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“No soy un robot”: la frase que define a una generación

A las 6:50 de la tarde del viernes 29 de mayo, en el auditorio del Centro Cívico S-Mart —ubicado en la intersección de la Avenida Ejército Nacional y General Monterde— se respiraba una mezcla de expectativa y nerviosismo. Unas veinte personas formaban una fila paciente, con ejemplares en mano, esperando el momento de que Juan […]

Presenta Juan Villoro su nuevo libro en Ciudad Juárez

Por Antonio F. Schroeder / 30 de mayo de 2025

A las 6:50 de la tarde del viernes 29 de mayo, en el auditorio del Centro Cívico S-Mart —ubicado en la intersección de la Avenida Ejército Nacional y General Monterde— se respiraba una mezcla de expectativa y nerviosismo. Unas veinte personas formaban una fila paciente, con ejemplares en mano, esperando el momento de que Juan Villoro les firmara su más reciente libro, No soy un robot. Mientras tanto, el escritor chihuahuense Enrique Cortazar cruzaba de un lado a otro, inquieto, consultando su reloj cada pocos minutos.

A las 7:00 en punto, Cortazar interrumpió la fila para anunciar que la firma continuaría después de la charla. El público se dirigió entonces a sus asientos en el auditorio, donde, tras la presentación de Cortazar, Villoro —con la claridad crítica que lo caracteriza— abordó la transformación digital que vivimos y cómo esta ha alterado nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos.

“Desde hace unos 20 o 30 años estamos inmersos en la tecnología”, comenzó el autor, “y dependemos cada vez más de teléfonos, computadoras y otros aparatos. Lo que yo traté de hacer es un retrato social de las ventajas y desafíos de nuestro tiempo”.

Con tono reflexivo, confesó que le hubiera gustado leer un libro sobre cómo cambió la imprenta la vida de los seres humanos en el siglo XV. “Los libros se escribían a mano, eran de difícil acceso. Los copistas hacían pocas copias de obras clásicas, muchas de las cuales no sobrevivieron. La imprenta lo transformó todo: democratizó el conocimiento y modificó nuestras relaciones con la iglesia, la política, la familia”.

Ese libro que no encontró en los anaqueles del pasado, lo escribió él ahora, pero con el mundo digital como protagonista. No soy un robot es, en sus palabras, un intento de explicar esta nueva imprenta: “Una transformación vertiginosa que nos ha hecho depender de pantallas más que de los hechos reales”.

Villoro compartió una anécdota ilustrativa. Un periodista le aseguró que pasaba “no mucho” tiempo en su celular. Al revisar juntos la aplicación que mide el uso del dispositivo, descubrieron que llevaba más de siete horas en ese día. “Como cualquier adicto”, apuntó Villoro, “no era consciente de su tiempo de consumo”.

Reflexionó sobre los riesgos y las potencialidades de las herramientas tecnológicas: “Un software puede facilitar la vida cotidiana, pero también puede detonar un explosivo a distancia. Todo depende del uso que le demos”.

La charla abordó también las nuevas formas de comunicación entre generaciones. Mencionó que ha llegado a hablar por WhatsApp con su hija mientras están en la misma casa. “Los aparatos se han vuelto una extensión de nuestros cuerpos. Si le escondes el teléfono a un amigo, se pone nervioso”, dijo entre risas.

“Somos la primera generación que le tiene que decir a una máquina que no es una máquina”. Aludía al ya cotidiano recuadro digital que nos pide identificar semáforos o aviones para comprobar que no somos robots.

En su libro, Villoro navega temas como el control mediante reconocimiento facial, las selfies, las redes sociales, las mentiras virales y la desaparición de la realidad tangible. Recurre tanto a ejemplos contemporáneos —como Japón y Corea del Sur— como a la literatura visionaria de Ray Bradbury, o incluso al pensamiento ilustrado de Rousseau y Diderot, para preguntarse hacia dónde vamos como ciudadanos, como lectores, como seres humanos.

Después de la charla, hubo una breve ronda de preguntas del público. Villoro respondió con generosidad, sin perder el humor ni el rigor. Luego regresó la fila. Uno a uno, los asistentes volvieron a acercarse al autor. Villoro se tomó el tiempo de charlar con cada lector. Una niña se acercó para que le firmara el libro destinado a su padre. El autor le explicó la portada, la contraportada y algunos detalles del diseño. Hubo selfies, sonrisas y dedicatorias escritas a mano, como aquellas que sobrevivieron antes de la imprenta.

La noche terminó como empezó: con libros en las manos. Pero también con nuevas preguntas en la cabeza.

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