Poco a poco fue tomando forma, hacía ya un año que había comenzado su metamorfosis, al inicio no era sino algo amorfo, áspero al tacto, de un color entre blanco sucio y cafetucho, medio opaco, sin chiste aparente. Pensó en ese inicio y un poco antes de ese inicio, cuando esa bola suave y rasposa era parte de otro todo que caminaba lentamente sobre la hierba humedecida tras las primeras lluvias de mayo. El cielo limpiado de toda pena lucia nubes parecidas a la gran bola de pelos medio blanca que se detenía de vez en vez a morder la hierba tierna de la orilla del camino. La contemplación del entorno siempre traía paz a su mirada, respirar hondo de la existencia florecida de la primavera. El sol calentaba sabroso y el volcán lucía un pequeño gorro de nieve en su pico. Era primavera, pero en ese atardecer que tardaba en llegar, el viento frío del abuelo Goyo se dejaba sentir refrescando el alma. Apresuro el paso, no quería llegar sin luz al pueblo, guío el regreso de ese simpático enredo de pelos hasta el corral de la casa. A la mañana siguiente, muy temprano, en compañía de la abuela, trasquilaron a bolita, que apenas si respingo, su balido fue breve, entretenida como estaba en engullir sin mucha prisa el alimento que le ofrecieron. En media hora se quedó pelona y comenzó la metamorfosis de ese lío de pelos sucios. Su abuela guio todo el proceso, primero con un olote seco y rasposo fueron limpiando el montón de pelo trasquilado y le siguieron con un cepillo especial. Ya al siguiente día el pelo estaba limpio y sedoso, más blanquito, sin espinas enredadas en él, pobre bolita, lo bueno que en la primavera no se siente frío, porque de al tiro se quedó pelona.
Sí que le costó los días, las horas y los manazos de tenatsin llegar hasta donde ahora va. Cuando estuvo limpio el pelo, con un peine fue peinando la lana, eso solo fue el principio, no sabía bien a bien si le gustaba o no hacer eso, pero se le fueron pasando los días entre ir al molino, ayudar a hacer la comida y cardar. Para cardar la mandaron a cortar las espinas grandotas que les dicen cardas y dale y dale con ella a la lana, separándole en tiras largas, un día, otro y otro, hasta que el montón ese de pelos se tornó tiras de lana blanca como el copete del Popocatepetl. ¿Y luego?, pús a seguirle con la hilada, para eso su abuela le dio unas rueditas de barro con el centro hueco, en el centro tuvo que poner una varita derecha y firme de madera y dale y dale con el malacate, pirinolita herencia de la bisabuela que danza sobre la cazuela de barro liso, apretada entre las piernas para que al ir enredado las tiras de lana en el palo no se tuerzan de más y se rompan, una tira se une a otra como si fuera magia, ya casi nada queda de la bola de pelo de la bolita baladora, esos pelos son finos hilos largos, largos como carretera nueva.
De la carda, la abuelita dijo que ya iba a aprender a urdir nomás. Fueron bajo el alero de la casa y le pidió que le acercara el hilo, dijo: «a ver chamaca, mira bien estos postes, mira que son quince postes para urdir, le vas a ir dando vuelta al hilo enredándolo por los postes, de esta medida será tu urdimbre, nada de que se te haga pelotas ni se te encimen los hilos que tremenda fiesta tendrás tú en las nalgas». Y pues esas fiestas que da la abuela no le gustaban, la urdimbre le quedo bien alineadita, todos los hilos del mismo tamaño. No urdió todo en un día, que va, parecía que la labor no tendría fin. Luego vino el atole, los hilos se bañaron en la mezcla de masa y agua, quedaron todos duros, exclamo; solo Dios sabe cómo quedará la panza cuando bebemos atole, yo que me tomo jarros y jarros, sobre todo si es de piña o de durazno. El atole para los hilos también se hace de masita.
Antes de urdir, la lana se tiño con los tintes naturales que la abuela prepara con hiervas, le gustó mucho el amarillo del Cempaxuchitl cortado en el campo, la abuela hirvió muchas flores, les puso sal gruesa para fijar el color y ahí hecho la lana, entonces tomo un tono amarillo medio naranja, bien hermoso, quedo como si fuera una gran flor. Esos hilos amarillos bañados de atole los llevaron al telar de cintura y los acomodaron entre sus palos. El telar se cuelga de un extremo a las ramas del árbol de tamarindo, la abuela, de un soquete la hinco frente al telar, le puso una faja en la cintura y amarro la faja por sus extremos al telar. Ahí estaba como pequeña mujercita queriendo pararse, pero la vara de membrillo en las manos de la abuela le decía que no. Empezó a separar los duros hilos de lana, preparando la urdimbre y a tejer y tejer y entretejer la tela, tres nudos pa´rriba, tres pa´ bajo, no te equivoques muchacha zoquete que la vara sobre ti promete. Se fue la primavera, comenzó el húmedo calor de verano, las flores del patio se inundaron de colores que es un chulo mirarlas y aspirar sus perfumes. Hincada, nomás contemplando las flores, continuó teje y teje, hilando un día tras otro, con el lanzador cruzando en medio de los hilos pensaba el desquite, apretaba con fuerza la espada de madera, jalando hacia la cintura, firme debe quedar el hilado para que el frío del invierno no se cuele entre sus hilos. Ya hasta le gustaba el telar con otates en cada extremo, el lanzador, las varas de medición para que no quede chueco el hilado.
