Guillermo Munro Palacio nació en 1943. Viajero incansable, ha publicado varias novelas. Las voces vienen del mar, obtuvo el primer lugar en el concurso de mejor novela en 1992, publicada por el ISC (Instituto Sonorense de Cultura) en 1994. Los sufrimientos de Puerto Esperanza, obtuvo una mención honorífica y fue publicada por CONACULTA/ISC en 1995. Camino del diablo (ISC) se publicó en 1997. No me da miedo morir (2003), fue adquirida por Silver Lion Films en Los Ángeles, en octubre de 2005, para ser adaptada como guion cinematográfico. En 2007 se publicó su novela Regreso a Puerto Esperanza (De Cierto Mar Editores).
Guillermo escribió el guion de la película Sonora, estrenada en 2018 y dirigida por Alejandro Springall. La obra ganó 8 Arieles este año.
Lo conocí hace tiempo en San Luis Río Colorado, Sonora, mi tierra natal y ciudad muy querida por Guillermo. Asistíamos a las Jornadas Binacionales de Literatura “Abigael Bohórquez”, asiduamente. Ahí nos saludábamos, charlábamos, y yo siempre encontraba a un hombre cálido y tranquilo, solidario y empático con sus amigos.
Después de algunos problemas técnicos, comenzamos la entrevista:
¿Tú naciste en Puerto Peñasco?
Realmente en Bahía Kino, me registraron en Hermosillo y llegué a Puerto Peñasco de 6 años. Mis padres son de Guaymas.
¿Cómo fue tu infancia?
Me acuerdo de cosas de Bahía Kino, de la playa, en las tardes cuando llegaban los pescadores y la gente acudía a recibirlos, se acostumbraba que la esposa y los hijos recibían las pangas, les llevaban café, limonada, lo que se pudiera. Recuerdo también que había casas en los médanos, ya los médanos se acabaron; los cercos eran de redes, chinchorros, de esos detallitos me acuerdo de Bahía Kino. De Hermosillo me acuerdo de una feria que llegó cerca de la casa, de la música, y de Puerto Peñasco, pues realmente ahí fue cuando empecé a interesarme en la lectura, en los cuentos, nosotros les decíamos chistes, otra gente les dice comics, otra gente les dice…
Funnies.
Funnies, ajá. Pero nosotros les decíamos chistes. Todos los leí. Viví en Puerto Peñasco, un lugar donde lo único que había eran comics, no había libros, ni librerías ni bibliotecas. Mi papá compraba Esto, Siempre!, Selecciones; mi mamá, Confidencias de Mujer, y otras revistas. Mi mamá luego compraba cuentos, pero con fotos…
Fotonovelas.
Fotonovelas, mi mamá las compraba mucho. Pero mi infancia fue al aire libre, naturaleza, el muelle, el mar, la playa, los juegos, los que se acostumbraban antes, puros juegos muy inocentes. Pero yo era vago en cuestión de cine, siempre iba, aunque tenía ocho años, solo o con amigos, a las matinés. Teníamos el cine Goya. Se acostumbraban películas en episodios, como la series de ahora, de vaqueros, Flash Gordon y todos esos.
¿Y así empezaste a interesarte en el guion cinematográfico? Has escrito varios, ¿no?
Yo estudié cine en el Pasadena City College y luego apareció un colegio experimental que fue donde aprendí más, se llamaba Sherwood Oaks Experimental Film College, en Hollywood, California. Ahí iban actores de verdad, productores, directores y daban pláticas. Yo estaba en un grupo de latinos que se llamaba Nosotros, y estábamos interesados en que hubiera más papeles para latinos. En aquel entonces no había nada, había nada más como 3 ó 4 actores latinos, Anthony Quinn, Ricardo Montalván.
¿Has actuado también?
Hice teatro, televisión, la hice de extra, allá, en Los Ángeles, y regresando a Peñasco me dio por la dirección y actuación. Ahí monté como 10 obras, muy bien escritas, por cierto: La casa de Bernarda Alba de García Lorca, Los albañiles, esa la monté 2 veces, en el 78 y el 84, de Vicente Leñero. Te juro Juana que tengo ganas, no recuerdo al autor, era de Veracruz…
Era pícara, me imagino.
Sí, pícara, pero no tenía nada malo, nomás pícara. Yo las actualizaba. Por ejemplo, una de Oscar Wilde que se llama La importancia de llamarse Ernesto. Esa la puse en Cuernavaca, y las otras también las cambiaba para moverlas a otras partes. También hice Drácula, yo la hice de Drácula, la dirigí, la adapté y traduje el guion.
