Rafael Catana es uno de los músicos mexicanos más representativos del rock nacional, de la talla de intérpretes y compositores como Alex Lora, Rockdrigo, Guillermo Briceño, Cecilia Toussaint o Gerardo Enciso. Su música tiene influencias del rock, la canción latinoamericana, el jazz, pero también de la música norteña y los sones veracruzanos.
¿Cuál consideras el mayor logro en tu carrera?
Primero, el orgullo es la constancia. Tú sabes que esta carrera y todo lo que tiene que ver con la cultura y el arte, es de constancia. Yo creo que mi mayor logro es la necedad y la constancia. Así como la felicidad no existe, tampoco el éxito existe, en el sentido de que… ¿qué es el éxito?, ¿un millón de dólares en el banco?, a lo mejor, ¿no?…
No caerían mal… (Risas)
¡No!, sucede que… imagínate, poder vivir de cantar y de componer canciones.
Entonces, ¿puedes vivir de lo que haces?
Hasta ahorita sí. No es sencillo, tienes que reinventarte en todos los sentidos, o sea, desde hacer música para alguna película, para algún programa de radio o hacer música para hacer discos.
¿Qué me puedes contar de tu amistad con Rockdrigo González?
Mira, tengo un síndrome norteño…
¿Qué es cuál?
Es que tenía muchos amigos de Colima y muchos amigos de Sonora y amigos de Baja California. Entonces, de pronto iba a las fiestas de los de Baja California y me contaban del Valle de San Quintín, por ejemplo, que para la gente del centro no significa nada porque… hasta ahora los chilangos son como una especie de ignorantes de su propio país. Yo siempre he pensado que la mayor ciudad de provincia es la Ciudad de México (risas). En ese sentido, mi admiración hacia la gente que vive en la frontera es mucha. Recuerdo cuando llegaba el Lenon aquí de visita…
¿Qué Lenon?
El famoso Lenon de Hermosillo…
¡Ah, el Rubén Duarte, claro! Que en paz descanse.
Sí. Entonces todo eso tiene que ver con una cuestión de curiosidad hacia los norteños, ¿me entiendes? Y luego Rosina Conde, también ella venía.
Tijuanense.
Sí. Y de pronto sucede que conozco a un cuate de Tampico, que era cinco años mayor que yo y que hacía canciones; lo conocí afuera de las instalaciones de Radio Universidad, aquí en la Ciudad de México, y empezamos a juntarnos. Él venía de una vida dura, de mucho tropel, de mucho agandalle, y él de cierta forma se había formado así, aunque era un tipo de clase media de Tampico. Pero tú sabes que el acento norteño tiene que ver con la vida, tiene que ver con este suceso de la Revolución, de los trenes.
¿A qué edad llegaste a la Ciudad de México?
A los cuatro años llegué.
Entonces eres chilango…
Sí, y por más que quiera quitarme ese sello, ese karma me persigue (risas)… Aprendí a ver la vida de otra forma que no fuera la forma de la vida del centro, a partir de esas relaciones. Entonces, bueno, conversar con Rockdrigo de Tampico, y luego su paso por Veracruz, regresar a Tampico a las playas de Miramar, era así como muy importante, ¿no? En ese sentido trabamos una amistad, pero te digo, él era paranoico, muy paranoico, porque pensaba que alguien le quería robar sus canciones, yo no (risas)… Entonces lo conocí en 1983, 1984, y trabamos una amistad fuerte, pero para Rockdrigo era difícil tener amigos, pero éramos amigos.
El Movimiento Rupestre es un colectivo musical mexicano surgido a finales de 1983, conformado por Rodrigo González, Fausto Arellín y el propio Catana. Buscaban tener espacios para tocar y componer canciones en español con letras distintas y notables, que tuvieran sentido y enviaran un mensaje.
¿Por qué le pusieron Movimiento Rupestre?
Tengo que mandarte el libro, hay un PDF que te mando al rato. Sucede que, en esto de la música, buscas congéneres con quien compartir, primero la batalla de la sobrevivencia y del sello, el sello es… que el rock mexicano venía de cantar en inglés…
¿Y ustedes cantaron en inglés alguna vez?
Yo no. Lo intenté, pero… pues no, no me salía… Es que, el “washanwer” no me sale (risas). Tenemos un maestro que es Javier Bátiz que lo hacía muy bien, ¿no?
¿Bátiz es de Tijuana?
