Ciencia Ficción
Justo el día de la Candelaria,
mi abuelo se arrancó el rostro
y nos reveló que era un androide.
Resultó que los puñetazos a mi abuela
y las quemaduras que le dejó a mi madre en las manos
no eran nada más que la ejecución de un programa.
Sus mentiras para meterme dos años al reclusorio Sur
o sus manoseos indecentes durante mi infancia
eran simplemente ceros, unos y espacios
que se convertían en acciones de una inteligencia artificial.
Le grité: “¡Chatarra, hija de puta!”.
En la forma como se apagaron despacio
las luces Led en su consola de mando
noté algo muy parecido a la tristeza.
Luego arranqué un puñado de cables de su verdadera “cara”
y empujé su carcaza de latón por las escaleras.
Las chispas que arrojaban sus piezas
encendieron, y aún hacen arder, mis aborrecimientos.
Guerrera
Un ave sin ojos se posó en mi escudo de jade.
Nada se lo impidió,
ni mi bravura
ni la ira hacia mis enemigos
ni la sangre ajena que brilla con el sol.
Las cuencas vacías del ave me miraron
y yo también me llené un poco de ausencia.
Ahora soy falta.
Un quetzal de mil colores se posó sobre el cuerpo de mi madre.
Nada se lo impidió,
ni el silencio del cadáver
ni las llagas en su piel
ni las moscas que perturbaban
sus cabellos y el vello de su pubis.
Los ojos tornasolados del ave me observaron
y colorearon un poco mi penuria,
mi rencor hacia la muerta.
Ahora soy un arcoíris triste.
Cien aves hechas de lumbre se posaron sobre nuestras viviendas.
Nada se los impidió,
ni nuestros macahuitles,
ni el nombre enfurecido de nuestros dioses,
ni nuestros rostros protegidos por los gritos de los jaguares.
Los ojos traslúcidos de las aves me miraron
y lo qué había en mi vientre y en mi alma se inmoló.
Ahora soy una fogata cuyas llamas arden petrificadas.
Similares
La botarga del Dr. Simi con la que trabajo
(esa que huele a semen, vómito y antidepresivos)
cobra vida de pronto.
La botarga grita sin cesar una letanía
que suena idéntica a los alaridos
que dio mi abuela justo antes de sufrir una embolia.
Con la caja registradora,
el Dr. Simi hace pedazos la cabeza
de los tres empleados de la farmacia
Con furia, el humanoide mete puñados
de ansiolíticos y anticonvulsivos
a la boca de unos clientes hasta asfixiarlos.
Tiemblo de miedo y sollozo, sobre todo,
porque yo sigo adentro del monigote.
Alejandro Paniagua Anguiano es narrador y poeta. Fue becario del FONCA, en el género de cuento, durante el año 2007. Obtuvo en el 2009 el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano, otorgado por la UAEM. En 2015 fue ganador del Concurso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. En el año 2016 ganó el primer lugar en el Concurso Universitario de Poesía Cuautepec, de la UACM. En 2016 fue Mención Honorífica del Premio Lipp de Novela. En 2017 fue uno de los ganadores del Certamen de Poesía «Amores sin fines de lucro». En 2010 fue publicado su libro de cuentos llamado: “E” sin acento. En 2015 fue publicado dentro de la antología de cuento: Asesinos, músicos y otros personajes para recorrer México. En 2017, Editorial Paraíso Perdido publicó su novela Los Demonios de la sangre. En 2018 Fá Editorial publicó su poemario: Tatuajes de un mexicano herido. En 2019 la BUAP editó su libro, 52 vueltas, dentro de la colección Extra(e)ditados. En 2020 fue Mención Honorífica del Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción. Ha impartido talleres literarios y clases en el Tec de Monterrey, la UACM, la Universidad del Claustro de Sor Juana, la Biblioteca Vasconcelos y la Escuela de Escritores de México.