Su ensayo Viento Negro, saga del inicio del ferrocarril, fue publicada en inglés en Dry Borders, Great Natural Reserves of the Sonoran Desert, editado por Richard Stephen Felger y Bill Broyles; una edición de The University of Utha Press (2007). En 2020 obtuvo un Ariel a mejor guion adaptado basado en su novela La ruta de los caídos que fue llevada al cine en la película Sonora.
¿Y por qué te regresaste de Los Ángeles si allá había muchas más cosas de cine que en Puerto Peñasco, o en Sonora?
Resulta, Fidelia, que yo estaba en lo del cine, tenía un guion, y llegó mi hermano Ernesto que siempre me ha apoyado y me apoya todavía. Le leí el guion y me dijo: “Está buenísima, la podemos hacer en Sonora, allá hay mucho ganado, muchos caballos; vamos a México y nos traemos a un productor o a un director y aquí la hacemos, en Sonora.” Y resulta que cuando llegamos allá (Puerto Peñasco), me dijo: “Para podernos ir tenemos que tener un negocio aquí. Tú pones un estudio fotográfico, porque te gusta mucho y yo pongo uno de artículos deportivos, porque a mí me encanta el beisbol”. Él fue profesional del beisbol, jugó en Monterrey, Caborca. Entonces puso una tienda de artículos deportivos que se llamó Super Hit, como la revista, y yo puse uno de fotografía, en sociedad con él, porque él era el que se aventaba con los créditos y los préstamos y…
Foto 2000 se llamaba, ¿no?
Foto Estudio 2000. Resulta que yo ahí aprendí, Fidelia, porque yo no había estudiado nada. Bueno, estudié un poco de paisaje en Pasadena, fotografía, cinematografía y publicidad para radio y televisión; en ese otro lugar que te digo, en el Sherwood Oaks estudié puro cine. Yo tuve suerte porque no todo mundo puede conseguir a un agente que te represente, y yo conseguí a una señora de una agencia que se llamaba Gerriton International, y de ahí ella me mandaba a las entrevistas.
A los castings…
A los castings esos tremendos, ¿no? Así fue mi intervención en el teatro y en el cine de Los Ángeles. ¿Qué pasó después? Se nos olvidó el guion y yo me metí a hacer teatro…
Y se quedaron en los negocios.
Sí. Y resulta que yo tenía en inglés el guion al que siempre le tuve fe. Y un día, la muchacha que me ayudaba, llegó y me dijo: “¿Sabes que ya hicieron esta película?”, “a poco”, le dije; “sí, anoche estaba viendo que Edward James Olmos hizo la película”. Creo que era el productor y actor y no sé qué más…Y pues sí, uno de los productores era a quien yo le había dado el escrito…
¿Y te pagaron?
Nada, porque ya se había vencido…
Mira, que listos…
Eran 3 años nada más. Pues sí, que listos, pero pues se hizo, y se hizo con latinos, que era mi línea.
¿Y qué película era?
En el cine se llamó La Balada de Gregorio Cortez, algo así, The Ballad of Gregorio Cortez, el libro se llama Con la pistola en sus manos, que en inglés es With his pistol in his hand, pero yo le puse Run, hombre, run, porque era de andar correteando a una persona, a caballo y todo eso. La historia estaba muy bien. El caso es ese y… se está cortando o…
No, yo te escucho bien. ¿En dónde estás en este momento?
En San Diego, pero ya el 15 de este mes nos vamos. También he ido a Los Ángeles porque tengo otra hija allá y vamos a verla, y aquí tengo dos hijas, en Chula Vista y otra en Bonita, California, de modo que aquí es donde estoy. Como tengo mi residencia, soy residente y tengo mi casa aquí.
Tan padre que está San Diego. Acabo de ver la película Sonora y te quería preguntar: ¿Cómo fue el proceso de escritura de La Ruta de los Caídos?
Con eso iba a continuar. En una de las venidas de vacaciones, había una librería en Sonoyta, algo increíble, chiquita, como dicen los gabachos: “Un hoyito en la pared”. Vendían revistas y vendían libros y ahí me encontré un libro que se llama Por las rutas del desierto…
De Don Valdemar Barrios Matrecitos.
