En el bar hay ruido de vasos, además de risas y voces. Una mujer sola toma algo sentada a una mesa junto a la ventana. Hace varios minutos que mira hacia la calle. Algunos hombres parecen tener en cuenta a la mujer, pero no se acercan ni se animan a hablarle. Ella está en otra cosa. Entre apuesta va y apuesta viene, uno se decide, da unos pasos precavidos y le habla. Ella, sin dejar de mirar por la ventana, dice: Si yo pudiera ir y venir por mi propia vida como quien recorre un país, o como ese caballo que recorre las calles del pueblo, no estaría acá sentada esperando que un hombre se acerque a buscarme conversación. El hombre no supo qué responder. Una forma de respuesta fue mirar por la ventana para ver lo que ella decía que veía. Vio que en medio de la calle trotaba un caballo guacho. No tenía riendas, ni cabestro, ni recado, ni montura. Nada. Estaba en pelo. Los otros, curiosos, se acercaron al compañero y se sumaron a mirar por la ventana. El caballo iba al tranco, trotaba o corría, según sus ganas. ¿De quién será?, preguntó uno. Sabrá Dios, dijo otro. Tal vez no es de nadie, dijo uno. De alguien tiene que ser, dijo otro, y hasta creo verle la marca en el cuarto. Aun así, en teoría es un caballo sin procedencia y, tal vez, sin destino, a juzgar por quienes lo miramos, pensé. Me había sumado al grupo como si fuera uno más, y de hecho lo era, incluyendo a la mujer que sin distraerse no dejaba de mirar por la ventana. Mientras el caballo se abría paso, o se lo daban, no por amabilidad sino por precaución, seguía un recorrido que era también una invitación a la curiosidad, como le pasó a Alicia cuando siguió al Conejo Blanco de ojos rosados que iba apurado mirando la hora en su reloj de bolsillo. Era curioso el recorrido del caballo como lo era el modo de hacerlo. No era una línea definida la que proponía su andar, sino curvas o pequeñas rectas quebradas, y sus decisiones no necesariamente respondían a que alguien le obstruyera el paso. A veces seguía de largo, a la par de los autos, y de atrás lo veíamos hacerse cada vez más pequeño como si fuera a perderse al fondo de una calle. Cuando creíamos que se había perdido para siempre, lo veíamos venir en sentido contrario hasta que, por ejemplo, los detalles de su cabeza, sus morros, sus ojazos, se veían con nitidez. Se paraba a pocos metros. No parecía arrepentido. Volvía sobre sus pasos con el mismo entusiasmo. Se contradecía o nos contradecía, porque nuestros prejuicios hacían que nos adelantáramos a los hechos, como si quisiéramos dirigirlo con la mente. Muy distinto hubiera sido que alguien lo montara; la voluntad habría dependido del jinete: nos habría ahorrado tantas dudas. Tampoco era, la del caballo, una voluntad absoluta sino condicionada. Iba hacia donde quería y a veces sólo hacia donde podía. Quiso entrar al bar cuando la puerta estaba cerrada. Bastó que la abriéramos para advertir que ya estaba lejos. El caballo era esquivo como un potro que no ha sido domado. Pero tal vez había sido domado hacía tiempo y su conducta actual no tenía retorno. Ya lo van a agarrar los que están preparados para eso, dije. ¿Y si no lo agarran?, dijo uno. Si es realmente un caballo, como pienso que es, no lo van a dejar andar por ahí como pancho por su casa, contraviniendo normas, dije. Pero si esta posibilidad imposible llegara a producirse, seguirá corriendo sin ton ni son entre nosotros, dijo el que estaba callado. Tal vez nadie lo quiera agarrar, dijo uno. O no se animen, dijo otro. Si así fuera, deberemos acostumbrarnos a su presencia y a sus corridas, alterando nuestros puntos de vista, dijo el tímido. Mientras no se te dé por imitarlo, dijo uno. Bien que me haría, dijo el tímido. Hasta que todo se vuelva costumbre, dijo el pesimista. ¿Porque se borrarían las diferencias?, dijo el tímido. Porque se agregarían parecidos, dijo el otro. Pa’ mí que busca algo, dijo el que estaba solo en la mesa del fondo. O escapa de algo, le gritó otro. Debería volver al lugar de donde vino, dijo uno. Tal vez ya no conozca el lugar de donde vino y tampoco sepa el lugar al que quiere ir, dijo otro. La mujer, que por momentos escuchaba la conversación, nos miró de uno en uno. Se puso de pie con la intención de irse. Le abrimos el paso, callados. Mi buena mujer, sabrá disculparnos —dijo el que se había acercado primero—, acá los caballos desbocados somos los que estuvimos hablando y hablando sin dedicarle un merecido párrafo a su bella presencia. La mujer, en señal de agradecimiento —y hasta pudo ser de resignación—, bajó los ojos. Dijo: Si yo pudiera conocer mi propia vida como quien conoce un país, no me hubiera dejado llevar por ese caballo adonde quisiera llevarme, como estuve haciendo hasta ahora. Con cierta elegancia caminó hasta la puerta, la abrió y no la cerró tras de sí. En medio de la calle se detuvo y giró la cabeza en varias direcciones. Los autos la esquivaron, como si ella no los hubiera visto. Primero un relincho y después la aparición del caballo nos hizo acercar al vidrio de la ventana casi hasta pegarle con la cabeza en el arrebato. El caballo retomó el tranco y la mujer lo siguió a corta distancia. El caballo parecía marcarle el camino. Lejos, en las afueras, cuando ya no fue posible distinguir los detalles, el caballo y la mujer eran una sola figura en movimiento, una mancha borrosa. Así la perdimos de vista. Y fue para siempre.
(del libro BAILE DEL ARTISTA RENGO, 2012)
Juan Carlos Moisés nació en Sarmiento, Chubut, en 1954. Entre 2014 y 2016 residió en San Francisco del Monte de Oro (San Luis) y en Buenos Aires. Vive en Salta desde 2017.
Publicó Poemas encontrados en un huevo (1977), Ese otro buen poema (1983), Querido mundo (1988), Animal teórico (2004), Museo de varias artes (2006), Palabras en juego (2006), Esta boca es nuestra (2009), El jugador de fútbol (2015), Conversación con el pez (Antología, 2017; 2021, PNL), El viento que hay acá afuera (2021).
Cuentos: Baile del artista rengo (2012), La velocidad de la infancia (2018).
Teatro: Desesperando (2007), Pintura viva, El tragaluz, La oscuridad (2013).
Dirigió el elenco Los comedidosmediante (1990/98), que representó a Chubut en las Fiestas Nacionales de Teatro 1993, 1994 y 1997. El tragaluz, luego de ser premiada en la Fiesta Nacional de Tucumán en 1994, se presentó en el Teatro Nacional Cervantes.
Museo de varias artes, 1er. Premio Poesía Fondo Nacional de las Artes, 2005. Bolitas negras, Premio Teatro en Patagonia, UBA, C.C. Ricardo Rojas, 2012. Conversación con el pez, Premio Destacado ALIJA 2018 y Premio Poesía Academia Argentina de Letras, trienio 2016/18.