La abuela que como quería adornar el tejido, contesto que con grecas verdes como los montes y fueron formando las figuras, entreverando hilo verde entre el amarillo, casi se vuelve loquita de la desesperación, nomás no quedaban, pero de a poco fue mirando surgir las montañas entre el lienzo amarillo del telar y el corazón se le hizo chiquito y grande y chiquito de la emoción. El otoño se acercaba, ya las lluvias se habían marchado, los elotes se cosecharon en la milpa. Seguía hilando, a las montañas verdes le agrego flores. Cuando llego el invierno estaba listo el lienzo de lana. La abue dijo: ¿Qué quieres que sea? un tejido de lana puede ser gabán, o rebozo, o mañanita, o cobija… Sin mucho pensar contesto: será rebozo. La abuela entonces trajo otros hilos para darle los acabados, en cada extremo los unió con sus manos, sus dedos fueron haciendo nuditos y nuditos a los hilos, que torcidos aquí y allá le dieron forma de piquitos a la punta que adornaba el rebozo con tremenda belleza. Ahora es enero, el viento frío hace temblar, mira con disimulo hacia el telar, quiere que esté terminado el rebozo, pero la abuela sigue tejiendo sus puntas, que bonita forma esta tomado, lo quiere sobre sus hombros, tapando el frío con su primavera. La abuela ha iniciado, al fin, a quitar el rebozo del telar, ya se lo trae, es su cumpleaños número trece, le han crecido las trenzas a la par del rebozo, como si los días fueran trenzando los años uno tras otro en el telar de su cabeza. La abuela anda presumiendo, a todos, el bonito rebozo. No se lo trae, ya quiere mirarlo, pero le dice que primero se va a lavar y que ya luego, que se aguante un rato más. La fiesta de cumpleaños se la hicieron hasta hoy domingo, vinieron los primos y amigos, dieron de comer mole. Ahora esperan que traigan el pastel, sus papás fueron con don Tiburcio el panadero, porque los hace muy sabrosos. A como gritan los primos y es que el pastel llego, lo ponen en la mesa, le cantan las mañanitas. Comienza a tiritar de frío bajo el delgadito suéter del uniforme. Apaga las velas de un soplo tembloroso, la abuela se acerca con una gran caja. Se la da sonriendo divertida y al abrirla ¡o bendición!, la primavera salta sobre sus manos, tenantzin le ayuda a acomodarme el rebozo sobre los hombros, el calor de su amor la envuelve, sonríe mientras piensa alegremente: “que re chulada mi rebozo, tan bonito y suavecito, a todos les gusta rete arto y a mí se me escapa la lluvia del verano del manantial de los ojos. Que gran metamorfosis del pelo a la primavera que se enreda en mis hombros. Gracias abuela, gracias, me has dado el mejor regalo: ¡seré artesana!”
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Norma Zamarrón de León. Promotora cultural. Escribe cuento, crónica y poesía. Es autora de “Las Horas Verdaderas”, “La Cueva del diablo”. Su poesía ha sido astrologada, entre otros, en: “Poesía en Rojo”, “2000 palabra 20 años después”, “Pervirtud poética II” (Canadá), “Mujeres Poetas por la Paz”, “Viejas brujas II”, “Faros de Esperanza” (República Dominicana), “Revista Tramas”, “Kosamatlahtol: Arcoiris de Palabras, Volumen VII”, “Zenzonpalanilisti: Vuelo de Zenzontles, antología del primer Encuentro Nacional de Poetas y Cantores en Lenguas de México”. Ha coordinado y publicado la serie “Yankuik Xochikuikatl Tamoanchan”, “Oyiya Sepa: Había una vez”, “Toxtle Uan San Totoxtle: Las Aventuras del Conejo”, “Ixeuayotl náhuatl itech Morelos”, “Ña nduki Na Savi Ñu Yiva yó Savi”. Es coautora de: “Atlas de la Cultura Popular Morelense”, “Los Muertos en Morelos: Celebración y Culto”.