SOY UN MOJIGATO lingüístico. Un tenaz cancerbero del idioma. Me imanta la alquimia de la sintaxis gramatical. Todos los días me muerdo la lengua, derramando baba magisterial. En mis noches insomnes, escarbo lo incierto, los idos otros ecos de los vocablos. Abjuro de las aberraciones. No me gusta la vehemnecia efusiva del “¡qué padre!” Ni el enérgico prosaísmo de “¡es una madre!” Me molesta la idea de que algo “huela a madres”. Frases cuyo desagradable sentido no comparto. Aburraciones linguüísticas en boca de mis compatriotas, mis conmatriotas. Perdónalas Koatlicue, no saben lo que coagulan. Perdónalos Teskatlilpoca, estréllales el alma mater. Lo que dice su luenga lengua elongada. Espuma de medusas. Nopa uejueyak nenepili.
En qué quedamos, pues, mis hijos de la Malinche, ¿quién le quiere partir su madre al padre? ¿quién se está padroteando a la madre? Pa´su ma´re, dijo el yucateco. Ya hasta se me lengua la traba. Make up your mind. Maquíllense el cerebro. ¿Vale más el padre o la madre? O son equidistantes y complementarios. Yo propongo en alta voz la abolición de todas esas entonaciones deslenguadas. Que nos pronunciemos contra esos pronunciamientos. Hasta que sangre la boca. Hasta que el paladar enrojezca de vergüenza y no se pronuncien más. Que emanen las palabras de la tribu. La fuente arcana. Yankuik tlajtoli. La lengua nueva.
Ya cállate la boca, grandísimo
Después de toda mi patriótica perorata, mis desmesuradas olas afiladas contra el mexicanísimo “¡qué padre!”, me encuentro con una acicalada maestra de literatura, una sonora académica del Colegio de México. Escucha mi cascada cascarrabias con interés tricolor y, al final del soliloquio, me mira con una sonrisa helada, y afirma con voz tenue y delicada:: “Pero qué padre es decir qué padre”.
Su boca desmorona mis argumentos patrios. Desfonda mis monederos falsos. Una lluvia insatisfecha moja mi rostro. Los pies me duelen como ríos de piedra. Nos despedimos con nostalgia de pañuelos decimonónicos. Subo a un taxi sentimental y me marcho. Nunca la vuelvo a ver. NO COMMENTS. Así masca la iguana mexicana.
Nostalgia y vortex
Pienso en mi padre, sol de la infancia. Hoy es su día. Waka + ye Tayau. Lo reencuentro, ancestral, sólo entre sueños, ika temiktli. En el ombligo de la luna. Donde habitan los picapedreros de obsidiana. Los voladores de Papantla. Los nopaleros de Milpa Alta. Los huaracheros Rarámuri. Del aire al aire, con olor a vainilla. En el vortex arcaico, donde manan Chalko y Texkoko, lagunas de agua dulce y salada, se eleva mi padre el Sol. Pan Anauak. Navegamos en su volkswagen, tejidos de chocolate. Hacia los baños de vapor de Nesualkoyotl. Con la “k” en la frente. Antes de que los chupadores castraran al sol. Soleil cou coupé, escribió Guillaume Apollinaire. En ese vortex recobro a mi padre, piramidal, honesto, iluminando mi tercer ojo. Limpio y puro, ToTata original. Impecable y sin huesos que estorben. En el puritito humo del rcuerdo. En las aguas del espejo. En la región más transparente del mercurio. Antes del lodo y del naufragio.
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Comparto 4 poemas que celebran al autor natal. Hermann Bellinghausen expande el mito de Edipo y la elaboración judeocristiana de Sigmund Freud y Franz Kafka. Los depura de su dramatismo pesimista y les da un tono en la menor, profundo y enigmatico. La aceptación del cambio de piel. El asesinato del padre para darle vida al hijo:
YO MATÉ a mi padre. De frente
como debe de ser.
De puñalada en el pecho
tan clavada como sus ojos últimos en mí.
Era él o yo. Y hubiera sido absurdo
que me matara. Un padre no mata al hijo.
Fue generoso antes,
por qué no iba a serlo ahora.
Como el pelícano de los griegos
se dejó abrir la puerta del corazón.
A pesar del halo histórico de los euromitos y de los figurones intocables, me ilustran más (y me deprimen menos) los 10 versos de Germán que las voluminosas exégesis del neurólogo austriaco o los laberintos parricidas del novelista checo.
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Lizardo Cruzado, desde Lima, salva el heroismo del padre borracho, sentneciado al caos por el drama familiar y la telenovela patria. En “Los héroes”, redime al pater familias de sus briagas nocturnas. Presenta a un niño apologético de su procreador y de su alcohol.
DECLAMO el heroísmo de los héroes
Que se hicieron matar hace siglos
Para que hoy sea feriado
Cuando me arrojo del proscenio
Se apagan aplausos y
Sin historia muere
Mi heroísmo de niño
Llegada la tarde
Mamá fungía de oráculo:
Segurito su papá ya
Se quedó tomando
Pero yo sabía que no era cierto
Papá andaba
Enfrascado en interminables y
Solitarias batallas
Y cuando volvía a casa
Tambaleándose por las noches
Desde mi lecho lo oía tropezar y
Arrojar exhausto sus armas
Pero nunca me atreví a saltar
A su encuentro para
Preguntarle si
Había
Triunfado.
