La vida de la poeta Alaíde Foppa es tan sorprendente como trágica. Defensora del feminismo y relacionada con los movimientos de izquierda, específicamente con la guerrilla guatemalteca, tuvo sus peores momentos cuando uno de sus hijo fue asesinado y después, como si eso no fuera suficiente, su esposo, enloquecido por la noticia, salió a la calle y murió atropellado.
Hasta este día los restos de la escritora no han sido encontrados, luego de que presuntamente fuera secuestrada y desaparecida por las fuerzas paramilitares del gobierno de Guatemala.
Foppa nació el 3 de diciembre de 1914 en Barcelona. Fue hija de Tito Livio Foppa, un periodista italo-argentino y de Julia Falla, una pianista guatemalteca proveniente de una familia de clase alta.
Alaíde creció en varios países como Bélgica, Francia, Italia y Argentina, lugares donde se preparó académicamente. Estudió en Roma en el Departamento de Letras y de Historia del Arte, donde también aprendió a hablar italiano, fue ahí donde escribió sus primeros poemas.
A los 29 años, en 1943, llegó a tierras guatemaltecas cuando el fuego de la libertad lo incendiaba todo. Eran tiempos en que la dictadura militar de Jorge Ubico, quien se mantuvo en el poder de 1931 a 1944, estaba a punto de caer.
La autora se identificó con el nuevo proceso revolucionario, por lo que de acuerdo con documentos de la hemeroteca de Prensa Libre, en 1944 adquirió la nacionalidad guatemalteca.
Según algunos documentos disponibles en Internet, se casó con el intelectual Alfonso Solórzano, quien era millonario y había estudiado en Alemania. Junto a él fue señalada por formar parte de la izquierda radical y tuvieron que exiliarse en México.
Alaíde consiguió trabajo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en donde impartió las cátedras de Literatura Italiana y de Sociología.
En la UNAM hizo historia, pues su cátedra fue la primera encaminada a la sociología de la mujer y se trató del primer curso en su ámbito realizado en una universidad lationoamericana.
En México tuvieron sus primer hijo y después su esposo fue nombrado diplomático en París, lugar a donde se fueron a vivir. En la capital francesa nacieron dos de sus hijos.
Tenían una cercanía con el presidente guatemalteco Juan Jacobo Árbenz Guzmán, y gracias a la tranquilidad que eso les daba, regresaron a centroamérica en 1950, pero en 1954, tras ser derrotado, volvieron a exiliarse a México.
Desde ese año y durante las siguientes décadas, Guatemala vivió un período convulso, y sus hijos se convirtieron en integrantes del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), una de las cuatro organizaciones guerrilleras de ese país que conformaron la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).
Durante la década de 1970 Alaíde tuvo mucha actividad en México relacionada con el feminismo. De acuerdo con Cimac Noticias, periodismo con perspectiva de género, en 1976 fundó junto a Margarita García Flores y Elena Urrutia, la revista Fem, la primera revista semanal feminista de América Latina. Además, como traductora, apoyó la divulgación de material de Simone de Beauvoir, Dacia Maraini y Gisele Halimi.
Su desaparición
Alaíde Viajó a Guatemala a renovar su pasaporte guatemalteco y para unirse a la guerrilla guatemalteca. El 19 de diciembre de 1980 fue secuestrada por el gobierno de Guatemala.
Elena Poniatowska publicó en el diario La Jornada un texto con el que recuerda su desaparición: “A partir de ese momento, Alaíde empezó a vivir dentro de nosotros, intensa, dolorosamente. La envolvimos en palabras, en meditaciones, la evocamos, la recreamos, le dimos vuelta una y otra vez, como burros de noria, con la esperanza de que nuestra insistencia la haría materializarse. Ahorita va a abrir la puerta y va a entrar. Sonará el teléfono y oiré su voz”.
Poniatowska conoció a Alaíde antes de que ella iniciara el proyecto de la revista Fem y según un artículo publicado por la Gaceta de la UNAM en diciembre de 2020, Elena la veía con frecuencia en galerías de arte.
“Hacía mucho periodismo… En su mesa se comía delicioso… Totalmente entregada, en su casa alojó temporalmente a Miguel Ángel Asturias, Luis Cardoza y Aragón, Tito Monterroso y a Mario Monteforte Toledo… Tradujo al español obra de Alberto Moravia y Elsa Morante, y al italiano El libro vacío, de Josefina Vicens… Había muchas Alaíde en ella, no sólo la feminista”, dijo la autora de La Noche de Tlatelolco en un homenaje póstumo transmitido por Internet , realizado el 9 de diciembre de 2020.
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A continuación Poetripiados te presenta algunos de sus poemas:
Elogio de mi cuerpo
- Los ojos
Mínimos lagos tranquilos
donde tiembla la chispa
de mis pupilas
y cabe todo
el esplendor del día.
