El plagio es concebido con justicia como un mal de la literatura, tanto para el plagiado como para el plagiario, pero a Miguel de Cervantes Saavedra, el plagio del que fue víctima, le sirvió de impulso creativo para escribir la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quixote de la mancha. Y es que, tras publicarse en 1605 el primer tomo de su novela caballeresca, que fue recibida con fervor entre la plebe, Cervantes fue testigo de la aparición de un Quijote apócrifo en 1614.
El contexto histórico
El 1571, bajo el reinado de Felipe II, Miguel de Cervantes se enroló en las filas del ejército español para luchar contra los turcos en la batalla de Lepanto. Ahí, donde luchó con fiereza, incluso estando enfermo, quedando lisiado de su brazo izquierdo “de un arcabuzazo”, también peleó el aragonés Jerónimo de Pasamonte, quien al igual que Cervantes, fue apresado por los turcos y liberado luego de 18 años de cautiverio, tras lo cual volvió a España y escribió su Vida y trabajos, una memoria de los sucesos ocurridos en la guerra contra los turcos donde Pasamonte tuerce la historia para adjudicarse un comportamiento heroico en La batalla de la Goleta, tal como lo hiciera Cervantes en Lepanto.
Alegoría de la batalla de Lepanto, obra que Felipe II encargó a Tiziano.
Este hecho no lo pasó por alto el Manco de Lepanto, quien leyó la obra del autor aragonés, del que luego se burlaría en el capítulo 22 de la primera parte de su Quijote donde Jerónimo de Pasamonte aparece bajo el mote del galeote Ginés de Pasamonte quien, en la novela, es denostado por don Quijote y Sancho como un cobarde, ladrón y embustero, como cuenta Martín de Riquer en su libro Cervantes, Psamonte y Avellaneda (Barcelona: Srimio, 1988).
Esta sabrosa reyerta literaria no pararía allí, pues luego de leer la primera parte del Quijote donde se lo denuesta, Jerónimo de Pasamonte, presumiblemente enfurecido, decidió vengarse de Cervantes escribiendo una segunda parte apócrifa del Quijote, plagiando así al inmortal caballero de la literatura española, quien con el fin de evitar ser relacionado por su apellido, con el Pasamonte de Cervantes, decidió firmar la segunda parte apócrifa del Quijote bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, por ello dicha obra pasaría a la historia como: El Quijote de Avellaneda.
La venganza de Cervantes
Cervantes leyó el Quijote de Avellaneda, antes de escribir la segunda parte de su obra, a través de un “manuscrito”, como se llamaba en esa época a las hojas escritas a mano encuadernadas que pasaban de mano en mano, puesto que era difícil publicar a través de una imprenta, tras lo cual reconoció a su verdadero autor y se vio impelido a escribir la segunda parte de su Quijote. Cervantes escribía el capítulo 58 de la segunda parte de su obra, cuando fue dado a la imprenta el Quijote apócrifo, lo cual hizo que insertara algunas referencias directas del Quijote de Avellaneda en su propia obra, cosa que había evitado mencionar para no darle mayor propaganda al Quijote de Avellaneda.
Así, en el capítulo 70 de la segunda parte, Cervantes repudia el plagio de su personaje y castiga el texto apócrifo con el siguiente diálogo: «-Mirad qué libro es ése». Y el diablo le respondió: «-Ésta es la segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas». «-Quitádmele de ahí -respondió el otro diablo-, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos.» «-¿Tan malo es? -respondió el otro.» «-Tan malo -replicó el primero-, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara».