Laura Emilia Pacheco es escritora, traductora literaria y editora. Nació en la Ciudad de México en la década de los 60. Cursó la carrera de Letras Inglesas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Es autora del libro de crónicas y relatos El último mundo, Mondadori-Random House, 2009; Morelos, El Plan de Iguala, Biblioteca del Niño, Silvia Molina coordinadora, 2010; A mares llueve sobre el mar, SM Ediciones, 2014, y El último naufragio, antología de la obra de José Emilio Pacheco, Editorial Océano, 2018.
– ¿Cómo fue tener a José Emilio como papá? ¿Qué te enseñaba y cómo influyó en tu carrera en las letras?
Lo intenté casi todo antes de dedicarme a las letras. Soy una gran fanática de la astronomía, la biología, la arqueología, la botánica, del alpinismo. Me encanta la pintura. Creo que lo que más me habría gustado ser es artista plástico. Sin embargo, cuando uno crece en una casa llena de libros y, sobre todo, donde toda la actividad -por parte de padre y madre- está relacionada con las palabras y los libros, me resultó imposible escapar de la gravedad de esa órbita. Pienso que, a través de los libros, las letras, la literatura, la traducción literaria, puedo acercarme a todo lo que me apasiona. Puedo ser todo, ir a todas partes, vivir todo tipo de experiencias. Mi gran problema es que todo me interesa, todo me gusta.
– ¿Cómo seleccionas los proyectos de traducción en los que trabajas? ¿Qué es lo que te atrae de una obra?
Casi siempre los proyectos de traducción literaria me seleccionan a mí a través de los editores, claro. En ese sentido he sido muy afortunada en toparme con Virginia Woolf, Isak Dinesen, Alma Guillermoprieto, Raymond Carver, George Steiner, Frank Goldman y los autores y autoras a las que he traducido a lo largo de más de cuarenta años de labor ininterrumpida. Hice mi primera traducción (sin saber bien en qué me estaba metiendo) a los catorce años.
Lo que me fascina de los autores que traduzco es encontrar, entre línea y línea, un mundo interior que no siempre es aparente para un lector común; hallar el mapa del texto, conocer sus caminos secretos. Es como un viaje al centro del autor. La traducción literaria no es otra cosa que una inmersión completa en un mundo desconocido. Veo la traducción como un acto de polinización que lleva el texto, la idea, de idioma en idioma.
Muchas veces me cuesta trabajo desprenderme de los autores y los textos porque se vuelven una parte de mi vida, de mi día a día, y cuando por fin se van siento un gran vacío.
Laura Emilia considera que las redes sociales han hecho que alguien solitario e introvertido como ella, tenga contacto con otras personas, que haga “amistades de red social”, con el relativo bajo mantenimiento que ello implica. Para Pacheco la ciudad se ha vuelto muy complicada y salir con amigos se vuelve un lujo cada vez más inaccesible por el tiempo y la distancia. Piensa que, en este sentido, las redes sociales han sido positivas para ella. Pero su uso, sus beneficios o perjuicios, dependen del uso que cada uno les dé, explica.
Por otro lado, la manera de escribir, la “nueva ortografía” que se usa en redes sociales y en mensajes de celular me parece atroz. Por ejemplo, me duele que el acercamiento romántico entre dos personas comience con la frase “Hola güey”. No es lo mismo “güey” que “mi amor”. Quizá el perjuicio más grande de la “escritura de redes” es que le quita al idioma (a un idioma tan hermoso como el nuestro) toda su musicalidad y delicadeza, su enorme flexibilidad, y lo sumerge en un mundo de sonidos rígidos: “hola k ase”, “k onda”, “no sé ka”. Supongo que es una forma de evolución del lenguaje, pero la evolución (al igual que la Historia) no siempre transitan un camino hacia algo mejor. Me parece que la accesibilidad perpetua de las redes y sus mensajes ha tenido un impacto muy negativo en la prosa que se escribe hoy. No muchos autores cuidan la prosa con el pretexto de que reflejan la realidad. Bien escrito, el texto tiene más posibilidades.
– ¿Cuál crees que sea el futuro de la industria editorial en México y en el mundo?
No sé cuál sea el futuro de la industria editorial. Vivimos en un periodo de cambios muy veloces, tanto que cuesta trabajo adaptarse a todos ellos, sobre todo para quienes nacimos en el siglo pasado. ¡Suena terrible!: “siglo pasado”, pero así es. Muchas cosas que parecen amenazantes no lo son y, en cambio, otras que parecen nimias quizá sean muy dañinas. Sólo el tiempo y el espíritu humano lo dirán. No sé si el libro como objeto está condenado. Veo los espacios en que vive la gente ahora y no veo libros. Veo muchos aparatos, pero no veo libros. Es cierto que miles de ellos caben en un dispositivo, pero, al menos para mí, verlos físicamente constituye un alivio y una enorme compañía. No podría vivir en una casa sin libros. Tiene que ver con algo táctil. Me pregunto cómo se relacionan físicamente ahora los jóvenes que se “textean” todo el tiempo, pero que no se ven más que a través de pantallas, que no se tocan.
Fue directora general de Publicaciones en el Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes con cinco Direcciones a su cargo, de 2009-2011. Ha colaborado con las principales editoriales literarias de México y España (FCE, Anagrama, Siruela, Proceso, Clío, Alfaguara, Almadía, UNAM) traduciendo a autores como Virginia Woolf, David Brading, Peter Taylor, Raymond Carver, Isaac Dinesen, Alma Guillermoprieto, George Steiner y Frank Goldman, entre muchos otros.
– ¿Qué tanto puede un traductor reconstruir o mejorar la obra del autor? ¿Qué tan válido es?
