Conocí a Roberto Castillo Udiarte, el róber, en las Jornadas Binacionales de Literatura en San Luis Rio Colorado, en 2011. Escuché una de sus lecturas en el salón del hotel San Ángel que nos resguardaba de los 45 grados centígrados que achicharraban todo en el exterior, y me gustaron mucho sus textos.
Horas más tarde tuve la oportunidad de conocerlo en persona. Fue en el patio de una universidad donde Rubén Meneses, el organizador del festival, tuvo una noche memorable con su banda de rock. Castillo me pareció desde un principio un artista sencillo y humilde para todo el recorrido que llevaba en la cultura y las artes tijuanenses. Con el paso del tiempo se hizo amigo de todos en Juárez y hasta se convirtió en uno de los rostros del Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez que hicimos entre el 2012 y 2016.
El róber ha sido lo que ha querido ser: profesor, promotor y periodista cultural, editor, cronista, realizador telefónico, y como traductor, seleccionó y tradujo por primera vez en México medio centenar de poemas de Charles Bukowski y los editó en el libro Soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre, pero sobre todos estos quehaceres literarios, es un poeta del pueblo.
Lo que escribe el tecatense que radica en la playa de Tijuana es una suerte de testimonio de la pasión. Sus poemas nos pintan situaciones comunes, pero nacidas en el corazón de un fronterizo que acudió al spanglish para recoger las realidades de la región en la que vive. Entre sus letras suena la música de Frank Zappa, Grateful Dead y de Janis Joplin.
La noche de este viernes 14 de julio, cuando ya estaba a punto de dormirme, róber me envió un link de la presentación de su libro Notas desde la pandemia llevada a cabo el pasado miércoles en el marco de la XXXVIII Feria del Libro de Tijuana. Luego me compartió su libro en Word y me voló el sueño.
Con el preliminar tuve para engancharme hasta el final: “Inicié la cuarentena el 19 de Marzo del 2020, la noche que murió mi amiga Moramay, “la pintora de ángeles” (la lista de muertos aumentaría con el paso de los meses.) Apenas unos días antes el movimiento civil de mujeres había tomado las calles y habían suspendido un día de actividades a nivel internacional, acciones que habían puesto a temblar al sistema, las instituciones y empresas del mundo”.
Me encontré reflexiones, anécdotas, aforismos y poemas que inevitablemente me remitieron a lo que todos vivimos durante la pesadilla del Covid-19. Castillo es un poeta sensible no solo a lo que experimenta en el terreno personal, sino a lo que sucede en el mundo con las injusticias y la demagogia que habitan los discursos de la clase política mexicana. Y eso se nota en los textos de su nuevo libro.
Los lectores de Notas desde la pandemia, por necesidad, recordarán teorías conspirativas, miedos y abusos de la autoridad, y sentirán en las entrañas a familiares y amigos que se marcharon infectados por el virus, como “Moramay, El David, El Chuy, El “Macho” Villarreal, Delia, El Benito, Herbert, Carmelita, la tía Tomi y mi primo, El Vicente, El Washington”, a quienes Roberto dedica su libro.
Elegí, con permiso del buen róber, algunos de sus textos que más me gustaron para su disfrute y reflexión:
La Danza de la Muerte
“Yo só la muerte cierta a todas criaturas
que son e serán en el asunto durante;
demando e digo: ¡Oh, Homne! ¿Por qué curas
de vida tan breve, en punto pasante?
Pues non hay tan fuerte nin recio gigante
que deate mi arco se pueda amparar,
conviene que mueras, cuando lo tirar,
con esta mi flecha cruel, transparente.”
Así inicia ‘La Danza de la Muerte’, obra dramática y anónima española del siglo XV en referencia a la pandemia conocida como ‘La Muerte Negra’ y que acabó con la vida de millones de personas y afectó a Europa a mediados del siglo XIV.
Existen otras obras dramáticas de la época, tanto francesas, italianas, inglesas como alemanas, donde también la muerte convoca a todas las clases sociales a presentarse inevitablemente frente a ella, así como dibujos y pinturas anónimas sobre la pandemia en reconocidos pintores como “El Bosco” y Pieter Brueghel. De la misma manera la literatura como el ‘Decameron’ de Boccaccio han representado esta catástrofe así como la obra musical de 1874 ‘Danza Macabra’ del compositor Saint-Saens o en la película “El Séptimo Sello” de Ingmar Bergman, estrenada en 1957.
En el año de 1967, Eric Burdon & The Animals dan a conocer un disco titulado ‘Winds of Change’ donde incluyen la obra “The Black Plague”, un poema de poco más de 6 minutos de duración, con fondo musical de cantos gregorianos, escrito y leído por el propio Eric Burdon en obvia referencia a la pandemia medieval y donde, casi al final, una estrofa se expresa de la siguiente manera.
(fragmento)
“The dead are now buried and the plague is at its end
life for the people flowers again
they breathe fresh air like they did once before
and there is not a sound from beyond the castle walls
the bell has stopped
and only silence is heard
and the peasants outside wonder what happened within
in their bones they feel something is wrong
the bell has been silent much too long
for many days not one soul has stirred from the stone fortress where the rich people live.”
