Todavía inmerso en la vibración que se adueña de uno cuando ha estado bajo el influjo de la música en vivo, comienzo a escribir. No con el conocimiento de un musicólogo (cosa que no poseo), sino con el entusiasmo del fanático de rock que siempre he sido. Claro, como cualquier apasionado, cuento con listas de fidelidades y antipatías personales; por fortuna, la primera es infinitamente más larga que la segunda. Pero existe una tercera, cuyo registro es tan reducido que los dedos de una mano me bastan para contabilizar a los incluidos. En ella se encuentran los músicos que de acuerdo a mi muy particular punto de vista y gusto se acercan a la “santidad”. Por supuesto, ahí Frank Zappa ocupa un lugar preeminente. No existe rockero (que se precie de serlo) que no haya escuchado al menos su nombre. En mi caso, recuerdo a alguno de mis amigos de adolescencia el haberlo mencionado en uno de nuestros cotorreos. Pero no será sino hasta años después, cuando se me presente la oportunidad de apreciar su obra. Desde entonces, he hecho acopio de cuanto material ha estado a mi alcance, me he enfrascado en interminables debates acerca de sus composiciones, he escuchado su música cada vez que un estímulo creativo se hace necesario y (por qué no decirlo) le he profesado una admiración que no pocos considerarán exagerada. Todo comenzó (lo sé porque aún conservo la cinta) con una grabación que incluía material de Hot Rats (1969), Waka/Jawaka (1972), The Grand Wazoo (1972), Over-Nite Sensation (1973) y apostrophe (’) (1974). La selección provenía de la extensa fonoteca de mi buen amigo René Mascareñas Hass (q.e.p.d.), zappáfilo empedernido y principal responsable de mi afición por el renombrado iconoclasta.
Siempre atento a las efemérides, me percato de que este año se cumple ¡medio siglo! del lanzamiento de apostrophe (’): (“No me preguntes cómo pasa el tiempo”, ¿no es así JEP?). Además y conforme a su muy conocida adicción a chambear (workaholic), también en 1974, Frank Zappa produce un álbum en vivo, Roxy & Elsewhere. Aquí cabe añadir que su discografía comprende alrededor de sesenta obras de extensión variable realizadas en vida; cifra sin duda extraordinaria si se considera que muere a los cincuenta y dos años. Algunos entendidos comparan su magnitud en el mundo del rock, con lo hecho en el jazz por Duke Ellington. El trabajo que ha sido publicado póstumamente es asimismo considerable.
Tal vez presa del espíritu celebratorio que a todos nos asalta de cuando en cuando, su hijo Dweezil puso en marcha, para fortuna de la buena música, un tour que conmemora apostrophe (’) y Roxy, al cual denomina Rox(Postroph)y Tour 2024. Fue durante la primera semana de agosto cuando leí en alguna parte que el susodicho tour andaría por estos rumbos: Santa Fe (Nuevo México). Más tarde, también me enteraría de que la gira había dado inicio en Phoenix (Arizona) y que la última presentación tendría lugar en el Lensic de Santa Fe: ¡un tour “intensivo” de treinta conciertos en tan solo seis semanas! Y para sumarle interés al asunto, se hallaba el dato en torno a la vuelta de Dweezil a las giras después de cuatro años de ausencia.
Hablemos pues un poco de Dweezil, el segundo de los Zappas, nacido en 1969 (la primera es Moon Unit). Suena raro, pero podría afirmarse que pertenece a la aristocracia del rock. No obstante, contrariamente a lo que pudiera suponerse, Dweezil no es de ninguna manera un “hijo de papi”. Sus logros personales son numerosos: cuenta con unos diez álbumes, ha alternado con los mejores músicos de su generación, ha incursionado en el cine y la televisión, su trabajo como productor e ingeniero de sonido es destacada y ha emprendido una incansable labor de difusión relacionada a la música de su padre.
