El cuerpo femenino ha sido descrito y plasmado en infinidad de formas y contextos bajo la mirada descriptiva del hombre, sin embargo, es la visión masculina la que ha determinado si se pondera como una obra de arte o como un objeto masturbatorio; entretanto, la mujer se ve despojada del derecho de contemplar su propio cuerpo sin que dicha visión se vea sesgada por la interpretación androcéntrica que lo permea. Empero, en esta gama de posibilidades es que el cuerpo femenino se dota de una estética iconográfica institutiva, no sólo reflejada en tendencias de moda o estereotipos de belleza, sino que funciona como cisma de momentos histórico-sociales, donde el feminismo se ha materializado en un «cuerpo feminista» y no en discurso, pues se ve delimitado por la mirada de una sociedad patriarcal.
Cuerpo y discurso
Cuerpo feminista y no discurso, es decir, una forma, una cosa, algo tangible, aquel al que la mirada machista torna unidimensional puesto que si le da estructura le resulta incómodo, incomodidad que no está ligada al feminismo en sí, si no a la mera presencia de lo femenino. El movimiento, sin embargo, ha adoptado esta esencia femenina bajo la corporalidad como un acto de resistencia, que incómoda y re-acomoda asemejando una danza entre la imagen y la retórica.
Es así que el feminismo ha sido acompañante cauto y fiel de este camino estético, con el fin de enriquecerse y complementarse, porque paralelamente a la expresión visual, se ha buscado un impacto histórico para la creación de un discurso, que muchas veces resulta ambivalente debido a la estructura social de la cual emana; pero que busca quebrar la cosificación para devolver un derecho humano que ha sido coartado por la visión androcéntrica y por un sistema patriarcal que plenamente consciente se verá resquebrajado al renunciar a este privilegio.
Por otro lado, es tal el impacto del fenómeno estético que, justo en este momento, es constante la denostación del movimiento feminista a partir de la crítica corporea donde, bajo una arenga vacía y superflua, se le denigra, con adjetivos que han sido usados infinidad de veces para dañar a un “yo” ya herido de nacimiento llamando a sus partidarias; feas, gordas, frígidas, malcogidas, locas, dejadas, entre otros epítetos devenidos a estigmas que han de acompañar a la mujer toda su vida; muy a pesar de lo absurdos y subjetivos que puedan llegar a ser, pero sobretodo, como si estos tuvieran alguna relación con el derecho a luchar por sus garantías individuales, porque un “chichis pa’la banda” exalta la hombría pero un “chichis de protesta” escandaliza a una sociedad que ha arrancado no solo el cuerpo si no el derecho de tornarlo discurso.
Es así como el sector social que se determina por un pensamiento machista el que usa estas falacias referenciales, olvidando que, justamente esos estereotipos son contra los que se levanta la voz, y es justo ese núcleo el que se encuentra aterrado de la ominosa belleza del momento estético- histórico que nos regala el feminismo. Donde el cuerpo lleno de glitter grita en millones de bocas a una voz, donde lo sublime y violenta de una imagen nos puede oprimir el corazón al grado de tatuarnos la sororidad con letras de sangre en aquél cuerpo que vuelve a ser propio, a pertenecer y a volverse discurso, aquél cuerpo que una vez más nos muestra que el histrionismo también es parte de la historia.
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Estela Téllez, originaria de la la CDMX. Estudió Psicología en la UNAM. Colabora en proyectos de divulgación científica y de fomento a la lectura. Participa activamente en entrevistas para radio y plataformas digitales.