Límpidos espejos
que enciende la alegría
de los colores.
Ventanas abiertas
ante el lento paisaje
del tiempo.
Lagos de lágrimas nutridos
y de remotos naufragios.
Nocturnos lagos dormidos
habitados por los sueños,
aún fulgurantes
bajo los párpados cerrados.
- Las cejas
Las breves alas
tendidas sobre mis párpados
sólo abrigan
el espacio escaso
en el que flota
una interrogación latente,
al que asoma
un permanente asombro.
- La nariz
Casi un apéndice
en la serena geometría
de mi rostro,
única recta
en la gama de curvas suaves,
el sutil instrumento
que me une al aire.
Cándidos olores
acres aromas
densas fragancias
de flores y de especias
-desde el anís hasta el jazmín-
aspira trepidante
mi nariz.
- La boca
Entre labio y labio
cuánta dulzura guarda
mi boca abierta al beso,
estuche en que los dientes
muerden vívidos frutos,
cuenca que se llena
de jugos intensos
de ágiles vinos
de agua fresca,
donde la lengua
leve serpiente de delicias
blandamente ondula,
y se anida el milagro
de la palabra.
- Las orejas
Como dos hojas
de un árbol ajeno
nacen a los lados
de mi cabeza.
Por el tallo escondido
se desliza
la opulencia
de los sonidos,
me alcanzan
las vivas voces
que me llaman.
- El pelo
Dulce enredadera serpentina,
única vegetación
en la tierra tierna de mi cuerpo,
hierba fina
que sigue creciendo
sensible a la primavera,
ala de sombra
contra mi sien,
leve abrigo sobre la nuca.
Para mi nostalgia de ave
mi penacho de plumas.
- Las manos
Las manos
débiles, inciertas,
parecen
vanos objetos
para el brillo de los anillos,
sólo las llena
lo perdido,
se tienden al árbol
que no alcanzan,
pero me dan el agua
de la mañana,
y hasta el rosado
retoño de mis uñas
llega el latido.
- Los pies
Ya que no tengo alas,
me bastan
mis pies que danzan
y que no acaban
de recorrer el mundo.
Por praderas en flor
corrió mi pie ligero,
dejó su huella
en la húmeda arena,
buscó perdidos senderos,
holló las duras aceras
de las ciudades
y sube por escaleras
que no sabe a donde llegan.
- Los senos
Son dos plácidas colinas
que apenas mece mi aliento,
son dos frutos delicados
de pálidas venaduras,
fueron dos copas llenas
próvidas y nutricias
en la plena estación
y siguen alimentando
dos flores en botón.
- La cintura
Es el puente cimbreante
que reune
dos mitades diferentes,
es el tallo flexible
que mantiene
el torso erguido,
inclina mi pecho
rendido
y gobierna el muelle
oscilar de la cadera.
Agradecida
adorno mi cintura
con un lazo de seda.
- El sexo
Oculta rosa palpitante
en el oscuro surco,
pozo de estremecida alegría
que incendia en un instante
el turbio curso de mi vida,
secreto siempre inviolado,
fecunda herida.
- La piel
Es tan frágil la trama
que la rasga una espina,
tan vulnerable
que la quema el sol,
tan susceptible
que la eriza el frío.
Pero también percibe
mi piel delgada
la dulce gama
de las caricias,
y mi cuerpo sin ella
sería una llaga desnuda.
- Los huesos
Alabo
el tibio ropaje
la apariencia
el fugitivo semblante.
Y casi olvido
la obediente armazón
que me sostiene,
el maniquí ingenioso,
el ágil esqueleto
que me lleva.
- El corazón
Dicen que es del tamaño
de mi puño cerrado.
Pequeño, entonces,
pero basta
para poner en marcha
todo esto.
Es un obrero
que trabaja bien,
aunque anhele el descanso,
y es un prisionero
que espera vagamente
escaparse.
- Las venas
La floración azulada
de las venas
dibuja laberintos
misteriosos
bajo la cera de mi piel.
Tenue hidrografía
apenas aparente,
ágiles cauces que conducen
deseos y venenos
y entrañable alimento.
- La sangre
Secreto corre el torrente
de mi sangre rápida.
Inmenso es el río
que en subterráneos meandros
madura
y nutre el ámbito
de mi vida profunda.
La cálida corriente
que me inunda
en la flor de la herida
se derrama.
- El sueño
En tan blando nido
mi corazón descansa,
ni lo asombran
los perdidos fantasmas
que se asoman.
Pasa por mi sueño
la ola calma
de mi respiro.
En tanto olvido
el tiempo de mañana
se prepara,
mientras estoy viviendo
efímera muerte.