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Jeff Durango: La voz cruda y luminosa de un escritor sin patria editorial

Raúl Acevedo Savín, conocido también como Jeff Durango, nació en un barrio humilde de Isla de Cedros, en Baja California, México; donde desde pequeño se sintió atraído por las enciclopedias y las historias de pistoleros legendarios y misterios sin resolver. Su primer contacto con la literatura llegó a través de las noveluchas de bolsillo que […]

El poeta habló con Poetripiados de su infancia, poesía y otros temas

Por Fidelia Caballero Cervantes / 30 de junio de 2025

Raúl Acevedo Savín, conocido también como Jeff Durango, nació en un barrio humilde de Isla de Cedros, en Baja California, México; donde desde pequeño se sintió atraído por las enciclopedias y las historias de pistoleros legendarios y misterios sin resolver. Su primer contacto con la literatura llegó a través de las noveluchas de bolsillo que vendían en la tienda local: ediciones mal impresas de autores como Dashiell Hammett, Louis L’Amour y Horacio Quiroga. A los diez años ya escribía cuentos en los márgenes de cuadernos escolares, protagonizados por investigadores bebedores y jinetes solitarios que huían del pasado.

Estudió Letras Hispánicas en la Universidad de Sonora y trabajó como editor de redacción en periódicos sonorenses e incluso, llegó a dirigir dos impresos de ellos. Creador de revistas literarias, productor y conductor de programas radiales y de TV; durante gran tiempo se desempeñó como director editorial de la Unison. En los años ochenta trabajó como tallerista en comunidades rurales de Sonora, donde escuchó cientos de voces jóvenes contar sus miedos, esperanzas y silencios. Fue entonces cuando decidió escribir para ellos: no historias endulzadas, sino relatos sinceros, llenos de desierto, soledad y pequeñas luces que nunca se apagan.

Sus primeros textos circularon en revistas pequeñas y fanzines literarios. Algunos fueron traducidos al inglés y aparecieron en antologías underground de Estados Unidos, aunque nunca le reportaron ganancias significativas. Algunos reseñistas han catalogado a su prosa como directa, precisa, cargada de diálogos secos y descripciones mínimas, pero efectivas.

-La de rigor: ¿Qué es la poesía?

Cuando hacen esa pregunta (la de rigor, como dices) es como si preguntaran: «¿Cuál es tu Ars Poética?», que obviamente trata sobre la visión personal que cada poeta tiene respecto a la poesía. El asunto aquí es que yo no me considero poeta. Soy un lector de poesía. He tratado de hacer poesía, pero es algo tan difícil, que sólo las personas tocadas por un poder divino o mágico, tienen ese don especial para producir esas maravillosas obras constituidas de palabras y hechas versos. Por eso admiro a los poetas. Ahora bien, esto no quiere decir que la creatividad poética sea propia de una exclusiva élite de seres humanos que nacieron –o se hicieron- con el talento para escuchar el murmullo de las estrellas, o que esta práctica esté vedada para los civiles mundanos, como es mi caso. La poesía, como la mayoría de las artes, es una de las expresiones más democráticas de la civilización humana. Es algo tan hermoso que incluso a veces no nos damos cuenta de que hacemos poesía. Vivir, es poesía. Respirar, ser felices, vivir intensamente, es hacer poesía. No importa que muchas veces hagamos mala poesía. La poesía, como la mayoría de las artes, libera, nos libera de nuestras complejidades interiores y nos concientiza sobre las problemáticas sociales. La poesía es conocimiento. Es revolución. Necesitamos en el mundo más poetas y poesía. No importa que se quejen los amarguetes de siempre o quienes creen que la poesía tiene marca de exclusividad.

-¿Entonces no existen los malos ni los buenos poetas?

Te voy a contestar parafraseando un axioma de Ismael Mercado Andrews: “No existen los malos ni los buenos poetas, lo que existe es el tatahualismo poético” (risas). En el arte no existe lo categórico, lo tajante o lo absoluto. Lo que existe son múltiples enfoques de interpretación de una obra. El arte, en este caso la poesía, es incluyente, no excluyente. Y como tal, su apreciación puede variar de una persona a otra. Para calificar si una obra es buena o mala, depende de los gustos personales y de los criterios que se utilicen para darle un determinado valor. Así, lo que para unos es malo, para otros es bueno. Es el subjetivismo lo que nos hace humanos. Es decir, lo que sentimos. Lo que percibimos. Lo que apreciamos. Por eso hay obras artísticas o ciertos poemas, que nos emocionan según la experiencia o el momento que estemos pasando por nuestras vidas. Y si un poeta fue muy bueno en una época pasada (pienso en los románticos o modernistas), en la actualidad quizá algunos nos puedan parecer demasiado cursis o francamente malos. También ocurre lo contrario, si un poeta en su tiempo fue muy poco valorado, quizá en la actualidad se le revalorice y se le coloque en el justo momento de la historia literaria.