Es de Tijuana. El Movimiento Rupestre era una necesidad porque no había gente que cantara… sí había gente que cantara en español, pero no había gente que estuviera cercana, consciente o inconscientemente, a hacer buenas letras. Ya Los Temerarios lo han confirmado, “te quiero, yo también te quiero, y te seguiré querrendo” (risas)… Con todo eso, había que trabajar las letras y sobre todo trabajar las imágenes. Entonces, el Movimiento Rupestre se trataba de eso. Estaba Roberto González, un gran escritor de canciones, Eblen Macari, un gran instrumentista, Fausto Arrellín, el más rockero de todos nosotros, una interprete que se llama Nina Galindo, Rockdrigo y tu servidor.
¿Y por qué la palabra ‘rupestre’?
Tiene que ver con las raíces y tiene que ver con lo sencillo. Entonces, en el sentido de que, las pinturas rupestres están hechas en la piedra y las canciones están hechas en las paredes de la ciudad. Esa es una de las múltiples definiciones, pero te diré que era una broma, porque decirle rupestre a alguien era decirle que lo estaba haciendo… a lo mejor no mal, pero muy sencillo. En esa época no había chance de comprar instrumentos musicales en la Ciudad de México. La Ciudad de México, así como la ves, hubo una época en la que fue conservadora y pobre culturalmente. En las casas de música no había instrumentos musicales, sólo había unas guitarras japonesas espantosas. Hasta que llegó el famoso GATT en los ochenta, fue que empezaron llegar cosas, pero antes no había nada. Los grupos los compraban fuera de México o los músicos norteños las traían de la frontera. Hay una historia de Hermosillo con el grupo Tránsito…
Gerardo Peña.
Sí, y Ricardo; pasaron todo su equipo por el desierto, en la frontera, para no pagar impuestos (risas). Es una leyenda urbana. Entonces, esa onda que tiene que ver con el folk o con la música mexicana, a eso se refería lo rupestre. Rockdrigo hizo un manifiesto, y todos lo avalamos porque una de las cosas de esto era conservar el buen humor, y conservando el buen humor, por lo menos podíamos pasar un buen rato.
¿Y conservas ese manifiesto?
Sí, viene en el PDF que te voy a mandar. Es muy divertido.
Perteneciste a los Infrarrealistas también, ¿no?
Es que, quiero contarte que, es un honor que ellos me consideren infrarrealista, pero en realidad son mis amigos.
Wikipedia confirma que eres infrarrealista.
Mira, ellos son mis amigos, para mí es más importante que sean mis amigos a yo ser infra, ahora ya, pues me incluyeron.
Como miembro honorario.
Pues ya, me partieron la madre al incluirme, porque ya estoy fichado, ¿no? (risas). Pero para mí, Mario Santiago era un chavo que iba a mi casa y que nadie lo aguantaba más que yo, o Pedro Damián que es como mi hermano, o la memoria de Ramón Méndez, pero yo no me quiero subir a algo que es más grande que yo, que es la obra de Mario Santiago o Pedro Damián, o la obra del mismo Roberto Bolaño; yo no quiero ser oportunista en ese sentido, aunque esté en la antología. Yo modestamente me pongo a un lado porque que son más grandes que muchos de nosotros. Pero son mis amigos.
Catana nació en Veracruz en 1955, realizó estudios en la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México y participó en puestas en escena con el Colectivo Libre de Experimentación Teatral y Artística (CLETA).
¿Consideras que el rock ha muerto?
Si el rock ha muerto, ¡que viva el rock! (risas). No, yo creo que el rock no va a morir porque tiene grandes artistas.
¿Se está haciendo buen rock actualmente?
Sí, y hay mucha música, muchísima música, pero ya no la pasan en la radio. Una de las cosas que te contaba al principio de los norteños, es que traían discos, y bueno, cuando estuve en la casa de Marco Morales en Tijuana, a principios de los ochenta…
Hermano de Pancho Morales…
Ahí conocí a Pancho y a Marco. Me regalaron unos discos. Imagínate, prendías el radio en Tijuana y se escuchaba una música maravillosa, entonces ellos venían con ese oído, y ese oído no lo puedes matar, porque es un oído que tiene que ver con el blues, con el jazz, trovadores folks, entonces no lo puedes matar, ¡es imposible!, simplemente se transforma, y más con el rock latinoamericano. Yo estoy seguro que en cada pueblo y en cada colonia hay un rockero que usa su playera negra o su chamarra con estoperoles y saca su guitarra de palo y se pone a cantar, y eso tiene que ver con una raíz, la raíz de una generación, que tiene que ver con la contracultura, que tiene que ver con la muisca latinoamericana. Yo creo que Violeta Parra es una rockera, igual que, no sé, el Negro Ojeda en México. Tenemos una raíz muy fuerte del rock en México. El rock no está muerto, simplemente se transforma. A lo mejor huele un poco mal, pero… (risas)… Hay una anécdota de Javier Batiz de cuando comenzó a hacer canciones con José Agustín, cuando Batiz empezó a cantar en español, parecía Tintan (risas), y en ese momento no le gustó; aunque tú sabes que Javier sí tiene la misma tesitura que Tintan, (risas).
