser determinados por una intromisión externa a la propia acción de los seres humanos organizados[2]. Esa posibilidad de intromisión externa, se convirtió en fuente del mayor de los temores. Pero al mismo tiempo, dado el nivel de desarrollo de los armamentos y la progresiva conciencia de las efectos colaterales de las nuevas industrias y sus impactos en la salud y en el medio ambiente, la propia tecnología se volvió a su vez, en un nuevo origen de temores catastróficos.
Se formó así la sociedad del riesgo: una convivencia altamente dependiente de una red de sistemas técnicos, discursivos y de relaciones, que en tanto complicada y compleja, es altamente delicada, y de la que finalmente dependen individuos cada vez más atomizados; actuando además dentro de esa condición de la sociedad civil que Hegel llamó “el sistema del atomismo” (aquel en donde el objetivo de cada unidad -colectiva o individual, la familia o el individuo- es ella misma (Espinoza, 67)). Contrario al espíritu moderno que sería el del “individuo histórico mundial” (Jameson, p.15).
En los últimos 40 años hemos vivido además la lucha por la imposición de un sistema extremo de capitalización que Zygmunt Bauman (1999) describió sintéticamente, como aquel en el cual los capitalistas dejaban de aportar su parte para cubrir los costos de la reproducción social, siendo unos de sus medios el austericidio y la informalidad de los mercados financieros. Tendencias que por un lado la epidemia puede profundizar con el impulso al trabajo virtual y la deslocalización de las empresas, liberándolas aún más de sus bases territoriales y por lo tanto de relaciones impositivas respecto a las ciudades, que para sobrevivir, tendrán que buscar nuevas fuentes de financiamiento que no dependan de la economía capitalista.
No hay, sin embargo, que confundir esto con un colapso del capitalismo en sí: no significó pérdidas para las grandes corporaciones -varias de las cuales se encontraron de pronto en condiciones estratégicas monopólicas. De hecho, las bolsas y las empresas energéticas se han recuperado mediante colocaciones y compras a futuro. Y se ha informado de un crecimiento acelerado de las grandes fortunas durante este período.
Esta coyuntura tiene además características particulares en tanto hay consenso de que la crisis económica que se presenta puede ser entendida como parte de un proceso que ya estaba en marcha cuando menos desde hace un año, como una secuela o reiteración de la crisis de 2008, y por otro lado, de una crisis de movilizaciones sociales, que podría decirse que comenzó en 2009 con las reacciones en muchos países contra las políticas austericidas tomadas contra la mencionada crisis (Zizek, 2013). Éstas se habían reactivado desde octubre de 2019, particularmente en América Latina pero también en Francia. Y ahora, en plena pandemia, mediante la reiteración de un acto particular constitutivo de la sociedad estadounidense (el asesinato de un negro por la policía), se convirtió en otra movilización popular internacional. Igual, aún no podemos evaluar que tanto estas movilizaciones se relacionan con la pandemia (aunque en Estados Unidos, Inglaterra, México y Francia ha habido protestas directamente por falta de equipamiento médico) y que tanto son una continuación de la ola de movimientos que, como en Islandia o en Grecia, primero ganaron el poder y luego tuvieron una regresión; o primero fueron derrotados y, transformándose, llegaron al poder, como en España.
Independientemente de estos procesos, en la parte que podemos llamar infraestructural, como mero proceso sistémico más que por la subjetividad y el voluntarismo político, el hecho de que la pandemia haya detenido el funcionamiento de la industria y la economía capitalista, ha llevado por vías imprevistas a desarrollar un consenso en torno a una medida cuya propuesta estaba en la agenda política al menos desde hace 20 años: la idea de una renta universal o de un ingreso mínimo vital, que al menos, por ejemplo, ya en España, fue aprobado y se discute en Naciones Unidas. Sin embargo, igual que los fenómenos referidos anteriormente, la posibilidad de una economía de subsistencia no capitalista y particularmente desmonetizada, también venía de antes, no por las resistencias sociales, sino precisamente, por el exceso de desarrollo de las fuerzas productivas, la tecnología.
