Me enamoré de la poesía de Idea Vilariño en una madrugada de relámpagos mientras escuchaba en mi cama a Dave Brubeck y su Take Five. Fue en el verano de 1999, poco antes de la temida fecha en la que Nostradamus vaticinó desde mediados del siglo XVI que “en el año 1999, mes séptimo, descenderá de los cielos el Rey del Terror; antes y después, Marte reinará felizmente”.
Eran tiempos en los que me encontraba atrapada en las letras de Alejandra Pizarnik. Acababa de leer su gran relato La condesa sangrienta, la historia de Isabel Báthory, la condesa húngara medieval, conocida por haber cometido más de 650 asesinatos. Una entrañable amiga, casi hermana, me había regalado esos días Vuelo Ciego de la autora latinoamericana Idea Vilariño. Recuerdo como una fotografía en blanco y negro, que el librito me esperaba en el buró, a un lado de la lámpara.
Su poesía me eclipsó esa madrugada porque que en sus textos en los que la vida y la muerte se enfrentaban, había algo de mi vida gris y melancólica. La autora nacida el 18 de agosto de 1920, en Montevideo, Uruguay, decía que escribía desde siempre, antes de saber escribir, y busqué esos poemas edificados con palabras que ella muchas veces no entendía, pero cuyo sonido la cautivaba.
Idea creció en una casa habitada por la música y las letras. Su padre Leandro Vilariño era un poeta y se declaraba anarquista, y su madre, Josefina Romani, una enferma crónica. La familia brillaba con la improvisación no solo económica, que les causó algunos problemas cuando la poeta era una niña, sino con la música. La autora tocaba el violín y uno de sus hermanos, el piano, mientras su padre recitaba sus composiciones.
Vilariño se escondía en el patio de su casa entre el olor a rosas y las magnolias para leer a Gorki, Tolstoi y Dostoievski. La infancia fue dura y antes de los orgasmos, a los 12 años, ya estaba enomorada. Su hermano Numen, el del piano, contó en alguna ocasión que Idea se perdió en los besos de un chico que le llevaba por dos años, Rubén Cosito, con quien tuvo una relación de 24 meses.
A los 16 años, cuando la flores se abren con los soles desesperados, su problema con el asma le hizo un rehilete mental que la hizo sufrir y abandonar su casa, porque en la zona en la que vivía había mucho polvo de cal. Fue una instrucción médica. Desde esa temprana edad, se fue de su hogar y jamás volvió a estar con su familia.
Le gustaban las cosas del amor, pero su eccema, una enfermedad de la piel que se caracteriza por la aparición de manchas rojas acompañadas de un picor intenso, la apartaba de todos. Entró a estudiar Medicina, pero algo la hizo ver la luz y se decidió por literatura. En la carrera se enamoró de Emilio Oribe, un profesor de filosofía. Él tenía 46 años y ella 20. Una carta enviada a Oribe, publicada en La vida escrita, pinta algo de ese amor: “Este silencio profundo que siguió a su ida, esta vida mía solitaria, un poco triste, dan a veces la impresión de que usted no fue más que un sueño hermosísimo que ocupó una noche larga y extraña”.
Se divertía con sus estrellas y tenía a veces tres o cuatro parejas. La escritora y crítica uruguaya Ana Inés Larre Borges, quien estuvo con ella en sus últimos momentos, ha contado que Idea hablaba de los hombres como “sus caballeros”. Luego vinieron las segundas batallas. El primer adiós fue el de su madre, quien murió en 1940 por una falla cerebral y en 1944 se fue su padre. Un año después, en 1945, cuando las fuerzas soviéticas capturaron Berlín, su hermano Azul, el mayor de todos, murió por un problema en el miocardio.
A los 25 se convirtió en una sobreviviente de una familia de enfermos crónicos. Esas muertes tempranas la hicieron mujer y la jugó prácticamente de madre con su hermano Numen. Formó parte de la Generación del 45, un movimiento de escritores que llevaron a la literatura uruguaya a ser reconocida en todo el mundo. Y de pronto Idea con autores como Mario Benedetti, Ángel Rama, Ida Vitale y el gran Juan Carlos Onetti, fundaron editoriales y revistas, una de éstas fue Marcha.
He leído en algunos ensayos y entrevistas que la poesía de Benedetti no le gustaba. A mi tampoco me gusta leerlo, porque siento que me empalaga.
De acuerdo con Ana Inés Larre Borges, el editor de Marcha, Emir Rodríguez Monegal, fue el responsable de que las letras de Idea volaran. Idea era como un personaje de novela y eso propició que yo anduviera como loca buscando en la red sus fotografías, y en casi todas aparece con una mirada más que profunda, como si viera algo que los demás no pudieran ver, como lo escribió en un ensayo la autora argentina de Los suicidas del fin del mundo, Leila Guerriero.
Su hermano Neiman relató a Guerriero que cuando el eccema empeoró, entre el 47 y 48, a la poeta se le formaba agua debajo de la piel, “y la piel caía como reblandecida, y había que estarle poniendo fomentos para sacar la piel”.