Sí, Barrios Matrecitos. Y don Valdemar Barrios Matresitos, creo que vivió en San Luis Río Colorado y ahí murió; no sé si era de Santa Ana, pero él empezó como inspector de licores, en aquellos tiempos de la prohibición en Sonora. El caso es que él viajó en esos carros, y se impresionó mucho y empezó a hacer cuentos. A mí me gustó la idea de los viajes, entonces dije: “Voy a hacer una sinopsis y se la voy a dejar a los compañeros de teatro de allá de Los Ángeles. Hice una sinopsis de tres páginas y a los que se las di, se les hizo muy difícil, muy dramática, porque la que yo escribí mencionada a Matrecitos, y cómo a veces se tomaban los orines y se les hizo muy fuerte y no le dieron por el lado. Y ya después, cuando ya estaba en Puerto Peñasco, me prohibieron el uso de locales y amenazaron al grupo que teníamos de cultura, de que no nos iban a prestar los auditorios, las casas de cultura, porque mi hermano fue candidato por el PAN en 1982…
Por cuestiones políticas…
Sí, cuestiones políticas. Entonces yo dejé de dirigir obras de teatro, pero sí participaba, mientras mi nombre no participara, podía usar los lugares, mientras Munro no apareciera, ni de director ni de nada. Después de escribir Las voces vienen del mar, comencé con un libro de cuentos que se llamó El camino del diablo y 11 cuentos de descanso, pero se me ocurrió que los cuentos fueran una novela que se llamó Los sufrimientos de Puerto Esperanza. Se publicaron y tuvieron mucho éxito, y al mismo tiempo hice el guion de El camino del diablo y lo registré en inglés, en Estados Unidos. También lo registré en México. Cada año venía y recorría los estudios y dejaba copias. En fin, nunca dejé de entregar copias. Pues una vez, Fredy Cabral, que era de Turismo en Sonora, me habla y me dice: “Viene un productor y un director que quieren hacer una película que se llama La delgada línea amarilla y andan buscando locaciones de carreteras que no sean muy modernas, y pueblos”. Era Celso García, el director, era su primera película. “¿Por qué no nos acompañas y nos vamos por todo el camino hasta Peñasco, Puerto Libertad?”, me dijo Fredy. Pues iban encantados con los cactus, los sahuaros. Alejandro Springall me dijo: “Fíjate que me gustaría mucho filmar todo esto, estos cerros, dunas, esta lava”. “Pues mira” (yo acababa de publicar La ruta de los caídos), “traigo esto”, le dije, y se las repartí. Y al otro día por la mañana desayunamos juntos porque íbamos a continuar al Golfo y me dijo: “Leí la novela de un tirón y me encantó, quiero producir y dirigir esta película, nos ponemos en contacto cuando me vaya a México”. Después vinieron a hablar con el gobernador, con Turismo, hablaron con comerciantes, con gente que pudiera participar.
Aportar monetariamente, ¿no?
Sí, porque FIDECINE pone cierta cantidad y hay que conseguir, diez millones aquí, diez allá. Coppel funcionó, otros no funcionaron, y en Mexicali, Bertha Navarro tuvo una reunión con los mercados Ley y ellos también participaron. Y así se consiguieron los apoyos. Nos dieron cuatro años para juntar el fondo. Costó casi tres millones de dólares, y no se acostumbra en México películas tan caras. Imagínate el gusto que me dio ver llegar camiones y camiones, troques a Peñasco.
¿Tú estuviste durante la grabación?
No todos los días porque tú sabes que tengo un aparato en el corazón…
Sí, sí, sí…
No puedo estar mucho tiempo en el sol. El caso es que me tocó estar en La Joyita, ya llegando a San Luis Río Colorado y me tocó estar en las dunas. Anduve con ellos enseñándoles los lugares para que escogieran. El caso es que sí anduve con ellos.
El pueblo donde se grabó, al principio de la película, antes de que salgan en los carros hacia el desierto, ¿dónde es?
Empezaron a grabar en Hermosillo en el centro histórico.
Con razón se me hicieron conocidas unas partes.
Les echaron tierra a todas esas calles, tengo fotos, si gustas fotos, te mando.
Sí, voy a querer fotos.
El restaurante que ves ahí, es el bar que tú y yo conocemos muy bien, La Barra Hidalgo. Casi todo se hizo ahí cerquita. Otras cosas se filmaron en Horcasitas, lo de la cantina, lo de… porque en Sonoyta no había lugares accesibles, ya hay casas muy modernas, hay Oxxos.
La Barra Hidalgo, sí, lo conozco bien.
Yo he estado ahí, tú también. No es como el Pluma Blanca, pero…
No, no, ya lo hicieron elegante.
Hay un lugarcito a donde yo iba en tiempo de calor, a la vueltecita de la Barra Hidalgo.
¿El Club Obregón no sería?
Yo creo que sí…
O el Gandarita.
El Gandarita sí es como un bar, ¿verdad?
Sí, y está cerrado, el Club Obregón está como al aire libre.
