Bruno Bettelheim, cuando escribió Psicoanálisis de los cuentos de hadas, sostuvo que, cuando a un niño le gusta mucho la lectura de tal o cual cuento, generalmente es porque se identifica con el personaje, y porque este mismo libra situaciones inconscientes que el niño aún no ha superado. Asimismo, cuando pierde el interés por el cuento, es que ya ha superado estas etapas, y muchas veces lo hace de forma inconsciente.
Bien, así como lo sostiene Bettelheim, lo mismo sucede cuando adolescentes o adultos tienen cierta fijación con tal o cual anime, película, serie, etc. Particularmente, disfruto mucho del cine de comedia. Una de esas películas que aún disfruto en la actualidad —y la cual, dicho sea de paso, he observado más de una decena de ocasiones— se titula, en su traducción al español, Irene, yo y mi otro yo, una comedia sin igual protagonizada por Jim Carrey.
La mencionada película trata de una trama donde el protagonista termina por ser dos personas a la vez. Derivado del escarnio de que era objeto en su poblado, Charlie crea a un sujeto irreverente llamado Hank, y se complementa con la consabida historia de amor hollywoodense. Al estar Charlie en un supermercado y sugerirle una mujer dejarla pagar un artículo, y al corresponderle pasar un carro repleto, el personaje comienza a rememorar todos los momentos en que muchas personas se han aprovechado de su buena fe. Es por ello que toma un radical cambio de actitud con un personaje antitético a su actuar.
En el filme le llaman “trastorno narcisista con ira involuntaria”; sin embargo, resulta fiable resaltar cómo, en una sociedad como la nuestra, estas personalidades siguen teniendo una vigencia extraordinaria, dado que es muy común que la gran mayoría de las personas actúe solo por conveniencia. Quienes juegan el rol de Charlie naturalizan estas acciones y siguen haciendo el bien porque, de esta manera, han sido educados. Pero el material que reprimen en su interior termina por desembocar en episodios de ansiedad o depresión, y difícilmente sabrán de dónde se genera el núcleo traumático que da origen a estas acciones.
Aquí cabe mencionar que Freud hizo una teoría relativa al chiste y su relación con el inconsciente. Esta teoría no es tan conocida, dado que su realización ocurrió a la par de su teoría sexual de 1905, que vendría a resultar uno de los trabajos más importantes del inicio del siglo. Por lo cual, su trabajo sobre el chiste quedó relegado, pero guarda una teoría que sigue con una vigencia extraordinaria. En este trabajo, en el cual observa diversas manifestaciones del inconsciente mediante la aplicación del humorismo, me puse a tratar de dilucidar qué relación encontraba entre el contenido de este filme y el pasar de los días de prácticamente toda nuestra sociedad en lo individual.
Primeramente, en la generalidad del ser humano, siempre encontrará su real reprimido observando las conductas de terceros. Por eso, inicialmente, la identificación con los personajes del film Charlie y Hank. Charlie escenifica el yo operado con la censura del preconsciente, actuando con las formalidades que le dicta la sociedad, una actuación sin salir para nada de estos límites; un superyó que goza de autoridad absoluta, lo que lo hace ser objeto de burlas y la comidilla de los habitantes del pueblo. Hank es el yo operado sin la censura del preconsciente y la manifestación del ello: alguien que obedece a sus instintos más primitivos y que actúa a placer, sin todas aquellas reglas impuestas desde antes de su nacimiento a este mundo.
Utilizando el humor como medio de manifestación del inconsciente, en ocasiones la identificación puede estar con Charlie, así como en ocasiones podemos encontrar la identificación con lo que debía ser el salvaje Hank. Sin embargo, de forma constante, esta película —en mi opinión— manifiesta los estados operados por el aparato psíquico.
Este mismo film serviría también para ejemplificar la teoría lacaniana del gran Otro, vista desde los vértices sustentados por Lacan: lo real, lo imaginario y lo simbólico, motorizado por el síntoma. La pregunta que cabe hacernos es: ¿cuál de las dos posiciones resulta más viable para el ser humano? ¿O es, quizá, buscar un sano equilibrio entre la educación y sus dictados sociales, y los instintos más primitivos que nos permitan actuar de tal o cual manera? ¿O simplemente tener el gran valor del gran Bartleby, de ciertas acciones decidir, sin más ni más, “preferir no hacerlo”?
En palabras legadas por el gran dramaturgo inglés William Shakespeare: What’s it’s the question?