Ando como siguiendo con la vista
al que vaga por la estepa
vistiendo la piel del león,
y aunque éste tiene en su cuerpo carne de dios,
lleva maltratado su semblante,
como el de quien ha hecho un largo viaje
es su rostro,
lleva angustiado el corazón,
pues su querido amigo,
compañero de grandes proezas,
ha vuelto al barro.
Y él mismo algún día habrá de sucumbir,
no se volverá a levantar.
¿Por qué ha de morir?
Errante anda,
en busca del camino que lo lleve a aquél
que los dioses le permitieron la inmortalidad,
quiere preguntarle cómo lo consiguió,
cómo puede él también ser inmortal.
Ando al libro,
y caigo de pronto en la cuenta
que, de alguna manera,
ando en medio de la batalla
que el libro cuenta y canta.
De unos que han dejado sus cóncavas naves,
cientos,
reposando cerca de la playa
luego de haber surcado el vinoso mar.
Contra otros que intentan mantenerlos
lejos de su hermosa ciudad torreada.
Y acudo a la danza de los escudos y las espadas.
Al lanzamiento de las luengas lanzas.
De hombres bravos, ágiles y fuertes.
Y dioses que, ya ayudan a uno ya a otro bando.
Yelmos aquí y allá caen.
Es cual si viera y escuchara cómo de pronto
uno de los más valerosos héroes
habitante de la ciudad,
incita a parar un momento la batalla
mediante la propuesta de pelear
con el más valeroso de las naves todas.
Se echan suertes entre algunos cuantos,
y al que le toca se regocija mucho de tal destino.
Y comienza el combate.
Y el resto de los que están a su alrededor,
de una y otra facción, esperan.
De alguna forma escucho el rozar de las armaduras
con los movimientos,
el golpeteo de las lanzas,
las arengas que se hacen uno y otro,
y a hasta el golpe en los escudos
de enormes piedras que se arrojan.
Duro y asombroso es el combate entrambos,
que después de un largo tiempo,
y a pesar de hacerse daño, ni uno puede ganar.
Hasta que, un prudente anciano habla,
aconsejando que detengan por hoy la pelea,
pues la noche llega ya
y es mejor hacerle caso.
Se detienen,
pero seguirán más días en los que habrá
batallas, combates, arengas,
danzas de yelmos, escudos y espadas.
Ando con Jhon Keats cuando,
luego de levantarse a las cuatro,
salir envuelto en una bruma escocesa,
y descansar debajo de un árbol
después de andar diecisiete millas,
llega a este lugar, cuyo nombre es Endmoor.
Su morral no le ha molestado en lo más mínimo
y le presta un gran servicio,
así que es de esperar
que todo continúe a pedir de boca.
Aquí no existen ni el tiempo ni el espacio,
lo que comprueba claramente
al contemplar, al alba, el lago
y las montañas de Winander.
No puede describirlos,
sobrepasan todo lo que había imaginado:
hermosas aguas
costas e islas de verdes márgenes
y alrededor de ellas
montañas que tocan las nubes.
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Arman Tleyotl nació en Sayula, Jalisco. México. Estudió la educación básica allí mismo y la Universidad en Ciudad Guzmán. Ha participado en la Feria Municipal del Libro y la Cultura de Guadalajara y en el Festival del Libro y las Artes de Zapopan.