-¿Cómo fue tu infancia en Isla de Cedros?

La isla era el universo. Más allá del horizonte, los chamacos sabíamos que existía algo más. Pero no sabíamos qué era. Sólo reconocíamos palabras sueltas de los adultos que no nos indicaban nada. Creíamos que después del horizonte se acababa el mundo, que el horizonte era un gran abismo donde las embarcaciones se iban a pique. Eso, cuando éramos niños.

El pueblo se dividía en barrios que tenían su nombre, pero nadie sabía quién le había puesto esos nombres, ni siquiera los más viejos del pueblo. El barrio donde yo nací y crecí se llama La Vicenta. Aún existen esos barrios en el viejo pueblo que hoy se extingue. Luego estaba otro barrio que era nuestro más feroz adversario, El Sapo -en honor a ese barrio, nombré a la primera editorial que fundé aquí en Sonora como “Ediciones El Zapo”-. Teníamos terror atravesar las calles de El Sapo -y creo que ellos tampoco se atrevían a caminar por las calles de La Vicenta-. Las piedras eran nuestra arma favorita. En la isla, en lugar de arena, lo que había era graba. La graba son piedras especiales para ser lanzadas. Creo que todos los de nuestra generación en la isla, tenemos cicatrices en la cabeza, marcas como si fueran la entrada de una alcancía. Y creo también, que las piedras fueron fundamentales para que surgieran grandes pitcher isleños que brillaron en la Liga del Pacífico, en la Liga Mexicana o en la Liga de Yucatán. La isla aportó también grandes toleteros como el Prieto Beltrán. Hubo un pitcher del barrio La Vicenta, el “Zurdito” Méndez, que hasta la fecha es considerado el mejor pitcher en la historia de nuestro pueblo.

Cuando llegaron los Tigres de México a participar en una serie de partidos contra la selección de la liga isleña, perdieron todos los encuentros que jugaron. Yo recuerdo que el mánager de los Tigres era el “Cananea” Reyes, ¡qué personaje! ¡Personajazo! Era una maravilla verlo dirigir. Era beisbol puro ese señor. También recuerdo que fildeaba el “Estrellita” Ponce. Pues a todos los ponchó el Zurdito Méndez. Y los Tigres eran entonces los campeones de la Liga Mexicana de Beisbol. Pues a ellos, los campeones de México, los venció un equipo constituido, no por profesionales, sino por pescadores y obreros del pueblo y por trabajadores de la salinera de El Morro Redondo.

-¿Crees que exista elitismo en México? ¿Qué diferencias encuentras entre los creadores del norte y los del centro del país?

No sólo existe el elitismo, existe también el racismo, el clasismo. No encuentro muchas diferencias entre los creadores del norte y los del centro del país. Sólo las léxicas propias de cada región. Pero, Fidelia, ¿qué clase de pregunta es esa? Lo que une a tod@s l@s creador@s en México es una sola cosa: el ego. No hay más. Ah, y también los celos profesionales. Eso es terrible. Pero lo que más me ha decepcionado de muchos escritores, a quienes admiraba como lector, ha sido comprobar que con el cambio de régimen se quitaron la máscara y mostraron –muchos de ellos- la peor parte de su ser interior, el coqueteo con la bestia fascista: su propia miseria humana. Aun así, me siguen cautivando por su capacidad creativa y su rica producción literaria.

-Me refería a la forma de escribir, no a las personalidades, pues.

Obvio, quien encuentra su estilo, se diferencia incluso de entre los creadores de su propia ciudad o región. Y hay muchos escritores jóvenes que están haciendo excelentes obras, mejores incluso que los viejos escritores, los que alguna vez fueron los consagrados en sus respectivas matrias.

-¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Cómo te organizas para escribir?