¿Cómo has visto el manejo de la cultura con la 4T?
No me decepciona, porque nosotros siempre hemos vivido al margen de todo el rollo cultural, de las becas y eso. Yo creo que va a mejorar. El presidente dijo una vez al inicio de su gestión: “organícense, que se organicen los sindicatos, organícense”. Entonces, de pronto los artistas nos creemos que los merecemos todo. ¿Querías un cambio? El dinero de la cultura no se va a ir, está ahí. Yo pienso que Héctor Aguilar Camín debería subirse al microbús a vender Nexos (risas). O Krauze de Letras Libres, ‘súbete al metro y véndela en 20 pesos, pero ve tú, trabaja’, “es que soy intelectual”; ah, cabrón (risas). No, yo lo respeto mucho, pero creo que están chillando… o sea, no se vale. Imagínate, Víctor Roura nunca ha tenido una beca y sigue haciendo su revista a contracorriente. Por ejemplo, La zorra vuelve al gallinero, Mario Raúl Guzmán la hace y la vende, ¡la vendemos!, mi hijo es el vendedor estrella de La Zorra. Lo que sí creo es que el sector artístico debe tener Seguro Social, tengas o no tengas trabajo. Yo no he visto que la Secretaría de Cultura diga, “a ver, vamos hacer un congreso de artistas para ver qué necesitan”, no, ellos a la usanza de la vieja escuela. Pero se necesita también que haya mecenazgo, que de pronto se saque dinero para hacer libros y se puedan vender, que el FCE no pierda el varo, tampoco la Secretaría de Cultura… no sé. Hay escritores que no conocen su país, que no saben que vivir en Hermosillo es vivir en un horno, y que para vivir en Hermosillo necesitas huevos, caón… (risas) También en San Luis Río Colorado. Tal vez para mi generación era más fácil, ahora es más difícil viajar, sobre todo por el rollo de la inseguridad.
Antes había tren. Era más fácil viajar del norte al sur.
Va a regresar, va a regresar, estoy seguro… (risas).
Platícame un poquito cómo pasas estos días de encierro, qué haces, qué no haces.
Primero, estoy con mi hijo en las clases en línea. Entró a primero de secundaria, tiene 13 años, imagínate. Y tú conociste a Alí David, ahorita ya tiene 22…
Sí…
Está con la onda de que quiere terminar la prepa. Entonces, lo que hace el encierro es agudizar tu vida familiar. La agudiza en el sentido de que te acerca más a tu familia, empiezas a conocerlos más y dices ¡ay, güey!…
¿Con esta gente he vivido?… (risas)
Y empiezas a valorar a la familia. Estoy escribiendo un libro y haciendo un disco a distancia. Como no puedo salir, estoy haciendo un disco con un productor en Arizona, otro al norte de Bélgica, otro productor de aquí y otro en Italia…
¡Wow!
Sí, pero, ¿sabes qué pasa?: todos son mexicanos (risas)… Son mis amigos. Les digo: “vamos a hacer una rola”, les mando la rola, me la regresan, la trabajamos, escuchamos. Ahorita voy a la mitad. Esto no se lo había contado a nadie.
Gracias por la primicia.
Sí. Y tengo una banda, pero no nos vemos porque nos podemos enfermar. Quiero trabajar la otra parte del disco con la banda. Espero sacar un sencillo en noviembre y en diciembre poder ir a ensayar con ellos y entrar al estudio en enero o febrero a grabar y que el disco salga en marzo, abril. Estaré este jueves 8 de octubre en el Foro del Tejedor, para abrir la escena. Claro, sana distancia, cubrebocas…
¿Estarás tú solo tocando?
Yo y dos músicos, nada más.
¿Vas a cantar con cubrebocas?
No. En el lugar caben 119 personas, pero ahorita sólo se acepta a 35.
Rafa Catana comenzó a colaborar con el músico Daniel Rivadeneyra en 1993, músico que lo acompañaría frecuentemente en sus presentaciones. En 1997 grabó El nagual, contando con la colaboración de 25 músicos.
¿Cómo empezaste en la música? ¿Cómo fue la primera vez que tocaste una guitarra?
Desde chavito escuchaba rock, pero hay una historia muy fuerte que tiene que ver con que un día mi mamá me dijo, “oye, Rafael, ya tienes 16 años, tienes que buscarte un trabajo”, “ah, sí, luego”, yo no buscaba el trabajo y un día me dijo, “ya te conseguí un trabajo”; era en una ladrillera.
