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Cuatro nombres para la incertidumbre

La noche es una gota de obsidiana
que se desliza en los espejos
de los charcos.

Por Fernanda Peña | 1 octubre, 2020

Desierto

El vacío se incrustó

frente a las paredes

y la mancha palpitante gris,

que se inyectaba en el suelo,

dejó caer la mirada.

Se untaron las luces

hasta en el polvo esquinado,

y el grisáceo ser ahogó su voz

tras la ingesta inflamada de los lumínicos rayos.

Ciento cuatro córneas

con sus látigos amargos de incertidumbre

laceraron los pasos blandos

de la sólida presencia.

Convirtiendo en feto

y manto

al alma hervida en sordera.


Incertidumbre

Una grieta se planta

en el hígado rugoso

de una pared.

A través de ella se filtran

tentáculos de entes violetas

que trazan y destrozan centenares

de rechinidos en la sala.

Sus espirales retumban

dentro de las cabezas raneras

del hombre de pino,

habitante de la pradera

de ecos.

Y en su nariz cartilaginosa

depositan sus hueveras

de la perpetua agonía seca.


Sombra

La noche es una gota de obsidiana

que se desliza en los espejos

de los charcos.

Es la voz pendulante de los grillos

que encapsula la somnolencia

de los jaguares.

Se condensa en las suaves

pupilas de acetato

y escurre sus lenguas de tinta por los callejones.

Recuesta sus brazos tenues

sobre las mejillas y los intestinos

de la tierra que transpira el hálito sepulcral.

Susurra hiladamente

letras cristalinas que plácidamente

entumecen

en los techos de las caracolas.


Agonía

Tengo una duda encarnada

en las paredes de mis huesos.

Es grotesca y profundamente viscosa.

Arde en vida y se regocija ácidamente

al escurrirse a través de los bordes húmedos

de mi palpitante cerebro

hasta llegar al núcleo

de mi respiración

y dominarla.

Cuando los segundos gatean pacientemente

en el cauto entorno,

ella se sienta dentro de mis ojos,

hinchando los nervios ópticos,

haciendo de ellos

unas cuerdas que inserta

en su pútrida arpa.

Si yace el hambre en sus poros,

incrusta sus cuatro picos de silencio

en mi dócil garganta,

transformando mi pulso

en los rieles

del tren de la locura cíclica.

Fernanda Peña nació en 2002 en la ciudad de Tapachula, cursa la universidad en el Instituto Tecnológico de Tapachula. Ella se define como una joven que encierra los sentimientos y las ideas escurridizas entre la tinta y el papel desde su decimoquinto aniversario.

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