Como te decía al principio, no soy poeta, tampoco soy escritor. Intenté hacer poesía, pero escribir poesía es lo más difícil del mundo. Lo digo en el sentido de rigurosa práctica cotidiana. A veces llegan ciertos destellos. Pero eso puede que suceda hoy o puede que nunca suceda. O quizá cierta tarde de un día cualquiera de cualquier mes de cualquier año, se asomen sin avisar y las palabras de pronto aparezcan, comparezcan y se plasmen en una hoja de papel o en el Word de nuestras máquinas. Pero es algo que se antoja difícil de ocurrir. Eso lo consiguen quienes tienen el don, ese toque divino que los hace ser poetas, como tú comprenderás. Tampoco soy escritor, lo pretendí en un tiempo y a veces regreso a intentarlo, pero de repente veo a mi perrita Luly que me está exigiendo que le dé de comer -ah, caray, me digo, ¿a poco tengo una perrita? ¿Desde cuándo no le doy de comer?- o me llega un mensaje de una amiga terca de que le dé una entrevista y le tengo que contestar en el WhatsApp, pero en ese momento pasa el carro de la basura y hay que correr a sacar las bolsas porque si no alcanzas al camión recolector –que va a toda velocidad y no espera a nadie- te quedas otra semana más con el bonche de basurero.  ¿Y qué sucedió? Que permaneces parado allí en medio de la calle y medio alelado, con una bolsa de basura rota, un huarache mal salido del pie –por la correteada que diste- y con la dignidad herida. Saludas a la vecina con un gesto de inclinación de tu sombrero invisible y vuelves a meterte al aire fresco de tu guarida. Si no fuera por ese galón de bacanora, mi estancia en el mundo sería verdaderamente horrible. Relleno un frasco de 250 mililitros con el mezcal y le doy un pequeño sorbo. Lo malo que tiene el mezcal de bacanora es que, al darle un trago, cuando comienza a recorrerte las venas, de pronto te dan ganas de trabajar o de salir corriendo a hacer ejercicio.

-Oye, ¿y para qué crees que sirvan los encuentros literarios?

Esa pregunta te la contesto con otra: ¿Para qué diablos sirven los congresos de especialistas en cardiología o de odontólogos especializados en atrofias maxilares? Un médico o un estomatólogo tal vez responderían que estos congresos son necesarios porque deben estar actualizados respecto a la actividad profesional que desempeñan, y a su vez compartir sus conocimientos sobre tratamientos a determinadas enfermedades; pero en principio, ocurre que también sirven para verificar qué es lo que están haciendo sus colegas en el país y o en países del mundo. Exacto, es lo mismo que sucede en un encuentro de escritores. Sólo que el encuentro literario es más incluyente que un congreso de especialistas en atrofias maxilares severas.

Lo bello de estos eventos, es que te permiten conocer a creadores nacionales y de otros países que coinciden en la visión de trabajo que desarrollan en sus respectivos espacios comunitarios. Los encuentros son lugares donde se pueden compartir obras y lecturas con correligionarios y el público interesado en los libros y la lectura. Estas reuniones te permiten conocer personalmente al poeta o a la poeta que leíste de chamaco e incluso convivir con esa personalidad. Los encuentros también son espacios donde el escritor y el editor se conocen, intercambian ideas y pueden llegar a acuerdos para la publicación de su obra.

Hay dos aspectos fundamentales: Uno, que permiten al autor promocionar su obra y, dos, que fomentan el sentido de comunidad entre poetas y escritores. De ahí que los encuentros sean más que nada, reencuentros. En realidad, así deberían llamarse: Reencuentro de Escritores. Por cierto, reitero mi admiración y respeto a mis amigas y amigos creadores. Todos ellos y ellas, son grandiosos (o grandioses, ya no sé ni cómo se dice).

-¿Crees que los escritores tienen un compromiso moral con la sociedad y deben enfocarse en mejorar su entorno por medio de sus escritos?

Sí. Mira, no sólo los escritores tienen un compromiso con la sociedad. Todas las personas que conformamos la sociedad tenemos un compromiso con la misma. Pero es una decisión individual y, por lo tanto, libre. Es como cuando llegan los tiempos de elección electoral, aunque en México no es obligatorio votar, tienes el compromiso de hacerlo. Es una decisión individual. Sin embargo, no hay que olvidar que formamos parte de un colectivo social. Esta misma cuestión proviene de los eternos debates sobre el valor y el significado del arte. El arte como herramienta de manipulación ha servido a los extremismos ideológicos y con ello a la intolerancia. Y aunque suene ambiguo –y esa es una de las características del arte, su ambigüedad- me inclino más por el arte como un instrumento de resistencia social. Y regresamos al meollo de tu pregunta, cuya respuesta tiene que ver también con la función educativa del arte. El arte concientiza, por lo tanto, libera.

-¿Qué te interesa?, ¿qué mueve tu espíritu?