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Hoy fui a Telecomm a cobrar mi pensión para el bienestar de los adultos mayores. La fila era larga, como si fuéramos a comprar el boleto para un concierto de Grateful Dead: hombres y mujeres con tapabocas, bastones, andaderas, muletas; caminando paso a pasito, como si jugáramos a la rayuela o al bebeleche en cámara lenta.
Después de casi dos horas me entregaron mi dinerito y fui a la tienda de la esquina a comprar mi dosis de cigarrillos y unas botellas de vino antiviral.
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Unas semanas atrás hubiera sido inconcebible entrar a un banco o un OXXO llevando un cubrebocas. Ahora es parte de la normalidad pero, a diferencia de cualesquier película vieja, en blanco y negro, de ladrones y detectives con Humphrey Bogart o Juan Orol, los personajes con cubrebocas de hoy me recuerdan más a Ruperto Tacuche (¿Lo recuerdan? ¿El antiguo ladrón que siempre traía cubierto el rostro por una bufanda? ¿Hermano de la Borola Tacuche de Burrón, esposa de don Regino Burrón, peluquero y dueño de la peluquería ‘El Rizo de Oro’, fabulosos personajes del cómic “La Familia Burrón” que inició don Gabriel Vargas a finales de los años 40?).
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Tijuana Connection
Llegamos 10 minutos antes de la hora acordada. Nos estacionamos frente a la tienda Waldos bajo un arbolito mientras escuchábamos un cidí de Fiona Apple. Un policía dentro de su patrulla, a unos 100 metros, multaba a una mujer. Nosotros volteábamos un tanto nerviosos esperando la llegada de un carro que traía la mercancía.
A las 11 en punto llegó la camioneta blanca y bajó una mujer y se acercó a la ventana. Le dí el dinero y me entregó dos bolsitas «ziploc» transparentes y se fue en friega. Prendí el carro y salimos de prisa del centro comercial. Le pedí a mi copiloto que checara la mercancía. ¡Ah! ¡Justo lo que pedimos! 20 cubrebocas lavables.
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Cuando leo que algunas de las secciones más golpeadas por la pandemia son asilos de ancianos, cárceles, albergues de migrantes y refugiados, los lugares urbanos más paupérrimos, secciones donde viven los ‘homeless’, etcétera, y escucho los discursos de presidentes, políticos y estadistas, tanto en Europa como en Estados Unidos, quienes en sus discursos emiten declaraciones como “nuestra prioridad son los jóvenes y adultos en edad productiva”, es decir, más preocupados por la producción que por la salud social, piensa uno en las justificaciones neoliberales para designar a los “parias” y “desechos humanos”* como estorbos sociales porque realizan “actividades no esenciales” y que poco aportan al desarrollo económico en la economía global. Puede ser.
*(Zygmunt Bauman, ‘Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias’, Paidós, España, 2015)
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Alguien escribió en feisbuc que este confinamiento es como estar en la cárcel, una declaración tan lejana de la realidad. Si bien hemos pasado ya los 80 días de encierro involuntario con televisión, radio, internet, celular, libros, etcétera, recordé la cárcel de menores de Tijuana donde, entre el 2015 al 2019, impartí varios talleres de lectura y composición escrita a las internas -muchachitas entre 14 y 20 años de edad encarceladas por diversos delitos- quienes sin celular, radio, televisión, internet y otras privaciones, tienen que hacer menos tedioso y desesperante el confinamiento involuntario que van de uno hasta cinco años de duración.
“No me gustan las rejas ni el uniforme gris; no me gusta caminar siempre con las manos atrás ni las revisiones o algunas comidas. No me gustan el ruido de las rejas, de los candados ni de las llaves; el hablar bien poquito por teléfono ni estar lejos de la familia. El encierro no me gusta.”
(Fragmento del escrito por la Barbie, una de las internas que aparece en el libro ‘Palabras Mayores de las Seis Menores’, publicado por Casa de las Ideas y Tijuana Innovadora en 2016; página 32)
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Unas van quedando viudas, otros huérfanos
y varios deshijados.
Los sobrevivientes olvidaron el olfato, el gusto
y las ganas de salir.
Muchos –muchísimos- caminan por las calles
sin el cubrebocas.
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Mi madre no tiene féisbuc ni tiene doctorados;
nunca ha manejado un carro y viaja muy poco;
todos los días lee el periódico, escucha noticias
de la radio en a.m. y de la televisión por cable;
sabe de cultura regional y los chismes del mundo,
de conflictos de guerra y la violencia cotidiana,
de la política internacional y del estado del clima,
de próximos eclipses y conjunciones planetarias
así como recetas de cocina y remedios caseros;
vive sola y les da de comer a los gatos del barrio
y tiene comentarios más lúcidos y más críticos
que muchos de los opinólogos en redes sociales.
A mi madre no le preocupan los “laics” ni la muerte.
Mi madre dice que saldremos de esta pandemia.