En este México de volcanes dormidos y conciencias despiertas, Alejandro “Alito” Moreno se atrevió, una vez más, a escribir con tinta digital lo que jamás podrá lavar con agua bendita. Publicó en su cuenta de X un mensaje que pretendía ser un clamor popular, un himno a la redención: “Somos millones los que ya no queremos más improvisación, más mentiras ni más miedo…”. Y al leerlo, uno no sabe si reír o llorar. Quizás ambas cosas a la vez.
Porque hay que tener la piel gruesa como la del jaguar y el alma tan barnizada de cinismo para pararse en medio del lodo y gritar que uno viene a limpiar la casa. El líder nacional del PRI, ese partido que alguna vez soñó con la eternidad y hoy malvive del recuerdo de sus glorias apolilladas, posa en redes sociales como si fuera el Moisés del nuevo milenio, con «pasos firmes y mirada al frente». Lo que no dice es que esos pasos están hundidos hasta los tobillos en terrenos adquiridos a centavos, registrados a nombre de mamá y hermano, y cubiertos con el polvo de escrituras alteradas y triangulaciones patrimoniales que harían sonrojar a cualquier contador honesto.

¡Ah, pero qué valentía la suya! Tan firme, que cada vez que una autoridad lo investiga corre al Poder Judicial a cobijarse bajo el manto de un amparo, como si la justicia fuera un poncho heredado entre compadres. Esta semana, un Tribunal Federal le concedió protección para anular la alerta migratoria que lo incomodaba desde hace dos años. Sí, el mismo Alejandro que dijo haber sido detenido en el aeropuerto como si fuera un disidente perseguido por la verdad. El mártir de clase ejecutiva, pues.
Mientras él publica frases huecas y poses retocadas en redes sociales, la realidad lo delata. que no se nos olvide que decenas de propiedades en Campeche, adquiridas en operaciones que harían palidecer de envidia al mismísimo Pablo Escobar (si viviera), escrituradas a nombre de la madre, de un hermano y de un arquitecto “de confianza”. Casas y terrenos que un día estaban asegurados por la Fiscalía y al siguiente regresaban dóciles a su redil, como si la corrupción tuviera puerta giratoria. ¿Qué tipo de magia es esta que convierte metros cuadrados en pesos invisibles en las declaraciones patrimoniales?
Ni su partido lo quiere. El tricolor lo tolera como se tolera un pariente incómodo en la cena navideña: porque no hay de otra. Tiene pendiente un juicio de desafuero que duerme el sueño de los justos en el Senado, como tantos expedientes que se pudren en el archivo de la impunidad.
Y sin embargo, ahí está. Con su traje planchado, su peinado milimétrico, su sonrisa de pasta dental, hablando de dignidad como quien ha vivido en carne propia el sacrificio. Como si no se le conociera ya el precio por metro cuadrado del alma.
La imagen que acompañó su tuit, donde aparece erguido como un Simón Bolívar criollo, no generó más que unas cuantas reacciones en dos horas. El pueblo no es tonto. Y aunque lo desee con todas sus ganas, Alito no será héroe de nadie, porque la dignidad no se improvisa ni se hereda. Se construye con hechos, no con escenografías.
Tal vez el líder del PRI debería mirarse en el espejo de sus propias palabras. “Exigimos resultados”, escribió. Pues sí, querido Alejandro. El país exige resultados, pero también exige cuentas claras. Y tú, precisamente tú, eres el resumen perfecto de todo lo que México ya no quiere.