Elmar Altvater y Birgit Mahnkopf (2008, p.22) describieron como la crisis Menen-Cavallo de Argentina del 2002 tuvo la doble vertiente de que por la velocidad de las nuevas formas de transferencia financieras de hecho no se manejaba dinero, al mismo tiempo que en la economía local, al no poderse mantener la relación con el dólar, desapareció la moneda nacional y aparecieron sustitutos y se formaron redes de intercambio que operaron sin él. Hoy día, por el nivel alcanzado por la deuda pública de EU, se habla seriamente de un mundo postdolar.
Y en un ámbito distinto, ahora que como nunca se ha resaltado la importancia de las actividades intelectuales y artísticas para sobrellevar la cuarentena, en particular la música, igual, desde principios de siglo, gracias a los avances en las técnicas y formas de grabación y al internet, el problema dejó de ser el cómo hacer música, el cómo producir música con calidad y el cómo distribuirla. El problema actual de los músicos es como vivir de hacer música, como hacerla rentable para el productor directo. La pandemia agudizó la contradicción porque se acabaron los conciertos y presentaciones personales que eran su principal fuente de ingresos. Pero al mismo tiempo, la mayoría se han mantenido activos, y los públicos pudieron gozar de productos de la mejor calidad desde su propia casa, totalmente gratis. Es cierto que muchos intentaron subir su producción a las plataformas que cobran tickets virtuales para su acceso, pero aún éstos, para promocionar dichas actividades, tuvieron que compartir presentaciones gratuitas.
En fin, las propuestas de implementación de formas de economía moral, de una reforma fiscal internacional incluyendo la desaparición de los paraísos fiscales; de fenómenos de otro nivel como las moratorias de rentas y prohibición de desalojos en varios países, y en EU; la propuesta del desmantelamiento de las policías buscando formas de seguridad ciudadana alternativas -como se decretó ya en Minneapolis-; y el establecimiento en el centro de la ciudad de Seattle de la zona autónoma de Chapell Hill, nos hablan de posibilidades de reformas profundas del sistema social mundial.
[1] “La teoría de la subsunción concibe el modo de ser capitalista como un modo que tiene necesariamente dos versiones o figuras no siempre sucesivas en el tiempo sino también complementarias en una misma época: el modo formal y el modo real de la subsunción del proceso productivo/consuntivo de la sociedad en la marcha de la acumulación capitalista. Así pues, tres tipos elementales, específicamente capitalistas, de articulación contradictoria entre modos de producción se encontrarían, combinados, en la base de conflictos sociales de nuestra época: la articulación de la forma capitalista son una realidad técnica puesta en pie por ella misma y la articulación de formas nuevas, postcapitalistas, de sociedad y tecnología con la totalidad social-técnica construida por el capitalismo”, Bolívar Echeverría, introducción a Marx (2005).
[2] Es interesante como destaca Maurice Dobb (1975, 61) que respecto a las crisis económicas discutió Marx este punto con los economistas clásicos. Cita a Marx en el tomo III de El Capital: “los economistas que, como Ricardo, consideran el régimen capitalista de producción como régimen absoluto, advierten, llegados a este punto, que este régimen de producción se pone una traba a sí mismo y no atribuyen esta traba a la producción misma, sino a la naturaleza”.
Rodolfo Uribe Iniesta. Nació en Toluca, 14 de marzo de 1961. Licenciado en Sociología por la UNAM. Doctor en Sociología por el Colegio de México. Es Investigador Titular del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias UNAM. Investigador Invitado de la Universidad de Salamanca, España y la Australian National University, Australia. Docente del Posgrado en Ciencias Sociales y Políticos de la UNAM en Estudios Culturales, Movimientos Sociales y Metodología de la Investigación Científica.
Fue articulista del periódico UNOmasUNO (1982-1992), investigador de la Secretaría de Educación de Tabasco y del IV Comité Regional de la CONALMEX UNESCO, Asesor de producción en Radio Tabasco, Director de XENAC, Radio “La Voz de los Chontales” de Nacajuca y profesor de teoría social en la UJAT.