A muy temprana edad, Dweezil deja ver su inquietud por la guitarra, y Frank le encomienda a uno de sus compañeros de grupo (el virtuoso Steve Vai) que le dé algunos consejos y un par de lecciones. Vai se convierte así en uno de sus maestros. Otro mentor ilustre (y quizá más determinante) sería Eddie Van Helen. Según lo expresa el mismo Dweezil, ver la ejecución de Eddie, siendo el gran guitarrista que era, parecía simple en comparación a la complejidad que representaba observar a Frank. Años más tarde, Dweezil también se convertiría en un virtuoso del instrumento y así se hallaría en condiciones de interpretar a Frank Zappa. En este punto podríamos hablar de genética. Para su fortuna, Dweezil no heredó de su progenitor esa nariz escabrosa, cínica, emblemática. ¿Y el talento? En cuanto al genio o el talento no se puede demostrar nada (todavía) recurriendo al ADN, aunque en el terreno de la experiencia más inmediata resulta posible encontrar cierta disposición: el diario contacto con el quehacer de un músico de ese calibre seguro que influye, además de que Dweezil, según confiesa, le dedica a la guitarra de cinco a siete horas diarias. (¡Ah, la mirífica disciplina!)
Sólo tomándose las cosas de una forma tan seria, Dweezil podría llevar a cabo la diseminación de la obra de Frank entre las nuevas generaciones, y ser capaz de convocar para ello, a algunos exintegrantes de los diferentes grupos. Como en el caso particular Zappa Plays Zappa (2008), donde intervienen el baterista Terry Bozzio, el saxofonista y cantante Napoleon Murphy Brock, y Steve Vai. Dweezil, además de dirigir el ensamble ytocar la guitarra, se encargó del mix y la edición. En una entrevista incluida en el DVD de esta obra, Dweezil proponía la música de Frank, como antídoto a la mediocridad en la que había caído el rock de aquellos años (no exagero si añado que aquella mediocridad se ha convertido actualmente en producto chatarra).
Pero después de tan dilatado preámbulo, vayamos al concierto. Como ya lo indiqué antes, el tour fue ideado para conmemorar el cincuentenario de apostrophe (’) y Roxy & Elsewhere. * Y para tal efecto, Dweezil contó con la colaboración de Zach Tabori en la guitarra y percusiones, Bobby Victor en los teclados, Kurt Morgan en el bajo, Ryan Brown en la batería y Scheila González en el saxo y teclados.
Todo está dispuesto para dar inicio: las luces, los instrumentos, el local colmado a tope, el silencio expectante que antecede a la entrada de los integrantes. Sin embargo, cuento con el tiempo suficiente para que mi vista recorra lentamente el escenario; me detengo en las tres guitarras que se alinean en la parte central cercana al proscenio y que, supongo, son las que usará Dweezil: dos Gibson y, no podía faltar, la Stratocaster. Mientras pienso en lo difícil que habría podido resultar la elección entre su extensa colección de guitarras…entran todos: aplausos, gritos, silbidos, gruñidos, presentaciones, etc. Me parece innecesario agregar aquí una lista exhaustiva de lo comprendido en el repertorio, me reservo el espacio para otras cuestiones.
Dweezil toma una de las Gibson y da inicio la música. Tanto en la realización como en su dominio del escenario, se nota que ha llegado a la madurez: la sencillez y la espontaneidad de otro tiempo, se han convertido en aplomo y maestría. Para darle indicaciones al ensamble no requiere de aspavientos, un gesto a menudo imperceptible es suficiente. El concierto avanza y cuando se dispone a interpretar “St. Alfonzo’s Pancake Breakfast”, cambia de guitarra. Ahora pulsará la Gibson SG Special y muy brevemente relata la historia de ese instrumento que perteneciera a Frank: En 1976, durante un vuelo en la aerolínea TWA, esa misma guitarra sufrió un daño considerable en el cuerpo sólido. Frank la reparó y modificó varias veces añadiéndole extensiones y dispositivos: se trata de una guitarra única que usó durante años y por la cual sentía especial afecto. Dweezil comentó que era como si una voz (la de Frank) llegara de otro tiempo.