Después de eso las cosas mejoraron un poco, aunque dicen que se enomoró de Onetti, no hay pruebas de eso, más allá de palabras que ayudaron a construir ese personaje que por muchos años ha sido olvidado, porque a Idea todavía no se le reconoce. Trabajó en la Biblioteca Pedagógica hasta 1959, para dedicarse a dar clases magistrales en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo.
Conocí en su poesía el erotismo audaz que abrió las puertas a otras autoras para que flotaran en sus piedras calientes. Le gustaba rechazar los premios oficialistas y en tiempos de la Revolución Cubana publicó algunos textos políticos en Pobre mundo.
Sus últimos años fueron tristes y de mucha medicación. No podía levantarse, ni escribir, ni leer. El 28 de abril de 2009 la llevaron a un sanatorio para operarla del intestino, y ese mismo dóa murió. Las notas periodísticas acerca de su funeral señalan que solo fueron diez personas a despedirla, una de ellas fue Ana Inés Larre Borges.
Más allá del personaje que representó, está su poesía, y pudiéramos escribir mucho acerca de sus amores, su leyenda y sus demonios, pero vamos a lo que verdaderamente debe reunirnos en torno a ella: sus textos. Gloria siempre a Idea, la grande.
Ya no
Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
————-
Carta II
Estás lejos y al sur
allí no son las cuatro.
Recostado en tu silla
apoyado en la mesa del café
de tu cuart
tirado en una cama
la tuya o la de alguien
que quisiera borrar
-estoy pensando en ti no en quienes buscan
a tu lado lo mismo que yo quiero-.
Estoy pensando en ti ya hace una hora
tal vez media
no sé.
Cuando la luz se acabe
sabré que son las nueve
estiraré la colcha
me pondré el traje negro
y me pasaré el peine.
Iré a cenar
es claro.
Pero en algún momento
me volveré a este cuarto
me tiraré en la cama
y entonces tu recuerdo
qué digo
mi deseo de verte
que me mires
tu presencia de hombre que me falta en la vida
se pondrán
como ahora te pones en la tarde
que ya es la noche
a ser
la sola única cosa
que me importa en el mundo.
Escribo, pienso, leo
Escribo
pienso
leo
traduzco veinte páginas
oigo el informativo
escribo
escribo
leo.
Dónde estás
dónde estás.
No hay ninguna esperanza
No hay ninguna esperanza
de que todo se arregle
de que ceda el dolor
y el mundo se organice.
No hay que confiar en que
la vida ordene sus
caóticas instancias
sus ademanes ciegos.
No habrá un final feliz
ni un beso interminable
absorto y entregado
que preludie otros días.
Tampoco habrá una fresca
mañana perfumada
de joven primavera
para empezar alegres.
Más bien todo el dolor
invadirá de nuevo
y no habrá cosa libre
de su mácula dura.
Habrá que continuar
que seguir, respirando
que soportar la luz
y maldecir el sueño
que cocinar sin fe
fornicar sin pasión
masticar con desgano
para siempre sin lágrimas.
Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.
Ah, noches silenciosas, de oscuras lunas suaves,
noches largas, suntuosas, cruzadas de palomas,
en un aire hecho manos, amor, ternura dada,
noches como navíos…
Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
sabe ah, demasiado, sin tregua, y ve que ahora
el mundo le deviene un milagro lejano,
que le abren los labios aún hondos estíos,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olvidado en el beso
y un viento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados,
y se estremece el aire con un dejo de vida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la voz, y, a veces,
la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.
Trabajar para la muerte
Idea Vilariño
El sol el sol su lumbre
su afectuoso cuidado
su coraje su gracia su olor caliente
su alto
en la mitad del día
cayéndose y trepando por lo oscuro del cielo
tambaleándose y de oro
como un borracho puro.
Días de días noches temporadas
para vivir así para morirse
por favor por favor
mano tendida
lágrimas y limosnas
y ayudas y favores
y lástimas y dádivas.
Los muertos tironeando del corazón.
La vida rechazando
dándoles fuerte con el pie
dándoles duro.
Todo crucificado y corrompido
y podrido hasta el tuétano
todo desvencijado impuro y a pedazos
definitivamente fenecido
esperando ya qué
días de días.
Y el sol el sol
su vuelo
su celeste desidia
su quehacer de amante de ocioso
su pasión
su amor inacabable
su mirada amarilla
cayendo y anegándose por lo puro del cielo
como un borracho ardiente
como un muerto encendido
como un loco cegado en la mitad del día.
Quiero morir. No quiero oír ya más campanas…
Quiero morir. No quiero oír ya más campanas.
La noche se deshace, el silencio se agrieta.
Si ahora un coro sombrío en un bajo imposible,
si un órgano imposible descendiera hasta donde.
Quiero morir, y entonces me grita estás muriendo,
quiero cerrar los ojos porque estoy tan cansada.
Si no hay una mirada ni un don que me sostengan,
si se vuelven, si toman, qué espero de la noche.
Quiero morir ahora que se hielan las flores,
que en vano se fatigan las calladas estrellas,
que el reloj detenido no atormenta el silencio.
Quiero morir. No muero.
No me muero. Tal vez
tantos, tantos derrumbes, tantas muertes, tal vez,
tanto olvido, rechazos,
tantos dioses que huyeron con palabras queridas
no me dejan morir definitivamente.