¿Aquí en la Ciudad de México?
No, en el Estado. Aunque te diré que en esta zona (Portales) había muchas fábricas de ladrillo; desde donde tú vives hasta acá, hasta Benito Juárez. Había que cargar, por ochocientos metros, una carretilla con arena, cemento… no, trabajé tres días… (risas)… Entonces, salió la oportunidad de venir a tomar un curso de mecanografía a la Ciudad de México y vine a tomarlo y de ahí valió madre todo (risas). Porque a tres cuadras de la escuela había un parque y había un teatro, que era el Foro Isabelino, que estaba en la calle de Sullivan 43, ahora es el Museo del Eco. Un día llegué y vi un hombre tocando guitarra, otro tocando harpa, aparte de las tocadas a las que iba, y descubrí que yo podía hacer canciones, pero no lo sabía. En mi familia no hay músicos ni hay artistas ni nada. Para ellos eso era para gente que no tiene que trabajar, para gente de dinero; eran las ideas de los papás, ¿no? Un día un señor le ofreció una guitarra a mi mamá, ella se la compró y me la regaló. Yo no soy un gran guitarrista, toco lo que tiene que tocar la gente, pero en ese momento era una necesidad espiritual, ¿me entiendes? Y estaba todo el rollo de la música latinoamericana, del rock, del sentimiento latinoamericano, Víctor Jara…
¿Qué año era?
Era el 73, 74. Entré a ese teatro y salí cinco años después. Era un teatro que habían tomado los estudiantes de la Facultad de Filosofía, y en ese teatro vi a Los Nacos, a Los Mascarones, que era gente de la contracultura de esa época, de izquierda. Yo tuve que dejar a cleta para seguir haciendo cosas, decidí dejarlos para hacer rock y seguir escribiendo, es la época en que conozco a los infras, que estaban estigmatizados, “ah, ¿eres amigo de los infras?, chale”. Ahora es muy romántico, ahora todo mundo los quiere, pero hubo una época bien difícil.
Eran bien desmadrositos también, ¿no?
Eso de desmadrosito… ¡eran unos hijos de la chingada, cabrón! (risas)… pero era más bien una actitud crítica, ante una sociedad conservadora. Esa sociedad conservadora cambió a partir de la invasión norteña, a partir de los infras, a partir de ver otras cosas que no había en la ciudad provinciana, que era la Ciudad de México. Todo eso lo ha transformado la misma migración y la Guerra Civil Española. Porque tú sabes que la Ciudad de México era afrancesada, entonces llegan los norteños, los españoles, los escritores norteamericanos, los novelistas, y empieza a haber otra cosa.
Rafael ha recorrido el país tocando en teatros, peñas, bares y espacios culturales como el Palacio de Bellas Artes, el Multiforo Cultural Alicia, entre muchos otros. Ha grabado los discos: Un Gato de Corazón Púrpura, 1989. Polvo de Ángel, 1991. El Nagual, 1997. La Rabia de los locos, Grabaxiones Alicia, 2001. Caballo, 2010 y Terregal, Grabaxiones Alicia, 2016. Publicó el libro de poesía Los pájaros de la cervecería (Ediciones sin fin, 2015).
¿Qué ha pasado con el Foro Cultural Alicia? ¿Desapareció?
No, el Alicia no va a desaparecer. Hicimos una campaña para que pueda sobrevivir hasta septiembre. Cumple 25 años y no ha parado, lo han querido cerrar administraciones durante mucho tiempo y no se ha podido, porque es un espacio cultural, no es un bar, no es un congal, es un lugar donde la gente se toma una cerveza, escucha rock y se acabó. Los políticos se espantan, pero todos hemos tocado ahí. Si para diciembre ya está abierto, yo voy a tocar ahí. Ahí vamos a presentar, la primera semana de diciembre, el libro de Darío Galicia, La ciencia de la tristeza; si ya baja esto (pandemia) será presencial. Una de las cosas más importantes del Foro Alicia, es que es un espacio donde cabe todo mundo, entonces en ese sentido cumple una función como un espacio contracultural.
Rafa Catana es un poeta irremediable, un hombre sensible que imprime su sello personal a todo lo que hace, desde su música, hasta su programa de radio Pueblo de patinetas en Radio Educación. “La poesía tiene que ver con Dios, y no lo digo en el sentido religioso; tiene que ver con lo místico, tiene que ver con la actitud ante la vida, porque la vida es una y no se repite”. ¡Larga vida al rock! ¡Larga vida al amigo Catana!