La labor del traductor literario no consiste en verter mecánicamente las palabras de un idioma a otro. La traducción literaria debe reflejar las palabras, claro, pero sobre todo su sentido e intención. Hay casos en los que en su idioma original un autor puede darse muchos lujos que el traductor no se puede dar sin correr el riesgo de parecer un verdadero idiota. No se trata de “cambiar” el texto de un autor sino de buscar alternativas para que los lectores estén más cerca de su obra. Eso lleva mucho trabajo y mucho tiempo, y muchos traductores no están dispuestos a esa inversión, no porque no quieran hacerlo, sino por presiones de tiempo o, desgraciadamente, porque al ser la traducción una labor tan mal pagada, el traductor tiene que tener muchos trabajos a la vez. En ese sentido la traducción literaria como tal se convierte casi en un lujo que pocos están dispuestos a pagar. Traducir (verter de un idioma a otro) es fácil. Traducir bien un texto bien escrito no lo es.
– ¿Qué opinas de estas nuevas aplicaciones de inteligencia artificial como ChatGTP? ¿Crees que signifiquen un peligro para el trabajo legítimo, tanto de escritores como de editores?
Las implicaciones de la Inteligencia Artificial son infinitas. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? Que yo pueda tener una conversación más interesante o más íntima con un dispositivo que con una persona me parece aterrador. Cada vez la presencia humana se va borrando más. Ya no hay cajeros en los bancos, están desapareciendo los cajeros en los supermercados, todo puede hacerse a través de Internet, sin contacto de ningún tipo. Claro que la inteligencia artificial puede tener enormes beneficios en el campo científico, en la medicina, en la vida cotidiana, pero el día en que la presencia de una máquina pueda sustituir la presencia de una persona, el tacto de su piel, el aroma de su cuerpo, la inflexión de su voz… ese día habremos sido derrotados como especie.
Laura Emilia imagina que la inteligencia artificial nos dejará a muchos sin trabajo. Piensa que la IA podrá pintar mil cuadros como Leonardo, o escribir sonetos como Shakespeare o componer música como Bach, pero nunca podrá tener la “intención” con que esos autores hicieron sus obras. La intención, y todo lo que la subyace, constituyen el espíritu que hace única a cada obra.
Vislumbra, no con mucho optimismo, un mundo de consumo masivo de obras sin mácula, frígidas; alimentos de sabores estridentes, sonidos mecánicos, en donde la auténtica belleza, la sensación natural, la emoción se convertirá en un lujo extremo al que muy pocos podrán tener acceso. Creo que la IA ahondará más la brecha social, concluye.
Guionista de los episodios del programa literario PuntoDoc y de los episodios del programa interdisciplinario Entrevistas imposibles, ambos en TV-UNAM. Ganadora en 1994 del Certificate of Honour for Translation que otorga IBBY, International Board on Books for Young People. Fundadora, junto con Héctor de Mauléon, de la primera época del Suplemento Confabulario del periódico El Universal 2005-2007. Ha realizado múltiples proyectos editoriales con universidades como la UNAM, la UAM, y con diversas editoriales independientes.
– ¿Se escribe buena crítica literaria en México?
Hacer crítica en México es sumamente difícil. No tenemos una sólida tradición crítica. Apenas nos estamos formando en el mundo del debate. Pocos pueden aceptar una crítica constructiva. Se confunde la crítica a la obra con un ataque a la persona. Pocos pueden aceptar que todo es perfectible. Nadie quiere escuchar que no es lo que piensa ser. Y, sin embargo, es importante señalar lo que no está bien. En México hay admirables ejemplos de crítica literaria, pero no son muchos y los críticos pagan un precio muy alto por ejercer su profesión.
– ¿Podrías compartir con nosotros algún proyecto en el que hayas trabajado y del que estés particularmente orgullosa?
Todos los proyectos en los que he trabajado me enorgullecen porque han representado una lucha contra mí misma, contra mis inseguridades y mi permanente necesidad de compañía. Por eso me cuesta tanto trabajo deshacerme de los textos terminados. No me gusta decirles adiós. Una vez que están publicados, los textos se van a vivir su vida y yo sigo con la mía. Continúo mi interminable búsqueda. Un proyecto que me enorgullece especialmente y al que dediqué toda mi energía fue el de Salas de Lectura que tuve la enorme fortuna de apoyar, junto con un gran equipo, cuando fui directora de publicaciones en Conaculta. Cualquier espacio podía convertirse en una Sala de Lectura: desde un cuarto hasta un parque, un vagón de tren, una cárcel y hasta un cementerio. Llegamos a tener más de 3,600 de estos espacios a los que se proveía cada año con 100 títulos: los mejores títulos, de las mejores editoriales, en todos los rubros, con un acompañamiento permanente de promotores de lectura. Sobreviven algunos de esos espacios, pero no sé en qué condiciones.
– ¿Hay algún proyecto en el que estés trabajando actualmente del que puedas platicarnos?
A la hora de repartición de genes uno no elige cuáles hereda. Ojalá fueran sólo los más deseables, pero no es así. Mi papá decía ser tan supersticioso como un torero sevillano. Yo soy igual, de modo que no me gusta hablar de lo que estoy haciendo hasta que esté hecho. No vaya a ser…
Para Radio UNAM realizó en febrero de este año una serie de diez cápsulas sobre la trayectoria de José Emilio Pacheco, trabajo por el que está postulada a los Premios Gabo de periodismo en su edición 2023. Actualmente colabora en editorial MacMillan con diversos proyectos de traducción literaria y con Planeta en un proyecto editorial de biografías.