¿Qué puede mover el espíritu de una persona? ¿La creencia o la fe? La creencia es la aceptación de que algo es verdadero. La fe tiene que ver con los sentimientos y trasciende a la lógica y a la razón. ¿El nihilismo como práctica de vida? La ausencia del significado intrínseco. La estética de la derrota. ¿La vibra positiva o la vibra negativa? ¿Tú contra el mundo? Oh, claro, el gran Charles Bukowski, excelente poeta, pero su vida no fue exactamente como lo narra él. En realidad, a Chinaski le fue bien como escritor, encontró su estilo, o su nicho de mercado, como le dicen ahora- y lo supo explotar muy bien. Ganó muchísimo dinero, miles de cientos de dólares. Se compró una gran casona cerca de otras figuras de Hollywood. Y su riqueza procedía obviamente de la venta de sus libros –incluidos sus derechos- que trataban sobre la derrota, la miseria y la marginación humana. En la vida hay dos opciones: ser el objeto de estudio o ser el sujeto que estudia al objeto de estudio. Entonces, Fidelia, en mi caso, hay que inferir que prefiero la vibra positiva a la negativa.

-Sí tuvieras la oportunidad, ¿qué le dirías al niño Raúl?

 “Ojo, no hagas en la vida las mismas pendejadas que yo cometí. Hazle caso a tus padres: no te juntes con lobos. Y si lo haces, ladra, pero no aúlles (ah, y límpiate ese moco que siempre traes colgado)”.

-Platícanos un poco sobre cómo fue que te involucraste en la cultura.

El asunto es cómo fue que ella se involucró conmigo. Creo que fue cierta tarde, al cruzar una esquina, los dos chocamos. Yo me incliné a recoger sus cuadernos que habían volado por los suelos, y al ponerlos en sus brazos, ella me vio y me sonrió. Yo como el tonto que siempre fui y que sigo siendo, me enamoré de ella. Con el paso de los años, como sucede en la mayoría de los matrimonios, ella me pidió el divorcio. Supe que ahora vive muy feliz sin mí. Eso me alegra. Y le deseo lo mejor. Yo por fin me siento libre. Y disfruto de esta libertad. Soy feliz también. Mi brindis es por la vida. Prefiero la convivencia con mis otros semejantes, igual de mundanos que yo. Acá en los barrios del norte de la ciudad a donde la 4T no ha llegado, también se vive una lucha por la sobrevivencia, pero la raza es más solidaria, más humilde. De acá soy, aquí es mi raíz, donde está la gente verdadera; no de allá, donde la maledicencia es verdaderamente nauseabunda y las personas, falsas.

-Cuál es el futuro de la industria editorial en México y en qué proyectos trabajas actualmente.

No sé cuál es el futuro editorial en México. ¿Digitalización?, ¿e–books?, ¿flipbooks? Esperemos que el libro en formato de papel nunca desaparezca. Quizá en el futuro sea solo una rara avis. Un objeto estrafalario para coleccionistas. Por mi parte, siempre estoy trabajando en diferentes proyectos. Continúo dando asesorías en redacción de textos ficticios. Sigo haciendo diferentes tipos de diseños. Tengo mis propios clientes en mi pequeña empresa “Servicios Editoriales de Sonora”. Continúo dándole seguimiento al proyecto de radio comunitaria. Mantengo en internet algunas páginas de información en apoyo a la presidenta y a la 4T. Estoy trabajando en equipo con un buen amigo ensenadense en la estructuración de discos de música heavy metal y electrónica. A la vez, trabajo con personas de la calle en la confección de sendas monografías sobre sus vidas. Me entretengo haciendo canciones sobre personajes de mi pueblo. A veces, regreso a proyectos que tengo en abandono: libros de ficción, que espero alguna vez pueda publicarlos. Quizás a finales de año o al principio del que viene… O nunca.

Entre sus principales obras se encuentra: El último cliente (1994), una colección de relatos donde presenta a Lorenzo Vega, un detective ciego que interpreta el mundo a través de olores y sonidos. Sombra de caballo muerto (1996), una novela corta sobre un antiguo vaquero que busca redención en el desierto. Ceniza para el sheriff (2001), su obra más reconocida, mezcla de western y novela negra, llevada al cine de forma independiente en 2004. Cartas desde Mefistolandia (2006), epistolario ficticio entre dos hermanos separados por la droga y la justicia. Noche de perros (2009), última novela publicada, donde reinterpreta el mito de Pancho Villa, desde la mirada de un desertor.

Incursionó también en la literatura infantil y juvenil, no con historias edulcoradas ni moralinas simplonas, sino cuentos que respetaran la crudeza del mundo sin traicionar la inocencia necesaria para seguir soñando en él.

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