El café, dicen, es el mejor desapendejador del mundo. Es la bebida de los dioses en la Tierra y uno de los mejores remedios para sacudirse los lunes. Suele acompañar a los artistas y científicos para resolver historias, definir pinturas y dar a luz a nuevos descubrimientos.

Existen muchos relatos que han pasado de voz en voz, uno de sus más probables lugares de origen, es Etiopía, y existe una historia muy romántica acerca de su descubrimiento que nos cuenta que un pastor del llamado cuerno de África le llamó la atención el comportamiento que tenían las cabras tras mascar cerezas rojas de café y fue así como empezó todo alrededor de la cultura cafetera que hoy conocemos, pero la verdad es que lo más probable que sucedió fue cuando los esclavos que eran llevados a Arabia eran vistos comer la parte carnosa de la cereza del café.

Hoy sabemos que se cultivaba en Yemen en el siglo XV y lo más seguro es que se remonte un poco más atrás.
Los trabajadores forzados eran llevados a través del gran puerto en aquella época que se llamaba Moca, sinónimo de café, el cual era la única ruta marítima para llegar a la Meca, el sitio más concurrido del mundo en ese tiempo.
Hasta ese siglo se comía su cereza y como los árabes cuidaban mucho este grano para que no se cultivara fuera de esa región, se mantuvo así por algunos años. El café competía con el Kat, un arbusto cuyas hojas y brotes se masticaban como estimulantes, hasta que notaron que el efecto del grqano era mucho más potente.
Las autoridades de Yemen empezaron a alentar su consumo y los primeros lugares en abrir establecimientos para servir café como hoy lo conocemos, fueron en la Meca y se llamaban Kaveh Kanes. Luego sucedió lo que tenía que pasar, estos negocios se expandieron como McDonald’s en nuestros tiempos.
Pero como el café alborota las neuronas y regenera la conciencia, fueron motivo de pensamientos liberales y fueron prohibidos, hasta que como siempre sucede, encontraron que la mejor manera de hacerlo legal era que quienes lo vendían, tenían que pagar impuestos.

Después los holandeses empezaron a cultivarlo en Malabar, en la India, y después a Batavia, lo que hoy se conoce como Indonesia, hasta convertirse en los principales proveedores de café en Europa. Después llegó a Estados Unidos, donde la primera referencia del disfrute de esta bebida nos remite a 1668. En el país de las barras y las estrellas el Boston Tea Party de 1773 se planeó en un establecimiento de café, el Green Dragon.

Hasta ahí el café era preparado de manera diferente a como hoy lo tomamos. La manera tradicional de prepararlo fueron siempre las infusiones, es decir, se dejaban reposar los granos del café en agua caliente durante un rato, y después se colaban.
El primer aparato que podemos llamar “cafetera” fue obra del farmacéutico francés François Antoine Descroisilles, quien en el año 1802 unió dos recipientes de metal y los separó con una placa con agujeros, que después se convirtió en colador o filtro, y su invento recibió de nombre caféolette.

Desde ahí sucedieron muchas cosas hasta que su consumo se expandió de tal manera que surgieron las cafeteras caseras que al principio eran muy caras y sobre todo no se encontraban en todas partes.

La extraordinaria idea del café soluble se la debemos a dos personajes. Uno fue aprendiz de química llamado Satori Kato, quien a finales del siglo XIX se encontraba estudiando en Chicago, y con el fin de cumplir sus horas de estudio sin caer dormido, se puso a secar café al vacío para conservar sus características y así poder disolverlo en agua sin necesidad de utilizar una cafetera. El problema fue que no registró su descubrimiento de inmediato sino hasta 1903. El otro personaje fue el francés Federico Lehnhoff que de forma paralela hizo los mismos experimentos que patentó en 1881.