La poesía
que admiras
es como un cerdito engrasado que
no se deja atrapar.
El último lugar
donde quiere estar
es en tus brazos.
No obstante, se mantiene cerca.
Claramente es feliz
en su corral.
Nunca lo atraparás
saltando la valla.
Y mira, se acerca
cuando ya casi te dabas por vencido.
Es casi como si supiera.
Es casi como si estuviera
jugando contigo.
Encantador cerdito que fluye lejos de ti
cuando lo tocas.
Encantador cerdito
relámpago.
En cambio, aquel otro cerdo
sin gracia,
ese que solo está ahí
tirado
en su inmundicia…
Ese cerdo es
la poesía
que te aburre
o desprecias
pero que nunca
señalas con el dedo
porque opinas
que la elegancia
y el misterio
te quitan kilos
y te hacen ver más alto.
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