He llenado de fuerza las pirámides
He visto destellos esta noche
Teotihuacan, en mis rieles callados
y suspiro entre piedras,
¿Cómo devoran las pirámides el miedo?
el sol es un escalón,
un pie que grita me sofoca
y la luna de espaldas puede decirme
que toda dentellada es inusual
que mi voz es mujer
con la fuerza del ángel,
con el temible encanto del infierno.
Nadie más podrá gritarme,
ni esculpir mis caderas
porque traigo de Dios una noticia,
un canto para el pobre
que ha mordido sus hambres.
No teman que mi triste señuelo
puede cavar muy hondo
y traducir la risa del espacio.
D F, 29, de septiembre de 2005.
Cómplice de unos ojos
Una noche en Morelia reverbera,
la luz agita los vitrales.
Esta ciudad brinda sus genes,
el colofón hambriento de la inercia.
He sido fantasía de acordes,
la cúpula como cuarzo es mi lengua,
salmodia de una madre
que no teme su leche dorada
porque su hija no es la serpiente,
ni el cascabel desenfrenado,
solo el agua en sus pechos
que un día quiso gritar,
clavó su olvido de ponzoña
donde hay flores y garfios
y recordarle al mundo:
una madre tiene salobre su mirada
(sin la sal el mundo sería insípido).
Tiene reinado en su pezón
para que los labios ardan
y guarden agujeros para siempre.
Morelia, 30 de septiembre de 2005
Pirámides del cuerpo
He prendido mi lámpara
¿Cómo dormir si asumo los recuerdos,
el labio de mi hombre en la neblina?
su lengua que alguna vez
hizo enredar los prismas,
feraz de mi cuerpo,
deshojo cada noche su mordisco
para encender su encanto.
La metamorfosis calla un origen de rocas,
una piel que se afila
y no sabe el origen de su fuego.
No te olvido barón de mi holocausto,
en tus ojos mi espíritu
es brillo que jamás podrá morir su arpegio.
Morelia, 1 de octubre de 2005.
Pátzcuaro sin alternativas
Hay veladas extrañas y no duermo
en Janitzio, su nombre es como el agua,
la carne en añoranza y me miran sus ojos,
perfume candente que padezco,
mi hombre piensa el himno de verme
presiento la perla de sus dientes,
el arpegio en cada isla.
Yunuem es mi hija con carbones,
nuestro junto velamen
lágrima cuando la música
es brizna, espíritu en el áspid
de retinas y espermas.
En Morelia lloro al hombre que duerme
nuestra casa,
su vocación de recorrer mi árbol.
Que espejismos de sexo me produce,
coagula mis hambrientas penitencias
y desflora la noche,
camina mis volcanes y fluye su lava.
Me hace morderme las hogueras
recordar que una isla es relámpago,
un hombre que acuesta su calor
y hace sangrar mi mente.
Devora la tristeza,
el azul que nos arde
clava sus espuelas.
Él no conoce a Yunuem,
está dormida en la sombra de sus muertos,
Yo invoco la suerte,
el incendio de este poema.
Odalys Leyva Rosabal: Máster en Ciencias, poeta y narradora, tiene varios libros publicados en Cuba, México, España y Estados Unidos. Es presidenta de la Filial de Escritores de la Uneac de Las Tunas, Cuba y presidenta del grupo internacional Décima al Filo.