En noviembre pasado murió el artista multifacético José Cendejas, reconocido por su vasta poesía y amplia producción de pinturas, así como por sus algunos trabajos en el cine experimental.
Cendejas era originario de Chavinda, Michoacán, donde nació el 8 de junio de 1963 y tenía 60 años, cuando perdió la vida, en un momento en el que era amado por la comunidad cultural de Nuevo León.
A Monterrey llegó en la década de 1990 y ahí se edificó como una mezcla de artista de culto y más popular que el cabrito. En esa ciudad se desarrolló como pintor y poeta. Sus trabajo en los lienzos brillaba por el goce, la celebración y los paisajes de la vida. En ese tiempo, en el que el mundo se revolvía con el Grunge de Nirvana, publicó los libros Poemas tártaros, Palabras del cuerpo y Números, además de Fraternidad-Paisaje, Amanece / Anochece y Biografías. Recibió también dos becas del Fonca, una como pintor y otra por su labor en las letras.
Incursionó en la literatura infantil y en sus pinturas eran poemas al mismo tiempo que imágenes que bailaban alrededor de Pelé, Cleipatra y Caín. Cendejas buscaba sensibilizar a los niños y de acuerdo con autores como José Eugenio Sánchez, hay muchos coleccionistas de su obra.
Hay vacíos que no pueden llenarse con nada, y el que deja Cendejas es uno de ellos. En Poetripiados celebramos a José Cendejas, un autor que nos deja un gran legado artístico y humano. Presentamos dos textos, uno de Paulino Ordoñez y otro de Lucas Gc, en los que abordan la cercanía con el autor michoacano, reconvertido en nuevoleonense.
Adiós, emisario
Por Paulino Ordóñez
A mediados de los años noventa me interesé por la literatura en dos sentidos: comencé a elegir mis lecturas y, a la vez, a intentar escribir. A diferencia de lo que suele suceder, no inicié con los clásicos, ni con el boom latinoamericano, ni con casi nadie que pudiera llamársele autor consagrado. Fue hasta no hace mucho que caí en cuenta que los escritores que más me atrajeron en un principio fueron los que estaban vivos y cerca de mí: aquellos que veía pasar por la calle, que publicaban en el periódico local y de quienes incluso me llegaban chismes vía algunos compañeros de taller literario o del coordinador en cuestión. Mis primeras lecturas fueron en gran parte los productos literarios de hombres y mujeres que antes de conocerlos como escritores, primero fueron para mí personajes. Algo así me sucedió con José Luis Cendejas. Su libro Poemas tártaros (Gobierno del Estado de Nuevo León, 1991) llegó a mis manos prestado (muchos años después pude hacerme de uno propio) y fue así que tuve mi primer poema favorito: Emisario, un texto que sentí me decía algo que yo, en aquellos años de juventud, debía escuchar. Pasó más de una década cuando, caminando por el Barrio Antiguo de Monterrey, no sé cómo reconocí a Cendejas y me atreví a acercarme para comentarle esto mismo, a lo que sin mucha emoción respondió algo por el estilo de “qué bien que recuerdas ese libro”. Ni cómo imaginar entonces que más adelante iba a tener la oportunidad de conocerlo, convivir en muchas ocasiones con él y quizás -espero- considerarnos amigos. Siempre fue un deleite leer sus textos, admirar su obra gráfica, probar la comida que preparaba (la cocina era una de sus pasiones y se notaba) y, sobre todo, escucharlo hablar. Con fortuna, tuve acceso a más de su poesía y así disfruté de los autopublicados Números y Fraternidad paisaje, y vinieron otros como Biografías, editado por tresnubes, proyecto editorial de su entonces pareja Virginie Kastel. De su obra plástica otros podrán hablar con mayor conocimiento que yo; sólo quiero agregar que jamás olvidaré esa pintura colgada en la cocina de su casa en la que presentaba la receta para preparar carne con chile (que por supuesto e ingenuamente, alguna vez intenté). Esa pintura resume para mí el espíritu bon vivant de Cendejas y el humor que parecía imprimirle a todo lo que hacía. Dicha receta me lleva a hablar de lo sobresaliente que era para cocinar. No recuerdo alguno de sus platillos en particular porque todos eran buenísimos, además de que solía consentir a sus invitados con más de uno en cada ocasión. Me sorprendía lo minucioso que era y, por lo que sé, evitaba usar verduras congeladas o enlatadas. Lo tengo presente porque una ocasión colaboré en la preparación de algo dedicándome a la extenuante tarea de desvainar chícharo, cosa que yo no hacía desde que era niño. Y ya que menciono niñez, agrego que desde que supe que Cendejas estaba enfermo, no he dejado de pensar en Theophile, su hijo, a quien siendo muy pequeño, su padre le regaló una cocinita en la que el niño lo imitaba. Había algo más que Cendejas cocinaba deliciosamente: la conversación. Tenía la gracia de contar cualquier simple anécdota de la manera más entretenida y divertida; era imposible no prestar atención, además de que poseía un montón de eso que la gente llama bagaje cultural y que simplemente es el resultado de saciar una curiosidad inmensa por ciertos temas (en su caso, a mi parecer, especialmente de historia, ciencia y literatura) y contaba también con una impresionante habilidad mental para traer a colación datos, asociar ideas, llegar a conclusiones ingeniosas y, en resumen, pasarla a toda madre mientras hubiera cervezas por destapar. Eso es lo que más extrañaré de él: saber que no volveré a escucharlo contar cualquier cosa mientras le ayudo desvainando chícharo o cortando zanahoria, me llena de pena. Quizás sirva como un poco de consuelo recordar lo a gusto que parecía estar en el mundo: siempre lo vi dueño del momento, muy seguro de que estar viviendo lo que fuera que viviera en ese instante, era lo que había que vivir y ya. Nada más parecía importar. ¡Me quedo con mucho que aprenderte, queridísimo Cendex!