Ese, ese es, el Club Obregón, ese está cerquitita de ahí. Yo conozco los dos porque cuando recién llegué a Hermosillo me llevaron ahí, después yo iba solito a la Barra Hidalgo porque estaba agradable…
Sí, está muy padre la zona, está el cerro, el Instituto de Cultura, está todo cerca.
Ahí era donde yo iba, al Instituto de Cultura. Ahora creo que está El Mentidero de Sergio Galindo, yo no lo conozco, pero creo que ahí está, que es como teatro al aire libre.
Tampoco lo conozco.
Bueno, esa parte ahí se filmó. Creo que lo de los chinos cuando los bañan ahí se filmó. Y lo del tren fue en Guaymas, se supone que es Estados Unidos, que es en Nogales, Arizona. Ellos madrugaban, a las 3, 4 de la mañana salían, porque está lejos, tenían que ir a hacer campo, llevar los trailers.
Ni modo de dormir ahí en el desierto, ¿verdad?
No, pero ellos querían, quedaron fascinados, Joaquín Cosío y Dolores Heredia; ella quería acampar, dormir ahí, sí les gustó mucho, y un día van a volver.
Bueno, ya para no quitarte más el tiempo. ¿Cuáles son tus proyectos a futuro?
Estoy, a petición de mis hijos, escribiendo mi biografía, y estoy escribiendo una novela de 1850, una novela de Sonora, de eso tengo apenas 60, 70 páginas. Y estoy queriendo empezar el guion de la novela Hombres valientes y Regreso a Puerto Esperanza, porque están muy cinematográficas las dos.
Como que eso lo traes ya, todas tus novelas son muy cinematográficas.
Sí, así empecé, soy cinéfilo desde los 8 años. Es parte de mi educación. ¿Si sabes que terminé uno de crónicas?, Navegaré en tu memoria, que es de los tiempos de la erupción del volcán del Pinacate, hasta 1940 en Puerto Peñasco, de los fundadores. Van a ser tres tomos. Seguro hago el segundo, porque el tercero… pues, con tantos problemas que tengo de aparatos y cosas, nunca sabes cuándo se va a descomponer algo. Traigo una computadora siempre amarrada en el cinturón, y dependo de unas baterías que traigo las 24 horas del día, o sea que la bomba que tengo de metal funciona con todo eso, entonces nunca sabes cuándo va a fallar.
Tienes que estar al pendiente, ¿no?, llevar siempre una… una… ¿cómo se llama?
Lo que pasa, Fidelia… sí tengo pilas extras, pero nadie puede programar la computadora, solamente en el lugar donde me la pusieron, que es el hospital Sharp de aquí de San Diego, pero nunca sabes dónde me va agarrar, en el desierto, en la carretera… De todas maneras, no me dejo intimidar, yo sigo. Y leo mucho, escribo muchas crónicas. Bueno, eso es lo que estoy haciendo.
Tienes más proyectos que yo, fíjate, yo estoy atorada en todo…
(Risas)… esa es la vida de los escritores. Mira, yo siempre trabajé, tengo cinco hijos y los cinco tienen carrera, hasta los 72 años que me pegaron 4, 5 infartos, trabajé, ya no, pero es curioso porque te das tiempo para eso.
¿En que estabas trabajando?
Estaba en el Auditorio Cívico del Estado en Hermosillo. En el 2015 fue cuando me operaron del corazón, y ahí en Hermosillo me dijeron que no había nada que hacer. Incluso aquí (San Diego) le pregunté al doctor: “¿Cuánto tengo de vida?”, “tres o cinco meses”, dijo. “¿No hay nada que se pueda hacer?” “Pues hay un experimento que no está todavía aprobado por la FDA de Estados Unidos”, y le dije: “pues yo le entro”.
El corazón de Guillermo funciona con una bomba de metal computarizada, que se les coloca a algunos pacientes para fortalecer el corazón y poder realizarles un trasplante. ¿Es como un corazón biónico?, le pregunté, “el mío es eso, uno biónico, así quedó, aquí lo traigo”.
Pues que siga latiendo mucho tu corazón.
Oye, pero ya no es latido, ¿eh?, es zumbido, zumba.
(Risas)… Pues que siga zumbando. Que te siga zumbando el corazón muy duro.
Sí, de eso se trata. Algo te iba a preguntar, pero… Bueno, te dejo porque tienes mucho trabajo y yo tengo que desayunar. ¡Oye!, ¿cómo está Kiro?
Muy bien, ahí anda, ahorita lo voy a meter a bañar, ya le toca.
Y me despido pensando en los zumbidos en el pecho de Guillermo. Largos, perfectos y fructuosos zumbidos, querido amigo.