(Paréntesis diacrónico obligado. De hecho es difícil determinar a estas alturas de la narración, si se trata de analepsis o prolepsis, si estamos ante un desplazamiento al pasado o de un salto al futuro. Aunque la perspectiva temporal plantea algunas interrogantes, teorizar no revelaría gran cosa. El asunto es que unos días después del concierto, decidí darme la vuelta por una librería. Inspeccionando las estanterías de arriba abajo, me puse en cuclillas para escudriñar en uno de los entrepaños a ras del suelo. Mientras me encontraba ensimismado revisando título y contenido de los libros, llegó a pararse junto a mí un tipo al que le apestaban inmisericordemente las patas. Mi reacción fue instantánea: me incorporé como si de pronto me hubiera sentado sobre una lámina ardiendo. Tras unos segundos tratando de controlar los espasmos que anteceden al vómito, pasó el shock olfativo. Ya recuperado el aliento, me llegó un chispazo a la memoria: ¡Stink-Foot! Me resisto a creer en los rollos new age, pero he estado considerando la posibilidad de que Frank Zappa me haya gastado una broma nauseabunda a través del tiempo y el espacio, o que simplemente me hubiera estado tratando de recordar, que la rola que lleva ese nombre y se incluye en apostrophe (’), no se había tocado en el concierto.)
Dweezil ha puntualizado que evita las obras predominantemente satíricas, ya que esas interpretaciones le pertenecen a Frank, cuya voz y actitud les imprime un sello muy personal. (He aquí la razón de que omitiera una de mis preferidas: “Stink-Foot”.) Afortunadamente, esta pauta no impidió que se manifestara el ánimo retozón que era la impronta de sus actuaciones. Aunque reducir el sentido de las representaciones en el escenario a meros chistes, sería soslayar la sátira empleada como estrategia en su tenaz cuestionamiento a la sociedad norteamericana, la política rastrera, la religiosidad hipócrita, la doble moral, las buenas conciencias carcomidas, los “revolucionarios” nylon, los pelafustanes al servicio del establishment, la música chafa, el hippismo de fin de semana, el statu quo. En efecto, escuchar a Frank Zappa nos lleva una vez más a reflexionar acerca de la convencionalidad de gran parte del rock, a buscar ese espíritu combativo y subterráneo que alguna vez tuvo, a preguntarnos cuándo dejó de ser propuesta crítica para convertirse en espectáculo de saltimbanquis. Consciente de la importancia del sarcasmo en la trayectoria de su padre, Dweezil ha expresado que su interés radica más en la exploración de las posibilidades que ofrecen las composiciones de Frank, especialmente aquellas que le permiten encontrar variantes interpretativas y se prestan a la improvisación.
Con todo, subsisten algunos rasgos que fueron clave en la música de Frank. Habría que destacar, por ejemplo, la subversión de la forma convencional de la canción: introducción y conclusión tienden a confundirse y/o repetirse; los “coros” (estribillo), que suelen caracterizarse como el punto cardinal, a Frank le sirven para pitorrearse de lo que usted guste; y el puente o interludio, que por lo general es una variante del tema principal y antecede al clímax, parecería más una válvula de escape indefinida y ocasión para la inventiva. Este juego recurrente, crea una atmósfera “anticlimática” y paródica que prevalece en la composición y posibilita incorporar otros recursos expresivos. Como el collage, que amalgama estilos, fragmentos de rolas (propias y ajenas) y efectos de sonido; su empleo conlleva asimismo, el surgimiento inevitable del pastiche como una alternativa de acceso a la sátira. Durante el concierto, la parodia-pastiche más evidente tuvo como objetivo “Two Tickets to Paradise” de Eddie Money: de entre la plétora auditiva iban manifestándose cortes de la melodía, en una reagrupación a la vez cómica y crítica, que a todas luces desdeña a la cursilería como fórmula del éxito comercial.