Emisario
Por José Luis Cendejas
mariposa negra
plántate
en su corazón
confúndete
en la noche de su cuerpo
déjate
al viento de su sangre
descubre sus secretos
y no vuelvas
hasta traerme
buenas nuevas
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Entre dos universos contradictorios
Por Lucas Gc
Hace días murió mi amigo y colega José Luis Cendejas. No todos los artistas tienen la suerte de tener múltiples talentos. Se inició como escritor para pasar al arte, hizo un poco de cine y también fue un excelente cocinero (le hubiera parecido ridículo que lo llamara chef). Tenía una gran curiosidad por todo tipo de conocimiento pero en especial por la literatura. Era un ávido lector y no es exagerado decir que había devorado todos los libros. Alguna vez le pregunté cómo había llegado a descubrirlos habiendo crecido en un lugar tan pequeño (imaginaba una especie de Comala/Macondo michoacano). Me respondió que no había librerías en su pueblo solo una revistería donde tuvo la suerte de encontrarse a los clásicos en ediciones populares mezclados entre los periódicos, comics, teleguías y revistas de moda. Nietzsche le voló la cabeza a los 18 años aunque aclaraba con cierto humor que no sabía q tanto había entendido de tan joven sin embargo aún era un pensador de los que más frecuentaba. Su escritor favorito era Chejov a quien solo ponía por debajo de Shakespeare. Desde que ya no pudo levantarse de la cama hace dos meses me pidió que le consiguiera el Ulises de Joyce y Ficciones de Borges para releerlos. Su otra pasión era el cine que había visto desde sus inicios en cineclubes de Guadalajara antes de venirse a Monterrey a principios de los noventa. Coincidíamos en el gusto por ciertos directores como Woody Allen, Terry Guilliam y Tarantino. Era tan aficionado al género del western que declaraba que no existía una sola película mala. Pensaba que el único artista capaz de filosofar era Duchamp y por lo mismo descreía del arte conceptual contemporáneo. Le parecía meros inventores de ocurrencias muy subordinados a quien creo un nuevo paradigma. Su arte oscilaba entre dos opuestos, dos universos contradictorios. Por un lado pintura abstracta y minimalista en formato grande, de un laborioso tejido óptico y un severo estudio del color. Por el otro figuración en formato pequeño, de un dibujo espontáneo e insólitas combinaciones cromáticas. En estas imágenes de libertad desenfrenada y provocación le daba rienda suelta a lo satírico y lo cómico, al absurdo y al desparpajo más delirante.
Quizás lo que más gozaba de su compañía era su gran capacidad para conversar. Podía hablar de cualquier tema siempre aportando su singular punto de vista con perfecta elocuencia sin jamás perder la calma. Cada historia la complementaba con un humor tan especial que algunas bromas o juegos podían pasar incomprendidos de tan sutiles e irónicos. Otras veces no sabías si solo estaba exagerando un poco la historia para hacer la narración más entretenida o simplemente la había inventado por completo. Si luego lo cuestionabas nunca te revelaba la verdad entera, sin sonreír y casi sin gesticular daba con la frase exacta que estallaba en la risa de todos…
Buen viaje querido amigo Cendejas. Te vamos extrañar enormemente, siempre te recordaremos.