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Cinco litros de estrellas etílicas

Intentando sobrevivir al apocalipsis, del poeta Andrés Gómez

Por Andrés Gómez | 19 noviembre, 2020

Estamos a cinco de profundidad

A Gabriela, amada mía

tú y yo

reacios al tiempo

y su desmontaje

y sus conjeturas

entre la intermitencia de nuestros besos

                       deshaciéndose

estamos tomados de las manos

al filo de los segundos

observando la caída

hacia la oscuridad del reloj

nos preguntamos por las huellas

de los pensamientos

y de los sueños que nos dedicamos

a dónde irán

cuando ya nadie esté

y las palabras, muertas

como este o aquel poema

dejen de re-crearnos

cuando nuestro último suspiro

se pierda en el viento

estamos a cinco de profundidad

tú y yo, amor mío,

con la mirada agrietada

de frente contra el tiempo

y su inefable beso

y su golpeteo,

entre los gusanos

y las estrellas y el cielo

Estas últimas noches he soñado

que soy un perro callejero

                       pero no uno de los que nacen

                       detrás de una vulcanizadora

                       alimentado por 40°

                       y el arroyo de aceite

                       surcando la tierra;

tampoco de los que buscan calor

                       en el cuerpo muerto de mi madre

                        ni vagué tembeleque por la federal

                       mientras mis hermanos, uno a uno,

eran rescatados por la ternura

que a mí me arrebataron

desde la panza

o eran consumidos

por el desierto que es la existencia

o eran condenados a la muerte

intentando cruzar al otro lado

sin saber qué esperar allá;

no, no me soñé capturado

por algún verdugo  de panza ancha

ni ataron mi futuro

a una cadena oxidada

ni me golpearon con saña

hasta agotar mi paciencia;

no afilaron mi ladrido

con el miedo de la vara

ni fortalecieron mis huesos

con su grito furioso e incomprendido,

no pude presumir mis costillas

que atravesaron mi piel huyendo del verdugo

pero soy un perro callejero

                       a mí me aventó una moto

                       a la mitad de la periferia

                       mi bautizo fue en un charco de lodo

                       -mi madre no asistió,

                       a mi padre nunca lo conocí-

                       surgí del fango con el hocico desfigurado

                       y una pata descompuesta;

fui abriéndome camino

entre los cadillos punzantes

y la hoguera que es el llano;

mis ojos, dos hormigueros,

ramas de mezquite quebrado

son mis patas;

a mi me dio de comer la calle

con sus huesos de plástico

sus ubres metálicas

me amamantaron

me arrastré con la mirada del sol

quemándome los pelos

hasta gastarme las ganas de vivir

y descansar mi alma tullida

bajo un puente

por fin la sombra reposando

en mi piel

esa muerte me viene a veces

justo antes de abrir los ojos

y desear no haber despertado.

La autodestrucción es un acto de fe (acto 1)

lo descubrí en el dos mil quince,

mientras vomitaba en el suelo

cinco litros de estrellas etílicas.

en el golpeteo de la noche

todo acto de fe es montaje,

en el cielo la luna es una grieta.

me gusta apagarme los cigarros

en la grieta de la panza,

en la mitad del cielo estrellado

que miro todos los días

en el reflejo del televisor.

la destruccion automática del yo

observar el mal posicionamiento de mi columna vertebral,

ajustarme la sonrisa 35 grados al noreste

y notar el desbalanceo entre mi cabeza

acaso una nube a punto de estallar

y las uñas de mis pies

cuando vomito me imagino

que soy un dragón

autosabotamiento medieval

incluso siento escamas en las piernas

y una comezón debajo de la axila.

La auto-destrucción es re-descubrimiento que es contra-dicción

lo descubrí a las tres de la madrugada

luego de escuchar aquella canción

los derrumbes también poseen nombre de recuerdo

pensé

la luna también vomitaba estrellas

yo cruzaba los dedos

y tensionaba la garganta

autoindeterminación del instante

el reflejo de la botella no era yo

solo un segundo disfrazado de existencia

definiendo la costura de mi no-cuerpo

en la fría piel de la botella

el reflejo del agua del inodoro sí era yo

o por lo menos mi rostro jadeante

agotado de arrojar fuego

pedazos de estómago chamuscado

recuerdos arrumbados en la artillería

autodefensa del yo lírico

La autodestrucción es un acto de fe (acto 2)

Toda la vida pensé

que sólo en las iglesias

el pan se convertía en carne

y en sangre se transmutaba el vino

hasta que llegó aquel día

-apenas recuerdo que fue

algún día del dos mil quince-

mi rostro cada vez más cercano

a su relieve naturalmente caótico

se miraba fijamente

a través de los prismas

que caían del cielo

una gota era mi ojo derecho

mas pequeño que el zurdo

en cierto momento nocturno de mi vida

en el que me sentí

todo menos mi propio reflejo

los días aquellos

mis manos apestaban a cigarro

-es cierto, mi perfil era

el de los poetas malditos de provincia

a lo Bob Dylan

melancólico     rojillo sólo a veces

y poeta

sobretodo poeta

con una lira atravesada en el pecho-

ahí iba yo

con síntomas de anexo municipal

tenía la edad en la que la autodestrucción es un acto de fe

una apuesta al futuro demoníaco

esa inconsistencia en el reloj

la negritud del no sé cómo

pero sobreviví

Taxonomía

hoy levanté una piedra

y de ahí salieron despavoridos

ciegos y parlanchines

una plaga de poetas

con la sonrisa trazada de oreja a oreja

y los ojos carcomidos de verso

y la cabeza ida en algún velorio metafísico

no eran escritores

me cercioré de eso

eran poetas taciturnos suicidándose

en el filo de una estrella ebria

y aunque intenté matarlos

de un solo pisotón

eran una enorme masa amorfa

los había de todos los colores y complexiones

se arrastraban sobre las alcantarillas

declamando gritos inconexos

y evangelios cerebrales

se movían en manadas metafóricas

intentando sobrevivir del apocalipsis

al que la gente nombra mañana

yo los vi           lo juro

abriendo el hocico

con sus afiladas palabras

escurriéndoseles en infinitos ríos

mareos supraterrenales  

eran como una plaga de hipérboles andantes

cruzando el suelo minado de perífrasis

y de bermejos empotramientos

los vi     con mis ojos retoricándose

pero no pudes detenrle el gudano

que tienen por lengua

al final saqué el dinero de la cartera

y les compré sus bolsas de palabras

ellos tan poéticamente abstractos

yo tan pendejamente inocente

—————————–

Andrés Gómez (Silao, 1996): Editor de la revista Granuja. Ha sido miembro del Fondo para las Letras Guanajuatenses en 2015, 2017 y 2020. Su obra ha sido publicada en las antologías Círculos de agua (Ediciones La Rana, 2018) y  Diez poetas de Guanajuato 1982-1996 (Punto de Partida, 2018); y en las revistas Estrépito, Hermanas de Shakeaspeare, Monolito, El canto del ahuehuete, Polen UG, Favor de Interrumpir, y El ocaso de las letras.

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