El niño absuelve al padre, que regresa a casa de sus “interminables y solitarias batallas”, y lo imagina exhausto como resultado de sus actos heroicos. La cantina también es un campo de batalla. Lo salva de la mala fama y de la desgracia familiar.
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En el exilio estadounidense, siempre temí no estar con mi padre cuando llegara la Parca. Y así fue. Mientras yo entregaba calificaciones intrascendentes, se lo llevó. Un viernes funesto de mayo, en la tarde. Caminaba rápido a casa para preparar el viaje a su lado. El sol descendía en el horizonte del Lago Merritt, en Oakland. Alguien me llamó para decirme que ya había fallecido. Llovió la tristeza. Al fondo, se ocultó el sol.
Un taxi me condujo al aeropuerto, en el viaje más helado de mi vida viuda. En medio de la noche, cuando aterrizamos en Guadalajara. (su lugar de nacimiento), bajé somnoliento las escaleras del avión para pasar Aduana. Miré hacia arriba. Nunca había visto tantas estrellas tan tristes. Me dolía el cosmos. La Vía Láctea me indicó que leyera “Los hombres estrellados” frente a la tumba de mi padre. Así lo hice.
MIRAMOS hacia arriba,
Ricardo,
miramos hacia abajo,
miramos hacia los lados.
Arriba se estrella el cielo,
abajo se estrellan los hombres,
a los lados se estrella el destino.
Miro estrellarse el espejo
y despejo la realidad de mis estrellas:
la figura se desfigura
como el agua en el agua,
sueño sombras de viento,
el espacio se hace lento
y crece el fuego en mi pecho.
Las arrugas son más claras
y vienen con los años:
son las cicatrices del tiempo.
El universo se expande,
estrellas nacen y mueren,
y la vida es pura energía.
El tiempo y el espacio no existen,
según Emmanuel Kant,
el filósofo de Königsberg
y son categorías de la mente.
Pero las arrugas sí existen.
El rostro se estrella en el espejo
y se hunde en el fondo del reflejo.
Sí,
somos los hombres estrellados,
los años nos estrellan contra la muerte.
La muerte nos deja viendo estrellas.
***
Los seres humanos no estamos preparados para la muerte. No soportamos tanta realidad, diría T. S. Eliot. Nos sorprende su irrealidad, tan real y definitiva. Nos paraliza, nos deja viendo estrellas, hoyos negros en un universo que se tambalea. La partida de mi padre fue la primera vez que la Parca me golpeó el rostro de tan cerca. Aprendí que se trata de una experiencia límite, intransferible y personal. Nadie nos puede consolar. Es un evento irreparable y final. Inesperado y fugaz. El vivo deja de circular, de un instante al otro, para siempre. Forever and ever. Estaba y ya no está. Nunca más. La muerte de mi padre me dejó balbuceando palabras inconexas. “Tatacuándo” reúne esa sintaxis fracturada. Sin solución. Y hasta hoy.
¿Parto de desnacer será la muerte?
Miguel de Unamuno
DESPUÉS de tanto pulimento del alma
oh inmisericorde dios del dolor
tornillo de cobre en el hueso
del tobillo atemporal
primario subgemido de hondo vaho
oh desliz fugaz hacia lo etéreo
donde ya se estrecha
lo extendido del tapiz acongojado
Porque te veo tan cerca desde lejos
a tres mil añps luz de tiempo irrespirable
perdiendo el vocingleroso quejido
en marcha platizontal
hacia el dolororio de escapularios estragados
metapleonando
la negritud abierta
abismalidad de los ojos del
animalma
tan adentrífugo como nada nunca nadie
más
Oh padre
menos tus tantos huesos me volqueo
en las blanqueadas noches de mi
doloror
hacia las paredes peliagudas
con amortiguamientos desvelados
y no encuentro el túneluz
el adiós final
de tu algodonal suavidad
donde yacimentas
sin piedad unánime
hipado
boqueando airóxino
a bocanadas pulmonales
hasta encontrar tu
tatacuándo tatapadre tatamuerte
cuando te fulminaste fluido
a esas seiscuerentaytres del viernecrucis
que me ha deshijado a nado oscuro
boqueandando
sin nada ni un pan azul
ni tres
tristes pellejos con que vivir
de tigre a ruiseñor ni hormiga
nomás despaciando como
burro de barro
transparente
alado
desde ese beviernes que se me va
porque todo naufragó perdido
sin dejar huella de fallo
y no lo puedo
bever
todavida
Así quedó mi vida, lesionada. Todavida no puedo bever o veber o vivir ese trago. Día ciego y aciago de un mayo inflorido. Impostergable e infeliz. Sabe Dios por qué. Así que hoy debo recordar y celebrar al dador de mi vida. Antes de que todo caiga en el olvido (él, y yo con él, despadrado, deshijado, desabueleado, desmadrado). Sin flores.
Y, volviendo a la discusión inicial de las abominaciones lingüísticas, de los borramientos necesarios, rescato una que sobrevive, intocable y feliz:
El Día del Padre es a toda madre.
Oakland, CA
Domingo, 16 de junio de 2024
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Arturo Dávila S. Escritor, doctor en Lenguas y Literaturas Romances por la Universidad de Berkeley. Tantos troncos truncos (Casa Vacía, 2020) es su último libro de poemas.