Pero sin duda, más allá de la polifonía y la sofisticación de sus efectos, sobresale la sobriedad expresada mediante los solos de guitarra, en los cuales la destreza de Dweezil, con agilidad, recorre fusiones que son ya distintivas: del rock al jazz y al blues (a la inversa), y todas las combinatorias posibles. Esta travesía experimental, que nos conduce con sus fluctuaciones por territorios aún abiertos a la exploración, que le plantea ecuaciones los sentidos, que no gravita en el equilibrio sino en la multiplicidad y el deseo de ingresar en el rizoma, nos muestra que Frank sigue más vivo que nunca, que el rock en manos expertas sigue vivo, que el mejor heavy metal sigue vivo.
Este derroche (no encuentro otra palabra) interpretativo de Dweezil y su ensamble, duraría alrededor de tres horas y media. Y no puedo sino elogiar reiteradamente, ese brindarse tan generosamente y sin reservas, sin escatimar esfuerzos: eso, merece un prolongado aplauso de pie.
P.D. Es una suerte leer (entre otros) a Joe Travers y Simon Prentis, expertos en la obra de Frank Zappa. Se recomienda también la autobiografía The Real Frank Zappa Book (1989) y Zappa: A Biography (2004) de Barry Miles. Aprovecho la ocasión para mencionar algunas de mis obras PREFERIDAS: Sheik Yerbouti (1979), Orchestral Favorites (1979), Shut Up ’n Play Yer Guitar (1981), The Perfect Stranger (1984), Jazz from Hell (1986), The Yellow Shark (1993).
*Roxy & Elsewhere es un álbum que contiene material en vivo con The Mothers y la mayor parte de los temas incluidos aparecían por primera vez en forma de disco; apostrophe (’) es un caso aparte en la discografía de Frank: el número dieciocho de su carrera y el sexto sin The Mothers. Pero lo realmente importante radica en el contenido, que no por ser experimental está librado al azar. Frank dejó muy clara su forma de hacer música, en la cual había un control consciente, estructural y temático, de los elementos que fluyen en cada obra; y, más allá de ser su LP más comercial y primer disco de oro, los expertos coinciden en señalarlo como la consolidación de su estilo, parte fundamental en su discografía y, lo que más tarde sería, el fin de la prolongada asociación con The Mothers. En su realización concurren cerca de cincuenta profesionales, entre músicos, ingenieros, fotógrafos y diseñadores. Por último, si aún quedan por ahí derrideanos proclives a los análisis que parten de la différence, pueden estar seguros de encontrar un suculento platillo en apostrophe (’) que, a diferencia de su significado en español, en inglés constituye una marca textual que indica posesión, vacío, exclusión. Tampoco habrá que olvidar que “The crux of the biscuit / Is the Apostrophe’; ahí se las dejo botando.
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Jesús Vázquez Mendoza es originario de Ciudad Juárez, Chihuahua, México. Obtuvo su doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Kansas. Ha impartido clases en diversas universidades de los Estados Unidos, entre ellas: la Universidad de Texas en El Paso, la Universidad de Kansas y Rice University. Su labor de investigación académica le ha llevado a instituciones como la Cineteca Nacional, el Instituto Mexicano de Cinematografía, la Filmoteca de la UNAM, la Universidad de Texas en Austin y la Universidad de Oxford. Ha trabajado en Hispanic Broadcasting Corporation, Univision Radio, ESPN y Telemundo.
Su obra de creación literaria ha aparecido en revistas y antologías y tiene dos libros publicados: Ráfagas y La huella del gnomon. Actualmente se encuentra trabajando en un libro de relatos, un poemario, y una exhibición de fotografía y texto.