Esa tarde el parque estaba lleno de gente, había muchas parejas, grupos de jóvenes y algunas familias. Yo era una de las pocas personas que no iban acompañadas. Compré un chocolate y me senté en el pasto a la sombra de un árbol.
Me pareció escuchar un ruido. Miré hacia arriba y vi a un niño que estaba sentado en una de las ramas, con los pies colgando. Le sonreí y él me miró de una forma extraña, con los ojos muy abiertos, como si lo hubiera sorprendido haciendo alguna travesura. Se bajó del árbol, se sentó junto a mí y entonces él también sonrió.
—Hola, —le dije— ¿quieres un chocolate?
Le ofrecí el dulce y sus ojos pasaron rápidamente de mi cara al chocolate, del chocolate a mi cara y otra vez al chocolate. Lo agarró, rompió la envoltura, y luego partió la golosina por la mitad, se quedó con una parte y me devolvió la otra sin decir nada. Empezamos a comer en silencio.
—Es bueno estar con alguien mientras todos celebran el día del amor. —Dije como si pensara en voz alta mientras miraba a la gente.
Algunas personas pasaban tomadas de la mano, otras se besaban, reían y se daban regalos. No faltó quien me viera como si fuera un bicho raro.
Me sorprendió mucho escuchar la voz del niño diciendo: —¡Eso no es celebrar al amor! Casi todos festejan con regalos y manifiestan muchas actitudes, emociones, sentimientos e intereses, pero no celebran al verdadero amor.
—¿Eh? ¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—Que el amor siempre se confunde con muchas otras cosas. ¡Mira! Sucede por todos lados.
Empezó a señalar a diferentes personas.
—Ahí hay pasión, allá deseo, piedad, lástima, devoción, afecto, cariño, compasión, celos, tolerancia, egoísmo, hipocresía, locura y mucho más. —Mis ojos giraban siguiendo los lugares y las personas que él indicaba, hasta que dejo de señalar y se rascó la nariz.
—Eso es lo que creen —continuó diciendo— y lo que sienten, pero nadie entiende lo que es el verdadero amor. Bueno… casi nadie. Muchos creen que aman, pero se engañan a sí mismos, y solo unos pocos aman de verdad, casi sin darse cuenta de ello.
—¡Oye! —exclamé— ¡Hablas como si fueras todo un experto en el tema!
El levantó las cejas como si se sintiera halagado y yo hice una pausa mientras cada quien le daba una mordida a su chocolate.
—Es extraño, —dije mientras sentía cómo se deshacía el chocolate en mi boca— pero en ocasiones yo he llegado a pensar en algo parecido. Creo que todo eso se debe a que el amor es algo difícil de definir, de percibir o de expresar y es algo que no depende de una sola persona. O tal vez la gente se deja influir por lo que se dice: que el amor es ciego; por eso nadie sabe cuándo y cómo va a recibir un flechazo en el corazón.
—Pues créeme, si “el amor” te atravesara el corazón con una flecha, caerías muerto.— Me dijo muy serio.
—¡Es solo una manera de decir que es ese momento en que alguien se enamora!
—Ah, ya entiendo lo que dices y, puede que tengas razón, pero solo en parte. Como podrás darte cuenta, el amor no es ciego, los seres humanos si los son “y eso es solo una manera de decirlo”.
Pueden tener al amor frente a sus ojos y aun así no logran verlo. Simplemente se dejan llevar por sus emociones, tratan de llamar la atención de los que están a su alrededor y cuando algo no les resulta bien, ¿a quién crees que le echan la culpa?
—A ver, déjame adivinar: ¿al amor?
—¡Exacto! Pero no importa lo que piensen o digan, te aseguro que yo no tengo nada que ver con todo eso. ¡Solo soy un niño! ¡Y soy un cazador, no un casamentero!
Por un segundo me quedé con la boca abierta. No estaba seguro de haber entendido esto último, pero sonaba muy lógico. Extrañamente, me sentía muy a gusto con su compañía. Me comí el último pedazo de chocolate y no dije nada durante un rato.
El niño se puso de pie mientras se relamía los restos de chocolate que tenía en los dedos.
—¡Muchas gracias por el dulce! ¡Estaba delicioso!, pero ya tengo que irme.
—Está bien, ¡hasta luego! —Le dije sonriendo.
Entonces vi que recogió un arco y una aljaba con flechas que estaban ocultas en el tronco del árbol. Movió la mano en un gesto de despedida, luego se dio la vuelta y entonces reparé en el pequeño par de alas blancas que tenía en la espalda. Se fue caminando entre la gente que festejaba.
No sé si fue mi imaginación, pero me dio la impresión de que nadie más lo veía.